Sunday, July 11, 2010



Bajo un huracán, pero de balas


La lluvia que no cesaba… La lluvia estruendosa que trajo a esta tierra el huracán Alex no era, no es suficiente para borrar las huellas de la vida de todos los días en la frontera tamaulipeca / Desde febrero, Gustavo Díaz Ordaz, Camargo, Miguel Alemán, Mier y Nueva Ciudad Guerrero han sido escenario de combates que igual duran unas horas que varios día

FRONTERA CHICA, Tamaulipas, 10 de julio.- Aquí ya no se mata como antes. Los más viejos todavía recuerdan un tiempo en que la venganza era una forma de justicia primitiva en esta tierra de contrabandistas y pistoleros épicos. Sólo el que debía algo esperaba la hora de pagar; los demás vivían sin pendiente. La muerte era cosa de héroes. Ahora no. Hoy se muere nomás porque sí, porque ibas pasando, porque te tocaba aunque no quisieras, porque no le gustaste a alguien. La muerte ya no discrimina porque aquí hay una guerra sórdida, porque las batallas no tienen reglas y se libran en las calles, entre la gente, frente a las escuelas y los mercados, en los caminos y veredas, porque todos son sospechosos de ser el enemigo.
Todavía no es la hora de la siesta y las calles de Gustavo Díaz Ordaz están desiertas, cerrados tres de cada cinco negocios sobre la avenida principal, la única sobre la que circulan algunos autos y trocas viejas. Calles adentro, apenas una que otra persona asoma en el porche de su casa; casi nadie en las aceras. La gente se volvió pesada al andar; parece que no camina, deambula, arrastra su sombra como si fuera a ninguna parte.
Aquí empieza la frontera chica, cinco municipios en la ribera del río Bravo que han sido masacrados, entre Reynosa y Nuevo Laredo, ciudades pujantes por comparación. Su rutina se alimenta de rumores sobre enfrentamientos que se avecinan. Saben qué significa el miedo: desde febrero, Gustavo Díaz Ordaz, Camargo, Miguel Alemán, Mier y Nueva Ciudad Guerrero han sido escenario de combates que igual duran unas horas que varios días. No es sólo ganar la plaza, controlar la franja fronteriza; es prevalecer sobre un rival que alguna vez fue aliado, es una cuestión del orgullo pervertido que se alardea en los narcocorridos.
La gente que me rodea / es gente muy decidida / antes de ser prisioneros / prefieren perder la vida / es pura gente elegida / con diploma de suicida.
Las elecciones del domingo 4 transcurren en relativa calma. Nada rompe el marasmo en el que viven los menos de 70 mil habitantes de estos cinco municipios. La labor fue hecha desde antes, mediante amenazas a los aspirantes del PAN, que se queda sin candidatos en Guerrero, Mier y Camargo, lo mismo que del PRD, que sólo no compitió en Guerrero.
Decir que la oposición en Tamaulipas es testimonial resulta una exageración; los comicios son más bien un pretexto para renovar el control del crimen organizado sobre las corporaciones policiacas, coinciden en corto panistas y perredistas. El resultado: tres de cada cinco potenciales electores no sufragan y el PRI arrolla. José Julián Sacramento y Julio Almanza, candidatos a gobernador del PAN y PRD, achacan al miedo el abstencionismo cercano al 60 por ciento en todo el estado; hasta el gobernador del no pasa nada, Eugenio Hernández Flores, así lo reconoce. Pero en la frontera chica se disparó hasta el 75 por ciento.
Votar aquí es una farsa. El PRI es el único partido que postuló candidatos a todos los puestos en los cinco municipios de esta región y se llevó todo de calle, excepto la alcaldía de Camargo, que fue para el PRD. En Mier, al priista Alberto González Peña le bastaron poco más de mil 200 votos para ganar. En Miguel Alemán y Díaz Ordaz el abstencionismo rozó el 60 por ciento. El extremo es Guerrero: con menos de mil votos a su favor, el candidato priista Luis Gerardo Ramos será presidente municipal de un pueblo semivacío, asolado por el narco. En cualquier caso, a este lugar no le vendría mal contar con autoridades; la alcaldesa Olga Juliana Elizondo Guerra prácticamente vive del otro lado de la frontera. A qué voy si nomás voy a gobernar a 800 gentes y son de ellos, cuentan que le han oído decir.
La violencia extrema a la que han estado sometidos desde hace meses los pobladores de la frontera chica y el asesinato del candidato priista a la gubernatura, Rodolfo Torre Cantú, el 28 de junio, exacerbó la sensación de indefensión. Si lo mataron al doctor, ya qué le queda esperar a uno.
Llueve en Camargo. Es más fácil resguardarse del mal clima que de las balas. Ya mojados qué importa pisar un charco de agua, pero cuando es de sangre acalambra. Las casas y negocios incendiados son memoria hechos costra.
En este municipio, los combates entre el cártel del Golfo y Los Zetas no han cesado desde el 27 de febrero y han sido los más cruentos en la zona. Aquella vez dejaron un rastro de cadáveres, vehículos acribillados y fachadas destruidas a lo largo de más de un kilómetro de carretera. Pobres de nosotros los que estuvimos en nuestras casas en el piso por el temor de recibir una bala perdida o un granadazo, protegiendo a nuestros hijos y viejitos; no sabe lo desesperante y frustrante que es todo esto. Hubo de todo tipo de armas, bazuca, granadas. Pasado el peligro, el azoro ante los restos de la batalla. Los casquillos en el suelo parecían arroz para los pollos. Eran de grueso calibre, puro cuerno. El Ejército apareció cuando ya todo había pasado. Aún se puede ver en YouTube un video que muestra decenas de vehículos abandonados a la vera del cruce de cuatro caminos, la salida a Camargo, Nuevo Laredo, Reynosa y Comales. Todo esto ocurrió desde las 11 de la noche hasta las 6 de la mañana, más o menos. Entre 5 y 6 de la mañana fueron de perdida 20 granadas las que se escucharon. Esto no es nada pa’ lo que estamos viviendo, llevamos una semana. Parece como si el pueblo estuviera secuestrado.
La madrugada del 12 de abril, el cártel del Golfo entró de nuevo a esta ciudad para expulsar a Los Zetas. El tiroteo duró varias horas, hasta el amanecer; las calles se iluminaban por las llamas y los estallidos de granadas. Algunos edificios quedaron reducidos a cenizas, incluidos el domicilio y la notaría del alcalde José Correa Guerrero, que huyó a Estados Unidos. Cuentan que ese día quemaron la casa de la mujer que grabó la secuela del enfrentamiento del 27 de febrero. Peor que eso, por todo Tamaulipas se dice que luego de que subió a YouTube el video de Camargo los levantaron a ella y a su marido y los decapitaron para dar un escarmiento.
La Misión y Santa Gertrudis son algunos de los poblados ocupados por los narcos. Comales estuvo secuestrado por Los Zetas durante varios días hasta que el Ejército intervino, se enfrentó a unos 150 sicarios y desmanteló su guarida. El 24 de abril atacaron la aduana y el puente fronterizo entre Camargo y Río Grande, Texas. Tres empleados fueron secuestrados. Los choques entre sicarios o los encontronazos con las fuerzas armadas se repiten con alguna regularidad. No sé qué es lo que ellos se pelean, pero entran y amedrentan a la gente de aquí. Andamos con los labios secos. Ya no tenemos esa libertad de hacer lo que hacemos. Nos quieren obligar al pueblo a hacer algo que pos a nosotros qué nos importa, o sea, el problema es de ellos, que agarren monte y que por allá se la partan.
Algún alcalde ha llamado psicosis al agobio de la población de esta zona. En realidad es tristeza.
Ciudad Miguel Alemán es la población más grande de la frontera chica, la única con actividad comercial en la calle que lleva al puente internacional. Pero esta es una frontera sin gringos. Ni quién venga a turistear.
Está justo en medio de esta franja: al oeste, Camargo y Díaz Ordaz; al este, Mier y Guerrero. Aquí no se salvaron de los fieros combates entre mediados y fines de febrero, tanto en la zona urbana como en la rural. Al menos una decena de policías fueron dados por desaparecidos. Desde entonces, las balaceras ocurren cada vez que un grupo de narcos se encuentra con elementos del Ejército o de la Marina, como el pasado 17 de abril en un fraccionamiento cercano a la línea fronteriza. Los bloqueos carreteros no son extraños, menos las ejecuciones y el hallazgo de cadáveres abandonados en calles y veredas. El poblado de Los Guerra ha sido testigo de varios enfrentamientos, uno de los más recientes, apenas el pasado 22 de junio. Cuatro días antes, en la ranchería El Pato de Oro murieron ocho gatilleros y tres soldados en otra refriega.
Cuentan que aquí termina el control del cártel del Golfo. Hacia Mier, a sólo 15 kilómetros, y Nueva Ciudad Guerrero –otros 25–, la presencia de Los Zetas es mucho más fuerte; es suyo el camino a Nuevo Laredo, a 121 kilómetros de la frontera chica.
Antes de que todo se fuera por un caño, Mier era el “pueblo mágico” de Tamaulipas, con más de dos siglos y medio de historia, variada alfarería y una cocina singular. Guerrero era tan tranquilo que en los años setenta todavía se podía pasar a Estados Unidos sin pasaporte; ahora es tierra sin ley, la única palabra que vale es la de los narcos. Como en su fundación, los pobladores viven bajo ataque: en el siglo XVIII eran los indios lipanes y comanches, hoy son Los Zetas y el cártel del Golfo.
Viajar por La Ribereña, como llaman aquí a la carretera fronteriza, es recorrer un mapa de salvajes batallas. En algunos tramos aún quedan huellas: tiendas de conveniencia cerradas tras alguna ejecución, uno que otro agujero de bala en las fachadas que no han sido del todo reparadas. La carpeta asfáltica se vuelve más oscura donde quemaron vehículos. La gente recuerda sesenta cadáveres por aquí, veinte por allá. Son caminos encomendados a la Santa Muerte, a la que se erigen capillas que superan en número y majestuosidad a las dedicadas a la virgen de Guadalupe, aunque muchas han sido destruidas por militares. También es zona de mitos, como el del narco que tenía un campo de futbol casi a pie de carretera y gustaba de traer a los Rayados de Monterrey a echarse unas cáscaras contra un equipo de sicarios. A las afueras de Guardado de Arriba, adelantito de Camargo, un retén militar vigila la entrada a la tierra que vio nacer a Jaime González Durán, El Hummer, uno de los líderes fundadores de Los Zetas.
El Ejército patrulla algunos caminos, los marinos se agazapan. De vez en cuando pasa un helicóptero. Entre los pobladores el respeto, el alivio y el miedo se confunden al paso de un convoy militar. Los marinos tienen mejor aceptación que los soldados, pero ni uno ni otro cuerpo se salva de la injuria: que unos están con Los Zetas y los otros con el cártel del Golfo. ¿Cuál con quién? Depende de los muertos. También se les acusa de excesos que llegan al crimen, como la familia que fue acribillada en la carretera a la altura de Ciudad Mier, el 3 de abril. Dos niños, Bryan y Martín Almanza Salazar, de cinco y nueve años, murieron por disparos del Ejército; siete familiares suyos resultaron heridos. La Secretaría de la Defensa Nacional negó el asesinato, pero la Comisión Nacional de los Derechos Humanos emitió una recomendación por “uso arbitrario de la fuerza pública”
Apenas el miércoles pasado, un grupo de mujeres se manifestó en el crucero de Díaz Ordaz y luego llevó su protesta a Reynosa. Piden que aparezcan sus maridos, supuestamente detenidos por marinos el lunes 5. Son 13 hombres que salieron a trabajar en la limpieza de canales; no se ha vuelto a saber de ellos.
Si la presencia militar infunde miedo, las autoridades locales son de pavor. Dicen que son narcos uniformados. Los policías no son policías. Son ellos mismos. Te checan, te interrogan, te revisan en los retenes que ponen. Los municipales vigilan las entradas a las ciudades, a pie de carretera federal. Altos conos rojos angostan los carriles; de dos a cuatro elementos se reparten los vehículos que se van deteniendo en los cruceros. En la cuneta, más hombres se resguardan bajo una carpa, junto a una o dos patrullas. Todos portan uniforme, chaleco blindado, escuadra al cinto.
El trato es más neutral que cortés, más rígido que seco. Las preguntas, de rigor: de dónde vienen y a dónde van. ¿Usted es de Tamaulipas? El mínimo traspié en una respuesta extiende el interrogatorio al conductor, le piden que muestre su licencia. Siempre están aquí, nomás checando para que no se les meta nadie raro. ¿Siempre? A veces se van, de plano se esconden cuando les avisan que ahí vienen los otros.
Si alguien se les cuela, para eso están los halcones, ojos y oídos que peinan estos lugares, cruzan datos con los retenes. Son taxistas, vendedores ambulantes, despachadores y hábiles ciclistas que mantienen el equilibrio con una sola mano, mientras que con la otra reportan todo lo que ven por celular. Son compañía obligada de cualquier extraño que llegue. Nosotros viajamos en dos autos conducidos por gente que conoce la región, pero ni así nos pierden de vista en ningún momento. Ponen nerviosos a nuestros guías y hacen imposible convencerlos de seguir a Mier y Nueva Ciudad Guerrero. Ya tentamos mucho a la suerte, ¿para qué le buscan más? Allá son zetas. Ni hablar. Hacen notar que los halcones siguieron nuestro paso por los tres pueblos visitados. Frente a la plaza y quiosco desolados de Gustavo Díaz Ordaz se descaran al pasar ante nosotros en un auto destartalado; los dos ocupantes sacan la cabeza por la ventanilla del chofer y nos saludan con un gesto. Una hora antes, en ese mismo lugar, un convoy militar había hecho una parada frente a una ferretería, ni un alma que se les atravesara a ellos.
Los halcones son eficaces. Más al sur, en San Fernando, fotógrafos de agencias nacionales e internacionales que registraban los estragos del huracán Alex fueron abordados por un grupo de zetas, metralletas en ristre, dos días antes de las elecciones.
El interrogatorio es tenso. Juran y perjuran que son periodistas, que sólo retratan ríos desbordados, campos inundados. Sacan sus credenciales de prensa, tarjetas de presentación, pasaportes, formas FM3. Vale madre, estas las hago yo en la computadora. Órale, sáquense a la chingada, aquí no hay nada que ver. Los sicarios se divierten con ellos. Si nos están mintiendo, vamos a regresar y se vienen con nosotros. Que no, que no hay problema, que ya se van, pero cómo no, a la chingada o a donde ustedes manden. ¿Saben quiénes somos? No. Somos los de La Letra, y les muestran una concha de oro, grabado el mapa de la república y cruzado con una gran Z roja. En el reverso, dos figuras de sicarios disparan al aire sus cuernos de chivo; una leyenda dice Comando.
Los periodistas no son bien vistos en Tamaulipas, menos por estos lares. Cuando estalló la guerra, en febrero, ocho reporteros fueron secuestrados; sólo tres salvaron la vida. Muchos han sido levantados por horas o días, las madrizas son monumentales. Mínimo los tablean, es decir, acribillan sus nalgas con varas de madera para que les quede claro el mensaje a todos. Otro periodista murió el mes pasado en Reynosa, en circunstancias poco claras; a uno más, desde mayo no lo ven, pero su familia dice que todavía tiene esperanzas. Ningún caso se ha esclarecido.
Por eso no reportean en esta zona. De por sí, la mayor parte de los caminos de Tamaulipas no son para andar paseando, y menos en la frontera chica. Aquí se viene porque te trae algo. La cosa es qué.
En Semana Santa, la recomendación de los gobiernos mexicano y estadunidense a los paisanos que regresaban a visitar familiares fue no viajar de noche, usar carreteras de cuota y cooperar en retenes. Cualquier otro día, la gente evita estos caminos siempre que puede.

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