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Miscelánea
Yo siempre había pensado que es una cuestión de sentido común saber que lo negativo no se puede demostrar. Por ejemplo: si uno de mis vecinos me acusa de tener una pistola con la que me he propuesto matarlo, él tiene la posibilidad de demostrar que sí la tengo si es que la tengo: se podría descubrir gracias a un registro exhaustivo de mi propiedad. Pero si yo no tengo una pistola, tampoco tengo la menor posibilidad de demostrarlo, como tampoco, digamos, puedo demostrarle a nadie que no tengo una corbata dorada con lunares color lila, en el caso de alquien me acusara de tenerla.
Esto sucedió poco antes de la invasión norteamericana de Irak del 2003. Estados Unidos tuvo la posibilidad de demostrar que Hussein tenía armas de destrucción masiva si sí las hubiera habido. Lo que no se podía era pedirle, por asesino y tirano que fuera, que demostrara no tenerlas.
Y esto es lo que ha sucedido con Colombia y Venezuela. No le toca a Venezuela demostrar que no hay bases de las FARC en su territorio. Yo no dudo, en lo personal, que las haya, pero eso es otro rollo: si no existen, Venezuela no lo puede demostrar. Le toca a Colombia demostrar que sí existen, si es que existen.
Con una agravante: ¿Con qué cara le exige Colombia a Venezuela que demuestre que no hay bases guerrilleras en su territorio cuando la misma Colombia no sabe dónde están las bases de las FARC en su propio territorio, el colombiano? Y no lo sabe porque, de saberlo, ya habrían acabado con ellas ¿o no? ¿O acaso las FARC –y con ellas las agrupaciones paramilitares de extrema derecha– son más poderosas que todo el ejército colombiano en su conjunto? Más bien es Colombia la que tendría que disculparse con sus vecinos por no haber sabido, por no haber sido capaz de acabar en 20 ¿o 30 años? con un movimiento desalmado y asesino que gracias a las espesas selvas que se dan por esas partes, puede, con gran facilidad, pasar a otros países e infectarlos.
Lo que desde luego Colombia sí puede demostrar es la existencia, en su territorio, de las seis ¿o son siete? bases estadunidenses que no sólo ponen en peligro a la región: son un insulto para toda Latinoamérica.
Es una lástima que CNN en Español, un canal al que todavía respeto, no respete a sus entrevistados y les exija demostrar lo indemostrable.
Pero esta falta de ética no es la única que comete este Canal: cada vez me cuesta más trabajo confiar en la credibilidad de la que tanto hace alarde, mientras más venden su espacio publicitario a productos fraudulentos que dañan a sus televidentes por partida doble: uno, porque les hace gastar dinero en productos mágicos que van a aliviar una buena parte de sus dolencias y hacerles perder peso. Dos, y esto es lo más grave, porque los distrae de los ejercicios y las dietas sanas que, ésas sí, pueden ayudarlos a combatir entre otras cosas su obesidad y prevenir enfermedades como la diabetes.
¿Hay alguna forma de confiar en los medios televisivos? Hace dos o tres semanas, escuché al director del noticiero Visión 40 que llamaba a Chávez tirano
y mentiroso
y, unos pocos días más tarde, calificaba a Maradona de degenerado
. Fue en Londres, en la BBC –en la que trabajé 14 años– que aprendí que un noticiero es lo que es: un programa de noticias en el que no se le endilga a nadie un calificativo. En todo caso, la noticia debe manejarse –o manipularse: toda noticia es manipulable– de manera que el público, por lo que se le dice, y la forma como se le dice, infiera por sí mismo que el personaje de quien se le habla es un tirano, o un hipócrita o un asesino o lo que sea. El caso de Maradona es particularmente escandaloso, porque Argentina no ganó la Copa del Mundo, y no sólo por culpa de su técnico, sino principalmente por culpa de sus jugadores. Si la hubiera ganado, Maradona no sería un degenerado: sería el genial Maradona.
Otra falta de ética, que linda con la irresponsabilidad, es transmitir una noticia que contenga información falsa o alterada. Fue en el mismo noticiero Visión 40 que un joven locutor –bien intencionado sin duda– anunció una tarde que había un problema grave en Israel por la decisión de su gobierno de construir casas habitación en la parte ultraortodoxa de Jerusalén. No fue así: la parte ultraortodoxa de esa ciudad se llama Mea Shearim y en ella sólo viven judíos fundamentalistas. La decisión fue la de edificar viviendas en la zona árabe de Jerusalén, habitada hasta ahora casi en un cien por ciento por árabes de religión musulmana y de ciudadanía israelí. Una ciudadanía, por cierto, de segunda clase, que los despoja de algunos derechos y en cambio les otorga el privilegio de no someterlos al servicio militar que deben cumplir todos los jóvenes judíos por varios años.
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