Paco Ignacio Taibo II
Controversia por el proyecto para reivindicar la figura del cacique separatista
He visto la estatua en una fotografía de la primera plana de un diario de Monterrey. La transportan en un camión de redilas rumbo a un depósito mientras se enfría el asunto. Santiago Vidaurri está sentado muy contento en su bronce de dos metros de altura, obra de un tal Cuauhtémoc Zertuche. Nunca me gustó el cacique liberal, cacique separatista, cacique imperial de Nuevo León en el siglo XIX. Su rostro y su historia tienen un no sé qué vampiresco, soez, carroñero...
Pero algunos en Nuevo León lo quieren mucho. Tanto, que quieren poner su estatua en el lugar donde nació, el pequeño pueblo de Lampazos, 4 mil 428 habitantes, 4 mil 324 católicos (según el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática). Un pueblo gobernado por el PAN, que tiene importantes figuras natales: el propio Vidaurri, Pablo González, José Alvarado.. e incluso su corrido, que a la letra dice: Hoy te canto, mi tierra querida, /mi lindo Lampazos, como tú no hay dos, /tus mujeres, que son retechulas /como no hay ninguna, por vida de Dios.
¿Quiénes algunos quieren? ¿Los habitantes de un pueblo de Nuevo León deciden espontáneamente homenajear a un caudillo del siglo XIX que murió fusilado por traidor?
II
¿Santiago Vidaurri? Nacido en 1808, oficial de frontera, perseguidor de indios comanches, promotor de un proyecto separatista en 1855 llamado la República de Sierra Madre, que de haber salido bien hubiera separado de México los estados de Nuevo León, Coahuila y Tamaulipas, dándole probablemente en el futuro un destino similar al de Texas; gobernador eterno del estado de Nuevo León, liberal de membrete, hombre del dinero.
En la terrible huida hacia el norte del gobierno de Juárez, perseguido por traidores, mochos e imperiales, la Presidencia de la República se instaló en San Luis Potosí. La carencia de recursos era enorme, el ejército, convertido en una serie de grupos más guerrilla que fuerza regular, bajo presión en todos los frentes. Juárez pidió a Vidaurri que apoyara a la Federación con el dinero de las aduanas de Nuevo León y Coahuila, que el gobernador había estado reteniendo. Vidaurri se opuso con el argumento de que eso “le traería la ruina al estado” y de pasada soltó algunas amenazas contra el gobierno republicano.
Juárez escribió en esos días a su yerno: “A Vidaurri es necesario atraérselo o eliminarlo. Estoy por el primer extremo. Sólo que no baste esto para utilizarlo en bien de la nación debe recurrirse al último. Trabaje, pues, en lo primero”. Incluso mandó a Margarita para “asencillar” el diferendo.
Obligado a seguirse replegando, llegó a Saltillo y finalmente se reunió con Vidaurri en Monterrey el 12 de febrero de 1864. Guillermo Prieto narra en Lecciones de historia Patria el encontronazo. Juárez había llegado acompañado de su gabinete y Vidaurri se presentó con una multitud:
“La entrevista fue fría y llena de majestad por parte de Juárez. Un hijo de Vidaurri (Indalecio), sacando su pistola, rompió toda contestación y declaró el motín. Lerdo había previsto el desenlace y tenía listo el coche: con suma precipitación subieron a él, el mismo Lerdo, Juárez, Iglesias, Suárez y Navarro (...) Entonces se desencadenó el populacho y siguió al coche, haciendo disparos. El coronel Guiccione, con unos cuantos hombres y haciendo prodigios de valor, detuvo a la multitud enfurecida.”
El atentado contra el presidente Juárez fue celebrado por Vidaurri y sus amigos con repique de campanas, salvas de artillería y otras demostraciones de regocijo. Y como para que no quedara duda del camino que había tomado, el gobernador dio a la publicidad una carta circular en la que insultaba al gobierno y a la camarilla que, según el traidor, pretendía introducir la desmoralización en todo el estado; al mismo tiempo prevenía a las autoridades de la entidad, “que no obedeciesen al gobierno de Juárez, se aprehendiese a sus agentes y se desconociese esa autoridad.”
Juárez respondió movilizando a las tropas de Naranjo y Escobedo hacia Monterrey. No podía permitirse en plena ofensiva de los imperiales un flanco abierto. Vidaurri huyó a Texas y sólo volvió a Nuevo León una vez que Monterrey fue ocupada por los franceses; reconoció al emperador Maximiliano, y recibió a cambio el cargo de consejero imperial primero, y luego ministro de Hacienda.
Vidaurri acompañó al emperador a Querétaro, pero salió en los últimos días del cerco con las caballerías de Márquez y terminó escondiéndose a la derrota del imperio en la ciudad de México.
Pedro Salmerón, en su reciente biografía de Juárez, cuenta cómo a la caída de Querétaro, el gobierno republicano fue muy benévolo con los imperiales. Únicamente fueron fusilados Maximiliano, Miramón y Mejía, los dos últimos juzgados de acuerdo con la ley del 25 de enero de 1862, que condenaba a muerte a quienes prestaran ayuda al invasor extranjero, y el general Ramón Méndez, culpable de las ejecuciones de José María Arteaga, y Carlos Salazar. La plana mayor del imperio sería indultada, algunos pasaron un año de cárcel y fueron perdonados.
Vidaurri no tuvo tanta suerte. Porfirio Díaz, que estaba a cargo de la ciudad de México hasta la llegada del gobierno, ordenó a los oficiales imperiales que se entregaran, dándoles 24 horas y en caso contrario amenazando con aplicarles la ley del 25 de enero. El regiomontano, escondido en la casa de un norteamericano llamado Wright, de la que iba a salir vestido de mujer para abandonar el país, fue delatado por su protector. El 8 de julio de 1867, los republicanos le cayeron de madrugada en la casa numero 6 de la calle de San Camilo.
A las 4 de la tarde lo fusilaron sin juicio previo en la Plaza de Santo Domingo. Las narraciones abundan en detalles escabrosos: fue fusilado de espaldas, de rodillas y vendado, cerca de un cagadero, mientras una banda de música hacía sonar la cancioncilla que Guillermo Prieto le había dado al liberalismo en la Guerra de Reforma, vuelta casi himno republicano, Los cangrejos, dedicada a militares y curas, que como los cangrejos y como todo el mundo sabe, “dominan dondequiera” y marchan para atrás.
¿Supo Juárez de la decisión de Díaz de fusilar a Vidaurri? No lo sé, no he encontrado referencias al respecto. Se dice que Vidaurri dijo antes de morir: “Deseo que mi sangre sea la última derramada y que México sea feliz”.
III
Parece ser, me cuentan los periodistas locales, que la historia de reivindicar a Vidaurri no es nueva, que cada año, un 25 de julio, aniversario de su nacimiento, en Mesa de Cartujanos, en Coahuila, muy cerca de Lampazos, donde Vidaurri tenía su rancho y su casa, aparecen aviones privados (¿cuántos serán? Para uno que viaja en Aeroméxico y en ADO, más de tres ya son muchos) que transportan a un sector de la oligarquía conservadora de Monterrey para rendirle homenaje con misa y conferencia incluida. Algunos son sus descendientes, no hay que olvidar que Vidaurri reunió una importante fortuna en el uso del poder; otros, me dicen, son hombres y mujeres del dinero regiomontano, banqueros, vinateros, muebleros.
La última vez que se vieron, acordaron lo de la estatua e incluso promover la escritura y edición de un libro reivindicatorio, “porque ya es hora de que al personaje se le hiciera justicia”, escrito por los jefes del archivo histórico y del archivo administrativo de Nuevo León.
El valedor de la propuesta fue el secretario del ayuntamiento del municipio, Erasmo Quiroga, un señor de traje y gordito, de hacerle caso a la única foto en Internet que lo muestra en una reunión para repartir los libros de Martita Sahagún para la educación familiar, junto a un charro del SNTE, que declaró: “El principal pecado de Vidaurri fue haber amado primero a Nuevo León, por encima de México.”
Y curiosamente, el gobernador, Natividad González, se hizo ecuánime eco: “El tribunal de la historia cambia con el tiempo, se ven las cosas desde distintas perspectivas,” porque la historia de la estatua de Vidaurri había salido de lo oscurito, y estaba llegando a los medios de comunicación de Nuevo León y Coahuila.
A lo largo de julio y agosto una intensa polémica se desarrolló llegando al congreso del estado y ventilándose en la prensa local cuando diputados del PT y el PRD pidieron que la estatua no se pusiera y que se recabara la opinión del INAH y el Conaculta. Y de nuevo el gobernador intervino, salomónico: “Que ellos decidan”. ¿Ellos quiénes? ¿Los nativos de Lampazos, incluidas sus retechulas mujeres o los herederos financieros e ideológicos de Santiago Vidaurri?
Me desconcierto y pregunto: ¿Y por qué un gobernador priista se compra un boleto como éste?
Mis informadores locales tienen dos respuestas precisas: es un gobernador del PRI con congreso mayoritariamente panista, al que le debe y hace frecuentes concesiones y además el dinero de los vidaurristas estuvo apoyando su campaña.
El INAH regional, después de una primera respuesta airada en la que decía que por qué no le hacían la estatua en Austria, se limitó a rechazar la petición del municipio para colocarla justo frente a un busto de Benito Juárez, en la plaza principal de la localidad, pero dejó abierta una salida, argumentando que no se oponen a que los habitantes de Lampazos le erijan un monumento a Vidaurri, sólo al emplazamiento que han escogido para ello.
El góber volvió a la carga: “Yo pienso que la revisión de ciertos personajes de la historia de México debe estar abierta a lo que las distintas corrientes del pensamiento señalen, y no hay que descalificar, ni satanizar, ni juzgar, ni perdonar, porque eso el tribunal de la historia lo habrá de determinar en su momento”. Y mientras el tribunal de la historia decide (¿quiénes lo formarán? Esperemos que no sea una comisión mixta de periodistas mochos y gobernadores preciosos), temporalmente la estatua se fue a un depósito.
IV
En los últimos años, decenas de enconadas batallas en torno a la historia de México se han dado a lo largo y ancho del país. Forman parte de la reacción conservadora contra la vieja historia de bronce priísta. Ni una, ni otra. Nos hemos enfrentado con regular éxito a la desaparición de los retratos de Benito Juárez en los despachos de los miembros del gabinete foxista, las reiteradas ofertas de hacer retornar los huesos de Porfirio Díaz para que sean enterrados en Oaxaca, el intento de devolverle al clero el Palacio del Arzobispado, la desaparición del nombre del general Zaragoza asociado al nombre de Puebla, el fallido intento de colocar el nombre de Mejía en el panteón de los hombres ilustres en Querétaro, la sistemática recuperación de Agustín de Iturbide, la desaparición en Veracruz de la estatua del malecón que honraba a los defensores del puerto contra la invasión norteamericana.
Y ahora nos intentan traer de regreso a Santiago Vidaurri, en una nueva versión que se está elaborando, entre otros, por Catón, autor de la nueva biblia del antijuarismo, en la que todo se explica porque el regiomontano se limitó a reaccionar acosado por Juárez.
¿Por qué reivindicar a Vidaurri? Estudiarlo, claro, hacer una biografía, revisar la riqueza de las fuentes, darle al personaje carne y hueso, revisarlo sin esquematismos, explicarlo. Desde luego. Pero ¿reivindicarlo? Si la historia es de todos, y no de los herederos, ni de los historiadores, ni del estado. ¿Por qué reivindicar a un personaje que estuvo a punto de fragmentar el país, que sirvió a una fuerza invasora con las armas, que casi acaba con el gobierno republicano en Monterrey, con las consecuencias que hubiera esto producido, al consolidar el imperio? ¿Qué extrañas y oscuras razones pueden llevar a alguien a ofrecerle culto a un personaje así?
Debe ser porque me anima una especie de santa locura, porque seguro que ningún intelectual francés estaría dispuesto a movilizarse para impedir que un McDonalds se colocara en la casa natal de la doncella de Orléans, si tal cosa existiera; y desde luego ninguno de mis amigos escritores italianos iría en peregrinación laica a llevarle flores a la tumba de Malatesta. Mi locura tiene que ver con esta extraña condición de mexicano. Y por eso propongo una solución mediadora. Hágasele una estatua. No se la ponga en Lampazos, sino en el mero meritito centro de Monterrey. Que Vidaurri en el bronce aparezca de espaldas, vendado y de rodillas, con recado abajo que diga: “Así se fusila a los traidores”, para que la estatua sirva de recordatorio, que falta hace.
Pero algunos en Nuevo León lo quieren mucho. Tanto, que quieren poner su estatua en el lugar donde nació, el pequeño pueblo de Lampazos, 4 mil 428 habitantes, 4 mil 324 católicos (según el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática). Un pueblo gobernado por el PAN, que tiene importantes figuras natales: el propio Vidaurri, Pablo González, José Alvarado.. e incluso su corrido, que a la letra dice: Hoy te canto, mi tierra querida, /mi lindo Lampazos, como tú no hay dos, /tus mujeres, que son retechulas /como no hay ninguna, por vida de Dios.
¿Quiénes algunos quieren? ¿Los habitantes de un pueblo de Nuevo León deciden espontáneamente homenajear a un caudillo del siglo XIX que murió fusilado por traidor?
II
¿Santiago Vidaurri? Nacido en 1808, oficial de frontera, perseguidor de indios comanches, promotor de un proyecto separatista en 1855 llamado la República de Sierra Madre, que de haber salido bien hubiera separado de México los estados de Nuevo León, Coahuila y Tamaulipas, dándole probablemente en el futuro un destino similar al de Texas; gobernador eterno del estado de Nuevo León, liberal de membrete, hombre del dinero.
En la terrible huida hacia el norte del gobierno de Juárez, perseguido por traidores, mochos e imperiales, la Presidencia de la República se instaló en San Luis Potosí. La carencia de recursos era enorme, el ejército, convertido en una serie de grupos más guerrilla que fuerza regular, bajo presión en todos los frentes. Juárez pidió a Vidaurri que apoyara a la Federación con el dinero de las aduanas de Nuevo León y Coahuila, que el gobernador había estado reteniendo. Vidaurri se opuso con el argumento de que eso “le traería la ruina al estado” y de pasada soltó algunas amenazas contra el gobierno republicano.
Juárez escribió en esos días a su yerno: “A Vidaurri es necesario atraérselo o eliminarlo. Estoy por el primer extremo. Sólo que no baste esto para utilizarlo en bien de la nación debe recurrirse al último. Trabaje, pues, en lo primero”. Incluso mandó a Margarita para “asencillar” el diferendo.
Obligado a seguirse replegando, llegó a Saltillo y finalmente se reunió con Vidaurri en Monterrey el 12 de febrero de 1864. Guillermo Prieto narra en Lecciones de historia Patria el encontronazo. Juárez había llegado acompañado de su gabinete y Vidaurri se presentó con una multitud:
“La entrevista fue fría y llena de majestad por parte de Juárez. Un hijo de Vidaurri (Indalecio), sacando su pistola, rompió toda contestación y declaró el motín. Lerdo había previsto el desenlace y tenía listo el coche: con suma precipitación subieron a él, el mismo Lerdo, Juárez, Iglesias, Suárez y Navarro (...) Entonces se desencadenó el populacho y siguió al coche, haciendo disparos. El coronel Guiccione, con unos cuantos hombres y haciendo prodigios de valor, detuvo a la multitud enfurecida.”
El atentado contra el presidente Juárez fue celebrado por Vidaurri y sus amigos con repique de campanas, salvas de artillería y otras demostraciones de regocijo. Y como para que no quedara duda del camino que había tomado, el gobernador dio a la publicidad una carta circular en la que insultaba al gobierno y a la camarilla que, según el traidor, pretendía introducir la desmoralización en todo el estado; al mismo tiempo prevenía a las autoridades de la entidad, “que no obedeciesen al gobierno de Juárez, se aprehendiese a sus agentes y se desconociese esa autoridad.”
Juárez respondió movilizando a las tropas de Naranjo y Escobedo hacia Monterrey. No podía permitirse en plena ofensiva de los imperiales un flanco abierto. Vidaurri huyó a Texas y sólo volvió a Nuevo León una vez que Monterrey fue ocupada por los franceses; reconoció al emperador Maximiliano, y recibió a cambio el cargo de consejero imperial primero, y luego ministro de Hacienda.
Vidaurri acompañó al emperador a Querétaro, pero salió en los últimos días del cerco con las caballerías de Márquez y terminó escondiéndose a la derrota del imperio en la ciudad de México.
Pedro Salmerón, en su reciente biografía de Juárez, cuenta cómo a la caída de Querétaro, el gobierno republicano fue muy benévolo con los imperiales. Únicamente fueron fusilados Maximiliano, Miramón y Mejía, los dos últimos juzgados de acuerdo con la ley del 25 de enero de 1862, que condenaba a muerte a quienes prestaran ayuda al invasor extranjero, y el general Ramón Méndez, culpable de las ejecuciones de José María Arteaga, y Carlos Salazar. La plana mayor del imperio sería indultada, algunos pasaron un año de cárcel y fueron perdonados.
Vidaurri no tuvo tanta suerte. Porfirio Díaz, que estaba a cargo de la ciudad de México hasta la llegada del gobierno, ordenó a los oficiales imperiales que se entregaran, dándoles 24 horas y en caso contrario amenazando con aplicarles la ley del 25 de enero. El regiomontano, escondido en la casa de un norteamericano llamado Wright, de la que iba a salir vestido de mujer para abandonar el país, fue delatado por su protector. El 8 de julio de 1867, los republicanos le cayeron de madrugada en la casa numero 6 de la calle de San Camilo.
A las 4 de la tarde lo fusilaron sin juicio previo en la Plaza de Santo Domingo. Las narraciones abundan en detalles escabrosos: fue fusilado de espaldas, de rodillas y vendado, cerca de un cagadero, mientras una banda de música hacía sonar la cancioncilla que Guillermo Prieto le había dado al liberalismo en la Guerra de Reforma, vuelta casi himno republicano, Los cangrejos, dedicada a militares y curas, que como los cangrejos y como todo el mundo sabe, “dominan dondequiera” y marchan para atrás.
¿Supo Juárez de la decisión de Díaz de fusilar a Vidaurri? No lo sé, no he encontrado referencias al respecto. Se dice que Vidaurri dijo antes de morir: “Deseo que mi sangre sea la última derramada y que México sea feliz”.
III
Parece ser, me cuentan los periodistas locales, que la historia de reivindicar a Vidaurri no es nueva, que cada año, un 25 de julio, aniversario de su nacimiento, en Mesa de Cartujanos, en Coahuila, muy cerca de Lampazos, donde Vidaurri tenía su rancho y su casa, aparecen aviones privados (¿cuántos serán? Para uno que viaja en Aeroméxico y en ADO, más de tres ya son muchos) que transportan a un sector de la oligarquía conservadora de Monterrey para rendirle homenaje con misa y conferencia incluida. Algunos son sus descendientes, no hay que olvidar que Vidaurri reunió una importante fortuna en el uso del poder; otros, me dicen, son hombres y mujeres del dinero regiomontano, banqueros, vinateros, muebleros.
La última vez que se vieron, acordaron lo de la estatua e incluso promover la escritura y edición de un libro reivindicatorio, “porque ya es hora de que al personaje se le hiciera justicia”, escrito por los jefes del archivo histórico y del archivo administrativo de Nuevo León.
El valedor de la propuesta fue el secretario del ayuntamiento del municipio, Erasmo Quiroga, un señor de traje y gordito, de hacerle caso a la única foto en Internet que lo muestra en una reunión para repartir los libros de Martita Sahagún para la educación familiar, junto a un charro del SNTE, que declaró: “El principal pecado de Vidaurri fue haber amado primero a Nuevo León, por encima de México.”
Y curiosamente, el gobernador, Natividad González, se hizo ecuánime eco: “El tribunal de la historia cambia con el tiempo, se ven las cosas desde distintas perspectivas,” porque la historia de la estatua de Vidaurri había salido de lo oscurito, y estaba llegando a los medios de comunicación de Nuevo León y Coahuila.
A lo largo de julio y agosto una intensa polémica se desarrolló llegando al congreso del estado y ventilándose en la prensa local cuando diputados del PT y el PRD pidieron que la estatua no se pusiera y que se recabara la opinión del INAH y el Conaculta. Y de nuevo el gobernador intervino, salomónico: “Que ellos decidan”. ¿Ellos quiénes? ¿Los nativos de Lampazos, incluidas sus retechulas mujeres o los herederos financieros e ideológicos de Santiago Vidaurri?
Me desconcierto y pregunto: ¿Y por qué un gobernador priista se compra un boleto como éste?
Mis informadores locales tienen dos respuestas precisas: es un gobernador del PRI con congreso mayoritariamente panista, al que le debe y hace frecuentes concesiones y además el dinero de los vidaurristas estuvo apoyando su campaña.
El INAH regional, después de una primera respuesta airada en la que decía que por qué no le hacían la estatua en Austria, se limitó a rechazar la petición del municipio para colocarla justo frente a un busto de Benito Juárez, en la plaza principal de la localidad, pero dejó abierta una salida, argumentando que no se oponen a que los habitantes de Lampazos le erijan un monumento a Vidaurri, sólo al emplazamiento que han escogido para ello.
El góber volvió a la carga: “Yo pienso que la revisión de ciertos personajes de la historia de México debe estar abierta a lo que las distintas corrientes del pensamiento señalen, y no hay que descalificar, ni satanizar, ni juzgar, ni perdonar, porque eso el tribunal de la historia lo habrá de determinar en su momento”. Y mientras el tribunal de la historia decide (¿quiénes lo formarán? Esperemos que no sea una comisión mixta de periodistas mochos y gobernadores preciosos), temporalmente la estatua se fue a un depósito.
IV
En los últimos años, decenas de enconadas batallas en torno a la historia de México se han dado a lo largo y ancho del país. Forman parte de la reacción conservadora contra la vieja historia de bronce priísta. Ni una, ni otra. Nos hemos enfrentado con regular éxito a la desaparición de los retratos de Benito Juárez en los despachos de los miembros del gabinete foxista, las reiteradas ofertas de hacer retornar los huesos de Porfirio Díaz para que sean enterrados en Oaxaca, el intento de devolverle al clero el Palacio del Arzobispado, la desaparición del nombre del general Zaragoza asociado al nombre de Puebla, el fallido intento de colocar el nombre de Mejía en el panteón de los hombres ilustres en Querétaro, la sistemática recuperación de Agustín de Iturbide, la desaparición en Veracruz de la estatua del malecón que honraba a los defensores del puerto contra la invasión norteamericana.
Y ahora nos intentan traer de regreso a Santiago Vidaurri, en una nueva versión que se está elaborando, entre otros, por Catón, autor de la nueva biblia del antijuarismo, en la que todo se explica porque el regiomontano se limitó a reaccionar acosado por Juárez.
¿Por qué reivindicar a Vidaurri? Estudiarlo, claro, hacer una biografía, revisar la riqueza de las fuentes, darle al personaje carne y hueso, revisarlo sin esquematismos, explicarlo. Desde luego. Pero ¿reivindicarlo? Si la historia es de todos, y no de los herederos, ni de los historiadores, ni del estado. ¿Por qué reivindicar a un personaje que estuvo a punto de fragmentar el país, que sirvió a una fuerza invasora con las armas, que casi acaba con el gobierno republicano en Monterrey, con las consecuencias que hubiera esto producido, al consolidar el imperio? ¿Qué extrañas y oscuras razones pueden llevar a alguien a ofrecerle culto a un personaje así?
Debe ser porque me anima una especie de santa locura, porque seguro que ningún intelectual francés estaría dispuesto a movilizarse para impedir que un McDonalds se colocara en la casa natal de la doncella de Orléans, si tal cosa existiera; y desde luego ninguno de mis amigos escritores italianos iría en peregrinación laica a llevarle flores a la tumba de Malatesta. Mi locura tiene que ver con esta extraña condición de mexicano. Y por eso propongo una solución mediadora. Hágasele una estatua. No se la ponga en Lampazos, sino en el mero meritito centro de Monterrey. Que Vidaurri en el bronce aparezca de espaldas, vendado y de rodillas, con recado abajo que diga: “Así se fusila a los traidores”, para que la estatua sirva de recordatorio, que falta hace.
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