Guillermo Almeyra
Los candidatos oficialistas perdieron en todos los grandes distritos electorales del país (la ciudad de Buenos Aires, las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Mendoza) y hasta en la provincia de Santa Cruz, de la que fuera gobernador Néstor Kirchner. El oficialismo perdió 22 diputados y el control de las cámaras de Diputados y de Senadores, y tiene sólo la primera minoría, con 31 por ciento de los votos a escala nacional (lo cual no es poco, pero lo deja a la merced de la alianza entre sus opositores en la derecha peronista y los partidos de centroderecha y derecha, todos los cuales se reforzaron).
Para las elecciones presidenciales de 2011 corre en desventaja, pues tanto la mandataria Cristina Fernández de Kirchner como el ex presidente Néstor Kirchner, o el gobernador de Buenos Aires, el peronista de derecha, pero kirchnerista, Daniel Scioli, acaban de ser derrotados estruendosamente. Se han reforzado en cambio las candidaturas del actual vicepresidente (opositor de centroderecha), Julio Cobos; del gobernador de Santa Fe y peronista de derecha, además de empresario soyero, Carlos Reutemann; del peronista de derecha Fernando de Narvaez, empresario investigado por posibles lazos con el narcotráfico mexicano, y del empresario ultraderechista Mauricio Macri, jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires.
Reutemann, además, podría nuclear detrás de sí muchos de los hoy kirchneristas que, ante los resultados electorales, empezarán a buscar otros caminos más prometedores para ellos. Por su parte, Cobos, fortalecido por haber obtenido más de 50 por ciento de los votos en Mendoza, su provincia, podría convertirse en el abanderado del sector no peronista, pues en parte reflotó a la Unión Cívica Radical y dejó atrás a Macri. La candidata de éste en la capital, Gabriela Michetti, en efecto, aunque ganó con 30.8 de los votos, retrocedió fuertemente respecto a la votación obtenida en 2007, cuando su grupo consiguiera 45 por ciento de los sufragios.
La derecha social (los soyeros, las grandes empresas trasnacionales, la gran industria) aumentó ya su ofensiva, reforzada por los favorables resultados en los comicios, y ya consiguió la renuncia de Kirchner a la presidencia del Justicialismo y la del aliado de Kirchner y ministro de Transportes, R. Jaime. Esas presiones obligarán al kirchnerismo a realizar difíciles negociaciones en un Parlamento adverso o a gobernar por decreto, provocando una guerra de guerrillas parlamentaria. La actual campaña virtual de los industriales en favor de la devaluación del peso (o sea, de la reducción de los salarios reales) más la lucha del capital agrofinanciero por el fin de las retenciones (impuestos a los excedentes agrarios) sin duda aumentarán en intensidad cuando la crisis mundial también afecta a la Argentina (el crecimiento del PIB caería a 2 o 3 por ciento, cuando antes superaba 8 o 9).
Por el lado del capital, por consiguiente, se amontonan los nubarrones. Por el de los trabajadores también, ya que ahora hay 200 mil desocupados más y crecieron la pobreza y la miseria en los suburbios de las grandes ciudades. Las votaciones en esos sectores, que el gobierno daba como seguros, se explican por los efectos de la crisis económica, pero también porque buena parte de los trabajadores y desocupados allí residentes repudia a los puntales de las candidaturas oficialistas –la burocracia sindical corrupta y antidemocrática agrupada en la Confederación General del Trabajo (CGT)–, varios de cuyos integrantes eran candidatos kirchneristas, así como los alcaldes municipales, con su aparato clientelista, la corrupción y las policías no depuradas. El notable éxito electoral obtenido por el ex alcalde de Morón en la provincia de Buenos Aires, que administró honesta y democráticamente y unificó detrás de sí a la CTA (Central de Trabajadores Argentinos, a la que el gobierno no le concede personería), demuestra por la negativa que la dependencia kirchnerista de los aparatos antidemocráticos y mafiosos no siempre sumó votos o no sumó los necesarios.
La abstención fue récord en un país donde el voto es obligatorio y casi llegó a 30 por ciento, y los votos nulos o en blanco ascendieron a 6 por ciento: en total, 36 por ciento, más que la primera minoría, la kirchnerista, con su 31 por ciento. Pero aunque el electorado dio un voto de castigo, no hubo un marcado deslizamiento hacia la derecha, como podrían indicar los resultados. Por ejemplo, el cineasta Fernando Pino Solanas, peronista de izquierda pero no kirchnerista, que es considerado de izquierda o centroizquierda por sus electores, obtuvo uno de cada cuatro votos emitidos en la ciudad de Buenos Aires, a pesar de que había otros candidatos considerados progresistas y de que el kirchnerismo presentaba como cabeza de lista a un no peronista progresista
(el banquero comunista Carlos Heller). Y en Córdoba y Mendoza los candidatos kirchneristas estaban a la derecha de quienes ganaron.
Por último, no hay que olvidar que las elecciones son sólo un termómetro que permite medir qué pasa en el electorado. Por tanto, hay que considerar también otros índices, como el de conflictos sociales (que surgen en muy buena parte al margen de las direcciones sindicales oficiales o contra éstas) y otro tipo de alianzas políticas y sociales que las electorales. Es muy probable que en el periodo próximo sean éstos, y no los electorales, los índices más analizados.
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