Como forma de control del pensamiento, las encuestas de opinión en los países occidentales (promovidas siempre por grupos de poder político, capitalista o mediático) pretenden convencer y homogeneizar el pensamiento de todos aquéllos que no se encuentran entre la mayoría.
En una democracia ─dice Chomsky─ los ciudadanos son los convencidos (etimológicamente quienes se identifican con el vencedor y le dan la razón por su victoria) y de lo que se trata es de prohibir el pensamiento de los no convencidos (los no ciudadanos) pero simulando que está permitido, para que la democracia parezca democracia.
Siempre con la vista puesta en el peligro de que el pensamiento independiente se pueda traducir en acción política, los que mandan tratan de manipular las conciencias recurriendo, entre otras cosas, a las denominadas encuestas de opinión.
Primer argumento: acabar con el pensamiento disidente
Este tipo de encuestas trata de acabar con el pensamiento disidente. Para ello se ponen límites a los temas abordados y se eligen convenientemente las preguntas, simulando una realidad que no es real. Como recordaba Jesús Ibáñez la libertad no consiste sólo en elegir entre las posibilidades dadas sino también, y sobre todo, en producir nuevas posibilidades.
Mediante el “consenso democrático” se acuerda que los terroristas son..., que los Derechos Humanos sólo se violan en Cuba, que las opciones políticas están representadas únicamente por los partidos A y B, etc. Desde la perspectiva del poder se trata de prever el comportamiento de los mandados sin que éstos puedan anticipar el suyo.
Por supuesto no incluyo aquí los estudios sociológicos objetivamente rigurosos llevados a cabo por especialistas, aunque incluso éstos pueden ser censurados desde el poder si sus conclusiones no se ajustan al consenso democrático, como sucedió hace años con el “Informe Petras” por parte del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) español. Me refiero a esas encuestas que inundan la prensa diaria, realizadas por firmas de marketing o empresas fantasma, que proponen a los entrevistados preguntas del tipo: ¿Renunciaría a sus derechos laborales para mantener el puesto de trabajo? ¿Está a favor de la tortura para los casos de terrorismo? y otras similares aparecidas en los últimos días.
Entre los que anticipan a los ciudadanos el endurecimiento de las condiciones para los trabajadores y los disidentes y quienes incitan al magnicidio desde estas encuestas, no hay diferencia en su grado de abyección moral.
Durante años se criticó a Cuba por no realizar encuestas sociológicas, hasta que una empresa estadounidense decidió llevar a cabo un estudio semiclandestino. El resultado fue que la sociedad cubana apoyaba prácticamente por unanimidad la política gubernamental y revolucionaria encabezada (entonces) por Fidel Castro. Lo que demostraba, en realidad, el hecho de que si en un sistema socialista no se usaban las encuestas se debía a la inutilidad de las mismas, salvo en el caso de querer condicionar y/o manipular a la opinión pública.
Segundo argumento: convertir al ciudadano en consumidor
Este último razonamiento tiene mucho que ver con la denuncia de Hobsbawm cuando asegura que la participación en el mercado sustituye a la participación en la política, sustituyendo al ciudadano por la figura del consumidor. En este sentido las encuestas son más propiamente estudios de mercado que investigaciones sociológicas. El ideal de la soberanía del mercado no es un complemento de la democracia liberal, sino una alternativa este sistema. De hecho, es una alternativa a todo tipo de política, ya que niega la necesidad de tomar decisiones políticas [Hobsbawm]. Cuando las contiendas electorales se convierten en campañas publicitarias, los mensajes devienen en meros eslóganes fáciles de memorizar. La misma lógica funciona con las encuestas.
Con una clase política cada vez más alejada de los verdaderos intereses ciudadanos y unas instituciones menos representativas, cuando no abiertamente antidemocráticas, la participación política ciudadana queda relegada a las jornadas electorales que tienen lugar una vez cada varios años. Durante el tiempo transcurrido entre dos elecciones consecutivas, la democracia sólo existe como amenaza potencial sobre la reelección de ciertas personas o el éxito de sus partidos. Por eso se hace más importante el control de la opinión pública por parte de los medios y por eso, ante la inexistencia de cualquier otra forma de control o participación política para los ciudadanos, se recurre con mayor fruición a las encuestas que generan la ilusión de estar influyendo en política.
Por el contrario en Cuba, donde la participación política es muchísimo más amplia y más fecunda, las encuestas son irrelevantes pues diariamente se corroboran opiniones y propuestas a través de las organizaciones políticas, sindicales, profesionales, culturales, de barrio, etc. que tienen su cauce establecido con la esfera del poder. Al tiempo que desde ésta se dirigen proyectos y consultas hacia la base.
La “voluntad del pueblo” en los regímenes capitalistas no puede determinar de hecho las políticas gubernamentales, aunque aquélla sea indispensable para legitimar éstas. De modo que la solución más conveniente para los gobiernos consiste en mantener el mayor número posible de decisiones al margen de la publicidad y la política, “consultando” al pueblo en cuestiones irrelevantes o que no impliquen necesariamente compromisos concretos.
Las encuestas, como las elecciones ─porque se basan en un presupuesto lógicamente contradictorio─, producen un efecto paradójico: contribuyen a que los ciudadanos sean cada vez menos libres y se crean cada vez más libres. [Ibáñez]
Antonio Cuesta es corresponsal de la Agencia Prensa Latina en Turquía.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
rCR
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