Uno de cada seis habitantes de este planeta protagoniza involuntariamente el nuevo récord del 2009 anunciado por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO): 1 020 millones de personas padeciendo cada día, en comunión de agonía y desespero, los insoportables ronroneos del estómago que el hambre desata.
Apenas un par de cifras abruman: 642 millones de hambrientos en la región de Asia y el Pacífico, 265 millones en África subsahariana.
Frente a tan exorbitantes números, pareciera devoto de la mayor utopía el presidente de Ecuador, Rafael Correa, cuando —para asombro de muchos— afirmó al cierre de la II Cumbre América del Sur-África en Isla de Margarita que la epidemia global del hambre la podríamos erradicar "mañana".
En entrevista con Venezolana de Televisión explicó una categórica verdad: "por primera vez en la historia el problema del hambre en el mundo no es técnico, no es por falta de recursos, sino consecuencia nefasta de otras carestías: la de sistemas justos y voluntad política".
El nivel tecnológico y la producción actual, acompañados de mejores sistemas de distribución, garantizarían subvertir esta situación "de forma inmediata", enfatizó.
Si los argumentos de Correa —conjugados con las cifras millonarias de quienes padecen este flagelo— logran impactar, es justamente por corroborar la exactitud de su análisis.
América Latina y el Caribe, por ejemplo, con 53 millones de personas que no tienen asegurado el pan de cada día, limita al norte con uno de los países que más despilfarra alimentos o los consume sin necesidad, pues la cuarta parte de la población adulta estadounidense es obesa, según informes oficiales.
En la propia región latinoamericana y caribeña, la más polarizada del orbe, el año pasado la ONU calculó el desperdicio de 70 000 toneladas de víveres, en una cadena de desaprovechamiento irracional que afectaba tanto la cosecha en el campo, como los hogares, los restaurantes y los supermercados.
El premio mayor, si de indolencia se trata, lo exhibe Reino Unido, donde una de cada tres bolsas de comida adquiridas en los mercados va a parar, intacta, al contenedor de la basura, ha afirmado Richard Swanrell, director de la agencia gubernamental inglesa para la reducción de residuos (Wrap).
Un estudio realizado por esta institución constató que, cada día, medio millón de pollos y de huevos, un millón de salchichas, uno y medio de plátanos, y hasta cinco de patatas, pasan de las despensas familiares a los vertederos británicos sin haber conocido mordida alguna.
Los alimentos desechados anualmente en este país, ascendentes a cuatro millones de toneladas, no solo alcanzarían para dar "de comer y llevar" a los desamparados del viejo continente, (que también los hay, pues 15 millones suman los hambrientos en las naciones desarrolladas), sino que le ahorrarían a la atmósfera la emisión de 18 millones de toneladas de dióxido de carbono.
Según José Graziano da Silva, representante Regional de la FAO en América Latina y el Caribe, para la Cumbre Mundial sobre Seguridad Alimentaria (noviembre próximo), la Organización de Naciones Unidas impulsará la erradicación del hambre para el año 2025, con una meta de término de la desnutrición infantil en el 2015.
Con certeza, si quienes deciden compartir sintieran igualmente el estrago punzante de un organismo pidiendo bocado, o la debilidad de quien ya olvidó cualquier sabor, no tardarían quinquenios en hacerlo.
Planificar un sistema de distribución más equitativo y humano podría resolverse en un corto periodo de tiempo, ya lo dijo el presidente Correa. Sin embargo, hay quienes prefieren dejar para otro día el dolor que pueden aliviar hoy.
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