Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens |
En “1984”, el superordenador que gobierna una futura Tierra, envía a un asesino cibernético, un “terminator” de vuelta a nuestra época. Su tarea era liquidar a la mujer que dio a la luz a John Connor, el líder de la resistencia humana clandestina de los días de Skynet. ¿Me siguen? Ése, desde luego, fue el argumento de la primera película “Terminator” para los muchos millones que la vieron; las imágenes de una futura guerra de máquinas – de drones cazas-asesinos que volaban por sobre un paisaje devastado – son inolvidables.
Desde entonces, a medida que se desarrollaban los efectos especiales de Hollywood, hubo dos secuelas en las cuales el terminator original de alguna manera se convierte en un personaje cinematográfico más amistoso, de modo aún más milagroso, fuera de la pantalla, en el humanoide gobernador de California. Ahora, la cuarta cinta de la serie, “Terminator Salvation”, está a punto de descender sobre nosotros. Llegará a los multicines de EE.UU. en mayo.
Mientras tanto, los drones cazas-asesinos no han esperado a Hollywood. Cuando estéis en los cines en mayo, verdaderos vehículos aéreos no tripulados (UAV, por sus siglas en inglés), drones de vigilancia y asesinato sin piloto armados con misiles Hellfire [fuego del infierno], patrullarán nuestros campos de batalla globales en expansión, cazando a seres humanos. Y en el Pentágono y en los laboratorios de los contratistas de la defensa, los partidarios de los UAV ya hablan de, y trabajan en, máquinas de la próxima generación. Después de 2020, según esos soñadores, los drones podrán volar y combatir, detectar a los enemigos e incinerarlos sin necesidad de decisiones humanas. Incluso se preguntan cómo programar en ellos la ética humana, tal vez incluso la ética estadounidense.
Bueno, puede que nunca suceda, pero debiera hacerte pestañar que por ahí en EE.UU. haya gente ansiosa de llevar la quinta iteración de Terminator no a los multicines locales, sino a los cielos de nuestro mundo perfectamente real – y el Pentágono ya los financia para que lo hagan.
Una carrera armamentista con un solo participante
Ahora bien, pensad por un momento en los actuales drones de EE.UU., esos Predator MQ-1 y los más avanzados MQ-9 Reaper. Recordad que, mientras leéis estas líneas, vuelan por los cielos iraquíes, afganos y paquistaníes buscando potenciales “objetivos,” y que en las zonas fronterizas tribales de Pakistán, emplean lo que el comandante de Centcom, general David Petraeus, llama el “derecho del último recurso” para eliminar “amenazas” (así como a gente de las tribus que tengan la mala suerte de estar cerca). Y quedaos conmigo mientras os ofrezco un poco de historia de la carrera armamentista moderna.
Pensad en ello como algo que comenzó en los primeros años del Siglo XX cuando Gran Bretaña imperial, el monstruo industrial y colonialista advenedizo, y Japón imperial comenzaron todos a planificar y construir nuevas generaciones de inmensos acorazados y barcos de guerra (seguidos por “súper-acorazados”) y así se sumaron a una feroz carrera armamentista naval. Esa carrera dio un salto a tierra y hacia los cielos en la Primera Guerra Mundial cuando científicos y planificadores de guerras comenzaron a producir tecno-maravillas de muerte y destrucción con la intención de romper el punto muerto alcanzado en la guerra de trincheras en el Frente Occidental.
Cada año, desde 1915, aparecieron en, o sobre, el campo de batalla armas nuevas o mejoradas – gas tóxico, actualizaciones de los aviones, los tanques y luego el tanque mejorado. Incluso cuando llegaban esas maravillas, ya se diseñaba la nueva generación de armas. (En cierto sentido, los fabricantes de coches estadounidenses utilizaron el mismo plan de batalla en tiempos de paz, revelando cada año nuevos modelos reforzados de coches.) Como resultado, al terminar la Primera Guerra Mundial en 1918, la maquinaria bélica de 1919 y 1920 ya había sido planificada y desarrollada. De esa manera, la guerra siguiente y las armas que irían con ella ya estaban en las mentes de los planificadores de guerras.
Desde los primeros años del Siglo XX, un requisito previo evidente para lo que sería una carrera armamentista sin fin eran entre dos y cuatro grandes potencias en colisión potencial, cada una de las cuales con la capacidad de movilizar científicos, ingenieros, universidades, y poder de manufactura en una masiva escala. La Segunda Guerra Mundial fue, en esas condiciones, un excelente período para la invención así como para la destrucción. Terminó, evidentemente, con el Proyecto Manhattan, el non plus ultra de la invención en dimensión industrial para la destrucción, que produjo la primera bomba atómica, y con ello la carrera armamentista nuclear de la Guerra Fría que la siguió.
En ese roce con la extinción de 45 años de duración, EE.UU. y la Unión Soviética movilizaron cada cual un complejo militar-industrial para construir generaciones cada vez más nuevas de armas nucleares cada vez más devastadoras y sistemas de lanzamiento para un mundo de destrucción mutuamente asegurada (MAD). En el clímax de esa carrera armamentistas de las dos superpotencias, los arsenales resultantes tuvieron la capacidad demencial de destruir a entre ocho y diez planetas de nuestro tamaño.
En 1991, después de 73 años, la Unión Soviética, ese Imperio del Mal, simplemente se evaporó, dejando a una sola superpotencia sin rivales a horcajadas sobre el planeta Tierra. Y vino lo inesperado: la carrera armamentista, que se había consolidado durante casi un siglo, no terminó. En su lugar, sucedió lo inimaginable, y se transformó en una “carrera” de uno solo con una meta tan distante – el bombardero de 2018, sistemas de armas que cubrieran la Tierra, un vasto sistema contra misiles balísticos, y armamentos para los cielos de tal vez 2050 – como para implicar a la eternidad.
El Pentágono y el complejo militar-industrial que lo rodea – incluyendo a los mega-fabricantes de armas, laboratorios de armas avanzadas, centros científicos universitarios, y los think tank oficiales o semioficiales que producían en abundancia estrategias para la dominación militar futura – siguieron simplemente adelante. Después de un breve respiro posterior a la Guerra Fría en el que se discutieron, pero no se implementaron “dividendos de la paz”, la “carrera” comenzó realmente a acelerar de nuevo, y después del 11 de Septiembre de 2001, se disparó contra el “islamo-fascismo” (alias la Guerra Global contra el Terror, o la Guerra Larga).
En esos años, nuestro Imperio del Mal del momento, excepto en las mentes de un grupo de influyentes neoconservadores, fue un elenco variopinto de terroristas compuesto de tal vez unos pocos miles de adherentes y de imitadores baratos repartidos por el globo, capaces de montar ataques poco sorprendentes y de sorprendente baja tecnología contra objetivos simbólicos estadounidenses (y otros). Contra ese enemigo, el presupuesto se convirtió, durante un tiempo, en una excusa para cualquier cosa.
Eso nos lleva a nuestro actual mundo desequilibrado de poderío militar en el cual EE.UU. representa cerca de la mitad de todos los gastos militares del globo y el presupuesto total del Pentágono es casi seis veces el de su principal competidor, China. Recientemente, los chinos anunciaron planes relativamente modestos de reforzar sus fuerzas armadas y crear una armada que sea auténticamente de ultramar. Del mismo modo, los rusos han actuado para reducir el tamaño y refinanciar sus desharrapadas fuerzas armadas y el complejo industrial que va con ellas, mientras actualizan sus sistemas de armas. Esto podría hacer que el país se haga más competitivo en cuanto al comercio con armas, mercado del que EE.UU. controla más de la mitad. También amenazan con actualizar sus “fuerzas nucleares estratégicas” incluso mientras los presidentes
Dmitry Medvedev y Barack Obama han acordado presionar hacia una nueva vuelta de negociaciones por reducciones nucleares.
Mientras tanto, el Secretario de Defensa Robert Gates acaba de anunciar recortes en los programas más estrafalarios y futuristas de investigación y desarrollo heredados de la Guerra Fría. Los asombrosos 11 grupos de batalla de portaaviones serán reducidos a uno con el pasar del tiempo. Por poco que sea, esto indica una rebaja en el tamaño imperial, considerando que la Armada se refiere a cada uno de esos portaaviones, esencialmente bases militares flotantes, como “cuatro y medio acres de territorio soberano de EE.UU.” Sin embargo, el presupuesto del Pentágono crecerá modestamente y EE.UU. continuará en una carrera armamentista futurista de uno solo, una parte significativa de la cual involucra que reserve el firmamento así como los cielos para el poder estadounidense.
Asesinato desde el aire
Ya que hablamos del control de esos cielos, volvamos a los UAV. Tal como pasan las cosas con la planificación de armas futuristas, comenzaron como una tecnología relativamente simple en los años noventa. Incluso hoy en día, el más común de los dos drones armados estadounidenses, el Predator, cuesta sólo 4,5 millones de dólares por pieza, mientras el modelo más avanzado, ese Reaper – ambos producidos por General Atomics Aeronautical Systems de San Diego – vale 15 millones. (Comparadlo con 350 millones de dólares por un solo F-22 Raptor, que ha demostrado su inutilidad esencial en las guerras de contrainsurgencia más recientes de EE.UU.) Por suerte los UAV son baratos, ya que también tienden a caer. Hay que pensar en ellos como motonieves con alas que han recibido una óptica más sofisticada y armamento poderoso.
Surgieron como instrumentos de vigilancia durante las guerras sobre la antigua Yugoslavia, fueron armados en febrero de 2001, apresuradamente impuestos a las operaciones en Afganistán después del 11-S, y como muchos sistemas de armas, comenzaron a desarrollarse por generaciones. A medida que lo hacían, pasaron de ser ojos de vigilancia en el cielo a algo mucho más siniestro y previamente restringido a tierra firme: asesinos. Uno de los primeros actos armados de un Predator pilotado por la CIA, en noviembre de 2002, fue una misión de asesinato sobre Yemen, en la cual fue incinerado un jeep, que supuestamente transportaba a seis presuntos agentes de al-Qaeda.
Actualmente, el UAV más avanzado, el Reaper, lleva hasta cuatro misiles Hellfire y dos bombas de 500 libras, la especie de poderío otrora reservado para un caza bombardero. Enviado a los cielos sobre los límites más lejanos del imperio estadounidense, impulsado por un motor a turbohélice de 1.000 caballos de fuerza en la parte trasera, el Reaper puede volar a casi 6.400 metros durante hasta 22 horas (hasta que se acaba el carburante), transmitiendo secuencias en vivo de tres cámaras (o enviándolas a los soldados en el terreno) – 16.000 horas de vídeo por mes.
No hay que preocuparse de que un piloto se duerma durante esas 22 horas. Los equipos humanos que “pilotean” los drones, a menudo a miles de kilómetros de distancia, simplemente cambian de turno cuando se cansan. Por lo tanto los aviones se siguen desplazando interminablemente por los cielos iraquíes, afganos y paquistaníes buscando, como otros tantos terminators, enemigos específicos cuyas identidades pueden ver, bajo ciertas circunstancias – o por lo menos es lo que afirman – a través de los muros de las casas. Cuando se encuentra un “objetivo” y se llega a acuerdo – en Pakistán, el permiso de funcionarios paquistaníes para disparar ya no se considera necesario – y se suelta un misil o una bomba, las cámaras son tan poderosas como para que los “pilotos” puedan ver las expresiones faciales de los que están liquidando en las pantallas de sus ordenadores “cuando la bomba da en el blanco.”
Aproximadamente unos 5.500 UAV, en su mayoría sin armas – menos de 250 de ellos son Predators y Reapers – operan ahora sobre Iraq y en el teatro de operaciones Af-Pak (por Afganistán-Pakistán). Parte del desarrollo de la guerra en el aire de más de un siglo de duración, los drones se han convertido en favoritos de los planificadores militares estadounidenses. El secretario de defensa, Robert Gates, en particular, ha solicitado aumentos de su producción (y en el entrenamiento de sus “pilotos”) y ha instado a que sean enviados urgentemente a las zonas de batalla de EE.UU., incluso antes de que sean plenamente perfeccionados.
Y sin embargo, hay que pensar en que los UAV siguen estando en su (aterradora) infancia. Esas máquinas no son, claro está, cyborgs avanzados. Ni siquiera son tan avanzados en algunos aspectos. Porque alguien desea ahora publicidad para el programa de guerra de drones, periodistas de EE.UU. y otros sitios han obtenido recientemente “excepcionales” vistazos “entre bastidores” sobre cómo funcionan. Como resultado, y también porque la “guerra encubierta” en los cielos sobre Pakistán enorgullece suficientemente a los guerreros clandestinos de Washington como para filtrar regularmente noticias sobre sus “éxitos”, sabemos algo más sobre cómo funciona nuestra guerra de los drones.
Sabemos, por ejemplo, que por lo menos parte del programa afgano de UAV de la Fuera Aérea es operado desde la Base Aérea Kandahar en el sur de Afganistán. Resulta que, por no tripulados que sean los aviones, un piloto tiene que estar cerca para guiarlos al aire y controlar los aterrizajes. En cuando un drone se eleva, un equipo de dos hombres, un piloto y un “monitor de sensores”, respaldados por expertos en inteligencia y meteorólogos, se hacen cargo de los controles sea en la Base de la Fuerza Aérea Davis-Monthan en Tucson, Arizona, o en la base Creech de la Fuerza Aérea al noroeste de Las Vegas, a unos 11.000 kilómetros. (Puede que otras bases de EE.UU. también estén involucradas.
Según Christopher Drew del New York Times, quien visitó Davis-Monthan, donde miembros de la Guardia Nacional Aérea manejan los controles, los pilotos están sentados en un ambiente poco atractivo “frente a hileras de ordenadores repletos de monitores al estilo de los años noventa, dentro de remolques tenuemente iluminados.” Según las necesidades del momento, pueden encontrarse “sobre” Afganistán o Iraq, o incluso ambos dentro del mismo turno. Todo esto es notablemente mundano – las quejas de los pilotos generalmente tienen que ver con problemas para la “transición” de vuelta a sus esposas e hijos después de un día con la palanca de juego sobre zonas de batalla – y al mismo tiempo, salir de las Mil y Una Noches.
En esos remolques tenuemente iluminados, los equipos de UAW enfrentan un poder casi divino. Su tarea es vigilar un sitio a miles de kilómetros de distancia (y completamente extraño a sus vidas y experiencias), evaluar lo que ven, y ubicar “objetivos” que eliminar – incluso si con sus sistemas informáticos algo anticuados “requieren hasta 17 pasos – incluso el ingreso de datos a ventanas desplegables - disparar un misil” e incinerar a los que se encuentran abajo. Sólo enfrentan peligros, aparte del síndrome del túnel carpiano cuando dejan el trabajo. Un letrero en Creech advierte a los pilotos que “conduzcan con cuidado”; “ésta, dice, es la ‘parte más peligrosa de tu día.’” Los involucrados afirman que el miedo y la emoción de la batalla no se les escapan, pero las descripciones que ahora tenemos de su mundo suenan incómodamente como un cruce entre las fronteras extremas de la ciencia ficción y un centro de llamados en India.
La más intensa de las diversas guerras de drones, la que tiene lugar al otro lado de la frontera afgana en Pakistán, es también la más misteriosa. Sabemos que algunos o todos los drones que participan despegan desde aeropuertos paquistaníes; que esa “guerra encubierta” (que regularmente llega a las primeras planas” es dirigida por la CIA desde su sede en Langley, Virginia; que sus pilotos están situados en algún sitio en EE.UU.; y que por lo menos algunos de ellos son contratistas privados contratados.
William Saletan de Slate ha descrito a drones involucrados en una “partida incruenta de caza aérea de visión total.” Desde luego, lo que otrora era una actividad elitista realizada en persona ha sido transformada en una actividad industrial veinticuatro horas al día adecuada para drones humanos.
Las guerras de drones de EE.UU. representan también un nuevo capítulo en la historia de los asesinatos. En otro tiempo, ser asesino por cuenta de un gobierno era algo furtivo, vergonzoso. En esos días, claro está, un asesino, si tenía éxito, liquidaba a una sola persona, no al individuo en cuestión y a cualquiera que estuviera cerca (o simplemente, si resulta que la información para el ataque era errónea, a cualquiera en el vecindario). No más paraguas con dardos venenosos en la punta, como en operaciones pasadas del KGB, o puros tóxicos como en las de la CIA – no ahora, cuando los asesinatos se han tomado los cielos en una actividad diaria, durante todo el año.
Hoy en día, EE.UU. exhibe cada vez más con orgullo sus artefactos asesinos. Para los estadounidenses, por lo menos, parece ser perfecto que sus operaciones aéreas de asesinato formen parte de una discusión abierta en Washington y en los medios. Considerémoslo una nueva definición del “progreso” en nuestro mundo.
Proliferación y soberanía
Eso nos lleva de vuelta a las carreras armamentistas. Podrán ser cosas del pasado, pero no nos imaginemos ni por un minuto que esos cielos de cazas-asesinos no se llenarán algún día con drones de otras naciones. Después de todo, una de las verdades de nuestros días es que ningún sistema de armas, no importa dónde haya sido creado primero, no puede seguir siendo durante mucho tiempo de propiedad privada. Hoy en día, no hablamos de carreras armamentistas, sino de “proliferación,” o sea lo que pasa una vez que se afianza lo que fue primero una carrera armamentista global de uno solo
En el mundo de los drones, chinos, rusos, israelíes, paquistaníes, georgianos, e iraníes, entre otros, ya tienen drones. En la Guerra del Líbano de 2006, Hezbolá hizo volar drones sobre Israel. De hecho, si alguien tiene la pericia, puede crear su propio drone, más o menos en su sala de estar (como indica su sitio básico de bricolaje de drones). Indudablemente, el futuro presenta inquietantes posibilidad para pequeños grupos que se propongan asesinar desde el aire.
Los cielos ya se están más abarrotados. Hace tres semanas, el presidente Obama envió lo que Reuters llamó “un llamado grabado en vídeo sin precedentes a Irán… ofreciendo ‘un nuevo comienzo’ en los vínculos diplomáticos para dar vuelta a la página respecto a décadas de política hacia el antagonista de larga data de EE.UU.” Fue en la forma de un saludo de Nuevo Año persa. Como también informó el New York Times, los militares de EE.UU. le ganaron de mano al presidente. Enviaron sus propios “saludos” a los iraníes un par de días antes.
Después de considerar lo que los reporteros del Times Rod Nordland y Alissa J. Rubin llaman “el carácter delicado del incidente cuando EE.UU. trata de lograr un deshielo en sus relaciones con Irán,” los militares de EE.UU. enviaron al coronel James Hutton a encontrar a la prensa y “confirmar” que aviones aliados” habían derribado “un vehículo aéreo iraní no tripulado” sobre Iraq el 25 de febrero, más de tres semanas antes. Entre ese día y mediados de marzo, los funcionarios militares y civiles iraquíes relevantes no fueron informados, nos dice el Times. ¿El motivo? El drone se estaba entrometiendo en nuestro espacio aéreo (prestado), y no el de ellos. Por si no lo supierais, según un portavoz del Ministerio de Defensa Iraquí, “la protección del espacio aéreo iraquí seguirá siendo una responsabilidad estadounidense durante los próximos tres años.”
Y como es natural, no queremos drones de otros países en “nuestro” espacio aéreo, aunque es poco probable que eso los detenga. Los iraníes, por ejemplo, ya han anunciado el desarrollo de “una nueva generación de ‘drones espías’ que aseguran la vigilancia en tiempo real del terreno del enemigo.”
Desde luego, cuando uno controla abiertamente escuadrones de drones asesinos que patrullan el espacio aéreo de otros países, ya ha convertido en una burla lo que algún día pueda haber significado la soberanía nacional. Es un precedente que tal vez algún día incluso pueda llegar a ser muy incómodo para EE.UU. Pero no ahora mismo.
Si dudáis de esto, estudiad el torrente de comentarios auto-enaltecedores que son filtrados por funcionarios de Washington sobre sus drones asesinos. Esto a menudo proviene de artículos noticiosos sobre la “guerra encubierta” sobre Pakistán (“Una intensa campaña de Predator, de siete meses de duración, ha causado tantas bajas a al-Qaeda que los combatientes han comenzado a volverse violentamente los unos contra los otros por confusión y desconfianza, dicen funcionarios de la inteligencia y del contraterrorismo de EE.UU….”); pero hay que estar seguro de leer hasta el final de semejantes productos. En algún sitio, después de pregonar y sumar los éxitos, vienen las malas noticias: “De hecho, el aumento de los ataques ha coincidido con un deterioro de la situación de la seguridad en Pakistán.”
En Pakistán, una guerra de máquinas asesinas está visiblemente provocando terror (y terrorismo), así como cólera y odio entre gentes que de ninguna manera son fundamentalistas. Forma parte de una mayor desestabilización del país.
Para los que conocen la historia del poder aéreo, eso no debiera ser tan sorprendente. El poder aéreo ha tenido un historial notablemente estelar cuando se trata de causar muerte y destrucción, pero notablemente pobre cuando se trata de romper la voluntad de naciones, pueblos, o incluso organizaciones relativamente modestas. Nuestras guerras de drones son destructoras, pero es poco probable que logren los objetivos de Washington.
El futuro nos espera
Si queréis leer el renglón más escalofriante escrito hasta ahora sobre la guerra de los drones al estilo estadounidense, lo encontráis al final del artículo de Christopher Drew. Cita al analista de Brookings Institution, Peter Singer, que dice de los Pedator y Reaper: “Esos sistemas se parecen actualmente en mucho a los modelos T de Ford. Esas cosas sólo podrán progresar.”
En otras palabras, las guerras de los drones están siendo libradas con el equivalente aéreo de coches a manivela, pero la “carrera” hacia el horizonte ya ha comenzado. Para el próximo año, algunos Reaper tendrán un sistema mucho más avanzado de sensores con 12 cámaras capaces de filmar un área circular de 4 kilómetros desde 12 ángulos diferentes. El programa ha sido apodado “Gorgon Stare” [mirada de Gorgona], pero no se compara con el futuro programa Argus de 92 cámaras cuyo desarrollo inicial es financiado por el órgano de investigación avanzada del Pentágono, la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa [DARPA].
Bastante pronto, un solo piloto podrá controlar no uno sino tal vez tres drones, y los armamentos de los drones indudablemente serán progresivamente más poderosos y “precisos.” Mientras tanto, BAE Systems ya tiene un drone en desarrollo desde hace cuatro años, el Taranis, que algún día deberá ser “completamente autónomo”; es decir, que teóricamente no necesitará pilotos humanos. Ensayos iniciales de un prototipo están programados para 2010.
Para 2020, afirman entusiastas de los UAV, los drones podrían involucrarse en batallas aéreas y elegir ellos mismos sus víctimas. Como informara recientemente Robert S. Boyd de McClatchy: “El Departamento de Defensa está financiando estudios de robots armados autónomos, o auto-controlados, que podrán encontrar y destruir objetivos independientemente. Programas de ordenador a bordo, no gente de carne y hueso, decidirán si disparar sus armas.”
Es algo particularmente triste en nuestro mundo que, en Washington, sólo los militares puedan soñar con el futuro de esta manera, y luego financiar la “carrera armamentista” de 2018 o 2035. Podéis estar seguros de que nadie que tenga un céntimo en el gobierno está investigando el sistema de atención sanitaria para 2018 o 2035, o el sistema de educación pública para esos años.
Mientras tanto, los cielos de nuestro mundo se llenan con asesinos a toda hora. Sólo se desarrollarán y proliferarán. Desde luego, cuando nos comparamos con las películas, nos gusta identificarnos con John Connor, el miembro humano de la resistencia, el bueno de este planeta, contra las máquinas maléficas. En otros sitios, sin embargo, mientras libramos nuestras guerras de drones aún más abiertamente, mientras presentamos tecno-terminators mecánicos con ojos que lo ven todo y lanzamos nuestros misiles desde miles de kilómetros de distancia ("¡Hasta la Vista, Baby!"), sin duda parecemos algo diferente de una nación de
John Connors a los que viven bajo los Predator. Puede que no les importe si los controles y las consolas en esas máquinas avanzadas sean algo anticuados, ahora somos los terminators del planeta, asesinos implacables mediante máquinas.
Es verdad, no podemos enviar a nuestros drones al pasado para eliminar al joven Ayman al-Zawahiri en el Cairo, o al adolescente Osama bin Laden conduciendo a toda velocidad por alguna carretera saudí en su gris sedán Mercedes. Es verdad, los entusiastas de los UAV, que ya imaginan toda clase de guerras de drones realizadas por máquinas “éticas”, tal vez nunca vivan la realización de algo que se parezca a sus fantasías. Pero, el hecho de que sin la ayuda de un solo cyborg avanzado ya estemos en camino a crear un planeta Terminator, debiera darnos motivos para reflexión… o no.
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Tom Engelhardt dirige Tomdispatch.com del Nation Institute. Es cofundador del American Empire Project (http://www.americanempireproject.com/). Es autor de “The End of Victory Culture (University of Massachussetts Press). Editó el primer libro de lo mejor de “The World According to Tomdispatch: America in the New Age of Empire,” (Verso, 2008) una colección de algunos de los mejores artículos de su sitio y una historia alternativa de los demenciales años de Bush.
[Nota para los lectores de TomDispatch]: Recomiendo especialmente el artículo arriba citado de Christopher Drew en el New York Times: "Drones Are Weapons of Choice in Fighting Qaeda," que presenta un vívido cuadro de nuestras guerras de drones. Además, quisiera inclinarme brevemente ante Nick Turse, quien, ya en 2004, comenzó a escribir en este sitio sobre la forma cómo el gobierno de EE.UU. ha limitado los sueños de técnicas avanzadas a los militares. Para mantenerse al día sobre drones y guerras de drones, no hay mejor sitio para empezar que el blog Danger Room de Noah Shachtman en Wired.com. Es imprescindible. Para manteneros al día sobre ataques con drones cuando ocurren en nuestro mundo, observad Antiwar.com. Y una nota final de agradecimiento a Christopher Holmes, cuyo ojo para la edición y revisión hace que este proceso sea mucho menos embarazoso de lo que sería de otra manera.]
Copyright 2009 Tom Engelhardt
http://www.tomdispatch.com/post/175056/filling_the_skies_with_assassinsTomgram: Filling the Skies with Assassins
[Note for Readers: To catch an audio interview in which Tom Engelhardt discusses assassination from the air, click here]
Terminator Planet
Launching the Drone WarsBy Tom Engelhardt
In 1984, Skynet, the supercomputer that rules a future Earth, sent a cyborg assassin, a "terminator," back to our time. His job was to liquidate the woman who would give birth to John Connor, the leader of the underground human resistance of Skynet's time. You with me so far? That, of course, was the plot of the first Terminator movie and for the multi-millions who saw it, the images of future machine war -- of hunter-killer drones flying above a wasted landscape -- are unforgettable.
Since then, as Hollywood's special effects took off, there were two sequels during which the original terminator somehow morphed into a friendlier figure on screen, and even more miraculously, off-screen, into the humanoid governor of California. Now, the fourth film in the series, Terminator Salvation, is about to descend on us. It will hit our multiplexes this May.
Oh, sorry, I don't mean hit hit. I mean, arrive in.
Meanwhile, hunter-killer drones haven't waited for Hollywood. As you sit in that movie theater in May, actual unmanned aerial vehicles (UAVs), pilotless surveillance and assassination drones armed with Hellfire missiles, will be patrolling our expanding global battlefields, hunting down human beings. And in the Pentagon and the labs of defense contractors, UAV supporters are already talking about and working on next-generation machines. Post-2020, according to these dreamers, drones will be able to fly and fight, discern enemies and incinerate them without human decision-making. They're even wondering about just how to program human ethics, maybe even American ethics, into them.
Okay, it may never happen, but it should still make you blink that out there in America are people eager to bring the fifth iteration of Terminator not to local multiplexes, but to the skies of our perfectly real world -- and that the Pentagon is already funding them to do so.
An Arms Race of One
Now, keep our present drones, those MQ-1 Predators and more advanced MQ-9 Reapers, in mind for a moment. Remember that, as you read, they're cruising Iraqi, Afghan, and Pakistani skies looking for potential "targets," and in Pakistan's tribal borderlands, are employing what Centcom commander General David Petraeus calls "the right of last resort" to take out "threats" (as well as tribespeople who just happen to be in the vicinity). And bear with me while I offer you a little potted history of the modern arms race.
Think of it as starting in the early years of the twentieth century when Imperial Britain, industrial juggernaut and colonial upstart Germany, and Imperial Japan all began to plan and build new generations of massive battleships or dreadnoughts (followed by "super-dreadnoughts") and so joined in a fierce naval arms race. That race took a leap onto land and into the skies in World War I when scientists and war planners began churning out techno-marvels of death and destruction meant to break the stalemate of trench warfare on the Western front.
Each year, starting in 1915, new or improved weaponry -- poison gas, upgrades of the airplane, the tank and then the improved tank -- appeared on or above the battlefield. Even as those marvels arrived, the next generation of weapons was already on the drawing boards. (In a sense, American auto makers took up the same battle plan in peacetime, unveiling new, ramped up car models each year.) As a result, when World War I ended in 1918, the war machinery of 1919 and 1920 was already being mapped out and developed. The next war, that is, and the weapons that would go with it were already in the mind's eye of war planners.
From the first years of the twentieth century on, an obvious prerequisite for what would prove a never-ending arms race was two to four great powers in potential collision, each of which had the ability to mobilize scientists, engineers, universities, and manufacturing power on a massive scale. World War II was, in these terms, a bonanza for invention as well as destruction. It ended, of course, with the Manhattan Project, that ne plus ultra of industrial-sized invention for destruction, which produced the first atomic bomb, and so the Cold War nuclear arms race that followed.
In that 45-year-long brush with extinction, the United States and the Soviet Union each mobilized a military-industrial complex to build ever newer generations of ever more devastating nuclear weaponry and delivery systems for a MAD (mutually assured destruction) world. At the peak of that two-superpower arms race, the resulting arsenals had the mad capacity to destroy eight or ten planets our size.
In 1991, after 73 years, the Soviet Union, that Evil Empire, simply evaporated, leaving but a single superpower without rivals astride planet Earth. And then came the unexpected thing: the arms race, which had been almost a century in the making, did not end. Instead, the unimaginable occurred and it simply morphed into a "race" of one with a finish line so distant -- the bomber of 2018, Earth-spanning weapons systems, a vast anti-ballistic missile system, and weaponry for the heavens of perhaps 2050 -- as to imply eternity.
The Pentagon and the military-industrial complex surrounding it -- including mega-arms manufacturers, advanced weapons labs, university science centers, and the official or semi-official think tanks that churned out strategies for future military domination -- went right on. After a brief, post-Cold War blip of time in which "peace dividends" were discussed but not implemented, the "race" actually began to amp up again, and after September 11, 2001, went into overdrive against "Islamo-fascism" (aka the Global War on Terror, or the Long War).
In those years, our Evil Empire of the moment, except in the minds of a clutch of influential neocons, was a ragtag terrorist outfit made up of perhaps a few thousand adherents and scattered global wannabes, capable of mounting spectacular-looking but infrequent and surprisingly low-tech attacks on symbolic American (and other) targets. Against this enemy, the Pentagon budget became, for a while, an excuse for anything.
This brings us to our present unbalanced world of military might in which the U.S. accounts for nearly half of all global military spending and the total Pentagon budget is almost six times that of the next contender, China. Recently, the Chinese have announced relatively modest plans to build up their military and create a genuinely offshore navy. Similarly, the Russians have moved to downsize and refinance their tattered armed forces and the industrial complex that goes with them, while upgrading their weapons systems. This could potentially make the country more competitive when it comes to global arms dealing, a market more than half of which has been cornered by the U.S. They are also threatening to upgrade their "strategic nuclear forces," even as Presidents Dmitry Medvedev and Barack Obama have agreed to push forward a new round of negotiations for nuclear reductions.
Meanwhile, Secretary of Defense Robert Gates has just announced cutbacks in some of the more outré and futuristic military R&D programs inherited from the Cold War era. The Navy's staggering 11 aircraft-carrier battle groups will over time also be reduced by one. Minor as that may seem, it does signal an imperial downsizing, given that the Navy refers to each of those carriers, essentially floating military bases, as "four and a half acres of sovereign U.S. territory." Nonetheless, the Pentagon budget will grow modestly and the U.S. will remain in a futuristic arms race of one, a significant part of which involves reserving the skies as well as the heavens for American power.
Assassination by Air
Speaking of controlling those skies, let's get back to UAVs. As futuristic weapons planning went, they started out pretty low-tech in the 1990s. Even today, the most commonplace of the two American armed drones, the Predator, costs only $4.5 million a pop, while the most advanced model, that Reaper -- both are produced by General Atomics Aeronautical Systems of San Diego -- comes in at $15 million. (Compare that to $350 million for a single F-22 Raptor, which has proved essentially useless in America's most recent counterinsurgency wars.) It's lucky UAVs are cheap, since they are also prone to crashing. Think of them as snowmobiles with wings that have received ever more sophisticated optics and powerful weaponry.
They came to life as surveillance tools during the wars over the former Yugoslavia, were armed by February 2001, were hastily pressed into operation in Afghanistan after 9/11, and like many weapons systems, began to evolve generationally. As they did, they developed from surveillance eyes in the sky into something far more sinister and previously restricted to terra firma: assassins. One of the earliest armed acts of a CIA-piloted Predator, back in November 2002, was an assassination mission over Yemen in which a jeep, reputedly transporting six suspected al-Qaeda operatives, was incinerated.
Today, the most advanced UAV, the Reaper, housing up to four Hellfire missiles and two 500-pound bombs, packs the sort of punch once reserved for a jet fighter. Dispatched to the skies over the farthest reaches of the American empire, powered by a 1,000-horsepower turbo prop engine at its rear, the Reaper can fly at up to 21,000 feet for up to 22 hours (until fuel runs short), streaming back live footage from three cameras (or sending it to troops on the ground) --- 16,000 hours of video a month.
No need to worry about a pilot dozing off during those 22 hours. The human crews "piloting" the drones, often from thousands of miles away, just change shifts when tired. So the planes are left to endlessly cruise Iraqi, Afghan, and Pakistani skies relentlessly seeking out, like so many terminators, specific enemies whose identities can, under certain circumstances -- or so the claims go -- be determined even through the walls of houses. When a "target" is found and agreed upon -- in Pakistan, the permission of Pakistani officials to fire is no longer considered necessary -- and a missile or bomb is unleashed, the cameras are so powerful that "pilots" can watch the facial expressions of those being liquidated on their computer monitors "as the bomb hits."
Approximately 5,500 UAVs, mostly unarmed -- less than 250 of them are Predators and Reapers -- now operate over Iraq and the Af-Pak (as in the Afghanistan-Pakistan) theater of operations. Part of the more-than-century-long development of war in the air, drones have become favorites of American military planners. Secretary of Defense Robert Gates in particular has demanded increases in their production (and in the training of their "pilots") and urged that they be rushed in quantity into America's battle zones even before being fully perfected.
And yet, keep in mind that the UAV still remains in its (frightening) infancy. Such machines are not, of course, advanced cyborgs. They are in some ways not even all that advanced. Because someone now wants publicity for the drone-war program, reporters from the U.S. and elsewhere have recently been given "rare behind-the-scenes" looks at how it works. As a result, and also because the "covert war" in the skies over Pakistan makes Washington's secret warriors proud enough to regularly leak news of its "successes," we know something more about how our drone wars work.
We know, for instance, that at least part of the Air Force's Afghan UAV program runs out of Kandahar Air Base in southern Afghanistan. It turns out that, pilotless as the planes may be, a pilot does have to be nearby to guide them into the air and handle landings. As soon as the drone is up, a two-man team, a pilot and a "sensor monitor," backed by intelligence experts and meteorologists, takes over the controls either at Davis-Monthan Air Force Base in Tucson, Arizona, or at Creech Air Force Base northwest of Las Vegas, some 7,000-odd miles away. (Other U.S. bases may be involved as well.)
According to Christopher Drew of the New York Times, who visited Davis-Monthan where Air National Guard members handle the controls, the pilots sit unglamorously "at 1990s-style computer banks filled with screens, inside dimly lit trailers." Depending on the needs of the moment, they can find themselves "over" either Afghanistan or Iraq, or even both on the same work shift. All of this is remarkably mundane -- pilot complaints generally run to problems "transitioning" back to wife and children after a day at the joystick over battle zones -- and at the same time, right out of Ali Baba's One Thousand and One Nights.
In those dimly lit trailers, the UAV teams have taken on an almost godlike power. Their job is to survey a place thousands of miles distant (and completely alien to their lives and experiences), assess what they see, and spot "targets" to eliminate -- even if on their somewhat antiquated computer systems it "takes up to 17 steps -- including entering data into pull-down windows -- to fire a missile" and incinerate those below. They only face danger, other than carpal tunnel syndrome, when they leave the job. A sign at Creech warns a pilot to "drive carefully"; "this, it says, is 'the most dangerous part of your day.'" Those involved claim that the fear and thrill of battle do not completely escape them, but the descriptions we now have of their world sound discomfortingly like a cross between the far frontiers of sci-fi and a call center in India.
The most intense of our various drone wars, the one on the other side of the Afghan border in Pakistan, is also the most mysterious. We know that some or all of the drones engaged in it take off from Pakistani airfields; that this "covert war" (which regularly makes front-page news) is run by the CIA out of its headquarters in Langley, Virginia; that its pilots are also located somewhere in the U.S.; and that at least some of them are hired private contractors.
William Saletan of Slate has described our drones as engaged in "a bloodless, all-seeing airborne hunting party." Of course, what was once an elite activity performed in person has been transformed into a 24/7 industrial activity fit for human drones.
Our drone wars also represent a new chapter in the history of assassination. Once upon a time, to be an assassin for a government was a furtive, shameful thing. In those days, of course, an assassin, if successful, took down a single person, not the targeted individual and anyone in the vicinity (or simply, if targeting intelligence proves wrong, anyone in the vicinity). No more poison-dart-tipped umbrellas, as in past KGB operations, or toxic cigars as in CIA ones -- not now that assassination has taken to the skies as an every day, all-year-round activity.
Today, we increasingly display our assassination wares with pride. To us, at least, it seems perfectly normal for assassination aerial operations to be a part of an open discussion in Washington and in the media. Consider this a new definition of "progress" in our world.
Proliferation and Sovereignty
This brings us back to arms races. They may be things of the past, but don't for a minute imagine that those hunter-killer skies won't someday fill with the drones of other nations. After all, one of the truths of our time is that no weapons system, no matter where first created, can be kept for long as private property. Today, we talk not of arms races, but of "proliferation," which is what you have once a global arms race of one takes hold.
In drone-world, the Chinese, the Russians, the Israelis, the Pakistanis, the Georgians, and the Iranians, among others, already have drones. In the Lebanon War of 2006, Hezbollah flew drones over Israel. In fact, if you have the skills, you can create your own drone, more or less in your living room (as your basic DIY drone website indicates). Undoubtedly, the future holds unnerving possibilities for small groups intent on assassination from the air.
Already the skies are growing more crowded. Three weeks ago, President Obama issued what Reuters termed "an unprecedented videotaped appeal to Iran... offering a 'new beginning' of diplomatic engagement to turn the page on decades of U.S. policy toward America's longtime foe." It was in the form of a Persian New Year's greeting. As the New York Times also reported, the U.S. military beat the president to the punch. They sent their own "greetings" to the Iranians a couple of days earlier.
After considering what Times reporters Rod Nordland and Alissa J. Rubin term "the delicacy of the incident at a time when the United States is seeking a thaw in its relations with Iran," the U.S. military sent out Col. James Hutton to meet the press and "confirm" that "allied aircraft" had shot down an "Iranian unmanned aerial vehicle" over Iraq on February 25th, more than three weeks earlier. Between that day and mid-March, the relevant Iraqi military and civilian officials were, the Times tells us, not informed. The reason? That drone was intruding on our (borrowed) airspace, not theirs. You probably didn't know it, but according to an Iraqi Defense Ministry spokesman, "protection of Iraqi airspace remains an American responsibility for the next three years."
And naturally enough, we don't want other countries' drones in "our" airspace, though that's hardly likely to stop them. The Iranians, for instance, have already announced the development of "a new generation of 'spy drones' that provide real-time surveillance over enemy terrain."
Of course, when you openly control squads of assassination drones patrolling airspace over other countries, you've already made a mockery of whatever national sovereignty might once have meant. It's a precedent that may someday even make us distinctly uncomfortable. But not right now.
If you doubt this, check out the stream of self-congratulatory comments being leaked by Washington officials about our drone assassins. These often lead off news pieces about America's "covert war" over Pakistan ("An intense, six-month campaign of Predator strikes in Pakistan has taken such a toll on Al Qaeda that militants have begun turning violently on one another out of confusion and distrust, U.S. intelligence and counter-terrorism officials say..."); but be sure to read to the end of such pieces. Somewhere in them, after the successes have been touted and toted up, you get the bad news: "In fact, the stepped-up strikes have coincided with a deterioration in the security situation in Pakistan."
In Pakistan, a war of machine assassins is visibly provoking terror (and terrorism), as well as anger and hatred among people who are by no means fundamentalists. It is part of a larger destabilization of the country.
To those who know their air power history, that shouldn't be so surprising. Air power has had a remarkably stellar record when it comes to causing death and destruction, but a remarkably poor one when it comes to breaking the will of nations, peoples, or even modest-sized organizations. Our drone wars are destructive, but they are unlikely to achieve Washington's goals.
The Future Awaits Us
If you want to read the single most chilling line yet uttered about drone warfare American-style, it comes at the end of Christopher Drew's piece. He quotes Brookings Institution analyst Peter Singer saying of our Predators and Reapers: "[T]hese systems today are very much Model T Fords. These things will only get more advanced."
In other words, our drone wars are being fought with the airborne equivalent of cars with cranks, but the "race" to the horizon is already underway. By next year, some Reapers will have a far more sophisticated sensor system with 12 cameras capable of filming a two-and-a-half mile round area from 12 different angles. That program has been dubbed "Gorgon Stare", but it doesn't compare to the future 92-camera Argus program whose initial development is being funded by the Pentagon's blue-skies outfit, the Defense Advanced Research Projects Agency.
Soon enough, a single pilot may be capable of handling not one but perhaps three drones, and drone armaments will undoubtedly grow progressively more powerful and "precise." In the meantime, BAE Systems already has a drone four years into development, the Taranis, that should someday be "completely autonomous"; that is, it theoretically will do without human pilots. Initial trials of a prototype are scheduled for 2010.
By 2020, so claim UAV enthusiasts, drones could be engaging in aerial battle and choosing their victims themselves. As Robert S. Boyd of McClatchy reported recently, "The Defense Department is financing studies of autonomous, or self-governing, armed robots that could find and destroy targets on their own. On-board computer programs, not flesh-and-blood people, would decide whether to fire their weapons."
It's a particular sadness of our world that, in Washington, only the military can dream about the future in this way, and then fund the "arms race" of 2018 or 2035. Rest assured that no one with a governmental red cent is researching the health care system of 2018 or 2035, or the public education system of those years.
In the meantime, the skies of our world are filling with round-the-clock assassins. They will only evolve and proliferate. Of course, when we check ourselves out in the movies, we like to identify with John Connor, the human resister, the good guy of this planet, against the evil machines. Elsewhere, however, as we fight our drone wars ever more openly, as we field mechanical techno-terminators with all-seeing eyes and loose our missiles from thousands of miles away ("Hasta la Vista, Baby!"), we undoubtedly look like something other than a nation of John Connors to those living under the Predators. It may not matter if the joysticks and consoles on those advanced machines are somewhat antiquated; to others, we are now the terminators of the planet, implacable machine assassins.
True, we can't send our drones into the past to wipe out the young Ayman al-Zawahiri in Cairo or the teenage Osama bin Laden speeding down some Saudi road in his gray Mercedes sedan. True, the UAV enthusiasts, who are already imagining all-drone wars run by "ethical" machines, may never see anything like their fantasies come to pass. Still, the fact that without the help of a single advanced cyborg we are already in the process of creating a Terminator planet should give us pause for thought... or not.
Tom Engelhardt, co-founder of the American Empire Project, runs the Nation Institute's TomDispatch.com. He is the author of The End of Victory Culture, a history of the Cold War and beyond, as well as of a novel, The Last Days of Publishing. He also edited The World According to TomDispatch: America in the New Age of Empire (Verso, 2008), an alternative history of the mad Bush years. To catch an audio interview in which he discusses our airborne assassins, click here.
[Note for TomDispatch readers: I particularly recommend the Christopher Drew New York Times piece cited above, "Drones Are Weapons of Choice in Fighting Qaeda," which gives a vivid picture of our drone wars at home. In addition, let me offer a small bow to Nick Turse, who, back in 2004, began writing at this site about the way our government has restricted blue-skies dreaming to the military. To keep up on drones and drone warfare, there is no better place to start than Noah Shachtman's Danger Room blog at Wired.com. It's a must. To keep track of drone strikes as they occur in our world, keep an eye on Antiwar.com. And a final note of thanks to Christopher Holmes, whose keen copyediting eye makes this process so much less embarrassing than it might otherwise be.]
Copyright 2009 Tom Engelhardt
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