Luis Hernández Navarro
Las expresiones de descontento social brotan por todo el país como si fueran burbujas en una olla de agua a punto de hervir. Ciudadanos rabiosos se enfrentan con la policía cada vez con mayor frecuencia. Se hacen justicia por su propia mano, en ocasiones, de manera violenta. El malestar aflora lo mismo en las ciudades que en el campo. Igual lo protagonizan mujeres que hombres; jóvenes y ancianos. Es el regreso de Fuenteovejuna.
En este clásico del teatro de Lope de Vega, escrito en 1612, el pueblo se levanta contra el abuso de poder de la autoridad. La multitud, harta del comportamiento abusivo del comendador, toma por la fuerza la casa de la Encomienda y asesina al funcionario. Su objetivo no es hacerse del gobierno, ni cambiar el sistema, sino reparar los agravios y hacerse justicia. Su fuerza nace de la indignación colectiva. La responsabilidad del ajuste de cuentas es de todos. Cuando, al final de la obra, el juez interroga buscando culpables, los pobladores responden: ¿Quién mató al comendador?/ Fuente Ovejuna, señor,/ ¿Quién es Fuenteovejuna?/ Todos a una, señor
.
La lista de pequeñas Fuenteovejunas, surgidas en meses recientes, es enorme. Enumero algunos de los episodios reportados por La Jornada tan sólo durante la semana pasada.
En Ecatepec, estado de México, 100 vecinos de la colonia Altavilla bloquearon la Vía Morelos con llantas incendiadas y se enfrentaron con la Policía Municipal para liberar a una persona que los uniformados se habían llevado. La patrulla en la que viajaban los agentes resultó dañada.
En Querétaro, 20 albañiles realizaron destrozos en las inmediaciones de un fraccionamiento donde laboraron. Fue su venganza. La empresa que los contrató les había ofrecido otorgarles mil 500 pesos semanales, pero sólo les pagó 55 pesos.
En Zimapán, Hidalgo, 100 integrantes del movimiento Todos Somos Zimapán trataron de impedir la entrada de los primeros camiones con residuos tóxicos para ser depositados en la planta de confinamiento de la empresa Bothiñá. Los vehículos fueron protegidos por elementos de la Policía Federal Preventiva que encañonaron a madres de familia. Desde hace tres años se encuentran en resistencia civil.
Pobladores de Santa María La Alta, comunidad enclavada en la sierra Negra, en Puebla, persiguieron con palos y piedras a policías municipales que buscaban rescatar a un presunto ladrón de autos al que habían retenido.
Policías judiciales y estatales reprimieron brutalmente con gases lacrimógenos y toletes a los habitantes de la comunidad, a pesar de que ya habían aceptado negociar la entrega del delincuente.
Detrás de estas manifestaciones de ira no hay partidos ni organizaciones políticas. Ninguna de ellas tiene un trasfondo electoral. No hay líderes reconocidos. Usualmente son espontáneas. Con frecuencia carecen de continuidad. Expresan situaciones en que la abierta expresión de desobediencia ha sido antecedida por la silenciosa e invisible acumulación de rencor social.
El politólogo estadunidense Barrington Moore proporciona una clave muy importante para explicar el surgimiento de situaciones como éstas en su libro La injusticia, bases sociales de la obediencia y la rebelión. Allí se pregunta por qué y en qué condiciones seres humanos con enorme capacidad para soportar sufrimiento de repente se rebelan. Responde diciendo que, agraviados moralmente y convencidos de tener derecho a algo, rompen los lazos de obediencia porque la autoridad ha violado el contrato social (que, explícita o implícitamente, sostiene todo ordenamiento humano).
La regularidad, extensión y profundidad de estas explosiones de descontento muestran el nivel de deterioro de la cadena mando-obediencia en nuestro país. A los que están acostumbrado a mandar ya no los obedecen los que fueron educados para obedecer. Un desgaste perceptible puede observarse también en la enorme cantidad de movimientos sociales que chocan con las autoridades gubernamentales de todos los signos políticos por demandas elementales que no son atendidas por los funcionarios responsables.
Agravio sobre agravio, no es descabellado imaginar un escenario donde en el corto plazo converjan estas expresiones de descontento popular espontáneo con las movilizaciones sociales promovidas por sectores contestatarios organizados.
México vivió una situación parecida en 2006, cuando, teniendo como telón de fondo una polarizada campaña electoral, confluyeron conflictos sociales de una radicalidad inusitada en Lázaro Cárdenas, Oaxaca y Atenco, junto con choques espontáneos de la población con la policía en varios estados de la República.
El coctel es explosivo. La descomposición y el desprestigio de la clase política es cada vez mayor. La severa crisis de seguridad pública ha enterrado la poca credibilidad existente en leyes e instituciones encargadas de proporcionarla. El desempleo, la carestía de la vida y la caída de las remesas hacen que la lucha por la sobrevivencia cotidiana sea cada vez más difícil. En esas circunstancias es sumamente factible que quienes estaban acostumbrados a obedecer dejen de hacerlo. El regreso de Fuenteovejuna no está lejos.
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