Sunday, September 30, 2007

Guillermo Almeyra /I

Cuba: un debate insoslayable

El agravamiento del bloqueo estadunidense y de las condiciones climáticas resultantes del recalentamiento global (sequías, huracanes cada vez más fuertes y frecuentes) aumenta las dificultades que deben superar el pueblo y el gobierno cubanos. A esto se agrega el peligro planteado por el aventurerismo bélico de Washington (contra Irán, pero también con planes para Cuba y Venezuela), que obliga a destinar a la defensa recursos que se necesitan urgentemente en los campos económico y social. De este modo Cuba no sólo mantiene su “periodo especial”, sino que también atraviesa por las nuevas dificultades resultantes del recalentamiento de una economía débil y sin recursos cuando comienza acrecer a un ritmo alto. Por eso se encuentra nuevamente en una encrucijada, que es tanto más peligrosa cuanto que se realiza en medio de la renovación forzada de la dirección del gobierno y de las luchas sordas en el aparato estatal y en la burocracia sobre cuál debe ser el camino para la reorganización de la economía y de la vida política.

Desde hace mucho –ya he escrito al respecto– hay una fractura política generacional entre quienes conocieron las condiciones sociales y políticas anteriores a la Revolución de 1959 y quienes, por el contrario, se formaron después de ésta y, peor aún, en la larguísima crisis provocada por la aplicación de las recetas soviéticas en la isla y, después, por el inglorioso e incruento derrumbe del llamado “bloque socialista”, que aseguraba a Cuba un nivel de vida y de consumo artificial. También hay grandes diferencias entre la vida y la conciencia de la población campesina y la de las grandes ciudades y, por supuesto, entre los privilegiados de la burocracia (o los que reciben divisas) y los ciudadanos “de a pie”, que sufren todo el impacto de las dificultades cotidianas ya desde hace rato y cada vez con menos capacidad de soportar y con menos esperanzas sobre una rápida mejoría. Vastos sectores de la juventud urbana (sobre todo en La Habana) tienen ilusiones sobre las supuestas ventajas y maravillas del capitalismo (que el nivel de vida de los turistas estimula) y una parte importante de la intelligentsia también se siente frustrada pues desearía gozar del cosmopolitismo de sus colegas extranjeros. Ahora bien, como se sabe, Cuba es un país urbanizado desde antes de la Revolución y el peso en sus ciudades de los lumpen y de los marginales siempre ha sido muy grande, al igual que el desarrollo de una capa de intelectuales que miraba siempre hacia el exterior. La emigración drenó la base de una oposición capitalista en la isla pero el gobierno desde hace rato no obtiene ya consenso del apoyo a su orientación política y económica “socialista” sino de la conciencia de la mayoría de los cubanos de que un cambio de régimen haría de la isla una colonia estadunidense gobernada por la mafia cubana de Miami. Por otra parte, la confusión y los miedos aumentan porque nunca ha habido una definición de qué es para los dirigentes cubanos el socialismo ni un balance público del “socialismo real” y de qué efectos tuvieron los intentos de aplicarlo en Cuba. De ahí viene el temor generalizado a la reaparición del “periodo gris” totalitario (cuando un grupo de burócratas creyó erróneamente que Raúl Castro lo apoyaría, como lo había apoyado en el pasado) sin ver que los cambios en Cuba y en la misma burocracia hacían ya imposible la resurrección de los dinosaurios estalinistas.

¿Cuáles son los problemas más urgentes? Primero, la escasa producción y la baja productividad agrícola y ganadera, la escasez de alimentos de calidad, el desabasto en las cocinas de los hogares. Y, por supuesto, la carencia de la seguridad alimentaria, porque Cuba debe importar los alimentos de su población, cosa que no podría hacer en caso de una agresión armada. Segundo, el sentimiento de asfixia que tienen vastos sectores de la juventud debido a la desinformación, al control burocrático de los medios, que no discuten los problemas reales, al paternalismo oficial, a la falta de espacios para su autonomía, su autogestión, la libre discusión. O sea, la incredulidad ante las informaciones e intenciones gubernamentales, incluso ante las que son correctas. Tercero, el pésimo transporte, que desmoraliza e irrita e impide la puntualidad y la disciplina en el trabajo. Cuarto, la escasez de viviendas dignas. Todos estos problemas juntos colaboran para que la resignación se una al cinismo para llevar a pensar sólo en vías individuales de “arreglo” (desvío de fondos públicos, robos al por menor, jineterismo, mala calidad y baja intensidad del trabajo, ausentismo, estafas al turista). En vez de construir ciudadanos democráticos, ya no digamos socialistas, fomentando la solidaridad, la crítica, la asunción de responsabilidades, la honestidad, la creatividad, el paternalismo burocrático estatal ha funcionado en la dirección opuesta, ahogando la participación consciente de los trabajadores (que en Cuba son la inmensa mayoría), pese a que la proclama todos los días, rayando en la hipocresía.

¿Y cuáles son las tendencias que buscan dar una respuesta a estas –y otras– exigencias? Son básicamente cuatro: 1) la de Miami, por supuesto, y la de los “socialdemócratas” y “realistas” que creen que no se puede salir del marco del capitalismo y dejan todo en manos de “los mercados”; 2) la del “modelo chino” (libre capitalismo, pero con el control absoluto del aparato estatal por un Partido Comunista altamente centralizado y totalitario); 3) la de la reforma burocrática de la burocracia, con un llamado a la movilización y participación de los jóvenes pero manteniendo la centralización del partido y la identificación entre el partido y el Estado, y 4) la que desde varias revistas e institutos reúne a quienes quieren eliminar los restos del estalinismo para construir relaciones socialistas. En el próximo artículo resumiré sus propuestas.




Guillermo Almeyra / II y último

Cuba: un debate insoslayable

La derecha (y algunos de la ultraizquierda que piensan como ésta) tienen una respuesta fácil: “normalizar” a Cuba, alinearla con las reglas del mercado mundial abandonando “las veleidades revolucionarias”. Son “realistas”: proponen importar trabajadores agrícolas haitianos mal pagados para producir más arroz, producir etanol como ordena Bush a los países de Centroamérica y del Caribe, abandonar la ayuda internacional en médicos y en maestros (que, sin embargo, aporta divisas o se cambia por petróleo), no invertir en hoteles (cuyos ingresos permiten comprar alimentos) sino sólo en casas populares. Escuchar a la gente, que ella decida cuáles deben ser las prioridades y los consumos, la autogestión, la autorganización de los trabajadores son cosas que están fuera del horizonte mental de estos “realistas” para los cuales el internacionalismo, la solidaridad, la independencia nacional son meros sueños.

Los “chinos” del aparato estatal olvidan por su parte las diferencias históricas y culturales que existen entre Cuba –que ya antes de la revolución era uno de los países más complejos, cultos y desarrollados de América Latina– y el Imperio del Medio, y olvidan también el enorme ahorro interno chino, la gigantesca disponibilidad de mano de obra barata que permite la cooperación simple, la abundancia de capitales provenientes de la diáspora china. En realidad, su propuesta se reduce a abrir nuevos espacios al mercado capitalista, pero fortaleciendo el monopolio del Estado y de la vida política por un Partido Comunista cubano altamente burocratizado y centralizado.

Aunque es evidente que en la fase del capitalismo de Estado actual (que no de socialismo) el papel del aparato estatal es fundamental, en el terreno de la planificación de las inversiones y del aseguramiento de la educación, la sanidad y la defensa, no es menos obvia la necesidad de democratizar y descentralizar la vida política para recurrir a las energías y capacidades creativas de la juventud (que está fuera de la burocracia y el apoyo de una parte importante de la cual debe ser ahora ganado) y de los trabajadores del campo y de la ciudad. Por otra parte, la acumulación de capital para el desarrollo industrial y urbano no puede hacerse a costa de los escasos y pobres trabajadores rurales sin crear una aún más grave carencia de alimentos. Por lo tanto, es vital asegurar el pleno empleo y el aumento de la productividad en el campo –hasta ahora políticamente confiable–, evitar el envejecimiento de su población, crear fuentes de trabajo productivo rural-urbano que absorban parte de las juventudes urbanas mal empleadas y eviten su lumpenización. La experiencia de los cinturones agrícolas en torno a La Habana y la agricultura urbana sólo podrían funcionar eficazmente en el contexto de una política general tipo NEP leninista, dando margen al mercado y al lucro campesino pero también compensando los costos con subvenciones y medidas de apoyo a los sectores más débiles mediante una política de precios para los productos esenciales y, sobre todo, reforzando el cooperativismo y la solidaridad. También se podría atraer jóvenes productores hacia el campo privilegiando la construcción de viviendas y de pequeñas empresas rurales, que venderían al Estado. Cuba tenía además una importante flota pesquera que podría ser reanimada, por ejemplo, mediante acuerdos de coinversión con algunos países del Mercosur, pagándoles en tonelaje de pesca dichas inversiones y los costos en combustible y aparejos, de modo de dar trabajo bien pagado y de obtener divisas, aumentando la presencia cubana en el continente.

Por último, los intentos de contener y reformar la burocracia mediante métodos administrativos pueden obtener un efecto inmediato pero serán efímeros si se basan sólo en el voluntarismo y la conciencia de un sector de los jóvenes politizados (la mayoría de los demás no participarán). La cuestión central es que la burocracia se desarrolla con la escasez, pues asegura privilegios en la distribución del abastecimiento alimentario, en la vivienda, en el transporte y todo eso es poder. Sólo es posible combatirla diferenciando el partido del Estado, controlando a éste con aquél, controlando al partido con la autoorganización de consejos de los trabajadores, con plenos derechos de discusión y de decisión, dando plena libertad a la discusión y la crítica, fomentando el debate sobre los problemas y las soluciones.

Ni las perestroikas ni otro tipo de luchas burocráticas contra la burocracia (que es funcional y que se apoya en el monopolio de la política por el PCC) podrán ser efectivas si no hay un control antiburocrático por parte de los mismos productores, mediante consejos y sindicatos independientes del partido y del Estado (aunque sus miembros puedan apoyar a ambos o incluso ser sus mejores integrantes). El debate, por otra parte, debe ser libre, sin límites, para producir un choque de credibilidad porque una de las causas de la disconformidad creciente es el secreto innecesario y el lenguaje esópico de los medios de información y no hay confianza popular en un cambio inmediato en este terreno. En ese sentido no sólo es lamentable sino que también es pernicioso el intercambio de insultos y calificativos entre “ortodoxos” y “perversos”. Un humorista brasileño, el Barão de Itararé, tenía como lema de su periódico la célebre frase de Voltaire “defenderé hasta la muerte tu derecho a disentir de lo que yo digo”, pero modificada del siguiente modo: “defenderé hasta la muerte tu derecho a ser un imbécil”. Pues sí, incluso ese derecho debe ser defendido porque la democracia no debe concederse sólo a los que piensan como uno sino a todos los que piensan diferente. Con la única excepción de los conspiradores imperialistas.

No comments: