■ Historia de devaluaciones
■ Triunfalismos a cambio de correcciones
■ Triunfalismos a cambio de correcciones
Diez días antes de concluir su sexenio, el 20 de noviembre de 1994, Salinas de Gortari habría ofrecido a su sucesor “operar” la devaluación del peso; Zedillo, el mandatario entrante, asegura que en realidad el mandatario saliente se negó a proceder y, así, asumir el costo político de la decisión. Lo cierto es que sólo puede documentarse que entre esa fecha y el 30 de diciembre del año citado, ya con los “errores” en funcionamiento, se “perdieron” más de 6 mil 600 millones de dólares en reservas internacionales (para superar los 20 mil millones en todo 1994), el peso se devaluó estrepitosamente y comenzó la que en ese entonces fue calificada como la crisis económico-financiera más profunda del México “moderno”.
Años después, el hijo predilecto de Agualeguas daría su versión al respecto, totalmente encontrada con la de Zedillo, ésta conocida en un desayuno en Los Pinos allá por agosto de 1996. En cualquiera de los casos, los mexicanos fueron quienes pagaron la voluminosa factura, y lo siguen haciendo, porque se amplió la membresía del club de presidentes devaluadores y devaluados. Si se atiende la versión de los mandatarios, todos, menos ellos, fueron los causantes de la terrorífica depreciación de la moneda nacional. Al cierre del sexenio zedillista la devaluación acumulada fue de 273 por ciento.
Si fue Salinas o su relevo es lo de menos. El hecho es que el batacazo salió carísimo al país. Zedillo lo justificó así: “el desaliento que esta nueva crisis financiera provocó en los ciudadanos se agudizó, porque el esfuerzo realizado durante casi una década para transformar nuestras estructuras, había alimentado las expectativas de crecimiento, multiplicación de empleos estables e ingresos crecientes. Los mexicanos se esforzaron a la espera de un crecimiento que no llegó.
“Hoy podemos apreciar que la crisis se fue gestando durante mucho tiempo. Su naturaleza y su magnitud no pueden ser atribuidas a un sólo hecho o a una determinada decisión de política económica.
“Ciertamente, hubo razones para que la crisis estallara con tanta fuerza. Una de ellas fue que durante muchos años un fuerte y creciente déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos se financiara con entradas de capital volátil. También influyó que se financiaran proyectos de largo plazo con instrumentos de corto plazo; que se permitiera, más allá de lo prudente, la apreciación del tipo de cambio real y que, frente a cambios drásticos en las condiciones internas y externas, las políticas financieras hayan reaccionado lentamente o en un sentido muy riesgoso, como en la dolarización de la deuda interna que supuso el crecimiento de los Tesobonos.
“No había precedentes por ejemplo, del origen no bancario de gran parte de los flujos de capital que llegaron al país durante varios años, y que a la postre exacerbó su volatilidad. Tampoco tenían precedente los hechos de violencia que enlutaron a la nación durante 1994. Con absoluta convicción, sin embargo, afirmo que la crisis nunca habría ocurrido con tal gravedad, aun en presencia de muchos de los factores adversos señalados, de no haberse descuidado la generación de ahorro interno. Mientras que en 1988 los mexicanos ahorrábamos casi 22 por ciento del producto nacional, esa proporción fue reduciéndose, año tras año, hasta llegar a menos de 16 por ciento en 1994. A pesar de que en esos años contamos con la mayor disponibilidad de recursos financieros externos en la historia del país, la falta de ahorro interno provocó que la inversión productiva no tuviera el dinamismo deseable.
“Por falta de ahorro interno, de inversión y de crecimiento del PIB, la economía mexicana se hizo vulnerable a los movimientos de capital de corto plazo. Esa vulnerabilidad aumentó por los hechos trágicos de 1994, y por el alza de las tasas de interés en el exterior. Al agotarse los estrechos márgenes que podrían haber permitido corregir gradualmente el grave desequilibrio acumulado, estalló la crisis. No obstante que se realizó un ineludible ajuste cambiario y que las tasas de interés registraron un alza significativa, la pérdida de recursos continuó haciéndose cada vez más grave. En los primeros días de 1995, el retiro masivo de inversiones puso al país al borde del colapso financiero y productivo. Para calibrar su gravedad, conviene saber que durante los tres primeros meses del año, el país sufrió una pérdida de recursos varias veces mayor que el impacto de la crisis de la deuda de 1982 o la crisis del petróleo de 1986”.
Llegó el “cambio”. Con él, el ingreso petrolero más alto de la historia, de la mano de un derroche de recursos jamás visto. Sólo el creciente ingreso de petrodólares y remesas permitieron una reducida devaluación del peso: 17 por ciento en el sexenio. A nombre de su bancada, Felipe Calderón habló en el acto del primer informe foxista: “por primera vez en 10 años, la boyante economía del vecino del norte se ha detenido… Sin embargo, una circunstancia tan difícil no ha degenerado en una crisis (…) en contraste con lo ocurrido cada seis años y a pesar de la desaceleración, esta vez no hay crisis financiera, no hubo devaluación ni tampoco fuga masiva de capitales… México no quiere volver al pasado ni apostarle al despeñadero”.
Nada se corrigió, por el contrario se mantuvo el tono triunfalista. Ya como inquilino de Los Pinos, Calderón (primer Informe de gobierno) aseguraba que “turbulencias recientes en los mercados financieros internacionales han obligado a los bancos centrales de otros países a inyectar cientos de miles de millones de dólares a su sistema financiero para atender problemas de solvencia. No ha sido el caso de la economía mexicana que ha demostrado solidez en su sistema financiero y monetario. En otros tiempos, estas turbulencias hubieran generado una crisis económica”.
Y en los tiempos actuales también, diría el sabio: en cinco meses, casi 50 por ciento de devaluación, y le restan cuatro años.
Las rebanadas del pastel
Tampoco perteneció al club de los “modernos”, pero sí fue devaluador. Adolfo Ruiz Cortines truncó seis años de estabilidad cambiaria, y así lo explicó (segundo Informe, 1954): “acabamos de hacer frente, con el apoyo y la colaboración del pueblo, a un ajuste monetario. Los hechos están demostrando que a pesar de las inevitables complicaciones de la medida, continuará firmemente el progreso económico nacional… Opté por autorizar la modificación del tipo de cambio como medida de seguridad y de previsión, consciente de que de inmediato habría de provocar reacciones de desagrado para el gobierno y para mí mismo, y que pasados los primeros momentos, la intuición de mis compatriotas habría, con acierto, de aquilatar que la conducta del gobierno y mía, se inspiró sólo en el deber de salvaguardar los intereses de la patria” (en la crónica parlamentaria del día a pie de texto se aclara: “estruendosos y prolongados aplausos).
Años después, el hijo predilecto de Agualeguas daría su versión al respecto, totalmente encontrada con la de Zedillo, ésta conocida en un desayuno en Los Pinos allá por agosto de 1996. En cualquiera de los casos, los mexicanos fueron quienes pagaron la voluminosa factura, y lo siguen haciendo, porque se amplió la membresía del club de presidentes devaluadores y devaluados. Si se atiende la versión de los mandatarios, todos, menos ellos, fueron los causantes de la terrorífica depreciación de la moneda nacional. Al cierre del sexenio zedillista la devaluación acumulada fue de 273 por ciento.
Si fue Salinas o su relevo es lo de menos. El hecho es que el batacazo salió carísimo al país. Zedillo lo justificó así: “el desaliento que esta nueva crisis financiera provocó en los ciudadanos se agudizó, porque el esfuerzo realizado durante casi una década para transformar nuestras estructuras, había alimentado las expectativas de crecimiento, multiplicación de empleos estables e ingresos crecientes. Los mexicanos se esforzaron a la espera de un crecimiento que no llegó.
“Hoy podemos apreciar que la crisis se fue gestando durante mucho tiempo. Su naturaleza y su magnitud no pueden ser atribuidas a un sólo hecho o a una determinada decisión de política económica.
“Ciertamente, hubo razones para que la crisis estallara con tanta fuerza. Una de ellas fue que durante muchos años un fuerte y creciente déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos se financiara con entradas de capital volátil. También influyó que se financiaran proyectos de largo plazo con instrumentos de corto plazo; que se permitiera, más allá de lo prudente, la apreciación del tipo de cambio real y que, frente a cambios drásticos en las condiciones internas y externas, las políticas financieras hayan reaccionado lentamente o en un sentido muy riesgoso, como en la dolarización de la deuda interna que supuso el crecimiento de los Tesobonos.
“No había precedentes por ejemplo, del origen no bancario de gran parte de los flujos de capital que llegaron al país durante varios años, y que a la postre exacerbó su volatilidad. Tampoco tenían precedente los hechos de violencia que enlutaron a la nación durante 1994. Con absoluta convicción, sin embargo, afirmo que la crisis nunca habría ocurrido con tal gravedad, aun en presencia de muchos de los factores adversos señalados, de no haberse descuidado la generación de ahorro interno. Mientras que en 1988 los mexicanos ahorrábamos casi 22 por ciento del producto nacional, esa proporción fue reduciéndose, año tras año, hasta llegar a menos de 16 por ciento en 1994. A pesar de que en esos años contamos con la mayor disponibilidad de recursos financieros externos en la historia del país, la falta de ahorro interno provocó que la inversión productiva no tuviera el dinamismo deseable.
“Por falta de ahorro interno, de inversión y de crecimiento del PIB, la economía mexicana se hizo vulnerable a los movimientos de capital de corto plazo. Esa vulnerabilidad aumentó por los hechos trágicos de 1994, y por el alza de las tasas de interés en el exterior. Al agotarse los estrechos márgenes que podrían haber permitido corregir gradualmente el grave desequilibrio acumulado, estalló la crisis. No obstante que se realizó un ineludible ajuste cambiario y que las tasas de interés registraron un alza significativa, la pérdida de recursos continuó haciéndose cada vez más grave. En los primeros días de 1995, el retiro masivo de inversiones puso al país al borde del colapso financiero y productivo. Para calibrar su gravedad, conviene saber que durante los tres primeros meses del año, el país sufrió una pérdida de recursos varias veces mayor que el impacto de la crisis de la deuda de 1982 o la crisis del petróleo de 1986”.
Llegó el “cambio”. Con él, el ingreso petrolero más alto de la historia, de la mano de un derroche de recursos jamás visto. Sólo el creciente ingreso de petrodólares y remesas permitieron una reducida devaluación del peso: 17 por ciento en el sexenio. A nombre de su bancada, Felipe Calderón habló en el acto del primer informe foxista: “por primera vez en 10 años, la boyante economía del vecino del norte se ha detenido… Sin embargo, una circunstancia tan difícil no ha degenerado en una crisis (…) en contraste con lo ocurrido cada seis años y a pesar de la desaceleración, esta vez no hay crisis financiera, no hubo devaluación ni tampoco fuga masiva de capitales… México no quiere volver al pasado ni apostarle al despeñadero”.
Nada se corrigió, por el contrario se mantuvo el tono triunfalista. Ya como inquilino de Los Pinos, Calderón (primer Informe de gobierno) aseguraba que “turbulencias recientes en los mercados financieros internacionales han obligado a los bancos centrales de otros países a inyectar cientos de miles de millones de dólares a su sistema financiero para atender problemas de solvencia. No ha sido el caso de la economía mexicana que ha demostrado solidez en su sistema financiero y monetario. En otros tiempos, estas turbulencias hubieran generado una crisis económica”.
Y en los tiempos actuales también, diría el sabio: en cinco meses, casi 50 por ciento de devaluación, y le restan cuatro años.
Las rebanadas del pastel
Tampoco perteneció al club de los “modernos”, pero sí fue devaluador. Adolfo Ruiz Cortines truncó seis años de estabilidad cambiaria, y así lo explicó (segundo Informe, 1954): “acabamos de hacer frente, con el apoyo y la colaboración del pueblo, a un ajuste monetario. Los hechos están demostrando que a pesar de las inevitables complicaciones de la medida, continuará firmemente el progreso económico nacional… Opté por autorizar la modificación del tipo de cambio como medida de seguridad y de previsión, consciente de que de inmediato habría de provocar reacciones de desagrado para el gobierno y para mí mismo, y que pasados los primeros momentos, la intuición de mis compatriotas habría, con acierto, de aquilatar que la conducta del gobierno y mía, se inspiró sólo en el deber de salvaguardar los intereses de la patria” (en la crónica parlamentaria del día a pie de texto se aclara: “estruendosos y prolongados aplausos).
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