Cuando Henry Kissinger opina
Si Henry Kissinger opina en un artículo del Washington Post, esto nos obliga a que todos prestemos atención. Hay ahí un mensaje. Kissinger se ha presentado siempre como el supremo proponente de un “realismo” en todo lo relacionado con la política imperial estadunidense. Pero también siempre ha sido cuidadoso de no distanciarse demasiado del establishment político conservador.
Por tanto, cuando opina, nos dice adónde se mueven las políticas públicas y, a la vez, las empuja por un sendero “realista”, en conjunción con sus aliados dentro del gobierno. Por tanto, nos está preparando para un viraje en esas políticas. Ahora escribió de Pakistán. ¿Qué nos dice?
Primero que nada apunta lo que está en juego para Estados Unidos en Pakistán. Este país es una potencia nuclear que siendo incapaz de mantener el control en el interior del país podría, por tanto, ser una que “recurriera a la azarosa carta de la diplomacia internacional”. Todo mundo sabe esto, nos dice, pero “el remedio ha probado ser escurridizo”. La política estadunidense reciente ha sido favorecer una coalición entre Musharraf y los partidos civiles –un “objetivo encomiable”, pero que no es “práctico”. En un país que no cuenta con sociedad civil, las elecciones “agudizan” las crisis más que resolverlas. Parece que, con mucha frecuencia, los comicios resultan en la elección de la gente equivocada.
Para Kissinger, en Pakistán no hay sino fuerzas “feudales” en juego –grandes terratenientes en la provincia de Sindh (el partido de Bhutto), clases comerciales en el Punjab (el partido de Sharif), y los militares. La lucha entre estas fuerzas se parece a la de aquellas ciudades-Estado italianas durante el Renacimiento –alianzas cambiantes sin un sentido de lo que sería un “bien general”. A fin de cuentas los militares son los árbitros. ¿Ergo, qué? Cualquier intento de Estados Unidos de “manipular” el proceso político tiene la posibilidad de resultar “un tiro por la culata”. La “evolución del inmediato proceso político está más allá de nuestro alcance”.
Sí, Musharraf ha sido un aliado leal y Estados Unidos no puede darse el lujo de disociarse de él, porque sería un mal mensaje para otros aliados leales. Pero al mismo tiempo es tarea de Musharraf –“no nuestra”– lidiar con los resultados de las elecciones. En resumen, está solo. Estados Unidos no debería de preocuparse por la política en Pakistán, únicamente acerca de las llamadas “cuestiones de seguridad nacional” –el control de las armas nucleares y la resistencia ante los terroristas (los radicales islamitas).
El realismo, parece ser, mucho no es una guía detallada para la acción. Nos instruye acerca de los límites de lo que Estados Unidos puede hacer. La evolución democrática –un “importante objetivo”– se encuentra en “una escala temporal diferente” de la seguridad nacional. Así que hay que dejarla a un lado. En cambio, Estados Unidos debe hacer tratos con quienquiera que quede a la cabeza, si puede.
El artículo de opinión de Kissinger se publicó la misma semana en que el almirante Fallon renunció al mando de las fuerzas estadunidenses en toda la región de Medio Oriente. Parece que ha dicho, con mucha frecuencia y en voz muy alta, que como posibilidad “práctica” no es viable una acción militar de Estados Unidos en Irán. ¿Otro “realista”? Parece que el almirante Mullen, jefe del Estado Mayor Conjunto, también dice lo mismo, sólo que con mayor discreción. Y parece que el general Pace, predecesor de Mullen, decía lo mismo también.
Bush y Cheney desean insistir públicamente que sobre la mesa está una acción militar, aun cuando en realidad no lo esté. Parecen suponer que esto amedrentará a los iraníes y calmará a los israelíes. El problema es que ya nadie cree en Bush y Cheney, aun cuando digan lo que podrían hacer, y lo que probablemente quieran hacer en realidad.
A Estados Unidos no le está funcionando el militarismo macho a últimas fechas. El realismo, como alternativa imperial, es algo muy parecido a una maniobra desesperada. ¿Pero acaso le quedan muchas otras maniobras en Medio Oriente?
© Immanuel Wallerstein
Traducción: Ramón Vera Herrera
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