PRD y los partidos divididos
JENARO VILLAMIL
MÉXICO, DF, 18 de noviembre (apro).- A casi tres décadas del proceso de fusión y de unidad que desembocó en la creación del Partido Mexicano Socialista; a 22 años de la salida de la Corriente Democrática del PRI, y a casi 20 años de su fundación como la confluencia de la izquierda social, la izquierda priista y la izquierda parlamentaria -incluyendo a aquellos partidos que se conocieron como "paraestatales"--, el PRD inicia a partir de ahora un proceso inverso.
A contracorriente de la tradición de unificación de las izquierdas, ahora arranca el proceso de fragmentación y de crisis de la llamada "ley de hierro de las oligarquías" partidistas. Es decir, es una crisis entre las militancias y las burocracias.
La división del PRD no es exclusiva de este organismo. Es más escandalosa y ha sido ventilada de manera más insistente por tratarse de la segunda fuerza electoral del 2006, que bien se puede convertir en la tercera fuerza en 2009, y en el eje de la más impresionante operación de "cirugía interna", tal como lo prometió Alejandro Encinas al rechazar la secretaría general que lo obligaría a trabajar al lado de Jesús Ortega, el presidente del partido legitimado por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF).
Los partidos divididos, al igual que el fenómeno de los gobiernos divididos, se han convertido en un saldo no esperado en el fallido modelo de la transición mexicana.
Antes que el PRD, la crisis y la división interna se generó al interior del PRI. Fue en el seno de este partido donde la fractura derivó en fuertes escisiones, desde la salida de la Corriente Democrática, y posteriormente la llamada "fuga hormiga" de distintos grupos, a raíz de la crisis política de 1994.
La división en el PRI también fue evidente durante el periodo de Roberto Madrazo y de Elba Esther Gordillo, como presidente y secretaria general de ese partido. A este fenómeno se debió la debacle del otrora "partidazo" en 2006. La división del PRI no ha desaparecido, pero todas las oligarquías priistas han decidido decretar una tregua en función del rédito electoral.
Ni hablar de la división interna en el PAN. Desde la llegada al poder de Vicente Fox en el 2000 fue muy claro que dos corrientes se han disputado el control del partido en el gobierno: aquellos que se consideran foxistas o "neopanistas" -incluyendo a grupos de ultraderecha como El Yunque--, y los mal llamados "tradicionalistas" que, en realidad, son los viejos grupos panistas que fueron desplazados en 1988 con la llegada de Manuel Clouthier y sus seguidores.
A esta corriente pertenece Felipe Calderón. La fragmentación en el PAN ha continuado y el distanciamiento entre las militancias, las burocracias y los funcionarios está generando una severa "balcanización", incluyendo la que se registra en el seno del propio calderonismo.
Los partidos nuevos, como Alternativa, han reproducido de manera dramática todos los vicios del fenómeno de los "partidos divididos". Sólo aquellos partidos que funcionan como franquicias empresariales han logrado sortear que se ventilen públicamente sus divisiones, pero eso no ha evitado la fractura.
¿Cuál es el futuro de los "partidos divididos"?
Al igual que los gobiernos divididos -un Poder Ejecutivo de un partido y un Congreso dominado por otra fuerza política--, los partidos divididos reclaman una profunda reforma democratizadora.
No será posible llegar a contiendas electorales sin expulsar aquellas prácticas que tanto daño están haciendo en los partidos y que constituyen el eje de la 'partidocracia': el uso y abuso patrimonialista de los recursos públicos; la falta de transparencia y de rendición de cuentas; el oportunismo legislativo; el incumplimiento de sus principios y programas de acción; la 'judicialización' excesiva de las contiendas internas; la corrupción proveniente del dinero sucio; la utilización del emblema partidista como franquicia de grupo o de elite, y la sumisión a los gobiernos, incluyendo a los del mismo signo partidista.
Nunca se ha pedido unanimidad en los partidos políticos. Por el contrario, mientras mayor pluralidad y discrepancias existan, los partidos se enriquecen y cobran nuevos bríos. El problema es la 'partidocracia' interna. Es decir, la falta de reglas democráticas y el exceso de corrupción que degeneran en lucha de facciones.
El PRD tiene frente a sí un desafío enorme. El riesgo de la escisión no está del todo conjurado. Pero a los liderazgos involucrados les convendría mirar otra vez al origen. Y el origen del PRD no fue el de un partido paraestatal, sino un esfuerzo unitario de corrientes que antes estuvieron proscritas por el régimen político.
El origen del PRD está hoy prácticamente olvidado por las corrientes y los liderazgos en disputa. Al PRD le hace falta una genuina ciudadanización y no agravar el proceso clientelar y corruptor que lo ha llevado a esta crisis.
Comentarios: jenarovi@yahoo.com.mx
A contracorriente de la tradición de unificación de las izquierdas, ahora arranca el proceso de fragmentación y de crisis de la llamada "ley de hierro de las oligarquías" partidistas. Es decir, es una crisis entre las militancias y las burocracias.
La división del PRD no es exclusiva de este organismo. Es más escandalosa y ha sido ventilada de manera más insistente por tratarse de la segunda fuerza electoral del 2006, que bien se puede convertir en la tercera fuerza en 2009, y en el eje de la más impresionante operación de "cirugía interna", tal como lo prometió Alejandro Encinas al rechazar la secretaría general que lo obligaría a trabajar al lado de Jesús Ortega, el presidente del partido legitimado por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF).
Los partidos divididos, al igual que el fenómeno de los gobiernos divididos, se han convertido en un saldo no esperado en el fallido modelo de la transición mexicana.
Antes que el PRD, la crisis y la división interna se generó al interior del PRI. Fue en el seno de este partido donde la fractura derivó en fuertes escisiones, desde la salida de la Corriente Democrática, y posteriormente la llamada "fuga hormiga" de distintos grupos, a raíz de la crisis política de 1994.
La división en el PRI también fue evidente durante el periodo de Roberto Madrazo y de Elba Esther Gordillo, como presidente y secretaria general de ese partido. A este fenómeno se debió la debacle del otrora "partidazo" en 2006. La división del PRI no ha desaparecido, pero todas las oligarquías priistas han decidido decretar una tregua en función del rédito electoral.
Ni hablar de la división interna en el PAN. Desde la llegada al poder de Vicente Fox en el 2000 fue muy claro que dos corrientes se han disputado el control del partido en el gobierno: aquellos que se consideran foxistas o "neopanistas" -incluyendo a grupos de ultraderecha como El Yunque--, y los mal llamados "tradicionalistas" que, en realidad, son los viejos grupos panistas que fueron desplazados en 1988 con la llegada de Manuel Clouthier y sus seguidores.
A esta corriente pertenece Felipe Calderón. La fragmentación en el PAN ha continuado y el distanciamiento entre las militancias, las burocracias y los funcionarios está generando una severa "balcanización", incluyendo la que se registra en el seno del propio calderonismo.
Los partidos nuevos, como Alternativa, han reproducido de manera dramática todos los vicios del fenómeno de los "partidos divididos". Sólo aquellos partidos que funcionan como franquicias empresariales han logrado sortear que se ventilen públicamente sus divisiones, pero eso no ha evitado la fractura.
¿Cuál es el futuro de los "partidos divididos"?
Al igual que los gobiernos divididos -un Poder Ejecutivo de un partido y un Congreso dominado por otra fuerza política--, los partidos divididos reclaman una profunda reforma democratizadora.
No será posible llegar a contiendas electorales sin expulsar aquellas prácticas que tanto daño están haciendo en los partidos y que constituyen el eje de la 'partidocracia': el uso y abuso patrimonialista de los recursos públicos; la falta de transparencia y de rendición de cuentas; el oportunismo legislativo; el incumplimiento de sus principios y programas de acción; la 'judicialización' excesiva de las contiendas internas; la corrupción proveniente del dinero sucio; la utilización del emblema partidista como franquicia de grupo o de elite, y la sumisión a los gobiernos, incluyendo a los del mismo signo partidista.
Nunca se ha pedido unanimidad en los partidos políticos. Por el contrario, mientras mayor pluralidad y discrepancias existan, los partidos se enriquecen y cobran nuevos bríos. El problema es la 'partidocracia' interna. Es decir, la falta de reglas democráticas y el exceso de corrupción que degeneran en lucha de facciones.
El PRD tiene frente a sí un desafío enorme. El riesgo de la escisión no está del todo conjurado. Pero a los liderazgos involucrados les convendría mirar otra vez al origen. Y el origen del PRD no fue el de un partido paraestatal, sino un esfuerzo unitario de corrientes que antes estuvieron proscritas por el régimen político.
El origen del PRD está hoy prácticamente olvidado por las corrientes y los liderazgos en disputa. Al PRD le hace falta una genuina ciudadanización y no agravar el proceso clientelar y corruptor que lo ha llevado a esta crisis.
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