Friday, October 08, 2010


La herencia de Lula

Pablo Giuliano


SAO PAULO, 4 de octubre (Proceso).- .- –Fidel, voy a dejar la política.

–Querido compañero Lula: no existe en la historia de la humanidad una elección en la que un obrero haya recibido un millón 250 mil votos. No puedes desanimarte. Son muchos votos.

Ese diálogo entre Fidel Castro y Luiz Inácio Lula da Silva ocurrió en La Habana en 1985 y fue narrado por el brasileño el pasado 2 de septiembre al inaugurar la Universidad Latinoamericana (Unila) en la frontera que comparten Brasil, Paraguay y Argentina.

Aquel fue el primer viaje de Lula a Cuba y su primer encuentro con Fidel Castro. Dirigente sindical entonces, su discurso era abiertamente socialista. Apenas tres años antes había sido candidato a gobernador de Sao Paulo por el recién creado Partido de los Trabajadores (PT) en unos comicios permitidos y tutelados por un régimen militar ya en el ocaso. Lula quedó en tercer lugar.

“Fue la primera elección que perdí y me sentí el más derrotado de los seres humanos. En mi primera visita a Cuba Fidel me reanimó para seguir participando en elecciones”, comentó el 2 de septiembre.

Lula se mantuvo como candidato presidencial pese a las derrotas. En 1989 perdió en la segunda vuelta ante Fernando Collor de Mello, el ultraliberal que renunció en 1992 acusado de corrupción y que ahora es candidato a gobernador por el estado de Alagoas y aliado de Lula en el Congreso. En 1994 cayó ante Fernando Henrique Cardoso que como ministro de Economía había creado el Plan Real, ese que detuvo la hiperinflación. En 1998 perdió nuevamente ante Cardoso.

Pero en 2002 vino la revancha: venció a José Serra. Y en 2006 ganó ante Geraldo Alckmin.

Desde 2003 Lula gobierna a sus anchas como el presidente más popular de la historia de Brasil con entre 80% y 84% de respaldo. Apenas 4% de una población de 192 millones de habitantes considera su gobierno malo o pésimo, según la encuestadora Ibope.

Por primera vez desde el fin de la dictadura militar (1964-1985) este domingo 3 Lula no estará en las opciones electorales porque la Constitución le impide un tercer mandato consecutivo. Pero ha delegado en Dilma Rousseff, candidata del PT, la misión de continuar su proyecto de nación.

Desde 2008 Lula la escogió como sucesora. Rousseff era una eficaz administradora ajena a los escándalos de corrupción que habían salpicado a otros “presidenciables” del PT. La nombró jefa de ministros y la apoyó para que el pasado 20 de febrero el PT la hiciera candidata presidencial.



Campaña “a la antigua”



Rousseff encabeza las encuestas con 50%. Con 27% le sigue el principal candidato opositor José Serra, del Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB), exgobernador de Sao Paulo y respaldado por una coalición de centro-derecha.

Las encuestas sostienen que por lo menos 80% del apoyo que tiene Dilma Rousseff –quien nunca antes había sido candidata– se debe a la transferencia de la popularidad de Lula.

Nacida en Belo Horizonte, capital de Minas Gerais, hija de un búlgaro que la obligaba a leer a los clásicos de la literatura, en especial a los griegos y a los rusos, Rousseff soñaba ser bailarina pero de joven recibió la influencia del guevarismo, de los textos de Regis Debray y del movimiento de los estudiantes franceses en 1968.

En 1969 Rousseff ingresó en grupos marxistas de resistencia al régimen pero niega haber participado en acciones armadas, flanco que la extrema derecha –que respalda a Serra– intentó explotar sin suerte, vinculando a la candidata con la palabra “terrorismo”.

“Una victoria de Dilma reivindicará a todos los que resistieron a la dictadura”, afirmó Lula el 27 de septiembre en el sambódromo de Sao Paulo, en el cierre de campaña, apostando que su candidata vencerá a Serra en la primera vuelta electoral de este domingo 3.

Detenida por la policía en Sao Paulo en 1970, la actual candidata fue torturada durante 22 días. Sobrevivió. Estuvo en la cárcel hasta diciembre de 1972. Con fama de mujer dura superó en 2009 un cáncer linfático.

Hasta el pasado marzo era jefa de ministros de Lula y encargada del Programa de Aceleración del Crecimiento, el magno proyecto de obras públicas de 300 mil millones de dólares que permitió a Brasil superar sin sobresaltos la crisis financiera mundial de 2008.

El 23 de agosto fue un día simbólico para la campaña de Rousseff. En un acto que se prolongó hasta el amanecer, Lula evocó sus inicios como sindicalista cuando era tornero en el cordón industrial de Sao Paulo.

En ese acto Lula y Rousseff hicieron campaña “a la antigua”: repartieron saludos y carteles con propaganda electoral a la entrada de la Mercedes Benz de Sao Bernardo do Campo, cuna política de Lula. “El movimiento obrero siempre reclamará, pero va a ser el primero en salir a defendernos de las élites”, dijo Lula a Rousseff en medio de los abrazos que les prodigaban los trabajadores.



“Dios de los pobres”



Para los brasileños Lula es el dirigente que ha incorporado al discurso dominante el acento de las clases bajas, de los trabajadores, de los desposeídos. Lo ha hecho como ningún otro, ni siquiera como el caudillo nacionalista Getulio Vargas, quien se suicidó en el poder en 1954 en medio de una conspiración golpista.

Vargas fue llamado “padre de los pobres” pero a Lula le dicen el “dios de los pobres”. Vargas era estanciero. Lula es un sobreviviente de la miseria, con una vida de película que ya llegó a la pantalla: Lula, el hijo de Brasil, de Bruno Barreto; la cinta fue elegida el 20 de septiembre para competir por un Óscar como mejor película extranjera.

Es tal la popularidad de Lula que hasta Serra echó mano de su figura para su campaña electoral. En promocionales de Serra aparece la imagen del actual presidente y un letrero: “Lula y yo tenemos experiencia, Dilma Rousseff no”. Por esta campaña Serra fue criticado hasta por sus propios aliados.

“Lula fue el mejor presidente de la historia y Dilma va a continuar su obra”, dice Benedita Fernándes, ama de casa beneficiaria del plan social Bolsa Familia, que consiste en un subsidio de 50 dólares mensuales que reciben 40 millones de personas a las que se les aseguró el alimento, la primera promesa de Lula en su campaña de 2002.

En la campaña electoral de Rousseff Lula es la figura. Millones de personas lo miran con devoción, sobre todo los más pobres, pero también la nueva clase media. En el noreste, la región más pobre de Brasil, donde Lula nació en 1954 y de donde emigró a Sao Paulo con su madre y seis hermanos, tiene 90% de aprobación.

El presidente se despedirá el 31 de diciembre, ocho años después de asumir por primera vez el poder. Cuando tomó posesión mantuvo las directrices que el mercado financiero le pidió a este trabajador socialista: el superávit fiscal (ahorro para pagar deudas), paridad cambiaria flotante y metas de inflación del Banco Central.

“Fue beneficiado por la mayor alza mundial de las mercancías en la historia del capitalismo”, explica a Proceso Thomaz Zanotto, dirigente de la Federación de Industrias de Sao Paulo (FIESP), quien colocó en el lado negativo del gobierno no haber realizado reformas para liberalizar el sistema de pensiones y la ley laboral.

Durante ocho años el gobierno de Lula obtuvo resultados inéditos: creó 15 millones de empleos –lo que propició la menor tasa de desocupación de la historia: 6.7% el pasado agosto–, construyó un millón de viviendas populares durante el último año, descubrió petróleo submarino, impulsó la creación de la Unión Sudamericana de Naciones (Unasur) y se colocó como actor global en el escenario mundial al lado de potencias emergentes como Rusia, India y China.

Pero sin duda su principal logro fue arrancar de la pobreza extrema a 28 millones de personas. Ese número equivale a la población de dos países como Chile, afirmó Rousseff al cerrar su campaña en Sao Paulo. Y añadió: “Mi gobierno debe erradicar la miseria en el país”.

Además la moneda de Brasil, el real, ganó 105% de valor respecto del dólar. Y el gobierno de Lula no apostó por completo a un modelo exportador sino que consolidó el mercado interno, una de las banderas históricas del PT. Ese mercado interno permitió que buena parte de la clase baja escalara a clase media. Incluso dentro de las favelas se han instalado bancos, supermercados, tiendas de electrodomésticos y hasta agencias de viajes. Son 36 millones de personas que por primera vez tienen patrones estables de consumo. Y eso se refleja en el crecimiento de 15% que espera la industria en 2010 y un aumento del PIB estimado en 7.5%.

“La población pobre de este país salvó a Brasil de la crisis financiera mundial”, comentó Lula el pasado 11 de mayo al recibir en Brasilia el premio Campeón Mundial en la Lucha Contra el Hambre que le otorgó la ONU.



“Mexicanización”



Lula participó en 20 actos de campaña de Rousseff. Aumentó su apoyo en la medida que los grandes medios acrecentaron el suyo ante los candidatos opositores.

“La oposición no tiene discurso propio por lo que se monta en las críticas que publica la prensa; es decir, la agenda la imponen los medios, no la oposición”, escribió la analista política Maria Inés Nassif en el diario Valor Económico, el más influyente en el mundo de los negocios.

De hecho, las campañas electorales han tenido a la prensa en el centro de la escena. La revista Veja y los diarios O Globo, Folha de Sao Paulo y O Estado de Sao Paulo publicaron supuestos hechos de corrupción y tráfico de influencias que implicaron indirectamente a Erenice Guerra, jefa de gabinete y mano derecha de Rousseff.

Según estas publicaciones Rubnei Quicoli, un consultor privado a quien la justicia ya había condenado por estafa, acusó a Israel Guerra –hijo de Erenice– de pedirle una comisión de 6% para que el Banco Nacional de Desarrollo Económico Social le aprobara un crédito para construir un parque de energía solar.

Los medios publicaron estos hechos de manera coordinada tres semanas antes de los comicios. Guerra se vio obligada a renunciar y Rousseff se deslindó del caso. Ambas adujeron que no sabían nada.

Pero Lula no se aguantó. El 18 de septiembre declaró que los grandes medios de prensa “Destilan odio. Dicen que son neutrales pero hay cierta prensa que actúa como partido político. No tienen el coraje de decir que tienen candidato y partido político. La libertad de prensa es sagrada pero eso no significa que haya libertad para inventar o para mentir. Vamos a derrotar en las urnas también a los diarios y revistas”.

Tales palabras merecieron el repudio de las asociaciones de diarios, radio y televisión. Incluso Veja insistió el pasado 22 de septiembre: publicó que un amigo de Israel Guerra, Vinicius Castro, asesor del gobierno, habría cobrado 200 mil reales (177 mil dólares) en efectivo como parte de un supuesto soborno para la compra del Tamiflú que el gobierno adquirió en junio de 2009 para combatir la epidemia de influenza. El ministerio de Salud y la empresa Roche –fabricante del fármaco– negaron que la jefatura del gabinete tuviera vínculo alguno con el contrato de la compra del Tamiflú.

“Hace 20 años el pueblo creía en lo que dice la televisión, ahora nosotros, los pobres, somos nuestros propios líderes de opinión pública”, dijo Lula. Y afirmó que es necesario modificar la Ley de Telecomunicaciones de 1963 porque “seis o siete familias son las dueñas de los medios en Brasil”.

Por lo pronto en Sao Paulo disidentes del PT, exministros del gobierno de Cardoso y el cardenal emérito Paulo Arns firmaron un documento contra lo que llamaron el “peligro de autoritarismo” de Lula.

En el otro bando, partidos de izquierda que apoyan a Rousseff –el Movimiento de los Sin Tierra y la Central Única de Trabajadores, entre otros– celebraron un acto en Sao Paulo para denunciar a la “prensa golpista” y la falta de equidad en las investigaciones periodísticas.

En el Club Militar de Río de Janeiro –donde los mandos castrenses retirados festejan todos los años el aniversario del golpe del 31 de marzo de 1964– Merval Pereira, columnista de TV Globo, y Reinaldo Azevedo, de la revista Veja, denunciaron “la amenaza del chavismo” para referirse al PT, partido que hizo una compra de votos parlamentarios en 2005.

El que recogió el guante fue el diario O Estado de Sao Paulo, que por primera vez en la historia de la prensa brasileña decidió, el pasado domingo 26, hacer público que su candidato es Serra. Argumentó que el voto para el opositor significa “evitar el mal del aparato político en las estructuras del Estado”.

Serra aprovechó para reclamar que se necesita la alternancia en el poder “por la salud de la democracia”. Lo hizo en sintonía con la afirmación del expresidente Cardoso que alertó: si el PT continúa en el poder Brasil corre el riesgo de una “mexicanización” –en referencia a los gobiernos priistas– o de un “subperonismo” –en referencia a la hegemonía en la política argentina del partido fundado por Juan Domingo Perón–.

Pero a Lula no parecen hacerle mella estos señalamientos y celebra novedosos actos que lo colocan como un paladín de los pobres a la par que “actor global”. Por ejemplo el pasado 24 de septiembre abrió la sesión de la Bolsa de Valores de Sao Paulo (Bovespa) –la segunda del mundo después de la de Hong Kong– vestido con una chamarra anaranjada del sindicato de petroleros. Y en ese acto llevó a cabo la mayor capitalización de la historia de Brasil: abrió nuevos lotes de acciones de la estatal Petrobras por la cifra récord de 67 mil millones de dólares.

Petrobras necesita financiamiento para su plan de 224 mil millones de dólares en cuatro años. El objetivo: extraer el petróleo descubierto en 2007 a seis kilómetros de profundidad en la Cuenca de Santos, frente a las costas de Río de Janeiro y Sao Paulo, que convertirán a Brasil en uno de los mayores exportadores de crudo al final de la próxima década.

“Un metalúrgico está haciendo la mayor capitalización de la historia del capitalismo, cuando antes venían mis antecesores a vender las empresas estatales”, afirmó Lula en su discurso. “Hace diez años yo pasaba por Bovespa y cerraban las puertas pensando que era el devorador del capitalismo”, recordó con ironía.

El futuro de Lula aún es incierto: medios estadunidenses publicaron que habría para él un cargo en la ONU o en el Banco Mundial, pero el presidente sostiene que estará “en guardia” para defender a Rousseff. Lo cierto es que en Sao Paulo sus colaboradores preparan una estrategia para mantener su perfil internacional. La idea es divulgar en América Central, el Caribe y África las políticas sociales que aplicó en Brasil.

En las siguientes elecciones –en 2014, cuando Brasil celebrará el Mundial de Futbol– Lula tendrá 68 años y el derecho a contender de nuevo por la Presidencia. Pero dice que quiere ser un ciudadano común: “Tomar una cerveza en un bar sin que nadie se fije si el presidente toma o no. Quiero hacer una vida normal, ir a la cancha a ver al Corinthians en la tribuna y mezclarme con la hinchada”, comentó. l

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