Sunday, March 22, 2009





1. Reformistas y Revolucionarios

Toda revolución real se caracteriza por dos actividades: sustituye el modo de producción existente y remplaza la superestructura política (tipo de Estado) encontrada. Por lo tanto, toda política que lucha por esos objetivos con ética y medidas factibles, es revolucionaria. La que no procura alcanzarlos es sistémica, sea conservadora, populista o reformista.

La civilización burguesa se erige sobre el valor de mercado y el parlamentarismo partidista de sufragio general. Ser revolucionario ante esta civilización significa, por consiguiente, sustituir la economía del valor de mercado por la economía del valor de trabajo y la democracia representativa-oligárquica por la democracia participativa integral y socialmente (estadísticamente) representativa, es decir, la democracia no-elitesca. (66% de los senadores y 39% de los diputados estadounidenses son millonarios, frente al 1% de millonarios en la población nacional.)

2. Valor de mercado y valor de trabajo

Sin ciencia revolucionaria no hay proyecto revolucionario y sin proyecto revolucionario no hay sujeto o simplemente valor, no es más que una unidad (patrón, prototipo, estándar) de medición del tiempo de trabajo; semejante al metro original depositado en el Museo de Pesas y Medidas de París (BIPM). La diferencia entre ambos es que el metro original mide una distancia física entre dos puntos (longitud), mientras el valor mide el tiempo transcurrido en el proceso de producción. Ambos patrones de medición fueron definidos a finales del siglo XVIII, inicios del siglo XIX, por la Academia Francesa de Ciencias y David Ricardo, respectivamente. revolucionario. Por eso es necesario entender algunos conceptos claves de la Ciencia del Socialismo del Siglo XXI, particularmente de la economía de equivalencia, entre ellos, el valor de trabajo. El valor de trabajo,

El “valor de mercado” no tiene nada que ver con el valor de Ricardo o Marx. Es un concepto de la economía burguesa usado como sinónimo de “precio de mercado”. Por ejemplo: Si una empresa tenía en el año 2008 el total de sus acciones en la bolsa de Moscú, digamos cien acciones de a $1000 cada una, el valor de mercado de esta empresa era $100.000. Con la caída de 75% del mercado bursátil ruso, el valor de mercado (precio) de esta empresa es hoy día, $25.000; pese a que el valor real de sus edificios, máquinas, productos almacenados (stock), etcétera ---es decir, el tiempo de trabajo que fue necesario para construirlos--- es el mismo que en 2008. ¿Cómo se explica esa diferencia entre valor y precio de mercado?

Tanto el costo de la mercancía (salarios, insumos, etc.) como su precio final (valor de mercado) son definidos, esencialmente, por el nivel de las fuerzas productivas y el poder relativo de los actores económicos frente a los mercados y Estados, lo que deja amplios márgenes para la especulación, la inflación y la manipulación de los mismos por los dueños de los medios de producción; tal como observamos en el precio del petróleo durante el último año.

El valor de mercado (precio) no es un patrón de medida objetiva (intersujetiva) como el metro, que se define como la longitud del trayecto recorrido en el vacío por la luz durante un tiempo de 1/299 792 458 de segundo, o el valor, como tiempo productivo transcurrido, sino una expresión de las relaciones de poder de los actores sociales. Por eso, no sirve para determinar objetivamente el valor económico aportado por cada trabajador e institución y tampoco, para distribuir equitativamente ese valor económico creado por todos (PIB). El valor, en cambio, determina con precisión la riqueza generada; se modifica solo gradualmente por cambios en la productividad del trabajo; define las retribuciones justas de trabajo por medio de la equivalencia; transparenta las relaciones de poder y privilegio y permite la planeación democrática de la economía a nivel mundial.

3. Valor, valor de uso y valor de cambio

Marx y Engels diferenciaron del concepto valor (cantidad de segundos, minutos, horas, días requeridos en promedio para producir una mercancía), las categorías de valor de uso y valor de cambio. Por valor de uso entendieron la capacidad práctica del producto para satisfacer una necesidad (p.e., un auto para desplazarse). La necesidad del capitalista de vender la mercancía producida para recuperar su inversión y la ganancia en forma de dinero, “realizar el valor” decía Marx, genera el valor de cambio. Es decir, el valor de la mercancía del capitalista se cambia (se vende) en el mercado contra otro valor, y la relación entre ambos valores es el valor de cambio. El valor de cambio de un producto no es necesariamente idéntico a su valor, porque en la compraventa en el mercado intervienen una serie de factores ---por ejemplo, la relación entre oferta y demanda, la intervención del Estado, etc.--- que inciden sobre el valor de cambio. El conjunto de esos factores puede entenderse como el poder de los actores sociales involucrados.

Debido a que un proceso productivo terminal es el resultado de una larga cadena de procesos productivos vinculados a compraventas de insumos, el poder de los actores sociales involucrados juega un papel decisivo, junto con el nivel de las fuerzas productivas, en cada eslabón del proceso. Dado que las compraventas se hacen en dinero, los valores de cambio aparecen como precios.

La planeación democrática en la economía de equivalencia se realizará sobre el valor, previa decisión macroeconómica de los ciudadanos sobre los valores de uso deseados.

4. Trueque, dinero, mercado y justicia económica

El intercambio de dos productos puede realizarse básicamente en tres formas: dinero, trabajo o productos. La tercera forma suele llamarse trueque, barter en inglés y francés y Naturaltausch en alemán. Puede definirse como un intercambio libremente acordado, de bienes o servicios, en su forma natural , sin mediación o intervención del dinero.

El espacio físico o virtual en que se encuentran oferta y demanda y donde se lleva acabo el intercambio, se llama mercado. Puede ser un supermercado, una bolsa de valores, un burdel, E-bay, etcétera. La forma de pago con que se realiza el intercambio no dice absolutamente nada sobre la justicia del mismo. El intercambio en forma de trueque puede ser tan injusto y explotador como el pago en forma monetaria. El delincuente Cristóbal Colón es un buen ejemplo de esto: cambió espejos por oro. Si el trueque fuera igual a la economía de equivalencias, como creen algunos, entonces Colón hubiera sido un socialista del siglo XXI.

Si la identificación del trueque con el intercambio justo es falsa, entonces: ¿Qué es lo que determina la justicia del intercambio? La respuesta es evidente. Un intercambio es objetivamente justo, cuando ninguno de los participantes es explotado. Esta condición, ausencia de explotación, se cumple, cuando en el intercambio se entregan esfuerzos laborales iguales, es decir, cuando todos los participantes se quedan al final de las transacciones con valores (esfuerzos) iguales, o sea, equi--valentes. Esa es la esencia de la economía de equivalencia del Socialismo del Siglo XXI, que nada tiene que ver con los fetiches del trueque o de la ilusión monetaria.

5. Ciencia y Revolución

La Ciencia del Socialismo del Siglo XXI, materializada en la fundación del Bloque Regional del Poder Popular (BRPP) en Sucre, Bolivia, en 2006; se volvió teoría revolucionaria en el “Programa General de Transición hacia la economía política del Socialismo del Siglo XXI en América Latina”, en Caracas, en 2008; para convertirse en praxis transformadora en el 2º Encuentro de Pueblos y Estados por la Liberación de la Patria Grande: "Los Pueblos con la Ciencia construyen el Socialismo del Siglo XXI", en Barquisimeto, Venezuela, en febrero del 2009 (Declaración de Barquisimeto, ver www.socialismo.org , www.kaosenlared.net y www.aporrea.org) . Depende ahora de la conciencia y voluntad de los movimientos sociales y gobiernos progresistas, aplicarla en estudios pilotos y masificarla democráticamente.

6. Reformistas y Revolucionarios

Los reformistas o socialdemócratas de hoy comparten un elemento constitutivo con los fósiles sobrevivientes de la izquierda fordista: son creyentes. Los primeros creen que un modelo de civilización estructuralmente agotado, como el burgués, puede reformarse; los segundos, que una compleja civilización global del Siglo XXI puede sustituirse con sus simplismos derivados de 1917. Son los Dalai Lamas y Santos Padres de la “izquierda” que ante cualquier realidad no saben hacer otra cosa que rezar desde sus Sagradas Escrituras.

El peligro para la revolución no es el “reformismo”, como ellos dicen, porque la diferencia entre reformistas y revolucionarios es fácil de entender. Es mucho más dañina la fraseología vacía y el populismo de estos Dalai Lamas y Santos Padres que con propuestas económicas basadas en el desconocimiento científico, el romanticismo utópico y el oportunismo ponen en peligro las posibilidades reales de transitar hacia la civilización del Socialismo del Siglo XXI.

Toda revolución exitosa y sustentable presupone un proyecto histórico de clase, y seres humanos, cuya praxis descansa sobre cuatro actitudes mentales: racionalidad; ética; estética y sentido común. Ciencia, moral, sensibilidad y sentido de lo factible, son las características del revolucionario, de las cuales nace la trilogía transformadora de: ciencia-proyecto-sujeto revolucionario.

Si se quita la ciencia de esa trilogía no quedan más que bienintencionados, habladores y utópicos. ¿Con estos, alguna vez, se ha hecho una revolución en beneficio de la humanidad?


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