Wednesday, September 19, 2007

Alfredo Jalife-Rahme
Clarín

Hay cambios estructurales que perdurarán por generaciones. La globalización financiera, de corte transnacional privado, está en proceso de desintegración, mientras crece la influencia de la globalización petrolera, de corte estatal y geopolítico.

Nuestro mundo evidencia desde hace algunos años una serie de cambios estructurales cuyo alcance habrá de sentirse por generaciones. Podríamos decir que asistimos al fin de una era.

No obstante, su modelo omnipotente de globalización financiera ya venía averiado desde años atrás: para los técnicos, desde la quiebra del fondo de inversión LTCM en 1998; para los leguleyos, desde 2000, con el desplome bursátil del índice tecnológico Nasdaq.

Tal como vine señalando en diversos artículos publicados en el periódico La Jornada de México, la alquimia financiera, manejada estupendamente por la dupla anglosajona —Estados Unidos y Gran Bretaña— que controla los mercados de la globalización desregulada, sólo podía pervivir gracias a la eventual transmutación del "oro negro" en "papel-chatarra", concretamente el dólar.

Un virtual triunfo militar de Estados Unidos en Irak —con el consiguiente control petrolero— hubiera prolongado la alquimia financiera otra década más. No sucedió así.

La derrota de Estados Unidos en su aventura militar en Irak, que no pocos analistas lúcidos de su establishment catalogan de "catástrofe", enterró el proyecto fantasioso de la unipolaridad con su política de "guerra preventiva" que pretendía cambiar los regímenes sentenciados de "enemigos" bajo el mote teológico de "Eje del mal".

En 2003, después de haber literalmente pulverizado a la antigua Mesopotamia desde los cielos, el Ejército más poderoso del planeta con sus 150.000 efectivos no pudo derrotar a 20.000 insurgentes sunnitas ni controlar sus pletóricos yacimientos petroleros. Fue justamente el año siguiente, cuando emergió lo que podríamos denominar "la ecuación del siglo XXI": declive del dólar y auge de dos binomios tangibles, el petróleo/gas y el oro/plata.

Las consecuencias geoestratégicas de la derrota militar de Estados Unidos en Irak son infinitamente superiores a su descalabro en Vietnam, crisis de la que la URSS no supo sacar provecho. La dupla Nixon-Kissinger reaccionó rápido y reequilibró sus posiciones mediante tres movimientos exitosos en el tablero de ajedrez mundial: 1) el viaje a China (seducida como nueva aliada frente a la URSS); 2) el golpe de Estado pinochetista contra Allende en Chile (ese otro "11 de setiembre", de 1973); y 3) un mes más tarde, la victoria de Israel en su guerra contra los países árabes limítrofes.

Hoy, a más de tres décadas de esos acontecimientos, el cuadro es bien diferente. La derrota de Estados Unidos en Irak exhibe cinco consecuencias mayúsculas:

Se derrumba la "contención de China" —estrategia delineada en 1992 por la Guía de Política de Planificación del Pentágono bajo la firma de Paul Dundes Wolfowitz, subsecretario de Dick Cheney—; al revés de lo planeado, Beijing se asienta actualmente como una nueva potencia de primer orden;

Se sacude la globalización financiera, abriendo paso al proceso de "desglobalización";

El dólar pierde su hegemonía y desnuda la vulnerable realidad geofinanciera y geoeconómica de Estados Unidos, el único imperio deudor en la historia de la humanidad;

La multipolaridad, que a nuestro juicio se expresa en un "nuevo orden hexapolar";

Emerge la teocracia de los ayatolás de Irán como la nueva potencia regional en el Golfo Pérsico: un efecto totalmente indeseable para el trío conformado por Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel, derrotado por la "guerra asimétrica" desde de la frontera china con Afganistán, pasando por los países ribereños del Golfo Pérsico, hasta la costa oriental del mar Mediterráneo.

Actualmente es más diáfano el trayecto del nuevo orden multipolar: la globalización financiera, de corte trasnacional privado, se encuentra en proceso de desintegración (o de "desglobalización"), mientras crece la influencia de la globalización petrolera, de corte estatal y geopolítico. ¿Se trata de una revancha de la química petrolera contra la alquimia financiera?

Alfredo Jalife-Rahme PROFESOR DE RELACIONES INTERNACIONALES, UNIV. AUTONOMA DE MEXICO. Acaba de publicar en Buenos Aires "El fin de una era" (Libros del Zorzal).

Bajo la Lupa

Alfredo Jalife-Rahme

Un millón 200 mil muertos más tarde, Greenspan admite que la guerra de Irak fue por el petróleo


En medio del estallido de la “megaburbuja Greenspan”, que puede significar la mayor crisis conocida del capitalismo israelí-anglosajón, el mago malhadado y malvado Alan Greenspan (mejor saxofonista que banquero) obtiene de entrada 8 millones de dólares por su polémico libro Era de turbulencias: las aventuras del nuevo mundo (ver Bajo la Lupa, 16/09/07). ¿Para qué sirve tener tanto dinero a los 81 años, en el umbral del despido terrenal, cuando su metabolismo se encuentra en franca entropía acelerada? Greenspan, miembro prominente de la secta esotérica del “objetivismo” fundada por Ayn Rand, habrá sido un furibundo materialista monetarista hasta el final.

No faltarán quienes le crean a pies juntillas todos sus nuevos engaños al saxofonista decapitado en las arenas movedizas de la antigua Mesopotamia, al unísono de los Clinton y los Bush, es decir, las últimas dinastías del putrefacto imperio colmado de deuda impagable.

El Maestro (Bob Woodward dixit) de pacotilla y taquilla es un saltimbanqui consuetudinario, quien se ha disfrazado de todos los trajes carnavalescos posibles tanto en la teoría como en la práctica. Ayer, gran aliado del nepotismo dinástico de los Bush, el principal economista del Partido Republicano nombrado por Ronald Reagan, hoy desecha a sus aliados políticos sin rubor para apostar en favor de la presidencia de Hillary (una tendencia marcada de la omnipotente banca israelí-anglosajona de Nueva York) para lidiar con los estragos que legó después de 19 eternos años de permanencia dictatorial en la Reserva Federal.

El imprescindible Ambrose Evans-Pritchard (The Daily Telegraph, 17/9/07) lo caracteriza como “un artista de rock, más que un sabio temible”. El espurio Maestro inició su carrera como “ayudante político (sic) de Nixon; no como economista (sic)”, cuando exhibió su pasión por la guerra de Vietnam; su padrino fue “Arthur Burns, el mandamás de la FED que inundó con masa monetaria para relegir a Nixon en 1972, y quien engendró la Gran Inflación”. ¡Demoledor! Porque Greenspan repitió con Baby Bush la misma receta mediante el tsunami inflacionario del M3 que fue ocultado desde marzo del año pasado por la Reserva Federal, lo que dio el aviso ominoso sobre las calamidades financieras posteriores. Hoy la inflación no es de consumo (gracias a la deflación importada desde China), sino de activos: “el virus es tan letal, el uno como el otro”, con una inundación inconcebible de deuda, ya vivida por “Estados Unidos en los 20 y por Japón en los 80”.

Graham Peterson, de The Times (16/ 9/07) aduce que su confesión sobre las motivaciones de la guerra en Irak para capturar su petróleo “ha cimbrado la Casa Blanca”, a la que fustiga sin piedad.

La frase greenspaniana –“Estoy triste (¡supersic!) de que sea políticamente inconveniente (¡supersic!) reconocer lo que todo el mundo sabe (¡supersic!): la Guerra de Irak es en términos generales sobre su petróleo”– redundará per secula seculorum, en similitud a su hipócrita crítica en contra de la “exuberancia irracional” bursátil.

Es cierto, “todo el mundo lo sabe”: hasta los leguleyos quienes le consagramos un libro: Irak: Bush bajo la lupa (Editorial Cadmo & Europa, 2004). ¿Por qué hasta hoy, después de más de 1.2 millones de muertos y 5 millones de refugiados (en un país de 27.5 millones de habitantes martirizados por la ilegal invasión de la dupla anglosajona), además de la devastación generalizada, rompe el silencio el Maestro, contrario a las pocas buenas costumbres bancarias que exigen la mayor discreción?

Los cataclísmicos centralbanquistas, tanto de los globalizadores (v.gr. Greenspan) como de los globalizados (v.gr. el cordobista-zedillista Ortiz Martínez, del Banco de México, quien está más preocupado por el Seguro Popular y la manutención de los billetes de 20 pesos que por sus cuantiosas pérdidas, calculadas en 30 mil millones de dólares; por mantener neciamente las reservas en dólares en lugar de euros, oro y plata, como le habíamos aconsejado públicamente ante el Congreso), andan como pollos decapitados corriendo alocadamente antes de sucumbir y pretenden encubrir sus calamidades mediante su disfuncional locuacidad.

Peter Beaumont y Joanna Walters, del rotativo británico The Observer (16/ 9/07) titulan soberbiamente: “Greenspan admite que Irak fue por petróleo, mientras las muertes alcanzan 1.2 millones”. Señalan que los “comentarios condenatorios de Greenspan sobre la guerra aparecen cuando un reporte publicado la semana pasada clama que hasta 1.2 millones de iraquíes habrían muerto debido al conflicto” (agencia británica de encuestas ORB).

Dicho reporte sobre las muertes violentas de iraquíes se asemeja a los hallazgos macabros de hace un año en The Lancet, la excelsa revista médica de Gran Bretaña (una de las mejores, si no la óptima del mundo). ORB había previamente destacado que “uno de cada cuatro iraquíes adultos había perdido un familiar en la violencia (…) En Bagdad, el número sería de uno por cada dos miembros”. Peter Beaumont y Joanna Walters concluyen que “en caso de ser ciertas estas cifras, el recuento de las necropsias excedería el genocidio de Ruanda, donde murieron 800 mil personas”. ¿Perturbarán los genocidios perpetrados directa e indirectamente por la banca israelí-anglosajona a los monetaristas centralbanquistas neoliberales?

Las mendacidades de Greenspan son proporcionales a su locuacidad cuando exime al clintonismo del pecado primigenio de la globalización financiera y la creación de la megaburbuja en vías de desintegración (en realidad, viene de más atrás: a inicios de los años 70, desde la “era tecnotrónica” de Zbigniew Brzezinski).

Las dinastías Clinton y Bush representan las dos caras de la misma moneda neoliberal global para ejercer la hegemonía unipolar estadunidense: la primera con métodos financieros y la segunda con instrumentos bélicos. Ambos (personajes e instrumentaciones) son complementarios y se retroalimentan mutuamente.

Cabe recordar “El engaño infernal del milenio” de nuestro libro agotado El lado oscuro de la globalización: postglobalización y balcanización” (Editorial Cadmo & Europa, 2000), donde expusimos la forma diabólica en que la banca de inversión y las corredurías de Wall Street (cuando el espurio Maestro despachaba en la Reserva Federal) colocaron al anterior gobernador de Arkansas William Jefferson Clinton en la Casa Blanca para concretar la desregulación financiera, según el luminoso reportaje seriado de Nicholas D. Kristof y Edward Wyatt (The New York Times 15, 16, 17 y 18/2/ 1999), retomado por el lúcido William Pfaff en The Internacional Herald Tribune (1/3/1999), quien resume espléndidamente que “las series de The New York Times documentan el proceso por el cual la desregulación financiera internacional le fue vendida a la administración Clinton (de hecho, a Bill Clinton, mientras era todavía gobernador de Arkansas) por Wall Street para que Estados Unidos rehiciera (¡supersic!) el mundo financiero”.

Una dura lección para quienes todavía crean en el cuento de hadas hollywoodense de las (s)elecciones “democráticas” en Estados Unidos.




... la metempsicosis sempiterna.

No comments: