México, en la impotencia científica
J. G. OLMOS Y R. VERA
Ante el surgimiento de la influenza A (H1N1), México se encuentra sumido en la impotencia. Ello se debe, de acuerdo con investigadores entrevistados por este semanario, al desdén que se ha tenido por la ciencia y al bajísimo presupuesto –0.3% del PIB– que se destina a su promoción y desarrollo. Los científicos estiman que ahora se pagan los costos de ese error. La súbita aparición del virus de la influenza humana tomó desprevenida a la comunidad científica mexicana, que aún no logra explicarse el origen, las características y mutaciones de este nuevo virus. Sin embargo, ya sospecha que no es uno, sino varios tipos de virus los que están azotando al país, por lo que se complica la situación.
A pesar de que México es el país más afectado a nivel mundial –con 16 muertos al cierre de esta edición–, la epidemia lo sorprendió sin una infraestructura científica y tecnológica capaz de analizar el virus, y mucho menos de producir la vacuna para prevenir el padecimiento.
Entrevistados por Proceso, varios científicos coinciden en que hoy estamos padeciendo las consecuencias de no apoyar a la ciencia que durante años fue relegada.
El director del Instituto de Biotecnología de la UNAM, Carlos Arias Ortiz, reconoce: “Ante este grave problema, desafortunadamente, tenemos más interrogantes que respuestas”.
Y agrega que los científicos mexicanos, quienes dependen de los laboratorios extranjeros y de las grandes compañías farmacéuticas trasnacionales, están trabajando sin coordinación, por lo que no han podido ponerse de acuerdo para unificar sus criterios.
Ni siquiera saben –dice– si el virus que apareció en México es el mismo que el de Estados Unidos:
“¿Algunos dicen que sí, pero yo tengo 30 años de experiencia y sé que algunos cambios debe tener, pues estos microorganismos mutan muy rápidamente. De ahí que no tengamos datos sólidos para explicarnos por qué en México se están muriendo más personas que en Estados Unidos”.
–¿Pero el que surgió en México es el mismo virus presente en todo el país? –se le pregunta.
–No lo sé. Hasta que no estudiemos estos virus tendremos la respuesta. Por ejemplo, el que apareció en la zona de Perote, Veracruz, al parecer es distinto al de la Ciudad de México y al de Oaxaca.
La comunidad científica mexicana es de alto nivel, comenta Arias Ortiz, pero “somos muy pocos virólogos y tenemos experiencia limitada en virus respiratorios”. Por esa razón, dice, las muestras del nuevo virus –o de los nuevos virus– se están enviando para su análisis a laboratorios extranjeros, principalmente al Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) de Atlanta.
Y agrega: “Allá están especializados en este tipo de enfermedades. No sólo hacen análisis, sino también realizan investigación y aplican nuevos métodos. Tienen capacidad para responder con rapidez. Luego exportan la metodología a países que, como ahora México, tienen el problema.
“Aquí, no hay ningún grupo científico que trabaje en la parte molecular o de diagnóstico de influenza. No contamos con laboratorios especializados. Por eso incorporamos los métodos que nos envían los laboratorios extranjeros de mayor nivel, que trabajan para la Organización Mundial de la Salud (OMS)”.
Los resultados de este tipo de colaboración no siempre son satisfactorios, puesto que después de que allá analizan y caracterizan al virus, la información que nos envían de regreso a México es casi nula, simplemente nos dicen que es un virus nuevo con tales y cuales características”, apunta.
–¿Se guardan información?
–No lo dudo. Aunque confiamos en que los datos que nos mandan son correctos. Por eso en México debemos tomar medidas para tener una infraestructura de respuesta más rápida, independientemente de que reportemos nuestros casos a la CDC o a la OMS.
Entrevistado en la torre de rectoría de la UNAM, Arias se pregunta:
“¿De dónde viene el virus? ¿Qué tan patógeno es? ¿Los dos antivirales que hoy existen para combatirlo –el oseltamivir y el zanamivir– son igualmente efectivos? ¿Aplicamos la dosis adecuada? ¿Por qué en México mueren más personas que en Estados Unidos? ¿Cuánto tiempo dura el virus en el organismo? ¿Es realmente el mismo virus? Insisto: no lo sabemos, tenemos más preguntas que respuestas”.
Advierte que, “a diferencia de los virus de organismos superiores, estos nuevos virus tienen una altísima capacidad de mutación. Por ejemplo, cuando uno se infecta con una partícula viral única, ésta puede reproducirse y crear una población viral muy distinta a la original que luego sale en un estornudo. Y así sucesivamente se va dando una evolución constante, pues el organismo de cada persona responde de manera distinta a la infección. Hay una amplia gama de variantes. Por eso no hay posibilidad de que se trate de un mismo virus”.
De ahí que una de las medidas de las autoridades de Salud sea alertar a la población para que evite las concentraciones masivas y se recluya en sus hogares. Pero aun esto es riesgoso, dice el especialista, ya que en varias zonas de la Ciudad de México –donde hay más casos de infección– mucha gente vive hacinada en condominios y grandes edificios multifamiliares:
“Aquí ya no queda mucho por hacer; la gente de la ciudad no se puede ir a vivir a casas aisladas en el campo. Por eso, el objetivo es disminuir y cortar la cadena de contagio. ¡Habrá que aislarse! ¡Ni modo! Tomar las medidas preventivas y esperar a que venga la vacuna, que en el mejor de los casos tardará unos siete meses en llegar”.
–¿Ese antiviral podrá crearse aquí en México?
–No. Estoy seguro que saldrá de farmacéuticas trasnacionales como Roche. En ese sentido, la Secretaría de Salud está rebasada.
–¿Cómo está respondiendo al problema la comunidad científica mexicana?
–Hasta el momento, estamos trabajando de manera descoordinada. El gobierno del Distrito Federal llama a un comité de expertos que hacen lo suyo. En la UNAM, Instituto Politécnico Nacional (IPN), el Consejo Nacional para la Ciencia y la Tecnología (Conacyt), la Secretaría de Salud y otras instancias hay científicos que están trabajando en contra de la epidemia. Para no duplicar esfuerzos hace falta ponernos de acuerdo mediante una coordinación en todo el país, pero esa tarea deben realizarla los políticos.
Sin recursos
La doctora en biología Rosaura Ruiz, presidenta de la Academia Mexicana de Ciencias, asegura que la aparición del virus de la influenza A H1N1 puso en claro la insuficiencia del presupuesto destinado al desarrollo de la ciencia y la tecnología. Este año esa cifra es una de las más bajas de la última década, pues apenas alcanzó el 0.33 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB).
Investigadora y asesora del rector de la UNAM, la doctora Ruiz señala que la aparición del nuevo virus evidenció la dependencia científica de México ante el extranjero. Desde 1998, cuando se le destinó el 0.40% del PIB, la investigación científica ha resentido la disminución paulatina de los recursos públicos destinados a su promoción y desarrollo.
Y recalca: “Hay una responsabilidad del Ejecutivo, que mando un presupuesto reducido, pero también de la Cámara de Diputados que no ha realizado los ajustes para aumentar el presupuesto asignado a la ciencia y la tecnología. Este año no hicieron nada, no dieron ningún aumento, simplemente aprobaron lo que venía del Ejecutivo. Estamos hablando de 43 mil millones de pesos y se redujo porcentualmente respecto del presupuesto general”.
“Desgraciadamente –sostiene la investigadora– con este episodio tan terrible estamos aprendiendo la necesidad de apoyar más a la investigación científica. Comprobamos que no estamos preparados para atender una emergencia como la de ahora, en términos de que no podemos responder de una manera expedita para desarrollar la vacuna. Deberíamos estar preparados para reaccionar y tener las suficientes dosis de antivirales, la posibilidad de hacer una vacuna a corto plazo, las pruebas de diagnóstico que son muy importantes para saber cuál es el virus que esta afectando a la gente. Tengo entendido que en esta emergencia ya se está haciendo ese diagnóstico, pero si hubiera más apoyo económico y más desarrollo científico esa respuesta sería más rápida.”
En el mismo sentido se manifiesta el doctor René Drucker Colín, excoordinador de Investigación Científica y actual director de Divulgación de la Ciencia, de la UNAM: “Esta contingencia de salud nos agarra sin que haya una política integral en materia científica y tecnológica, y con una ciencia muy constreñida desde el punto de vista presupuestal”.
Y añade: “Ojalá y este problema nos haga reflexionar sobre la necesidad de impulsar el saber científico que siempre ha estado relegado en México porque se piensa que la ciencia es una actividad costosa. Vemos hoy que resulta más costoso el no tenerla. Algunos dicen que México es un país pobre que no puede invertir en ciencia. Más bien es al revés: somos pobres porque no invertimos en ella. Lo estamos comprobando.
“El presidente estadunidense, Barack Obama, acaba de señalar que pondrán a la ciencia en ‘su legítimo lugar’, dándole recursos que serán del 3% del PIB. Mientras que aquí en México lo destinado a la ciencia es de apenas 0.3% de este indicador. Esos recursos son totalmente insuficientes.”
De nuevo, precisa, estamos constatando nuestra gran dependencia del exterior, pese a la calidad de los científicos mexicanos: “Seguimos pensando que de fuera nos vendrán a salvar”.
Una verdadera política integral, dice, “debe incluir a la educación superior, a los centros públicos de investigación, un sistema de producción de medicamentos mucho más efectivo y una poderosa industria farmacéutica”.
Funcionarios
Especialista en genética clínica, el doctor Ricardo García Cavazos, director de la Escuela Superior de Medicina del IPN, afirma:
“Estamos ante un virus nuevo que muta con una facilidad increíble. Por lo que podría ser, más bien, una variedad de virus que vienen en una misma línea. A diferencia del virus del Sida, que tarda unos seis meses para ser detectado en el individuo y unos 10 años para que produzca sintomatologías, este nuevo virus actúa rápidamente en nuestras células, provocando sus síntomas en cuestión de días, con las complicaciones que esto conlleva”.
García Cavazos indica que, además, todavía es “difícil de entender” a qué obedece la diferencia de mortalidad entre México y Estados Unidos:
“Quizá se deba a que nuestra cultura en salud es muy distinta. Los mexicanos no detienen sus actividades por una gripe y esparcen así los virus. Pero ahora es un virus diferente”.
De ahí –supone– que el virus esté afectando principalmente “a la población dinámica y activa”, que es la que tiene mayor contacto con el medio ambiente.
“En lugar de generar cuestionamientos, lo mejor es buscar una explicación al nuevo fenómeno. Los científicos estamos tratando de crear un equipo multidisciplinario, integral, que se aboque a solucionar el problema”, indica García Cavazos.
José Antonio de la Peña, director adjunto del Conacyt, asegura que hace falta mayor presupuesto para la comunidad científica nacional y que este apoyo tendría que orientarse al desarrollo de la infraestructura humana, a la formación del personal académico, la creación de plazas y una estructura más homogénea en todo el país.
Matemático, expresidente de la Academia Mexicana de las Ciencias, contendiente en el pasado proceso de selección para la rectoría de la UNAM, De la Peña puntualiza que la demanda de mayores recursos para la ciencia y la tecnología –que cada año se plantea cuando se discute la aprobación del presupuesto federal– es para apoyar el crecimiento de este rubro tan necesario en el desarrollo del país.
Considera que aún hay mucho qué hacer, porque las universidades estatales tienen todavía grupos pequeños de investigación, con instalaciones relativamente reducidas.
A pesar de ello, considera que “es suficiente para dar respuesta a los problemas del país”. Dice que “este no es el momento para hablar de esta situación, sino de aprovechar lo que se tiene para dar respuesta inmediata al problema del virus de influenza”.
–Decía usted que hace falta más apoyo a la comunidad científica mexicana, a pesar de que es pequeña y tiene instalaciones buenas en algunas partes del país.
–Sí, pero lo importante en este momento es pensar a mediano plazo. Hay que construir las fuerzas humanas, tener los grupos de trabajo, la mejor infraestructura. Pero para esta situación contingente, no podemos pensar en formar a la gente o construir las instalaciones, tenemos que hacer lo mejor posible con lo que contamos en este momento.
–¿No se esta reaccionando demasiado tarde?
–A los cinco días ya estamos trabajando, hasta entonces no se sabía del problema, no se tenía conciencia de su magnitud. En todo el mundo se pensaba que había que estar preparados para una gripe aviar… y de repente se presenta una cosa distinta.
A pesar de que México es el país más afectado a nivel mundial –con 16 muertos al cierre de esta edición–, la epidemia lo sorprendió sin una infraestructura científica y tecnológica capaz de analizar el virus, y mucho menos de producir la vacuna para prevenir el padecimiento.
Entrevistados por Proceso, varios científicos coinciden en que hoy estamos padeciendo las consecuencias de no apoyar a la ciencia que durante años fue relegada.
El director del Instituto de Biotecnología de la UNAM, Carlos Arias Ortiz, reconoce: “Ante este grave problema, desafortunadamente, tenemos más interrogantes que respuestas”.
Y agrega que los científicos mexicanos, quienes dependen de los laboratorios extranjeros y de las grandes compañías farmacéuticas trasnacionales, están trabajando sin coordinación, por lo que no han podido ponerse de acuerdo para unificar sus criterios.
Ni siquiera saben –dice– si el virus que apareció en México es el mismo que el de Estados Unidos:
“¿Algunos dicen que sí, pero yo tengo 30 años de experiencia y sé que algunos cambios debe tener, pues estos microorganismos mutan muy rápidamente. De ahí que no tengamos datos sólidos para explicarnos por qué en México se están muriendo más personas que en Estados Unidos”.
–¿Pero el que surgió en México es el mismo virus presente en todo el país? –se le pregunta.
–No lo sé. Hasta que no estudiemos estos virus tendremos la respuesta. Por ejemplo, el que apareció en la zona de Perote, Veracruz, al parecer es distinto al de la Ciudad de México y al de Oaxaca.
La comunidad científica mexicana es de alto nivel, comenta Arias Ortiz, pero “somos muy pocos virólogos y tenemos experiencia limitada en virus respiratorios”. Por esa razón, dice, las muestras del nuevo virus –o de los nuevos virus– se están enviando para su análisis a laboratorios extranjeros, principalmente al Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) de Atlanta.
Y agrega: “Allá están especializados en este tipo de enfermedades. No sólo hacen análisis, sino también realizan investigación y aplican nuevos métodos. Tienen capacidad para responder con rapidez. Luego exportan la metodología a países que, como ahora México, tienen el problema.
“Aquí, no hay ningún grupo científico que trabaje en la parte molecular o de diagnóstico de influenza. No contamos con laboratorios especializados. Por eso incorporamos los métodos que nos envían los laboratorios extranjeros de mayor nivel, que trabajan para la Organización Mundial de la Salud (OMS)”.
Los resultados de este tipo de colaboración no siempre son satisfactorios, puesto que después de que allá analizan y caracterizan al virus, la información que nos envían de regreso a México es casi nula, simplemente nos dicen que es un virus nuevo con tales y cuales características”, apunta.
–¿Se guardan información?
–No lo dudo. Aunque confiamos en que los datos que nos mandan son correctos. Por eso en México debemos tomar medidas para tener una infraestructura de respuesta más rápida, independientemente de que reportemos nuestros casos a la CDC o a la OMS.
Entrevistado en la torre de rectoría de la UNAM, Arias se pregunta:
“¿De dónde viene el virus? ¿Qué tan patógeno es? ¿Los dos antivirales que hoy existen para combatirlo –el oseltamivir y el zanamivir– son igualmente efectivos? ¿Aplicamos la dosis adecuada? ¿Por qué en México mueren más personas que en Estados Unidos? ¿Cuánto tiempo dura el virus en el organismo? ¿Es realmente el mismo virus? Insisto: no lo sabemos, tenemos más preguntas que respuestas”.
Advierte que, “a diferencia de los virus de organismos superiores, estos nuevos virus tienen una altísima capacidad de mutación. Por ejemplo, cuando uno se infecta con una partícula viral única, ésta puede reproducirse y crear una población viral muy distinta a la original que luego sale en un estornudo. Y así sucesivamente se va dando una evolución constante, pues el organismo de cada persona responde de manera distinta a la infección. Hay una amplia gama de variantes. Por eso no hay posibilidad de que se trate de un mismo virus”.
De ahí que una de las medidas de las autoridades de Salud sea alertar a la población para que evite las concentraciones masivas y se recluya en sus hogares. Pero aun esto es riesgoso, dice el especialista, ya que en varias zonas de la Ciudad de México –donde hay más casos de infección– mucha gente vive hacinada en condominios y grandes edificios multifamiliares:
“Aquí ya no queda mucho por hacer; la gente de la ciudad no se puede ir a vivir a casas aisladas en el campo. Por eso, el objetivo es disminuir y cortar la cadena de contagio. ¡Habrá que aislarse! ¡Ni modo! Tomar las medidas preventivas y esperar a que venga la vacuna, que en el mejor de los casos tardará unos siete meses en llegar”.
–¿Ese antiviral podrá crearse aquí en México?
–No. Estoy seguro que saldrá de farmacéuticas trasnacionales como Roche. En ese sentido, la Secretaría de Salud está rebasada.
–¿Cómo está respondiendo al problema la comunidad científica mexicana?
–Hasta el momento, estamos trabajando de manera descoordinada. El gobierno del Distrito Federal llama a un comité de expertos que hacen lo suyo. En la UNAM, Instituto Politécnico Nacional (IPN), el Consejo Nacional para la Ciencia y la Tecnología (Conacyt), la Secretaría de Salud y otras instancias hay científicos que están trabajando en contra de la epidemia. Para no duplicar esfuerzos hace falta ponernos de acuerdo mediante una coordinación en todo el país, pero esa tarea deben realizarla los políticos.
Sin recursos
La doctora en biología Rosaura Ruiz, presidenta de la Academia Mexicana de Ciencias, asegura que la aparición del virus de la influenza A H1N1 puso en claro la insuficiencia del presupuesto destinado al desarrollo de la ciencia y la tecnología. Este año esa cifra es una de las más bajas de la última década, pues apenas alcanzó el 0.33 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB).
Investigadora y asesora del rector de la UNAM, la doctora Ruiz señala que la aparición del nuevo virus evidenció la dependencia científica de México ante el extranjero. Desde 1998, cuando se le destinó el 0.40% del PIB, la investigación científica ha resentido la disminución paulatina de los recursos públicos destinados a su promoción y desarrollo.
Y recalca: “Hay una responsabilidad del Ejecutivo, que mando un presupuesto reducido, pero también de la Cámara de Diputados que no ha realizado los ajustes para aumentar el presupuesto asignado a la ciencia y la tecnología. Este año no hicieron nada, no dieron ningún aumento, simplemente aprobaron lo que venía del Ejecutivo. Estamos hablando de 43 mil millones de pesos y se redujo porcentualmente respecto del presupuesto general”.
“Desgraciadamente –sostiene la investigadora– con este episodio tan terrible estamos aprendiendo la necesidad de apoyar más a la investigación científica. Comprobamos que no estamos preparados para atender una emergencia como la de ahora, en términos de que no podemos responder de una manera expedita para desarrollar la vacuna. Deberíamos estar preparados para reaccionar y tener las suficientes dosis de antivirales, la posibilidad de hacer una vacuna a corto plazo, las pruebas de diagnóstico que son muy importantes para saber cuál es el virus que esta afectando a la gente. Tengo entendido que en esta emergencia ya se está haciendo ese diagnóstico, pero si hubiera más apoyo económico y más desarrollo científico esa respuesta sería más rápida.”
En el mismo sentido se manifiesta el doctor René Drucker Colín, excoordinador de Investigación Científica y actual director de Divulgación de la Ciencia, de la UNAM: “Esta contingencia de salud nos agarra sin que haya una política integral en materia científica y tecnológica, y con una ciencia muy constreñida desde el punto de vista presupuestal”.
Y añade: “Ojalá y este problema nos haga reflexionar sobre la necesidad de impulsar el saber científico que siempre ha estado relegado en México porque se piensa que la ciencia es una actividad costosa. Vemos hoy que resulta más costoso el no tenerla. Algunos dicen que México es un país pobre que no puede invertir en ciencia. Más bien es al revés: somos pobres porque no invertimos en ella. Lo estamos comprobando.
“El presidente estadunidense, Barack Obama, acaba de señalar que pondrán a la ciencia en ‘su legítimo lugar’, dándole recursos que serán del 3% del PIB. Mientras que aquí en México lo destinado a la ciencia es de apenas 0.3% de este indicador. Esos recursos son totalmente insuficientes.”
De nuevo, precisa, estamos constatando nuestra gran dependencia del exterior, pese a la calidad de los científicos mexicanos: “Seguimos pensando que de fuera nos vendrán a salvar”.
Una verdadera política integral, dice, “debe incluir a la educación superior, a los centros públicos de investigación, un sistema de producción de medicamentos mucho más efectivo y una poderosa industria farmacéutica”.
Funcionarios
Especialista en genética clínica, el doctor Ricardo García Cavazos, director de la Escuela Superior de Medicina del IPN, afirma:
“Estamos ante un virus nuevo que muta con una facilidad increíble. Por lo que podría ser, más bien, una variedad de virus que vienen en una misma línea. A diferencia del virus del Sida, que tarda unos seis meses para ser detectado en el individuo y unos 10 años para que produzca sintomatologías, este nuevo virus actúa rápidamente en nuestras células, provocando sus síntomas en cuestión de días, con las complicaciones que esto conlleva”.
García Cavazos indica que, además, todavía es “difícil de entender” a qué obedece la diferencia de mortalidad entre México y Estados Unidos:
“Quizá se deba a que nuestra cultura en salud es muy distinta. Los mexicanos no detienen sus actividades por una gripe y esparcen así los virus. Pero ahora es un virus diferente”.
De ahí –supone– que el virus esté afectando principalmente “a la población dinámica y activa”, que es la que tiene mayor contacto con el medio ambiente.
“En lugar de generar cuestionamientos, lo mejor es buscar una explicación al nuevo fenómeno. Los científicos estamos tratando de crear un equipo multidisciplinario, integral, que se aboque a solucionar el problema”, indica García Cavazos.
José Antonio de la Peña, director adjunto del Conacyt, asegura que hace falta mayor presupuesto para la comunidad científica nacional y que este apoyo tendría que orientarse al desarrollo de la infraestructura humana, a la formación del personal académico, la creación de plazas y una estructura más homogénea en todo el país.
Matemático, expresidente de la Academia Mexicana de las Ciencias, contendiente en el pasado proceso de selección para la rectoría de la UNAM, De la Peña puntualiza que la demanda de mayores recursos para la ciencia y la tecnología –que cada año se plantea cuando se discute la aprobación del presupuesto federal– es para apoyar el crecimiento de este rubro tan necesario en el desarrollo del país.
Considera que aún hay mucho qué hacer, porque las universidades estatales tienen todavía grupos pequeños de investigación, con instalaciones relativamente reducidas.
A pesar de ello, considera que “es suficiente para dar respuesta a los problemas del país”. Dice que “este no es el momento para hablar de esta situación, sino de aprovechar lo que se tiene para dar respuesta inmediata al problema del virus de influenza”.
–Decía usted que hace falta más apoyo a la comunidad científica mexicana, a pesar de que es pequeña y tiene instalaciones buenas en algunas partes del país.
–Sí, pero lo importante en este momento es pensar a mediano plazo. Hay que construir las fuerzas humanas, tener los grupos de trabajo, la mejor infraestructura. Pero para esta situación contingente, no podemos pensar en formar a la gente o construir las instalaciones, tenemos que hacer lo mejor posible con lo que contamos en este momento.
–¿No se esta reaccionando demasiado tarde?
–A los cinco días ya estamos trabajando, hasta entonces no se sabía del problema, no se tenía conciencia de su magnitud. En todo el mundo se pensaba que había que estar preparados para una gripe aviar… y de repente se presenta una cosa distinta.
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