Sunday, May 23, 2010


Sara Sefchovich

Diego y los ciudadanos

23 de mayo de 2010

Durante muchos años, semana a semana recibí cartas primero y después correos electrónicos de los lectores, para comentar mis artículos. Siempre respondí y llegué a establecer interesantes diálogos y hasta alguna que otra amistad, aun si no estábamos de acuerdo.


Cuando empezó el periódico en línea, creí que sería una oportunidad para ampliar este debate. Pero no fue así. Me encontré con que la mayor parte de quienes mandan sus comentarios para que se suban a la página, no dicen nada que merezca la pena leerse y en cambio suman la prepotencia y grosería a la ignorancia y la mala ortografía. Decidí entonces no leerlos más. Y lo he venido cumpliendo desde hace buen rato.

Pero en una reunión de trabajo, un colega mostró los comentarios en torno al secuestro de Diego Fernández de Cevallos: “Lo que es tener medios mediocres en un país mediocre que tiene que explotar una noticia tan menor como si fuera el pronóstico del fin del mundo. Lo siento por la familia de este tipo pero pues la verdad 50 millones de pobres no lo van a extrañar”, “Es un acto de justicia, el primero de los muchos que vienen y que pondrán a la clase política en su lugar”, “Diego no se merecía esto... se merece algo peor”, “Ojalá no aparezca. Una rata menos”, “La neta, hay que hacerle un monumento al que se lo llevó”. Y cuando el coordinador de la bancada del PRI en el Senado, Manlio Fabio Beltrones, dijo que su desaparición “indigna y consterna” a la sociedad, le escribieron que: “No indigna a toda la sociedad, es bueno también acabar con las ratas de corbata!!”, “Indigna que toquen a gente honesta, trabajadora, con valores, humildes y comunes y corrientes, no a gente que toda su vida ha vivido del erario a costillas del pueblo”.

Otro colega recordó casos similares: cuando la muerte en un accidente aéreo de varios miembros de la familia Saba, los comentarios eran: “Malditos judíos, que se mueran”. Y cuando la muerte de la niña Paulette: “Se mueren muchos niños, ¿por qué tanto escándalo por una niña rica?”

María Teresa Priego ha tratado de entender y de explicarnos el significado de este tipo de descargas. Ella dice que funcionan “como búsqueda de resarcimiento de los dolores, las rabias, las frustraciones, el propio sentimiento de inadecuación”. Dicho de otro modo, que su utilidad consiste en encontrar un chivo expiatorio para nuestro daño interior.

Tiene mucha razón. Alguna ocasión en que escribí que “semana a semana hay lectores que se enojan conmigo, con Monsiváis, con Denise Maerker y con otros articulistas porque criticamos”, un lector me reclamó que me pusiera en el mismo plano que Monsiváis, “porque él se cocina aparte”. Su rabia personal le impidió ver que no hablaba yo del gran cronista (que por supuesto se cuece aparte) sino de los lectores que lo maltratan igual que a cualquiera de nosotros. Pero como dice Priego, descalificar al otro nos alivia, nos permite ocultar y silenciar nuestros sentimientos de inadecuación y de envidia, nuestra precariedad emocional.

Hoy día hay un importante debate sobre el internet. Se dice que es una maravilla como espacio de democratización y de fuerza ciudadana, que permite conectar a la gente y ayudar en causas significativas. Esto sin duda es cierto, pero como toda moneda, tiene dos caras, pues también permite lo contrario: ofender, atacar y defender las peores causas.

Los comentarios en línea, dado que se hacen desde el anonimato y la distancia, facilitan según dice Álvaro Cueva, a quien cita Priego, “tirar a matar con salvajismo impresionante”. Eso les permite a las personas que lo hacen, conseguir “un segundo de superioridad”.

Es mi opinión que los medios no deberían dejar hablar a los lectores que no se identifiquen plenamente. Porque lo que empezó como una idea excelente para conversar entre ciudadanos se ha convertido en otra cosa. Y no creo que toda esa gente que tira la piedra y esconde la mano, merezca la oportunidad. Quien quiera decir algo, que saque la cara, como la sacamos los que escribimos los artículos. Así sí se vale. Pero entonces veríamos que no son tan machos los muchos.

sarasef@prodigy.net.mx

Escritora e investigadora en la UNAM

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