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Alfredo Narváez Lozano ( Ver todos sus artículos ) | |
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El pasado 29 de mayo, al concluir en El Colegio de México un panel de expertos en cambio climático, se abrió el consabido espacio de preguntas y respuestas. Le pregunté a Juan Mata Sandoval, ex director de la Comisión Nacional de Ahorro de Energía y actual director general de Políticas de Cambio Climático de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), por qué si el cambio climático es un tema prioritario para la viabilidad del país, la Semarnat no ha sido incluida en el Consejo de Seguridad Nacional. Contestó que no estaba seguro de que el tema concerniera a la seguridad nacional, “ya que se podía prestar a todo tipo de manejos”, aunque admitió que en el Reino Unido sí se le considera como tal y eso, ciertamente, era “algo polémico”. No explicó por qué. No contestó la pregunta, aunque se supone que es la persona que más sabe sobre cambio climático en México.
Me acerqué a él más tarde, y le comenté que para la defensa británica el asunto es de seguridad nacional por una razón obvia: el Reino Unido es un conjunto de islas, y si el nivel oceánico aumenta o si la corriente del Golfo se detiene ante el deshielo en el Ártico se pondría en riesgo la seguridad de aquel país. Estuvo de acuerdo, pero agregó que aún no era tiempo de subir el cambio climático a la agenda de seguridad —a pesar de que se encuentra en el Atlas de riesgos del país que realiza el Cisen— ya que la Secretaría de la Defensa aún no conoce completamente el tema. Me quedé estupefacto. ¿Primero afirmó que los militares británicos sabían mucho del tema y eso se prestaba a problemas, y después comentó que lo malo es que los militares mexicanos sabían poco del tema y eso se prestaba a problemas?
En la misma reunión, el responsable del Programa Proclimas del Politécnico Nacional, Víctor Manuel López, comentó que el cambio climático no es un asunto del futuro, sino un fenómeno que ya ocurre en México. Informó que muchas localidades están pidiendo ayuda al IPN para lidiar con el cambio repentino en el clima. Reportó subidas del nivel del mar en Sinaloa, veloz desertificación en Tamaulipas —y también uno de los pocos efectos benéficos del cambio: la manera en que, en una zona fría del Estado de México, donde antes no se podía cultivar nada, ahora sembraban papas.
El doctor López y otros expertos de la UNAM y El Colegio de México criticaron unánimemente la última versión del Programa Especial de Cambio Climático que había presentado el doctor Mata: el PECC daba prioridad a la mitigación de la producción de gases invernadero, pero no a la adaptación del país ante el fenómeno del cambio climático. La urgencia de la adaptación no se ha incorporado al PECC, que el gobierno federal considera de vanguardia.
Asistí a otro foro, ahora en el Instituto Mora, dedicado al análisis de la respuesta del gobierno a la epidemia de influenza. Me llamó la atención la presentación del maestro Benjamín Ruiz, experto de la UNAM en armas químico-biológicas. Al analizar las consecuencias de la respuesta gubernamental ante la alerta, subrayó el desnivel de la calidad del sistema de salud pública y se preguntó qué pasaría en el caso de una epidemia de dengue hemorrágico. Hizo notar un cambio en el patrón epidemiológico del dengue: ya no sólo se observa en zonas tropicales, sino hasta en zonas áridas. El mosquito está expandiendo su hábitat. El maestro Ruiz explicó que es muy posible que esto se deba al cambio climático y preguntó qué sucedería si el mosquito llegara a las ciudades. Ya está en urbes como Monterrey, pero ¿qué pasaría si logra llegar a la ciudad de México? Sólo basta que el invierno de la zona montañosa de la capital sea menos frío para que el mosquito la habite sin problemas.
Otra participante del panel, la doctora María Cristina Rosas, profesora-investigadora de la UNAM y experta en seguridad nacional, apuntó que la Ley de Seguridad Nacional está mal elaborada: es más una ley de inteligencia que de seguridad: le parecía claro que la Semarnat debía formar parte del Consejo de Seguridad Nacional.
Parece ser que el único que duda de que el cambio climático debe estar en la agenda de seguridad nacional en México es el gobierno federal. Ojalá su opinión cambie para la Cumbre de Copenhague, cuando se espera consensar el tratado internacional heredero del Protocolo de Kioto. Y es que cada vez hay más evidencia que prueba que ya no sólo es necesaria la mitigación, sino que es obligada la adaptación, si queremos que las sociedades sobrevivan con un mínimo de viabilidad.
En agosto de 2007 David Zhang, geólogo de la Universidad de Hong Kong, publicó un artículo en la revista Human Ecology, donde explica un estudio acerca de casi mil años de conflictos en el Este de China. Zhang demuestra la hipótesis de que fueron cambios climáticos repentinos los que provocaron la inestabilidad social que condujo finalmente a las guerras registradas —y los chinos han documentado muy bien su historia—. Comparando anales históricos y tablas climáticas, comprobó que las mayores épocas bélicas coincidieron con etapas de intenso cambio climático. Afirma Zhang: “Los animales se pueden adaptar el cambio climático, generalmente a través de la migración, el despoblamiento —el cual consiste en la inanición y el canibalismo— y el cambio de dieta. Los seres humanos tienen más opciones adaptativas y mecanismos sociales, como el control natal, el comercio y la innovación científica. Algunos de estos mecanismos sociales son buenos para la humanidad, y algunos son malos, como lo es la guerra. La guerra es como el canibalismo entre los animales”.1
El estudio chino encontró además algo notable: el cambio climático no es equivalente a “calentamiento global”, como lo maneja el PECC. Muchos de los drásticos cambios climáticos ocurridos entre los años 1000 y 1911 en el Este de China y que provocaron sequías o inundaciones, hambres y guerras, fueron intensos tiempos de frío, seguidos por tiempos de calor. Sin embargo, los tiempos fríos dejaron campos con menos forrajes para los animales y tierras menos fértiles, lo que provocó a su vez rebeliones campesinas que pusieron en jaque a regímenes que, recordemos, en esos tiempos eran absolutistas, y no democracias (complejas) como la mexicana, que tiene escasos márgenes de maniobra ante un fuerte disenso social.
¿Es posible que el cambio climático pueda provocar inestabilidad en México? De hecho, la cuestión no es si esto es posible, sino analizar si se repetirá, como demuestra un estudio histórico de Enrique Florescano. En 1995 publicó Breve historia de la sequía en México, en la Universidad Veracruzana. El libro volvió a publicarse en 2000 (Conaculta). Aunque tuvo un tiraje de apenas dos mil ejemplares, es quizás uno de los textos más importantes en el estudio del cambio climático en el país. Existen muchos análisis de por qué ocurrieron las guerras de la Independencia y la Revolución, pero en este estudio se encuentra evidencia de que fueron las sequías motivos importantes de descontento social y, a su vez, de insurrección.
En el caso de la guerra de Independencia hubo una fuerte sequía desde fines del siglo XVIII, y especialmente entre 1808 y 1811. La carestía y el hambre incentivaron “un gran malestar social latente en la sociedad colonial”. Este malestar no se tradujo en protestas por sí mismo, pero encontró un espacio de acción en la retórica revolucionaria de Miguel Hidalgo. El historiador piensa que “quizás si no hubiera habido la gran sequía de 1808-1811, el malestar campesino y el furor popular no hubieran coincidido con la demanda política...”.
La Revolución guarda inquietantes paralelismos con el presente. El historiador comenta que en la última década del porfiriato la sequía fue un fenómeno prácticamente nacional, pero con mayor afectación en el norte del país, donde se catalizó el alzamiento armado. Se perdieron muchas cosechas y murió el ganado, y por consiguiente los precios de los alimentos se dispararon: “... se manifestó una estrecha correlación entre la sequía y el incremento de la violencia en las áreas rurales y urbanas”, afirma Florescano. Y cita a un diario de la época, donde se habla de cómo los “indios” fueron a robar haciendas: “Lo más notable de estos asaltos es que los indios, aunque podían robar otras cosas, no les interesó tomar nada excepto maíz, frijol, etcétera... lo que demuestra que no estamos tratando con robo o con delitos del código criminal, sino con hambre...”.
Es en este punto donde los robos de maíz a trenes de carga en Celaya ocurridos a inicios de 2009 no suenan tan novedosos, y pueden ser las alarmas tempranas de cambios sociales más problemáticos. El periódico El Correo, de Guanajuato, narra lo sucedido. El título de la nota del 11 de febrero de 2009 parece sacado del porfiriato mismo: “Apedrean a policías para robar maíz en ferrocarril”: “Más de 100 toneladas de maíz fue el botín que ayer se llevaron un aproximado de 80 personas, quienes apedrearon a 60 elementos de la Guardia Municipal y dañaron 10 patrullas. Los policías lograron la detención de 10 personas, una de ellas la presidenta de colonos de la colonia Santa Teresa. El director de la Guardia Municipal, César Vázquez, informó que los operativos que se realizan para evitar los robos al tren los tienen que realizar ‘solos’ puesto que ninguna autoridad federal los apoya, a pesar de que es un delito que les corresponde abatir...”.2
Y eso que a Celaya y Guanajuato los gobierna el PAN. Pero no es de extrañar que la autoridad federal no haya ayudado a la policía celayense, ya que está ocupada con el narcotráfico. Sin embargo, el tráfico de drogas puede provocar problemas de seguridad, pero el hambre problemas de sobrevivencia, algo quizá mucho más urgente. Florescano detalla más el origen del hambre: “Una combinación de agotamiento del suelo, viejas técnicas agrícolas y la sequía, condujo a la importación de maíz y frijol, los dos componentes principales de la dieta mexicana. Pero mientras los salarios se mantenían iguales, los precios de los artículos y alimentos básicos se duplicaron...”.
Esto suena terriblemente actual. Parece déjà vu, y sin embargo a pesar de un siglo de avances ahora observamos que la dependencia alimentaria del exterior no ha más que crecido, aumentó las variables de riesgo de la seguridad nacional misma del Estado mexicano. Hace un siglo fueron tres años de continuas sequías, de 1908 a 1911, las que causaron tanta zozobra agrícola y social. Ahora los expertos ya observan un drástico cambio climático en México, y éste no tiene para cuándo detenerse, lo que hace prioritario tener estrategias de adaptación en los tres niveles de gobierno.
El gobierno del presidente Calderón debe tomar el problema del cambio climático como uno de seguridad nacional —no basta con que el Cisen lo tenga en su Atlas de riesgos—. Lo anterior debe no sólo obligar a reformar la Ley de Seguridad Nacional para llevar a la Semarnat y la Sagarpa a los espacios de decisión necesarios, sino que hace vital instrumentar planes de adaptación a nivel federal, estatal y municipal, no sólo entre poderes públicos, sino con la iniciativa privada y organizaciones de la sociedad civil, desde universidades a asociaciones religiosas. La crisis económica ha aumentado el hambre en el mundo en el 2009, informa la FAO, a mil millones de personas, algo nunca visto. El cambio climático puede duplicar fácilmente esa cifra en pocas décadas. La Jornada reportó el 12 de junio cómo el hambre ya es un problema real hasta en colonias de la ciudad de México, la octava ciudad más rica del mundo en 2005 según un reporte de PriceWaterhouseCoopers. El gobierno de la capital ha tenido que instalar 300 comedores comunitarios, donde cientos de personas de muy escasos recursos logran comer, y quizá por única ocasión en el día.
El hambre y los problemas de salud pública serán algunas de las primeras consecuencias del cambio climático en México, afectando en especial a madres y niños de las clases bajas urbanas y rurales.
Actuar ahora para adaptarnos al clima cambiante nos dará espacio de respuesta, espacio para prevenir los dramas históricos del pasado. Tenemos la tecnología y el dinero para hacerlo —gastamos miles de millones desde hace décadas en una guerra contra las drogas, que si entendemos el desastre de la prohibición del consumo de alcohol en Estados Unidos es una guerra perdida, cuyos inmensos recursos bien podrían usarse en otra guerra quizá más valiosa: contra el hambre—. La pregunta es si tenemos la voluntad política necesaria.
Alfredo Narváez Lozano. Profesor de políticas culturales y analista en tendencias sociales.
Notas:
1 http://discovermagazine.com/2007/oct/climate-change-triggers-bloodshed/?searchterm=climate%20change
2 http://www.correo-gto.com.mx/notas.asp?id=103293
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