Saturday, May 23, 2009


Traficar con droga, “mejor que ser jornalero” en Sinaloa

SIERRA DE SINALOA, SIN., 22 DE MAYO / Por ahí, cerca de donde brilla aún la casa del narcotraficante Héctor Luis El Guëro Palma, entre Mocorito y Badiraguatto, es donde el cartel de los Beltrán Leyva tienen “dos campamentos, cada uno con 300 hombres armados; ahí los entrenan y de ahí bajan a realizar sus trabajos”. El guía en la sierra de Sinaloa lo cuenta como quien va refiriendo atractivos históricos o turísticos, y suena inverosímil. La realidad se impone.





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El 27 de abril, el Ejército Mexicano destruye en la región cercana a Pericos, Mocorito, seis hectáreas sembradas con mariguana y quema 12 toneladas más de la yerba

SIERRA DE SINALOA, SIN., 22 DE MAYO / Por ahí, cerca de donde brilla aún la casa del narcotraficante Héctor Luis El Guëro Palma, entre Mocorito y Badiraguatto, es donde el cartel de los Beltrán Leyva tienen “dos campamentos, cada uno con 300 hombres armados; ahí los entrenan y de ahí bajan a realizar sus trabajos”. El guía en la sierra de Sinaloa lo cuenta como quien va refiriendo atractivos históricos o turísticos, y suena inverosímil. La realidad se impone.

El 27 de abril, el Ejército Mexicano destruye en la región cercana a Pericos, Mocorito, seis hectáreas sembradas con mariguana y quema 12 toneladas más de la yerba.

Por esos mismos días, comandos de hombres armados irrumpen en los campos tomateros de la zona y se llevan a fuerza a decenas de jornaleros. La noticia se conoce hasta el 10 de mayo, cuando los jornaleros procedentes del sur del país hacen un plantón para exigir que la empresa que los contrató los regrese a sus pueblos.

El Instituto Nacional de Geografía, Estadística e Informática y el Instituto Mexicano del Seguro Social reportan esta cifra de creación de empleos en la sierra sinaloense: cero.

“El dinero lo hacen en otro lado”, dice un ex presidente municipal serrano. Es decir, van a trabajar fuera y de ahí la escasez de mano de obra que conduce a los levantones de jornaleros.

Un empleo muy popular entre los jóvenes serranos, por ejemplo, es pasar droga por la frontera. Un funcionario judicial rinde el informe: “Cruzan la frontera como migrantes, por el desierto, en la zona de Sasábe, Sonora, cargados con una mochila de droga”.

Es mejor que ser jornalero, sin duda. La “guerra contra el narco” del presidente Felipe Calderón ha tenido, entre sus resultados, “que el cruce se pague al doble, de 150 pasó a 300 dólares, por una noche de riesgo”.

“Aquí la mayoría de la gente está jodida. ¿De dónde van a hacer lana si ahí hay puras piedras”, completa el ex presidente municipal.

“Otro lado” es Culiacán, por ejemplo, donde en lo que va del año ha habido más de diez “megadecomisos”: dólares, armas, drogas y lujos como un rifle AR-15 con las imágenes grabadas de un paisaje de la sierra, hojas de mariguana, casas y un helicóptero, hallado en marzo en el Fraccionamiento Montecarlo, junto con cinco millones en billetes verdes.

Salta a la vista que muy poca de la enorme riqueza del narcotráfico queda por estos lares. Las cifras oficiales dan la razón al ex alcalde. Un 68 por ciento de las comunidades de la sierra están consideradas pobres, 24 puntos arriba del promedio de Sinaloa. El índice de rezago social promedio del estado es de –0.45 (bajo), mientras que en la zona serrana llega a 1.11 (alto). Un dato más, vital en estos tiempos de relevancia del ángulo sanitario: 42 mil de los 79 mil habitantes de la sierra no son derechohabientes de ningún servicio de salud.

Las opciones fuera del negocio ilícito son poquísimas, aunque las hay. Para la mayoría, sin embargo, quedan los trabajos de sicario, camello o “agricultor”, como diría de sí mismo Joaquín Guzmán Loera.

“Aquí se usa mucho el trabajo de los niños para limpiar la mariguana y, en tiempos de cosecha, hasta al maestro lo encuentras limpiando”, cuenta un promotor del gobierno estatal que trabaja en la zona.

En Culiacán, los jefes del promotor dicen que cuando hay cosecha, “nos quedamos sin promotores porque hasta ellos piden permiso”.


LA TRAGEDIA DE BABUNICA

Las casas de Babunica fueron construidas por los célebres capos de apellidos Caro y Quintero, quienes también edificaron templo, escuela y plaza. En esa pequeña comunidad de Badiraguato se hizo realidad la leyenda que todavía se cuenta, en todo el país, respecto del clan: que Rafael Caro Quintero, el capo más famoso de los ochenta, ofreció pagar la deuda externa del país. A saber, pero a los habitantes de La Vainilla y por lo menos otras siete comunidades sí les cumplió cuando tendió cables de cerro a cerro –con helicópteros, dicen - para traer la electricidad.

“Ahora los de Babunica se quejan de que no les dan ningún apoyo porque sus casas están muy bien, pero están bien amolados”, dice un funcionario del gobierno de Sinaloa.

Aunque esos capos tan generosos ya no existen, en la sierra “nunca se batalla” para que las comunidades pongan su parte en programas gubernamentales que tienen como requisito que la comunidad aporte 25 por ciento.

Y lo que no hacen los capos tampoco lo hace el gobierno, salvo por programas muy nuevos, con recursos siempre insuficientes. La presencia federal viste de verde y de asistencialismo (con el programa Oportunidades, por ejemplo).

La queja de los priístas en el gobierno estatal es que en el gobierno federal “no hay sensibilidad respecto de que el desarrollo de la sierra es un asunto de seguridad nacional”.

Otros funcionarios del gobierno estatal refieren que, apenas llegó al cargo, le propusieron un programa para la sierra a Ernesto Cordero, secretario de Desarrollo Social federal: “Pareciera que ni nos oyó”.


EN TIERRAS DE EL JT

El Ejército mexicano fumiga los sembradíos de mariguana en tiempo de aguas. En secas, la tropa los destruye en el terreno. “Siempre han quemado, siempre han fumigado, pero con medida; ahora arrasaron con todo”, dice el ex presidente municipal quien habla siempre con mucho tiento y bajo el compromiso de no revelar su nombre

Se hace eco de una queja generalizada en la zona: desde el inicio de la nueva “guerra contra el narco” del gobierno federal, “la gente dice que no se han respetado los predios ya negociados”.

Explica: los pueblos “se arreglaban con los militares”, de modo que si los de San Javier perdían la cosecha “se iban a emplear con los de San José del Llano, y vicerversa. Ahora no”.

Dicho de otro modo, no hay trabajo. En Santa Cruz de Alayá, muy cerca de El Limoncito (donde fueron masacrados 12 campesinos en febrero de 2001), están algunos de los futuros desempleados: jóvenes de las comunidades que pasan del lunes al viernes en un albergue para estudiar el bachillerato.

Los muchachos son de los “privilegiados”, pues el grado escolar promedio en la región es de tercero de primaria (contra segundo de secundaria estatal). La porción sinaloense de la sierra tiene apenas 78 mil 732 habitantes, y algunos indicadores espeluznantes: por ejemplo, casi 3 mil jóvenes de entre 15 y 24 años no saben leer ni escribir.

Por ahora los muchachos reciben sus lecciones en un tendajón porque no han inaugurado las aulas ya casi terminadas, y viven en las viviendas de técnicos de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), quienes las ocuparon mientras construían la Presa Reguladora Amata.

La CFE lo desmontaba cuando a los habitantes se les ocurrió usarlo para instalar el anhelado plantel del Colegio de Bachilleres. Salieron corriendo a Culiacán y consiguieron la única alternativa educativa del nivel para esa porción del municipio de Cosalá, donde se ubican 197 comunidades serranas.

El albergue, inaugurado en septiembre de 2006, tiene el orgullo de que uno de los muchachos obtuvo el segundo sitio en un concurso estatal de matemáticas, pero cuenta además con algunos prófugos. Una noche, algunos de esos muchachos tránsfugas de la libreta llegaron a buscar a sus antiguas compañeras. Se brincaron la reja y trataron de entrar a los dormitorios. El director, Jesús Tapia Jiménez, salió a enfrentarlos. “¿Qué, tú no tienes parientes aquí?”, le dijo al cabecilla. “Sí, maestro, una prima”. Al final ofrecieron disculpas, quizá porque el director siempre los trató bien. “Disculpe, es que andamos tomados”, dijeron, antes de marcharse. Una travesura adolescente, de no ser porque los muchachos cargaban cuernos de chivo. El director lo cuenta como quien habla de que hubiesen llegado en pesero. Será porque en esta zona, dicen en voz no tan baja los lugareños, mandaba Javier Torres, El JT, lugarteniente de Ismael El Mayo Zambada.

Aunque Torres está preso hace cinco años y pese a que “han arrasado con todo”, muy cerca del albergue, en los terrenos más escarpados, en las hondonadas, es posible distinguir ese verde tan peculiar de las matas de mariguana.

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