Irak, a prueba
Lucía Luna
MÉXICO, D.F., 6 de agosto (apro).- Tras siete años de guerra que dejaron casi 4.500 bajas estadunidenses, un número indefinido de muertos iraquíes, pero que oscila alrededor del millón; otro tanto de heridos, lisiados, desplazados, viudas y huérfanos; y una destrucción material incuantificable, incluidos tesoros culturales irrecuperables, el 2 de agosto el presidente Barack Obama anunció que el 31 de este mes Estados Unidos pondrá fin a sus “misiones de combate”.
Esto no quiere decir que la violencia y la presencia militar norteamericana en Irak hayan terminado. Ciertamente, este año Washington habrá reducido sus tropas de manera espectacular (90 mil de enero a septiembre), pero los 50 mil efectivos que permanecerán como “asesores” en territorio iraquí hasta diciembre de 2011, no dejan de ser una fuerza de ocupación y, además, están facultados para actuar en defensa propia, lo que llevará a choques inevitables. El mismo Obama reconoció que “aún quedan tareas peligrosas por realizar”.
Como sea, Irak entra en un nuevo periodo que puede considerarse de prueba. Y en Estados Unidos no todos están seguros de que lo supere con éxito. No por supuesto los neoconservadores de la administración Bush, como Dick Cheney, quienes sistemáticamente se han opuesto a una retirada de Irak con los mismos argumentos de seguridad que los llevaron a invadirlo. Tampoco muchos republicanos que desean ver fracasar a los demócratas y algunas voces militares que lamentan retirarse sin una victoria.
Pero también hay analistas realtivamente moderados que expresan sus dudas. En la revista The Atlantic, por ejemplo, un trío integrado por Thomas Ricks, Thomas Friedman y Peter Feaver se planteó la misma pregunta: “¿Por qué no estamos listos todavía para salir de Irak?” Y básicamente coincidió en las respuestas: porque la situación política sigue siendo inestable; los policías y militares locales todavía no están preparados para mantener la seguridad; prevalece la cultura tribal y sectaria que puede reavivar una guerra civil y, sobre todo, hay el riesgo de que Irak se convierta en un nuevo Líbano bajo la férula de Irán.
Con una desaprobación actual de la guerra en Irak de más del 60%, debido sobre todo al elevado número de víctimas estadunidenses –Obama hizo el anuncio del fin de los combates precisamente en una Convención de Veteranos de Guerra Inválidos– desde luego muchos quisieran que las tropas se retiraran todas ya, sin importar las consecuencias. Que las habrá, sin duda, aunque no necesariamente las que anticipan los temerosos o los políticamente interesados.
Muy pocos, en realidad, hablan de ellas con verdadero conocimiento de causa. Es el caso de Nir Rosen, un periodista independiente nacido en Manhattan, hijo de padre irání y madre israelí, conocedor de la cultura y la lengua árabes, que puede pasar por cualquier poblador de esa zona y que logró incrustarse en las filas tanto de las milicias sunitas como chiitas durante los años iniciales de la guerra y, desde ahí, contar la versión “dura” de los hechos.
Sobre esta base, en diciembre de 2005 publicó también en The Atlantic un artículo titulado “Si Estados Unidos abandonara Irak”, en el que planteaba una hipótesis muy distinta a la de la propaganda oficial, lo que le significó ser acusado de traidor a los intereses estadunidenses, pero abrió a muchos un horizonte que no ofrecía la gran prensa comercial.
“En algún momento –más tarde o más temprano– las tropas de Estados Unidos saldrán de Irak. He pasado gran parte de la ocupación reporteando en Bagdad, Kirkuk, Mosul, Fallujah y otras partes, y puedo decir que una creciente mayoría de iraquíes desearía que fuera más temprano”, empezaba el artículo. Pero todavía tuvieron que pasar cinco años y un cambio de administración en Washington para que este deseo empezara a hacerse parcialmente realidad.
Ya entonces, Rosen se preguntaba: “¿Si la gente que protege ostensiblemente el ejército estadunidense quiere que se vaya, por qué se queda?” La respuesta más común, decía, es porque sería irresponsable de Estados Unidos retirarse antes de asegurar algún grado de paz. La presencia norteamericana es la única capaz de detener una guerra civil generalizada que costaría millones de vidas y desestabilizaría profundamente la región. “¿Pero realmente es así?”, cuestionaba el periodista.
La retirada de EU
Aunque muchas circunstancias han cambiado desde 2005, la situación derivada de la caída del régimen de Sadam Hussein sigue siendo básicamente la misma y así lo evidencian las “preocupaciones” de quienes cuestionan el anuncio hecho por Obama. De igual manera, muchos de los argumentos dados entonces por Nir Rosen ante un hipotético escenario de retirada de Estados Unidos, siguen siendo válidos.
En el formato de una entrevista a la que él mismo responde, el periodista pregunta por ejemplo si el retiro de las tropas estadunidenses destaría una guerra civil entre chiitas y suníes, y su respuesta, categórica, es “no, porque esta guerra ya está en curso y en gran parte debido a la presencia norteamericana”. Explica: los suníes acusan a los chiitas de colaborar con los invasores, y sus líderes no pueden acercarse a negociar sin ser acusados ellos mismos de colaboradores o traidores por las bases.
De salir los estadunidenses –continúa– el gobierno, dominado ahora por los chiitas, también perdería este estigma y las fuerzas de seguridad iraquíes no estarían actuando bajo las órdenes de infieles extranjeros en contra de sus compatriotas. Todo esto, opina Rosen, facilitaría el acercamiento y la negociación, y eso, asegura se lo confirmaron las partes en pugna.
¿Pero los sunitas no buscarían retomar el control? No, dice otra vez Rosen, porque los chiitas y los kurdos tienen ahora la mayor parte del poder y los sunitas lo saben. Además, carecen del armamento, los efectivos y la organización que tenían en la época de Hussein. “Pero lo más importante es que el nacionalismo iraquí y no la rivalidad es el principal motor tanto de chiitas como de sunitas. La mayoría de los grupos insurgentes considera que libra una guerra de resistencia y no una jihad. Y los ataques son sobre todo para castigar a los que colaboran con los norteamericanos y para disuadir esta colaboración”.
Entonces, ¿la retirada de Estados Unidos no alentaría la insurgencia? “No. Si la ocupación terminara, terminaría también la insurgencia”, dice el periodista, quien asegura que los combatientes y los clérigos suníes con los que habló le dijeron que lo hacían para vengarse de los abusos y las humillaciones infligidas por los estadunidenses. Si ya no hubiera enemigo, los insurgentes no tendrían contra quien luchar.
¿Pero qué pasaría con los jihadistas extranjeros de la resistencia? ¿Quién los controlaría? El elemento externo de la jihad es numéricamente insignificante, asegura Rosen, y el grueso de la insurgencia local no tiene ninguna relación con Al Qaeda. La propaganda de Estados Unidos es la que lo ha hecho grande, al responsabilizarlo de todos los ataques.
El periodista admite que, al principio, la resistencia sunita dio entrada a los combatientes foráneos porque estaban más dispuestos a morir que los locales. Pero sus objetivos son muy diferentes, dice. Los primeros quieren reinstaurar el Califato Musulmán y combatir a los infieles, mientras que los segundos sólo recuperar su riqueza y poder, y no librar una jihad hasta la muerte. Además, los jihadistas no han logrado arraigo en la población civil, que inclusive los ha hostigado. Si los norteamericanos se retiran y hay un gobierno de unidad en Bagdad, éste mismo se encargará de perseguirlos.
Y los kurdos, ¿no intentarán separarse? Sí, dice Rosen, pero esto va a ocurrir de todos modos. Los kurdos no se sienten iraquíes y quieren un país independiente. Por el momento participan en el proyecto federalista, pero al mismo tiempo preparan la secesión. Tienen sus propias tropas, los peshmerga, que pueden ascender a 100 mil y controlan el petróleo de la zona de Kirkuk. Son muy proestadunidenses y, por el momento, no parece que vayan a tener problemas con Turquía, ya que no han expresado ningún interés en unirse con los kurdos turcos o apoyar su movimiento.
En cuanto al temor de que Irán asuma el control de Irak, Rosen lo descarta por completo debido al fiero nacionalismo iraquí. Es cierto, dice, que algunos chiitas ven a Teherán como un aliado, porque les dio cobijo cuando fueron perseguidos por Hussein, pero cientos de miles no olvidan los crímenes masivos ni los agravios sufridos en las cárceles iraníes durante la guerra de los ochenta.
De lo que sí debe olvidarse Estados Unidos, dice, es de instaurar una democracia secular en Irak. Aparte de los kurdos, la mayoría de los iraquíes quiere un Estado musulmán. Paradójicamente, la invasión no hizo sino reforzar este sentimiento, ya que ante la ausencia de otras instituciones sociales, la población se refugió en las mezquitas y el clero asumió un papel rector. Hasta la resistencia baasista retornó al Islam y la esperanza es que la Ley Islámica logre poner orden en el caos iraquí.
Hasta aquí lo que dijo Rosen en 2005. En febrero de este año, después de que Obama anunció su calendario de repliegue y luego de las dudas vertidas por un sinnúmero de analistas, además del trío de The Atlantic, el periodista se declaró frustrado por la “histeria” sobre el retorno del sectarismo, la amenaza de una guerra civil o, incluso, la idea de que Irak se está “desintegrando”. Dijo que acababa de regresar de allá y que pudo desplazarse tranquilamente por todo el país, siendo sus mayores problemas el tráfico y los constantes puntos de control estadunidenses.
Según él, así como los estadunidenses se tardaron en reconocer la resistencia a la ocupación y una guerra civil en curso, ahora tampoco se han percatado de que las milicias tienden a disolverse y la gente ya no tiene el mismo miedo a ser exterminada como antes. “Si bien trágica –dice con la frialdad del corresponsal de guerra– la violencia se limita a asesinatos selectivos, bombas de lapa y algunos ataques terroristas espectaculares, pero todos manejables y ninguno estratégicamente importante”.
Desde su óptica, las fuerzas de seguridad iraquíes ya cumplen un papel “suficientemente decente”. Rosen admite que a veces pueden ser brutales, detener a gente inocente o caer en la corrupción, “pero ya no actúan como escuadrones de la muerte y, además, cualquier cosa es mejor que la anterior anarquía y las masacres sectarias”.
El tiempo dirá si este periodista atípico dentro del establishment o sus contrapartes convencionales o políticamente interesadas tienen razón. Por lo pronto, el pasado mes de julio se saldó con el mayor índice de violencia en Irak desde hace dos años, con 535 muertos, de los cuales 396 fueron civiles (la mayoría en atentados con bomba).
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