Sunday, March 09, 2008

Bajo la Lupa

Alfredo Jalife-Rahme

Narcotráfico global: caballo de Troya de la militarización de EU

La “guerra contra el terrorismo global”, ideada por el complejo militar industrial de Estados Unidos (EU) con el fin de controlar los hidrocarburos de Medio Oriente y Asia central, comporta asombrosas coincidencias con su previa “guerra contra el narcotráfico” que le brindó suculentos dividendos durante la guerra fría.

Después de su humillante derrota militar en Irak, su empantanamiento en Afganistán y la proto-balcanización de Pakistán, pareciera que los mismos círculos militares de Estados Unidos han fusionado en una sola guerra global tanto al narcotráfico como al terrorismo.

No hay que olvidar las dos infames “guerras del opio” que libró Gran Bretaña contra China en el siglo XIX, con el fin de dominar al gigante asiático y controlar los mares aledaños, y que alumbraron a HSBC –experto en blanqueo y sanforizado bancario–, cuyas hazañas imitó Citigroup hasta que cayó en la insolvencia crediticia.

En forma similar a sus aliados británicos, el complejo militar industrial de EU libra hoy sus “guerras del opio” desde Afganistán/ Pakistán, pasando por Kosovo, hasta Latinoamérica (México, Colombia y la región andina).

Pepe Escobar relata el génesis narcoterrorista de Kosovo, un “estado mafioso en las entrañas de Europa” engendrado por EU y la OTAN: “el Ejército de Liberación de Kosovo era prácticamente un Al Qaeda de los Balcanes para los estupefacientes duros, apuntalado en forma entusiasta por los servicios secretos de EU y Gran Bretaña” (Asia Times; 29/2/08). Cita las reseñas, en el periódico ruso Ogoniok, de Vladimir Ovtchinsky, criminólogo y anterior jefe de la oficina de Interpol en Moscú en la década de los 90, quien describe el negocio supermillonario y “la forma en que los clanes albano-kosovares siempre (sic) controlaron el tráfico de opio y heroína desde Afganistán y Pakistán a través de los Balcanes hasta Europa occidental”.

Vesti, cadena de televisión rusa, reportó desde el lugar de los hechos y deshechos (Afganistán) que los estupefacientes son transportados por los servicios de carga militar de Estados Unidos a sus bases Ganci (Kirguizia) e Incirlik (Turquía).

Arkady Dubnov, periodista ruso en misión en Asia central, citó fuentes anónimas afganas para decir que 86 por ciento de todos los estupefacientes producidos en las provincias sureñas y sudorientales son transportados al exterior por la aviación de EU. Nada de qué extrañarse: ¡hasta los talibanes lo saben! Una de las múltiples causales de la evicción del poder en Kabul de los talibanes fue el control del principal mercado de opio del planeta por la dupla anglosajona, que le sirve como fuente de financiamiento espurio y para desestabilizar y desmoralizar a sus enemigos (hoy a Rusia como ayer a China).

La “guerra contra el narcotráfico” en Colombia le ha generado pletóricos dividendos geopolíticos a EU desde hace varias décadas, entre los que sobresale su invaluable posicionamiento militar en el único país bioceánico de Sudamérica: Colombia, que colinda con Venezuela (las mayores reservas petroleras del mundo), Brasil (la principal potencia geoeconómica de la región), Perú (potencia minera), Ecuador (potencia petrolera y donde Washington instaló una importante base militar) y Panamá (relevante por su canal). Con la coartada del narcotráfico, EU se posicionó militarmente en las entrañas de Sudamérica.

A nuestro juicio, lo que menos conviene a Estados Unidos es la solución del contencioso colombiano, con una duración de casi cuatro décadas de guerrilla, porque se quedaría sin coartada para vigilar militarmente los dos océanos de Sudamérica y su estratégico canal: el narcotráfico le suple la suprema justificación para permanecer indefinidamente.

El politólogo Michael Parenti, en su libro Contra el Imperio, de hace 13 años, desnuda la política exterior de EU durante el siglo XX, basada en mendacidades y la utilización de varias Cruzadas para justificar su intervencionismo, entre las que resalta la “guerra contra el narcotráfico” en Afganistán y Latinoamérica (Colombia y Venezuela).

El primero de marzo pasado, el Departamento de Estado publicó el fariseo Reporte del Control (sic) Internacional de las Drogas de 2007, en el que subraya la situación “catastrófica” en Afganistán, de la que culpa a la “amenaza terrorista” de los talibanes. También inculpa a Bolivia, Colombia y México como principales abastecedores de drogas ilícitas, especialmente la cocaína, hacia EU (¡pobrecitos!), Europa y Asia; fustiga de paso la orientación anti-estadunidense de la izquierda de Bolivia y Venezuela.

Para sus “proyectos antidrogas” tanto en Latinoamérica (Plan Colombia, que involucra a Bolivia y Ecuador, y su similar, la Iniciativa Mérida calderonista) como en Asia central, EU utiliza varias estratagemas.

Para Latinoamérica brilla intensamente el entrenamiento militar de la Escuela de las Américas, con sede en Fort Benning (Columbus, Georgia), donde forma a sus “cuadros” del futuro, mientras en Asia central descuella la “formación” de sus “recursos humanos” en The George C. Marshall European Center for Security Studies. En forma oprobiosa, su “ayuda militar” a Uzbekistán dejó un espeso olor a azufre (Thom Shanker y C.J. Chivers; The NYT; 13/7/05).

No es lo mismo el reporte de la ONU que el del Departamento de Estado que coloca en la picota a Bolivia y a Venezuela con fines desestabilizadores, mientras festeja a Colombia. EU mezcla la “guerra contra el narcoterrorismo” con la hoja de parra de la “democracia”, cuando no la politiza al extremo, como ha sido el caso flagrante contra Venezuela, donde las exageraciones mediáticas provocan más hilaridad que credulidad.

Llama la atención que tanto en Afganistán como en Colombia, EU haya impuesto el uso selectivo de productos químicos de sus trasnacionales (un jugoso negocio circular) para fumigar los plantíos sin el menor miramiento al daño ambiental.

El principal país consumidor de estupefacientes del planeta, EU, constituye un paraíso para su extensa red “invisible” de operadores criminales de cuello blanco (quienes siempre resultan ser forajidos foráneos, menos estadunidenses, como si sus conexiones vinculantes se amputasen inverosímilmente en sus transfronteras), y manipula descaradamente a sus omnipotentes multimedia y a los pusilánimes organismos internacionales para engañar y falsificar la triste realidad del narcotráfico global con el fin de militarizar a cierto tipo de países desestabilizados deliberadamente y cuyo caos lleve agua a su molino geopolítico expoliador.





Alfredo Jalife-Rahme

El fin de una era

El analista geopolítico Alfredo Jalife-Rahme, colaborador de La Jornada, publica su nuevo libro El fin de una era. Turbulencias en la globalización, editado por el sello Libros del Zorzal, y del cual ofrecemos un adelanto a nuestros lectores. En este volumen, el autor advierte acerca del fin de la globalización tal como la conocemos

De la alquimia financiera a la química petrolera

Nuestro mundo evidencia desde algunos años una serie de cambios estructurales cuyo alcance habrá de sentirse por generaciones. Podríamos decir que asistimos al fin de una era. No obstante, su modelo omnipotente de globalización financiera ya venía averiado desde años atrás: para los técnicos, desde la quiebra de la correduría LTCM en 1998; para los leguleyos, desde 2000, con el desplome bursátil del índice tecnológico Nasdaq.

Tal como vine señalando en diversos artículos publicados en el periódico La Jornada –en muchos de los cuales me he inspirado para la redacción del presente libro–, la alquimia financiera, manejada estupendamente por la dupla anglosajona –Estados Unidos y Gran Bretaña– que controla los mercados de la globalización desregulada, sólo podía pervivir gracias a la eventural transmutación del “oro negro” en “papel-chatarra”, concretamente el dólar. Un virtual triunfo militar de Estados Unidos en Irak –con el consiguiente control petrolero– hubiera prolongado la alquimia financiera otra década más. No sucedió así.

La derrota de Estados Unidos en su aventura militar en Irak, que no pocos analistas lúcidos de su establishment catalogan de “catástrofe”, enterró el proyecto fantasioso de la unipolaridad con su política de “guerra preventiva” que pretendía cambiar los regímenes sentenciados de “enemigos” bajo el mote teológico de “Eje del mal”.

En 2003, después de haber literalmente pulverizado a la antigua Mesopotamia desde los cielos, el ejército más poderoso del planeta, con sus 150 mil efectivos no pudo derrotar a 20 mil insurgentes sunnitas ni controlar sus pletóricos yacimientos petroleros. Fue justamente el año siguiente, cuando emergió lo que podríamos denominar “la ecuación del siglo XXI”: declive del dólar y auge de dos binomios tangibles, el petróleo/gas y el oro/plata.

Las consecuencias geoestratégicas de la derrota militar de Estados Unidos en Irak son infinitamente superiores a su descalabro en Vietnam, crisis de la que la URSS no supo sacar provecho: la dupla Nixon-Kissinger reaccionó rápido y requilibró sus posiciones mediante tres movimientos exitosos en el tablero de ajedrez mundial: 1) el viaje a China (seducida como nueva aliada frente a la URSS); 2) el golpe de Estado pinochetista contra Allende en Chile (ese otro “11 de septiembre”, de 1973), y 3) un mes más tarde, la victoria de Israel en su guerra contra los países árabes limítrofes.

Hoy, a más de tres décadas de esos acontecimientos, el cuadro es bien diferente. La derrota de Estados Unidos en Irak exhibe cinco consecuencias mayúsculas: 1) se derrumba la “contención de China” –estrategia delineada en 1992 por la Guía de Política de Planificación del Pentágono bajo la firma de Paul Dundes Wolfowitz, subsecretario de Dick Cheney–; al revés de lo planeado, Beijing se asienta actualmente como una nueva potencia de primer orden; 2) se sacude la globalización financiera, abriendo paso al proceso de “desglobalización”; 3) el dólar pierde su hegemonía y desnuda la vulnerable realidad geofinanciera y geoeconómica de Estados Unidos, el único imperio deudor en la historia de la humanidad; 4) la multipolaridad, que a nuestro juicio se expresa en un “nuevo orden hexapolar”, y 5) emerge la teocracia de los Ayatolás de Irán como la nueva potencia regional en el Golfo Pérsico: un efecto totalmente indeseable para el trío conformado por Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel, derrotado por la “guerra asimétrica” desde la frontera china con Afganistán, pasando por los países ribereños del Golfo Pérsico, hasta la costa oriental del mar Mediterráneo.

Actualmente es más diáfano el trayecto del nuevo orden multipolar: la globalización financiera, de corte trasnacional privado, se encuentra en proceso de desintegración (o de “desglobalización”), mientras crece la influencia de la globalización petrolera, de corte estatal y geopolítico. ¿Se trata de una revancha de la química petrolera contra la alquimia financiera?

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