Sunday, May 17, 2009


Eloísa Carreras y Armando Hart
Correo desde la Isla de la Dignidad


“No me pongan en lo oscuro/ a morir como un traidor: ¡Yo soy bueno y como bueno/ moriré de cara al sol!”.1

“¡Oh Maestro, qué has hecho!”, fue el lamento de Rubén Darío al conocer la muerte de Martí, en su primer combate, contra una columna de tropas españolas de más de seiscientos soldados, bajo el mando del coronel José Ximénez de Sandoval, destacado al frente de la plaza de Palma Soriano en la provincia de Oriente, y que por esos días, dirigía un convoy que había salido desde el citado pueblo hacia Remanganaguas. Luego de conocer, por medio de una delación, de la presencia de tropas mambisas en aquellos parajes, decidió enfrentarlas aprovechando las márgenes del río Contramaestre en dirección hacia el potrero de Boca de Dos Ríos, donde se ubicó de forma estratégica. En ese histórico sitio ocurrió la pérdida de Martí durante la guerra que había convocado y organizado, y a la que se incorporó a pesar de no ser un guerrero con conocimientos militares.
Ahí está la raíz de la tragedia ocurrida. Su ética le llevó al combate en este terreno, y esa es una de las razones por las que José Julián Martí y Pérez, Apóstol de nuestra independencia, fue y seguirá siendo un referente insoslayable.
El sentido de la frase del gran poeta nicaragüense habría que entenderlo desde su ángulo personal, porque lo miraba como la estrella irrepetible de la creación literaria. Pero el Delegado del Partido Revolucionario Cubano tenía una razón superior a todas las demás que pudieran invocarse, para venir a Cuba y poner su propia vida en la balanza del peligro: “El hombre de actos –había dicho él– sólo respeta al hombre de actos [...] ¡La razón, si quiere guiar, tiene que entrar en la caballería! y morir, para que la respeten los que saben morir”.2 El más grande pensador americano de su tiempo y que llevaba en su espíritu la más alta ética humanista, fue también un hombre de acción. Este genio de la palabra afirmó con profunda convicción: “Hacer, es nuestra manera de decir”.3 Su sentido práctico se hallaba en que debía enseñar con el ejemplo, era la única forma de ejercer una influencia mayor para el presente y el futuro de sus ideas.
La dignidad de su conducta se entiende cuando se toma en cuenta que aunque no era un soldado, sí tenía conciencia de que la guerra constituía una necesidad objetiva para la independencia de Cuba, y comprendía que debía enseñar con el ejemplo. En ello está la esencia de su virtud educativa, la prueba definitiva de la consecuencia de su vida y las razones últimas del funesto desenlace de este acontecimiento. No se trata de que Martí, como han dicho o sugerido algunos, tuviese una vocación suicida, no es que buscase conscientemente la muerte. El valor de su decisión heroica está en que ella constituía una exigencia de la tarea política y revolucionaria que se había planteado.
En Dos Ríos, pues, el 19 de mayo de 1895, sobrevino una de las adversidades más costosas de cuantas ha sufrido nuestro pueblo en su historia. El azar, propio de toda lucha, nos privó del más extraordinario conductor, cuando se decidía el ser o el no ser de una nación independiente. Ese mismo día aparece esta anotación del mayor general Máximo Gómez Báez, en su Diario de campaña: “Ya nos falta el mejor de los compañeros y el alma, podemos decir, del levantamiento”.4
Su martirologio marcó para siempre el ideario cubano con la enseñanza de su sacrificio. No se trata de un romántico ajeno a los procesos reales con que transcurre la vida del hombre y la sociedad. El valor de esta entrega se halla en que no hay pueblo capaz de avanzar y de conquistar su independencia y asegurar su libertad, sin el sello ético que supone la unidad entre el ideal de redención humana y el esfuerzo por alcanzarlo. En su cultura latía el drama social de la humanidad.
Los cubanos tenemos, todavía, un deber con el mundo, mostrar con mayor precisión quién fue José Martí, el más profundo y universal pensador del hemisferio occidental.
Su valor extraordinario no fue un producto exclusivo de su naturaleza, excepcionalmente dotada para la belleza, el intelecto y la capacidad de acción. El amor a la justicia y a la dignidad del hombre, y los destellos especiales y multifacéticos de su inteligencia, fueron estimulados, moldeados y enriquecidos por la cultura que asimiló intensamente.
El ideario que heredó de los forjadores de la nación cubana, unido a la vasta cultura que alcanzó, le llevaron a desarrollar y enriquecer las ideas políticas y culturales más avanzadas de su tiempo. Su maestro Rafael María de Mendive —discípulo, a su vez, de José de la Luz y Caballero— comprendió bien pronto a quién tenía por alumno cuando lo recibió en su hogar y escuela. En Martí fecundó lo mejor y más elevado del espíritu de su maestro. Así, en el ambiente más cubano y culto, leyó, escribió y aprendió.
El insigne poeta católico José Lezama Lima —creador y figura cimera del Grupo Orígenes, cuyas huellas fecundas aún perduran en la cultura cubana—, señalaba a Martí como un misterio que nos acompaña. Asimismo, Julio Antonio Mella, el combatiente antiimperialista, patricio y adalid de la juventud cubana —el más notable representante del proceso revolucionario en la década de los años 20, y quien fundó en 1925 el primer Partido Comunista de Cuba—, subrayó la necesidad de investigar el misterio del programa ultrademocrático de José Martí.
La enseñanza política y cultural martiana resume todo el siglo XIX cubano. Fue la síntesis más elevada en la que se fusiona el pensamiento político y social con las raíces del movimiento de masas; en la que la unidad de la cubanía y su fuerza alcanzó en la cultura política una capacidad insospechada. En su cultura, latieron el pensamiento y la sensibilidad cristianos en su expresión más pura y original. Dijo: “En la cruz murió el hombre en un día: pero se ha de aprender a morir en la cruz todos los días”.5
Era un apasionado patriota, este rasgo esencial de su carácter marcó su personalidad y se manifestó en las más diversas y aparentemente contradictorias formas de su hacer concreto y de su cultura enciclopédica y profundamente humanista. Aunque no lo expusiera al modo de decir de un filósofo europeo —ni tenía porqué hacerlo—, su pensamiento y acción aparecen como una sola pieza.
Sería un error situar al autor de los “Versos sencillos”6 y al precursor del modernismo latinoamericano, separado del político que tuvo el arte prodigioso de ordenar —en el sentido más alejado de lo impositivo— a todos los generales y oficiales de la Guerra de los Diez Años. Su originalidad superior se halla en la integridad que adquirieron en su persona todos estos componentes. Si se toma en cuenta que no había participado directamente en la Guerra del 1868, se comprenderá a qué escala de empeño de trabajo político creador, y de talento e imaginación tuvo que alzarse; y lo logró por la integridad en que se presentaron todos los elementos de su ideario y acción.
En la literatura martiana encontramos el compromiso patriótico y la hermosura de su palabra mágica integrando una identidad, que lo hace dialogar con su escritura y decir: “Verso, o nos condenan juntos/ O nos salvamos los dos!”.7 En esta afirmación hay un sello imborrable del diseño de nuestra cultura.
En el siglo XXI, la lección de su vida adquiere para los cubanos una nueva dimensión, se revela con mayor claridad y alcance su significado universal. Todo está en que con la brújula de su pensamiento, con la guía de su heroicidad y de su ejemplo, sepamos comprender la síntesis de ciencia y amor que hay en la cultura de esta figura excepcional, a quien Gabriela Mistral, caracterizó como el eslabón más alto de nuestra América cósmica.
Por todo ello, podemos resaltar estas palabras de Cintio Vitier: “Ser un pueblo martiano, no es fácil. La Revolución que estamos haciendo no es fácil, no puede ni quiere serlo. A las sombrías dificultades que nos opone el enemigo, oponemos otra dificultad mayor, un alto y luminoso desafío: ser dignos de la vida y de la muerte de José Martí”.8


Notas
1. José Martí, Obras Completas, Editorial Nacional de Cuba, 1963, La Habana, T. 16, p. 98.
2. Ob. Cit., T. 4, p. 252.
3. Ob. Cit., T. 2, p. 183.
4. Máximo Gómez, Diario de Campaña, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1969.
5. José Martí, Ob. Cit., T. 20, p. 478.
6. José Martí, Ob. Cit., T. 16.
7. Ídem., p. 126.
8. El énfasis es de los autores. “Vigencia de Martí”, en Revista Faro, La Habana, Asociación Nacional de Ciegos, No. 12, septiembre-diciembre del 2002.

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