Thursday, September 27, 2007

Octavio Rodríguez Araujo

Los modos de la derecha

Al margen de la tentación de caer en corruptelas (que es universal entre la gente del poder), la derecha política tiene características insoslayables. Una, quizá la principal, es que invariablemente busca mantener el status quo a como dé lugar. Cuando ha tenido el poder ha actuado y actúa, sin excepciones, como protectora de los intereses de las clases dominantes en un país (nótese que no dije de un país). Y, por lo mismo, asume el ejercicio del poder como si fuera equivalente a la dirección de una empresa –con todo lo que esto implica, incluido el trato a los gobernados como si fueran empleados.

Esa característica principal de la derecha política no es cosa pequeña ni desdeñable. La conservación del status quo quiere decir mantener los privilegios de quienes ya se han privilegiado del sistema prevaleciente, e identificarse con esos valores que, por cierto, la derecha ve como si fueran naturales: las riquezas son, y no puede ser de otra manera, para quienes tienen la capacidad –sin importar los medios– de apropiárselas. Así funciona el sistema capitalista y no se ven razones para imponerle cambios. Unos tienen y otros no; si todos tuvieran el sistema se derrumbaría, ya que alguien tiene que trabajar para otros. Las tendencias al igualitarismo son contrarias a la esencia de la acumulación capitalista. Ergo, las desigualdades tienen que mantenerse, y entre más grandes sean esas desigualdades más riqueza se puede acumular en pocas manos.

El hecho de que la derecha política tenga y sostenga esos valores le permite ver como cosa natural usar el poder político para aumentar su poder económico. En otros términos, la derecha política no se resigna a jugar el papel de empleada de los llamados “poderes fácticos” (los grandes empresarios privados), sino que aspira también, como cualquier gerente, a convertirse en socia del capital o, por lo menos, a ser también capitalista y no parte del conjunto de asalariados (por bien pagados que estén).

A esta manera de pensar, que a la derecha política le parece natural y legítima, deberá agregarse el hecho de que sus cargos en la esfera del poder político son efímeros, en principio seis años y después quién sabe. De aquí que no debiera extrañar que, a diferencia de los viejos priístas, que pensaban que tendrían el poder por siempre, los gobernantes emanados del Partido Acción Nacional traten de enriquecerse en el menor tiempo posible pues mañana las cosas podrían cambiar.

La única diferencia entre los panistas con cargos públicos y los empresarios con pedigrí como tales es que los primeros tienen que cuidarse de auditorías públicas que los puedan conducir a juicios por enriquecimiento ilícito. Los empresarios no están sujetos a estas sanciones, salvo cuando se les comprueben evasión flagrante de impuestos, lavado de dinero o cosa semejante. Pero esta diferencia se salva, como ha ocurrido desde tiempos inmemoriales, con prestanombres, sociedades anónimas o parientes “listos” que a nombre de la familia (sin decirlo) hacen dinero bajo la protección del poder de sus padres, tíos, cuñados, o lo que sea –incluidos los compadrazgos. Es la asociación entre los políticos y los empresarios que, en el ámbito de la derecha –repito–, se ve como cosa natural.

La frase atribuida a Hank González de que político pobre es un pobre político opera a las mil maravillas para los gobernantes panistas; si no, ¿para qué entrar en la política? La máxima ambición de un neopanista (para distinguirlo de los viejos que perdieron la hegemonía en su partido a mediados de los setenta) es lograr por la vía de la política y del poder institucional lo que no lograron como empresarios o como empleados de empresarios.

Vicente Fox y su ambiciosa esposa son el mejor ejemplo de lo que he tratado de explicar. Ya se veía desde que ambos ocuparon la Presidencia de la República, incluso en cosas aparentemente insignificantes como sus inútiles (pero costosos) viajes al extranjero con todo y sus respectivos séquitos. Actuaron como provincianos nuevos ricos y así como diciendo “si no es ahora quizá no sea nunca” y, además, con trato especial de presidente y “presidenta” en el extranjero. Una oportunidad de oro que no podían desaprovechar, incluso para exhibir, en el caso de ella, sus modelos de ropa que luego remató para causas supuestamente altruistas (muy de ella, la que se conmueve todavía –dice– con los pobres).

Cada vez que leo sobre la riqueza de los Sahagún-Fox (o al revés, si se prefiere) y de sus parientes, recuerdo, sin poderlo evitar, a Leónidas Trujillo, el viejo dictador de República Dominicana desde 1930 a 1961. Trujillo y su familia (en el sentido más amplio del término) se enriquecieron con el ejercicio del poder absoluto del dictador, y la soberbia del gobernante de facto llegó a extremos de construir suntuosas obras públicas (¿bibliotecas inservibles también?) para inmortalizarse, y hasta cambió el nombre de la capital de su país llamándola Ciudad Trujillo. Estoy haciendo una analogía, no una comparación, pues el gobierno de Fox no fue precisamente dictatorial, aunque también, a semejanza del dominicano, quiso decidir sobre su sucesor (lo que, según parece, no le resultó como hubiera querido).

Los panistas, como buenos defensores del status quo, van por todo, y aunque fuera sólo por esto son peligrosos o, para usar una frase de ellos, un peligro para México. Ojalá la izquierda, aun moderada como es, lo entienda y haga todo lo posible para sacarlos del poder. No veo otra opción.


Adolfo Sánchez Rebolledo

Fox el derechista

Es significativo, como bien apunta Jacobo Zabludovski, que a lo largo de la delirante y ostentosa entrevista a la revista Quién, Vicente Fox omita referirse a figuras de la historia o cultura de México, salvo a Juan Cristero, personaje que, según él, inspira desde el comienzo su actuación política: “Claro que tengo héroes, entre ellos están los cristeros. Una persona que defienda la libertad de religión como lo hicieron ellos se merece todo mi respeto y admiración. Por eso me parece una aberración garrafal que el PRI haya desaparecido de los libros de texto esa lucha cristera. Vergüenza les daba reconocer que el pueblo de México defendió su religión y su libertad. Tengo un héroe que llamo Juan Cristero que enfrenta un pelotón de fusilamiento con un cigarro en la boca y una valentía increíble. Eso me da mucha fuerza”.

No es la primera vez que el ahora activo vicepresidente de la Internacional Demócrata de Centro se declara ferviente seguidor de Anacleto González Flores. Ya al inicio de su vertiginosa carrera en Guanajuato, el empleado de Coca Cola y mediocre ranchero confirmaba su adscripción militante a la derecha levantisca, con expresiones semejantes por su contenido a las más recientes. Al parecer, en el propio Museo Cristero, ubicado en Encarnación de Díaz, Jalisco, se conservan los registros de dichas manifestaciones, a las cuales habrían de sumarse los dichos y actuaciones para erosionar –sin éxito– el laicismo siendo candidato y, luego, jefe de Estado.

Como sea, la insistencia del ex presidente Fox en abrirse a cualquier costo un espacio en la vida pública nacional, lejos de ser la mera expresión de frivolidad atribuible a una personalidad distorsionada por el abandono de la gran escena (que lo es), forma parte, en mi opinión, del rejuego entre los distintos componentes del amplio campo de la derecha, cuyo presente y futuro no está muy claro hoy, dados los obstáculos casi insuperables creados por el fracaso del foxismo, su costosa intervención para impedir la victoria de la izquierda, incluidos el desafuero y las campañas mediáticas abrumadoras y agresivas. Es verdad que al final se impusieron en 2006, como presume Fox, pero los costos (pese a las encuestas) han sido terribles para ellos y para el país.

La aparente unidad en contra de Andrés Manuel López Obrador probó ser una frágil alianza de intereses diversos y hasta contradictorios entre los poderes fácticos, los hombres del poder asentados en la alta burocracia, el empresariado tímido y a la vez voraz, pero jamás moderno, las jerarquías católicas y esa importante franja ciudadana que hizo suyo el lenguaje “del cambio” y que ahora vive insegura y cada vez más decepcionada de la vida pública, tan alejada del juego civilizado e inocuo que les habían prometido. En rigor, no había ni hay “proyecto” digno de tal nombre. Apuesta, eso sí, por la continuidad del orden con los mismos participantes.

Pero Fox, como el personaje de Zorrilla, dejó la presidencia “imposible” para él y para su sucesor. El panismo histórico se había evaporado a favor del simplismo “democrático”, cuyas contradictorias raíces derechistas se muestran a la menor presión sobre la piel blanquiazul de ese partido. Ante un país cada vez más desigual e injusto, los grandes proyectos del foxismo resultaron “adaptaciones” fallidas de las aspiraciones de los intereses dominantes del imperio. La modernización “de clase mundial”, la “amistad” personal con Bush, resultaron penosas exhibiciones de ineptitud. Las inercias conservadoras renacieron a contrapelo de la necesidad y la historia. Tanta tradición panista para culminar en esa vulgata derechista con un velo de renovación pro empresarial.

En consecuencia, visto lo visto, no extraña que hoy se apele a los símbolos militares como expresión máxima del discurso presidencial, más allá de las urgencias objetivas del combate al crimen. La ideología cojea. Facturado en un salón de Los Pinos en una extraña transmisión del mando, ése es el sello natal de este gobierno. Dicho de otro modo, en el seno de las fuerzas dominantes se percibe también la crisis como imposibilidad de mantener vigente la “victoria cultural” que los llevó a la alternacia.

Fox, Espino, Abascal, por no mencionar a los que ya forman un nuevo partido, son las cabezas visibles de ese segmento de la derecha que ha probado el poder y no quiere soltarlo y está más que dispuesto a alinearse con cualquiera que engrose sus filas o le brinde apoyo.

La vinculación de Espino y el ex presidente con las corrientes internacionales derechistas es más que obvia. En Chile se pronuncian por la ruptura de la Concertación. En Venezuela adoptan el discurso intervencionista más descarado y, en general, sostienen las posturas de Bush o la traducción al español de tales visiones, realizada por José María Aznar, ahora profesor en alguna institución privada nacional.

El gobierno que prometía “rebasar por la izquierda” a López Obrador hoy se conformaría de mil amores si fuera considerado de “centro”, como se autonombra la derecha, pero Fox y los suyos están ahí, entre otras cosas, para recordarles a los panistas quiénes son, de dónde vienen y qué se espera de ellos. Por una de esas paradojas de la historia, a Felipe Calderón, siendo presidente de su partido, le tocó cederles el paso a los neopanistas cuyas ambiciones nadie podía frenar. Ahora se vuelven a encontrar, pero sin red de protección. Vale decir, con los “valores” muy maltratados.




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