Monday, December 15, 2008



Vanity Fair/Znet

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens


Algún día se habrán calmado las amenazas más urgentes posadas por la crisis crediticia y nos veremos ante la tarea principal de elaborar una dirección para los pasos económicos del futuro. Será un momento peligroso. Detrás de los debates sobre la política futura hay un debate sobre la historia: un debate sobre las causas de nuestra situación actual. La batalla por el pasado determinará la batalla por el presente. Por lo tanto es crucial entender bien la historia.

¿Cuáles fueron las decisiones críticas que llevaron a la crisis? Se cometieron errores en cada encrucijada – tuvimos lo que los ingenieros llaman una “falla del sistema:” cuando no una sola decisión sino una cascada de decisiones producen un resultado trágico. Consideremos cinco momentos cruciales:

No. 1: Despido del presidente

En 1987 el gobierno de Reagan decidió remover a Paul Volcker de su puesto de presidente del Consejo de la Reserva Federal y nombrar en su lugar a Alan Greenspan. Volcker había hecho lo que supuestamente es la tarea de los banqueros centrales. Bajo su control, la inflación fue reducida de más de un 11% a bajo de un 4%. En el mundo de la banca central, eso le habría significado un grado de A+++ y asegurado su renombramiento. Pero Volcker también entendió que los mercados financieros deben ser regulados. Reagan quería a alguien que no creyera algo semejante, y lo encontró en un devoto de la filósofa objetivista y fanática del libre mercado, Ayn Rand.

Greenspan tuvo un doble papel. La Reserva Federal controla el grifo del dinero, y en los primeros años de esta década, lo abrió a todo dar. Pero la Fed también es un regulador. Si se nombra a un anti-regulador como brazo ejecutor, se sabe el tipo de ejecución que se tendrá. Un torrente de liquidez combinado con diques reguladores defectuosos resultaron ser desastrosos.

Greenspan presidió sobre no una, sino sobre dos burbujas financieras. Después de que reventó la burbuja de la alta tecnología, en 2000 – 2001, ayudó a inflar la burbuja de la vivienda. La primera responsabilidad de un banco central debería ser el mantenimiento de la estabilidad del sistema financiero. Si los bancos prestan sobre la base de valores artificialmente altos de los activos, el resultado puede ser una catástrofe como la que estamos viendo, y Greenspan lo debiera haber sabido. Tenía muchos de los instrumentos necesarios para hacer frente a la situación. Para encarar a la burbuja de la alta tecnología, podría haber aumentado los requerimientos marginales (la cantidad de dinero que deben financiar los compradores con sus propios medios para adquirir acciones). Para deflacionar la burbuja de la vivienda, podría haber limitado los préstamos depredadores a hogares de bajos ingresos y prohibido otras prácticas insidiosas (los préstamos sin documentación o “mentirosos”, los préstamos sólo con intereses, etc.). Esto habría ido bastante lejos para protegernos. Si no tenía los instrumentos, podría haber ido al Congreso y haberlos solicitado.

Desde luego, los actuales problemas con nuestro sistema financiera no son sólo el resultado de préstamos incobrables. Los bancos han hecho mega-apuestas mutuas mediante instrumentos complicados como los derivados, “credit-default swaps” (CDS), etc. Con estos, una parte paga a la otra si ocurren ciertos eventos; por ejemplo, si quiebra Bear Stearns, o si el dólar aumenta. Estos instrumentos fueron originalmente creados para ayudar a gestionar el riesgo, pero pueden también ser utilizados para jugar por dinero. Por lo tanto, si uno se siente seguro de que el dólar va a caer, podría hacer una gran apuesta correspondiente, y si el dólar verdaderamente cayera, sus ganancias aumentarían considerablemente. El problema es que, con este complicado entrelazado de apuestas de gran magnitud, nadie podía estar seguro de la posición financiera de otro, o incluso de la propia. No es sorprendente que los mercados crediticios se hayan paralizado.

Greenspan también jugó un papel en esto. Cuando yo era presidente del Consejo de Asesores Económicos, durante el gobierno de Clinton, participé en un comité de todos los principales reguladores financieros federales, un grupo que incluía a Greenspan y al Secretario del Tesoro Robert Rubin. Incluso entonces, era obvio que los derivados planteaban un peligro. No lo señalé de un modo tan memorable como Warren Buffett – quien vio en los derivados “armas financieras de destrucción masiva” – pero comprendimos lo que quería decir. Y sin embargo, con todo ese riesgo, los desreguladores a cargo del sistema financiero – en la Fed, en la Comisión de Mercados e Inversores de Estados Unidos, (SEC), y en otros sitios – decidieron no hacer nada, preocupados de que cualquier acción podría interferir con la “innovación” del sistema financiero. Pero la innovación, como el “cambio,” no tiene un valor inherente. Puede ser mala (los préstamos “mentirosos” son un buen ejemplo) así como buena.

No. 2: Demoliendo los muros

La filosofía de la desregulación pagó dividendos indeseados durante años. En noviembre de 1999, el Congreso revocó la Ley Glass-Steagall – culminación de un esfuerzo de cabildeo de 300 millones de dólares por las industrias bancarias y de servicios financieros, y liderado en el Congreso por el senador Phil Gramm. Glass-Steagall había separado desde hace tiempo a los bancos comerciales (que prestan dinero) y a los bancos de inversiones (que organizan la venta de bonos y valores); había sido promulgada como consecuencia de la Gran Depresión y debía limitar los excesos de esa era, incluidos los conflictos de intereses. Por ejemplo, sin separación, si una compañía cuyas acciones habían sido emitidas por un banco de inversión, con su fuerte apoyo, se metía en problemas, ¿no sentiría su brazo comercial, si lo tuviera, presión para prestarle dinero, tal vez insensatamente? No cuesta prever la espiral resultante de malas decisiones. Yo me había opuesto a la revocación de Glass- Steagalll. Sus defensores dijeron, en efecto: Confiad en nosotros, creamos murallas chinas para asegurar que los problemas del pasado no vuelvan a ocurrir. Como economista, yo poseía ciertamente un grado saludable de confianza, confianza en el poder de los incentivos económicos para desviar la conducta humana hacia el interés propio a corto plazo, en todo caso, en lugar del “interés propio bien entendido” de Tocqueville.

La consecuencia más importante de la revocación de Glass-Steagall fue indirecta – fue cómo la revocación cambió toda una cultura. No se supone que los bancos comerciales sean empresas de alto riesgo; se supone que administren el dinero de otros de un modo muy conservador. Basado en este entendimiento el gobierno acepta pagar la cuenta si llegan a quebrar. Los bancos de inversión, por otra parte, han administrado tradicionalmente el dinero de gente acaudalada – gente que puede tomar riesgos mayores para obtener mayores ganancias. Cuando la revocación de Glass-Steagall juntó a los bancos de inversiones y comerciales, la cultura de la banca de inversiones salió ganando. Existía una demanda para el tipo de altas ganancias que sólo podían ser obtenidas mediante un alto apalancamiento y la aceptación de grandes riesgos.

Hubo otros pasos importantes por el camino desregulador. Uno fue la decisión en abril de 2004 de la Comisión de Mercados e Inversores de Estados Unidos, (SEC), tomada en una reunión a la que no asistió casi nadie y que fue pasada por alto en gran parte, de permitir que los grandes bancos de inversiones aumentaran su ratio de deuda a capital (de 12:1 a 30:1, o más) para poder comprar más valores respaldados por hipotecas, inflando al hacerlo la burbuja de la vivienda. Al aceptar esa medida, la SEC argumentó a favor de las virtudes de la autorregulación: la noción peculiar de que los bancos pueden controlarse efectivamente a sí mismos. La autorregulación es disparatada, como reconoce ahora hasta Alan Greenspan, y como asunto práctico no puede, en todo caso, identificar riesgos sistémicos – los tipos de riesgos que aparecen cuando, por ejemplo, los modelos utilizados por cada uno de los bancos para administrar sus carteras de inversiones indican a todos los bancos que vendan de golpe algunos valores.

Cuando echamos por tierra las antiguas regulaciones, no hicimos nada por encarar los nuevos desafíos planteados por los mercados del Siglo XXI. El desafío más importante fue el planteado por los derivados. En 1998, la jefa de la Comisión del Comercio en Futuros sobre Mercancías de EE.UU., Brooksley Born, había llamado a que hubiera una tal regulación – una preocupación que ganó en urgencia después que la Fed, en ese mismo año, organizó el rescate de Long-Term Capital Management, un hedge fund cuya quiebra de más de un billón de dólares amenazó los mercados financieros globales. Pero el Secretario del Tesoro, Robert Rubin, su Secretario-Adjunto, Larry Summers, y Greenspan, fueron inflexibles y exitosos en su oposición. No se hizo nada.

No. 3: Aplicando sanguijuelas

Luego vinieron los recortes tributarios de Bush, impuestos primero el 7 de junio de 2001, con una nueva entrega dos años después. El presidente y sus asesores parecían creer que recortes tributarios, especialmente para estadounidenses de altos ingresos, constituían un cura-lo-todo para cualquier enfermedad económica – el equivalente moderno de sanguijuelas. Las reducciones de impuestos jugaron un papel fundamental en la conformación de las condiciones que crearon el trasfondo de la actual crisis. Como su contribución al estímulo de la economía fue mínima, el verdadero impulso quedó en manos de la Fed, que emprendió la tarea con tasas bajas y liquidez sin precedentes. La guerra en Iraq empeoró las cosas, porque llevó a un aumento brutal de los precios del petróleo. Ante la dependencia de EE.UU. de las importaciones de petróleo, tuvimos que gastar varios cientos de millones de dólares más para comprar petróleo – dinero que de otra manera habría sido gastado en bienes estadounidenses. Normalmente eso hubiera llevado a una ralentización económica, como lo hizo en los años setenta. Pero la Fed enfrentó el desafío del modo más miope que se pueda imaginar. El diluvio de liquidez hizo que el dinero fuera fácilmente disponible en los mercados hipotecarios, incluso para los que normalmente no estarían en condiciones de pedir prestado. Y, sí, eso logró impedir una desaceleración económica: la tasa de ahorro doméstica de EE.UU. cayó a cero. Pero debiera haber sido obvio que estábamos viviendo de dinero prestado, y de tiempo prestado.

La reducción de la tasa de impuestos sobre ganancias del capital contribuyó de otra manera a la crisis. Fue una decisión que enfocaba los valores: los que especulaban (léase: jugaban con dinero) y ganaban eran gravados menos que los que ganaban un salario, los que simplemente trabajaban duro. Pero más que eso, la decisión alentaba el apalancamiento, porque los intereses eran deducibles de los impuestos. Si, por ejemplo, se pedía prestado un millón para comprar una casa o se tomaba un préstamo sobre la apreciación inmobiliaria por 100.000 dólares para comprar acciones, los intereses serían totalmente deducibles cada año. Cualquier ganancia de capital que se hacía era levemente gravada – en algún día posiblemente remoto en el futuro. El gobierno de Bush hacía una invitación abierta a los excesos al pedir prestado y prestar – pero los consumidores estadounidenses no necesitaban que los estimularan para hacerlo.

No. 4: Falsificación de las cifras

Mientras tanto, el 30 de junio de 2002, después de una serie de grandes escándalos – notablemente el colapso de WorldCom y Enron – el Congreso aprobó la Ley Sarbanes-Oxley. Los escándalos habían involucrado a cada firma contable estadounidense, a la mayoría de nuestros bancos, y a algunas de nuestras principales compañías, y dejaron en claro que teníamos serios problemas con nuestro sistema de contabilidad. La contabilidad es un tópico que causa sueño a la mayoría de la gente, pero si no se puede confiar en las cifras de una compañía, no se puede confiar en nada respecto a una compañía. Por desgracia, en las negociaciones sobre lo que llegó a ser Sarbanes-Oxley, se tomó la decisión de no encarar lo que muchos, incluyendo el respetado anterior jefe de la SEC, Arthur Levitt, consideraban un problema subyacente fundamental: las opciones de compra de acciones. Las opciones de compra de acciones habían sido defendidas como la contribución de saludables incentivos para una buena administración, pero en realidad eran sólo tenían el nombre de “pagos de incentivos”. Si a una compañía le va bien, su jefe ejecutivo obtiene grandes compensaciones en la forma de opciones de compra de acciones; si a una compañía le va mal, la compensación es casi del mismo tamaño, pero otorgada de otras maneras. Es bastante malo. Pero un problema colateral con las opciones de compra de acciones es que ofrecen incentivos para llevar una mala contabilidad: el personal directivo superior tiene todos los incentivos para suministrar información distorsionada a fin de elevar los precios de las acciones.

La estructura de incentivos en las agencias de calificación también resultó ser perversa. Agencias como Moody's y Standard & Poor's son pagadas por los mismos a los que supuestamente deben calificar. Como resultado, tienen todos los motivos del mundo para dar buenas calificaciones a las compañías, en una versión financiera de lo que los profesores universitarios conocen como inflación de notas. Las agencias de calificación de riesgos, como los bancos de inversión que les pagaban, creían en la alquimia financiero – que hipotecas tóxicas de grado F podían ser convertidas en productos suficientemente seguros para estar en poder de bancos comerciales y fondos de pensión. Habíamos visto el mismo fracaso de las agencias de calificación durante la crisis del Este Asiático durante los años noventa: altas calificaciones facilitaron una fuerte corriente de dinero hacia la región, y luego una repentina inversión de las calificaciones produjo la ruina. Pero los supervisores financieros no se interesaron.

No. 5: Que se desangre

El momento decisivo final vino con la aprobación de un paquete de rescate el 3 de octubre de 2008 – es decir, con la reacción del gobierno a la crisis en sí. Sentiremos las consecuencias durante años. Tanto el gobierno como la Fed habían sido impulsados desde hace tiempo por ilusiones, esperando que las malas noticias fueran sólo un accidente pasajero, y que un retorno al crecimiento estuviera a la vuelta de la esquina. Mientras los bancos de EE.UU. enfrentaban el colapso, el gobierno viraba de un modo de actuar a otro. Algunas instituciones (Bear Stearns, A.I.G., Fannie Mae, Freddie Mac) fueron rescatadas. Lehman Brothers no. Algunos accionistas recuperaron algo. Otros no.

La propuesta original del Secretario del Tesoro, Henry Paulson, un documento de tres páginas que habría proporcionado 700.000 millones de dólares al secretario para gastar a su sola discreción, sin supervisión o revisión judicial, fue un acto de extraordinaria arrogancia. Vendió el programa como necesario para restaurar confianza. Pero no encaró las razones subyacentes de la pérdida de confianza. Los bancos habían otorgado demasiados préstamos incobrables. Tenían grandes agujeros en sus balances. Nadie sabía lo que era verdad y lo que era ficción. El paquete de rescate fue como una masiva transfusión a un paciente con hemorragia interna – y no se hizo nada en cuanto a la fuente del problema, es decir todas esas ejecuciones hipotecarias. Se desperdició un tiempo valioso mientras Paulson presionaba por su propio plan: “efectivo por basura,” comprando activos malos y trasfiriendo el riesgo a los contribuyentes estadounidenses. Cuando terminó por abandonarlo, suministrando a los bancos el dinero que necesitaban, lo hizo de una manera que no sólo estafó a los contribuyentes estadounidenses sino no logró asegurar que los bancos utilizaran el dinero para reiniciar los préstamos. Incluso permitió a los bancos que entregaran dinero a sus accionistas mientras los contribuyentes depositaban su dinero en los bancos.

El otro problema que no fue encarado tenía que ver con las amenazantes debilidades en la economía. La economía había sido sostenida con préstamos excesivos. Ese juego se había acabado. Al contraerse el consumo, las exportaciones mantuvieron en funcionamiento la economía, pero con el fortalecimiento del dólar y la debilidad en Europa y en el resto del mundo, era difícil ver cómo eso podría continuar. Mientras tanto, los Estados enfrentaban masivas caídas de los ingresos – tendrían que reducir sus gastos. Sin una acción rápida del gobierno, la economía enfrentaba un receso. E incluso si los bancos hubieran prestado sabiamente – lo que no habían hecho – era seguro que el receso significaría un aumento en las deudas perdidas, debilitando aún más al sector financiero en dificultades.

El gobierno habló de desarrollo de confianza, pero lo que presentó fue en realidad un timo. Si el gobierno hubiera querido realmente restaurar confianza en el sistema financiero, habría comenzado por encarar los problemas subyacentes – las estructuras deficientes de incentivos y el sistema regulador inadecuado.

¿Hubo una sola decisión aislada que, si hubiera sido revertida, habría cambiado el curso de la historia? Todas las decisiones, incluidas las de no hacer algo, como han sido muchas de nuestras malas decisiones económicas, son consecuencia de decisiones anteriores, una red interrelacionada que va desde el pasado lejano hasta el futuro. Se escuchará a algunos de la derecha apuntar a ciertas acciones del propio gobierno – como ser la Ley de Reinversión Comunitaria (CRA), que requiere que los bancos pongan a disposición dinero para hipotecas en vecindarios de bajos ingresos. (En los hechos los incumplimientos de pagos en los préstamos basados en la CRA fueron efectivamente mucho menores que en otros préstamos.) Muchos han culpado a Fannie Mae y Freddie Mac, los dos inmensos prestamistas hipotecarios, que originalmente eran de propiedad gubernamental. Pero en los hechos llegaron tarde al juego de las hipotecas de alto riesgo, y su problema fue similar a los del sector privado: Sus jefes ejecutivos tuvieron el mismo perverso incentivo para lanzarse al juego.

La verdad es que la mayoría de los errores individuales se reducen a sólo uno: la creencia en que los mercados se ajustan solos y que el papel del gobierno debiera ser mínimo. Al mirar retrospectivamente a esa creencia durante audiencias en otoño de este año en el Congreso, Alan Greenspan dijo en voz alta: “He encontrado un defecto.” El congresista Henry Waxman lo presionó, respondiendo: “En otras palabras, usted ha descubierto que su visión del mundo, su ideología, no era correcta; no funcionaba.” Ciertamente, precisamente,” dijo Greenspan. La adopción por EE.UU. – y por gran parte del resto del mundo – de esa filosofía económica defectuosa hizo inevitable que hayamos llegado al lugar en el que nos encontramos actualmente.

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[Joseph E. Stiglitz, economista galardonado con el Premio Nobel, es profesor de la Universidad Columbia.]

http://www.zmag.org/znet/viewArticle/19909

http://www.vanityfair.com/magazine/2009/01/stiglitz200901

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