Sunday, November 02, 2008

Reflexiones de un simple


Guillermo Almeyra

Existe la posibilidad teórica de que Obama obtenga más votos pero que McCain consiga más delegados, aunque todo parece indicar que los demócratas, ayudados por el estruendoso derrumbe de las políticas y las teorías oficiales, podrán ganar la presidencia y el control de las instituciones. Para quienes, como yo, sólo pueden observar con horror cómo otros preparan y cocinan la sopa que después nos harán tragar, de un modo u otro, no consuela mucho comprobar que los estadunidenses deberán elegir entre el fatal sida republicano y el cáncer de colon demócrata que, aunque es letal, al menos da un poco de tiempo para intentar curar a la sociedad estadunidense y al mundo.

Bajo el impacto del temor a la profundización en una crisis que recién comienza, se ha producido un desplazamiento en el seno de los capitalistas estadunidenses, el cual se refleja en el apoyo de los principales medios de comunicación a Obama, en el sostén de los industriales –salvo los petroleros– y en la cuantía de los fondos de campaña que recoge. De hecho, existe un bloque entre estos sectores del gran capital, la casi totalidad de los intelectuales y artistas progresistas, las burocracias sindicales, las organizaciones de la gente de color y la mayoría de los trabajadores, que no pesan en la definición de las políticas, pero aportarán su voto. El tipo de medidas que funciona como programa de este bloque tiende a defender el poder adquisitivo y el mercado interno y a disminuir los impuestos a los más pobres, aumentando al mismo tiempo los salarios indirectos (seguridad social, educación) y el empleo en Estados Unidos y no en otros países (y por eso, junto con los sindicatos, Obama plantea reformar el TLC, para hacerlo aún más desfavorable para los mexicanos). Es una política que está mucho más cerca de la de Bill Clinton que de la idea del New Deal de Franklin D. Roosevelt.

El Partido Republicano, en cambio, está casi aislado, porque el sector religioso conservador, aunque mantiene gran peso ideológico, ya no es cultural y políticamente hegemónico (la idea de la necesidad del “cambio” es, con mucho, más popular). El salvataje financiero sólo a los banqueros, la actitud de los ejecutivos que se premian muy ufanos con el dinero público por haber llevado sus empresas a la bancarrota y se dan la gran vida mientras la gente común pierde casa y empleo, los escándalos de la gobernadora y del senador de Alaska, ambos republicanos, y la propuesta de reducir los impuestos a los ricos no son, digamos, cosas muy populares.

Por supuesto, ambos candidatos son patriotas, es decir, imperialistas, y ambos quieren “vencer” en Irak y en Afganistán (es decir, mantener la ocupación y las matanzas de civiles en los dos países), así como salvaguardar el “prestigio” de Estados Unidos (o sea, un complejo militar industrial gigantesco y un despliegue agresivo mundial que son el verdadero sostén de lo que queda de la hegemonía de Washington y de la tambaleante economía estadunidense). Pero en un gobierno de Obama, centrado sobre el mercado interno, veríamos al león lamiéndose las heridas y no preparando nuevas aventuras inmediatas en Irán, Venezuela o Cuba, para evitar la ruptura de la paz social, hoy amenazada por el aumento de la desocupación y la caída de los ingresos.

Además, Obama depende de que China mantenga el apoyo al dólar y su comercio y sostenga a Estados Unidos, mientras McCain ofrece por el contrario un agresivo nacionalismo antichino, antisaudita, antivenezolano, antirruso, que no corresponde a la fuerza real de la economía de Estados Unidos y requeriría, por lo tanto, fuerzas extraeconómicas, es decir, despliegues militares. Con Obama, además, Israel y el lobby sionista perderían protagonismo y probablemente habría un mayor realismo en la política exterior de Estados Unidos, pues es evidente ya para todos que el unilateralismo bushiano deberá ser remplazado por un mayor multilateralismo en la adopción de las grandes decisiones.

Un gobierno de Obama, por otra parte, se basaría en el hartazgo popular provocado por las políticas del gran capital y en la incorporación de millones de personas, jóvenes sobre todo, al mundo de las preocupaciones económicas y políticas, lo que a mediano plazo podría cambiar el panorama político estadunidense y favorecer la aparición de formas democráticas de autorganización popular, y de una ala más radical en el movimiento sindical, en la que tengan un papel los inmigrantes, que hoy son las primeras víctimas de la crisis. En una palabra, podría favorecer un proceso de politización de vastas capas de la sociedad estadunidense, que sienten que la ideología neoliberal y las políticas de libre mercado sólo sirvieron para concentrar aún más la riqueza y reducir al máximo los derechos democráticos, y deben ser arrojadas a la basura.

Quizás esta visión pueda parecer más una expresión de deseos que un análisis, ya que tanto Obama como Mc Cain son retoños del árbol del capitalismo, pero, en primer lugar, es necesario sopesar las diferencias que existen entre los dos candidatos del establishment y también hay que aprovechar la crisis para no dejar en manos de ellos la construcción de una salida progresista a la misma.

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