Impacto Ambiental
Por Juan José Morales
Una inversión muy productiva
Mucho se habla sobre la necesidad de proteger y conservar los bosques y las selvas de México, pero a menudo eso se ve sólo como una cuestión meramente romántica, de amor a la naturaleza, que no rinde ningún beneficio económico ni tiene ninguna utilidad práctica, sobre todo cuando se habla vagamente de conservar la biodiversidad, sin precisar lo que eso significa y el valor que tiene.
Pero la biodiversidad representa una enorme riqueza potencial, y México —uno de los países megadiversos del mundo, con una enorme cantidad de ecosistemas y especies vegetales y animales— es excepcionalmente afortunado en ese aspecto. No en cuanto al valor en el mercado de la madera, las resinas y demás productos forestales que puedan obtenerse de bosques, selvas y demás tipos de vegetación, sino por la utilidad científica de los genes de los organismos existentes en esos lugares.
Como señala al respecto el Dr. Arturo Gómez-Pompa, uno de los más renombrados especialistas del mundo en botánica tropical, “los países industriales están preparando la nueva revolución en el desarrollo: la biotecnología.” Eso lo escribió hace casi tres lustros, en octubre de 1997. A estas alturas, ya estamos en plena revolución biotecnológica. Y en ella, como asienta el investigador mexicano, son elementos fundamentales los genes de las especies existentes y el conocimiento sobre cómo manejarlos, pues a partir de ellos, mediante procedimientos de ingeniería genética, pueden obtenerse nuevas variedades y pueden desarrollarse nuevos métodos industriales más productivos y eficientes. Los países que lo entiendan e inviertan en ciencia y conservación biológica, tendrán una ventaja indudable.
Por esa simple y elemental razón por lo que significa en términos de posibilidades tecnológicas, de nuevos productos y métodos, y de dinero contante y sonante, el patrimonio biológico más importante de México resultan ser, no el petróleo, la plata o el oro, sino sus miles y miles de especies vegetales y animales. Su protección —remarcaba Gómez-Pompa— debe ser de altísima prioridad y una estrategia de conservación.
Pero desafortunadamente –añadía—, nuestro analfabetismo científico ha sido una barrera infranqueable. Si bien —gracias a los esfuerzos y la tenacidad de científicos y organizaciones no gubernamentales— se han logrado importantes avances en la creación de áreas naturales protegidas y la adopción de leyes que protegen especies y ecosistemas, todavía hay mucha resistencia entre los gobernantes y los hombres de negocios, quienes aducen que esas medidas son un freno al desarrollo económico y desalientan las inversiones productivas. Incluso, tratan de derogarlas, como ocurre con la llamada ley del mangle, la cual algunos diputados, senadores y gobernadores —por no decir fraccionadores y hoteleros— insisten en eliminar o al menos modificar para volverla inoperante.
Además de mostrar poco interés —y aún oposición— a adoptar eficaces medidas para proteger y conservar la biodiversidad, durante las últimas décadas ha habido por parte de los gobiernos poco –poquísimo— interés por impulsar y financiar la investigación científica para conocer mejor nuestra biodiversidad.
México corre así el peligro de quedarse muy rezagado en la revolución biotecnológica, y podría darse la paradójica situación de que, teniendo una excepcional riqueza genética, tenga que depender de procedimientos creados en el extranjero y pagar por ellos derechos de patente, como ya ocurre actualmente en otros muchos campos de la tecnología.
Así pues, proteger y conservar la biodiversidad, y realizar investigaciones científicas para conocer mejor nuestras plantas y animales y desarrollar métodos de bioingeniería que permitan aprovechar nuestra gran riqueza genética, no sería un gasto, sino una inversión muy productiva; mucho más productiva que construir hoteles sobre terrenos devastados, para dar empleo de maleteros, jardineros y camaristas a los lugareños.
Comentarios: kixpachoch@yahoo.com.mx
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