Ante el auditorio suizo Nietzsche dará su última conferencia en público de toda su vida a lo largo del año 1872. No deja de recordarle a su selecto auditorio, una y otras vez, la prognosis de la hecatombe final gracias a la nueva Volksbildung, instrucción educativa popular, que Bismarck estaba llevando a cabo en el IIº Reich después de derrotar al pérfido Esprit de Francia. Su premisa aristocrático-fisiológica retorna en su discurso: “…la Naturaleza (Natur) como tal destina a un desarrollo cultural auténtico sólo a un número extraordinariamente pequeño de hombres, y que para promover felizmente el desarrollo de ellos, es suficiente también un número limitado de hombres, en tanto que las escuelas actuales, están destinadas a las grandes masas (Massen)…” Y más adelante lo formula con claridad que “la formación cultural y educativa auténtica” es “la partidaria de la Naturaleza aristocrática del Espíritu (der aristokratischen Natur des Geistes).”
El IIº Reich guillermino, que despertó tantas esperanzas con la derrota de la tierra de la subversión, está ahora en peligro, ya que los objetivos iluministas consisten “en emancipar a las masas del dominio de los ‘Grandes Individuos’ (die Emanzipation der Massen von der Herrschaft der großen Einzelnen), y en general tienden a destruir la ordenanza más sagrada del Reino del Intelecto (die heiligste Ordnung im Reiche des Intellektes), es decir: la sujeción de la masa (Dienstbarkeit der Masse), su obediencia sumisa (ihren unterwürfigen Gehorsam), su ‘Instinto de Fidelidad’ al servir bajo el cetro del Genio (ihren Instinkt der Treue unter dem Zepter des Genius).” (BA, III, p. 216-7) Nietzsche describe la creciente amenaza revolucionaria que se incuba en la Volksbildung: “las multitudes… han nacido para servir, para obedecer (zum Dienen, zum Gehorchen) y cualquier instante en que se agitan sus pensamientos serviles o débiles o con las alas tullidas, confirma de qué arcilla los ha formado la Naturaleza o qué marca de fábrica ha impreso en dicha arcilla. Nuestro objetivo no puede ser la Cultura de masas (Bildung der Masse), sino la Cultura de individuos, de ‘hombres escogidos’ (ausgerüsteten Menschen), equipados para obras grandes y duraderas…”
A los efectos suicidas y no deseados de educar universalmente a las grandes masas, las situaciones revolucionarias en Europa y en Estados Unidos, Nietzsche las llama con cinismo “epidémicas Saturnales de la Barbarie”. El populismo autoritario de Bismarck está conduciendo a una catástrofe: “el Estado moderno más fuerte, Prusia, se ha tomado tan en serio ese Derecho a mantener una suprema tutela sobre la formación de las masas en la cultura y en la escuela, que ese peligroso principio así adoptado, dada la osadía que caracteriza a dicho Estado, adquiere un significado universalmente amenazador y peligroso para el verdadero Espíritu Alemán (wahren deutschen Geist).” Entre líneas aparece en las conferencias el gran enemigo ideológico en el IIº Reich de las corrientes reaccionarias: el objetivo primordial, que no es otro que Hegel y su Tendenz. Nietzsche responsabiliza a la herencia hegeliana de este desvío mortal de Prusia hacia la ilustración democrática, hacia la demagógica Volksbildung: “el Estado se muestra como un mistagogo de la Cultura (Mystagoge der Kultur), y, al tiempo que persigue sus fines, obliga a todos sus servidores a comparecer ante él con la antorcha de la formación y educación estatal para todos en las manos (der Fackel der allgemeinen Staatsbildung)... la tendencia afín a ése estado, comprendida poco a poco, de una filosofía favorecida tiempo atrás por el Estado y destinada a promover los fines del Estado, o sea: la tendencia de la filosofía hegeliana (die Tendenz der Hegelschen Philosophie); más aún: quizá no fuera exagerado sostener que Prusia, al subordinar todos los esfuerzos culturales a los fines del Estado, se ha apropiado con éxito de la parte en que la herencia de la filosofía hegeliana es prácticamente utilizable: la apoteosis del Estado, por obra de dicha filosofía, llega su apogeo indudablemente en esa subordinación.” (BA, III, p. 226).
Sabemos que Nietzsche ocupa un lugar preponderante entre los llamados “antihegelianos” en la historia de la filosofía, junto a Kierkegaard, Schelling y Schopenhauer. Nietzsche es un caso curioso de un rabioso antihegeliano que desconocía por entero la obra de Hegel, al que jamás estudió con seriedad y profundidad.
Condenar a Hegel
Aunque no ha comprendido ni siquiera la elemental división hegeliana entre Entendimiento y Razón, aunque no ha leído ni la Fenomenología del Espíritu, ni la Lógica, ni la Enciclopedia, ni su Filosofía del Derecho, Nietzsche intuitivamente apunta sus armas contra el Hegelianismus qua corriente político-ideológica. Sabemos a ciencia cierta que su única lectura de un texto de Hegel son las Vorlesungen über die Philosophie der Geschichte, las lecciones sobre filosofía de la historia editadas en 1837, ejemplar que se conserva en su biblioteca personal, pero que recién las leerá muy superficialmente en 1873, mucho después de estas conferencias.
Su único concimiento en esta época era de segunda y tercera mano: las diatribas antisemitas de su “gran maestro” Richard Wagner, los insultos parafilosóficos de Arthur Schopenhauer y lo que pudo encontrar en el manual de historia de la filosofía de Kart Fortlage, el de historia del materialismo del socialista Lange y en los escritos de los neokantianos.
Una segunda vertiente que influenció a Nietzsche es la filosofía política de la Restauración: las críticas a Hegel desde la derecha de historiadores conservadores como von Ranke y su amigo y padrino académico en Basilea Jacob Burckhardt. Burckhardt, a cuyas clases asistió personalmente con entusiasmo en 1870-1 durante su estadía en Basilea, intentó una síntesis entre la herencia del “Pesimista de Frankfurt” Schopenhauer y el concepto de “Vida” como pulsión irracional (Leben), pero en el excéntrico historiador conservador “Vida” designa las bases de la totalidad histórica pero no los fundamentos de comprensión, legitimación y explicación de lo histórico.
Un giro extremo que realizará Nietzsche: Leben se convertirá en el criterio de un juicio normativo de y sobre la historia, de sus ventajas y de sus incovenientes. Para Burckhardt, en continuidad con Hegel, el Espíritu en su continuidad no puede reducirse ni replegarse sobre la Vida. El Espíritu en su continudidad no puede ser “reducido” o reconducido a la naturaleza para encontrar su sentido último. La irracional y reaccionaria “Voluntad de Vivir” (en palabras de Nietzsche: “de la vida en tanto Poder oscuro, motor insaciable y ansioso de sí mismo”) es la sustancia metafísica del acontecer universal y medida de todas las cosas. Una inspiración adicional se la suministra el manual de historia del materialismo de Friedrich Albert Lange, el socialista-liberal, titulado Geschichte des Materialismus und Kritik seiner Bedeutung in der Gegenwart (“Historia del Materialismo y crítica de su significado en el presente”, 1866), del que ya hablamos.
Lange critica a Hegel desde el neokantismo y reafirma que el conocimiento humano es limitado, lo que abría la puerta a la posibilidad de la existencia de lo incognoscible, de lo irracional y del mito. Lange también le permite conocer, a través de su exposición, a Feuerbach, Stirner y su futuro enemigo David Strauus, al que le dedicará la primera diatriba de las Consideraciones Intempestivas.
Otra fuente de argumentos contra Hegel es el propio climax ideológico del partido del orden, los círculos conservadores y reaccionarios, para quienes Hegel y sus discípulos, los llamados con desprecio affranchis, eran la encarnación del mismo Satanás. El Hegelianismo, y Nietzsche tan preciso en el uso léxico y semántico utiliza no el nombre del filósofo sino sintomáticamente el de su corriente, sólo había tenido éxito en un exiguo ambiente de intelectuales y las autoridades ya después de su muerte preparaban la contraofensiva teórica y práctica.
Hegel murió en silencio, pero había escrito un artículo que había sido censurado por el rey, sus últimas palabras se referían a otorgar al pueblo una constitución más digna y de limitar el poder a los terratenientes prusianos. Se le atribuía al Hegelianismus, no sin razón, la responsabilidad de las doctrinas subversivas que pululaban (liberales de izquierda, republicanos masones, socialistas saitsimonistas, comunistas et altri). El rey, la corte, los Junkers, el ejército, la burocracia, el gobierno en su totalidad se proponían sepultar su doctrina en el olvido, expulsar de las instituciones a sus discípulos y seguidores y borrar toda influencia desacreditando su filosofía trayendo a Berlín a su enemigo declarado, al más famoso, al más prometedor y al más reaccionario: a Schelling. No lo lograron.
Y ahora el IIº Reich, bien lejos de recuperar la verdadera esencia trágica germana, como reclama Nietzsche, encarna el “Socratismo científico” y peor aún: el iluminismo populista bajo la influencia oculta de un Hegel mal extirpado. El numen tutelar del voto universal (masculino), de la multiplicación de escuelas, institutos y universidades, la formación supernumeraria de lectores y funcionarios inteligentes no es otro que Hegel el oscuro.
La categoría central que está en juego es la concepción de la forma estado hegeliana y de la idea de “Eticidad” (Sittlichkeit), condenada en las conferencias como “esa visión del estado como organismo ético absolutamente completo” (BA, 3, I, p. 711), como una morbosa “apoteosis del Estado” en irreconciliable contradicción con el “auténtico Espíritu Alemán” (BA, 3, I, 708-10) o en su Nachlass como “concepto exagerado de Estado” (VII, p. 412). El durísimo juicio de Nietzsche contra Hegel, que llega al argumento ad hominem, es un topos común a las corrientes ideológicas nacional-liberales, conservadoras y reaccionarias en Alemania durante esos años. El concepto de eticidad, dirá el filósofo vitalista Wilhem Dilthey en 1872, es extraño al Espíritu Alemán y no sería más que el eco ruinoso del ideal de Rousseau y los jacobinos, la imposición de la figura del Citoyen, que reivindica la intervención de la esfera política en las relaciones de propiedad económico-sociales; el historiador conservador, pro imperialista y antisemita Heinrich von Treitschke, a quien Nietzsche le envíaba todos sus libros (que acuño el slogan muy popular: Die Juden sind unser Unglück!; “¡Los judíos son nuestra desgracia!”), contrapone al pathos hegeliano de la eticidad (importado del pueblo francés que lo sufre como una locura hereditaria) el concepto de libertad de los germanos, centrado en el derecho absoluto de “las grandes personalidades”; el filósofo-teólogo conservador Rudolf Haym (en la revista Grenzboten, muy leída por Nietzsche) habla de su repugnancia hacia Hegel al hacer entrar en contradicción el principio germánico-protestante de la libertad (basado en el ideal helénico trágico).
Ni hablar del odio visceral hacia Hegel de su maestro y educador Schopenhauer: en su obra El Mundo como Voluntad y Representación, le llama diesen geistigen Kaliban, ese Calibán Espíritual (que representa el materialismo vulgar); su obra es calificada como Scharlatanerei, charlatanería sobre el Conocimiento Absoluto; de filisteísmo metódico; teoría miserable; allgemeinen Mystifikation, mistificación generalizada; pseudopensamiento insano; Gallimathias der Kopf, galimatías cerebrales; broma de idiotas, Narrenspossen… Schopenhauer ataca no sólo a Hegel (tenía profundas diferencias personales) sino a toda su escuela: se rie con ironía de los Junghegelianer, la escuela revolucionaria de los jóvenes hegelianos (que integraba el mismo Marx), a quienes hace equivalentes a los socialistas en Inglaterra y a los que califica de estudiantes perdidos cuyas ideas llevan al bestialismo. El insulto filisteo, Philister en alemán, tuvo una connotación racista durante el ‘900 que se pierde al traducirla al español; lo introduce Schopenhauer para indicar un persona sin necesidades espírituales, a la que sólo la mueve lo material, la codicia, el inetrés de corto plazo y se utilizaba para denominar a las personalidades de la cultura alemana de origen judío.
Más allá del estatalismo excesivo o del optimismo en el progreso o la legitimación de la Gran revolución Francesa, el ataque contra Hegel es por la sospecha de justificar filosóficamente la Modernidad.
Ya en Richard Wagner, del cual Nietzsche había leído y estudiado sus panfletos político-filosóficos, judaísmo y modernidad burguesa (que incuba el comunismo) van de la mano, y su crítica se direcciona especialmente contra los hegelianos a quienes combate llamándolos “hebreos-liberales-modernos”; su lucha antihegeliana es definida por sí mismo como un combate perpetuo “contra la victoria del moderno mundo judío” (Modern de 1878, p. 58 y 60). Otro autor seguido con atención por Nietzsche, Paul de Lagarde, afirmaba que el Pueblo judío puede definirse, por sobre todas las cosas, como aquel que se encuentra totalmente identificado con la “Cultura moderna”; agrega que las ideas hegelianas del estado como fin en sí mismo, así como que el hombre “alcanza la verdadera realidad Espíritual mediante el estado” son visiones extrañas a la auténtica “Esencia Alemana”. Criticando al discípulo más brillante y famoso de Hegel, Eduard Gans, de origen judío, Lagarde le llama “apóstata de la Germanidad” y en clara alusión a los hegelianos señala que ellos “nunca podrán comprender la raza (Art) alemana.” No es casualidad que en la defensa de su libro El Nacimiento de la Tragedia, su amigo el aristócrata von Gesdorff, al defenderlo de las críticas del eminente filólogo von Willamowitz, acusara a éste “con su dialéctica a la Lessing” forma parte de la “judería literaria de Berlín” (B, II, 4, p. 9).
Contra la dialéctica como álgebra de la revolución
Nietzsche no se reprime en este punto: ya desde sus años juveniles condena a Hegel in toto a causa de su “pedestre visión optimista del mundo” (VII, p. 595), de su cosmovisión apolínea o lo ataca por elevación, a través de su discípulo más popular en la época, el poeta-publicista revolucionario judío Heinrich Heine. El mismo Heine con quién coincidiría con Engels y Marx en el proyecto de los Deutsch-Französische Jahrbücher en 1844 y que participaba en la vida política de los emigrantes alemanes en París escribiendo en el diario comunista Vorwarts! Nietzsche lo desprecia sin remordimientos. A propósito de una estrofa de un poema del hegeliano Heine de su famoso libro Deutschland. Ein Wintermärchen (“Alemania. Un cuento de invierno”, 1844, c. 1, pp 35-36, estrofa 281), prohíbido en el Reich, Nietzsche le contesta desde la otra orilla: “Contra la despreciable frase judía de que el Cielo está en la Tierra” (Nachlass, 5, 103, p. 135) El político e historiador conservador Treitschke, del que ya hablamos, en la misma época acusaba a Heine de ser “un avanzado intelecto hebreo desarrollado en la escuela de Hegel”; otro autor que influenció profundamente a Nietzsche, el socialista antisemita Dühring, acusaba a Heine de estar formado en la “maldita filosofía abstrusa de Hegel” que produce sofistas, un atributo natural de la intelectualidad hebrea, pletórica de “hábitos hegelianos”; finalmente volvemos a citar al “gran maestro”, al Genio por antonomasia según el propio Nietzsche, Wagner, quién no sólo condena el léxico del hegelianismo como una “jerga dialéctico-hebrea (dialektischer Judenjargon)”, sino que además subraya que en el ámbito de la “agitación judía” contra su obra musical, los ataques más insidiosos son de aquellos “que conocen la dialéctica hegeliana”.
La dialéctica iniciada por Sócrates en forma de mayéutica y llevada su madurez y sofisticación por Lessing (a quién Nietzsche descalifica como “el erudito ideal”) y Hegel es sinónimo de modernidad, de optimismo judío, de cultura hebrea, genera el prototipo del hombre teórico, irremediablemente “sordo” al mito y al instinto, y no sólo extraño y alienado de la verdadera Esencia Alemana sino que constituye su antítesis absoluta, como señala en su ensayo Richard Wagner en Bayreuth (WB, 9; I, p.485)
En sus manuscritos inéditos también escribe una advertencia que le hizo Wagner contra la llegada de un “germanismo judío” (Nachlass, I, 51, p. 72) o más adelante señala el irreconciliable conflicto entre “visión del mundo hegeliana y visión del mundo del período clásico” (ibídem, 3, 8, p. 95)
De nuevo emerge en esta época la oposición sin posibilidad de cancelación entre la Germanidad de un lado y el Sokratismus-Hegelianismus (en realidad una mutación de la cultura hebrea) del otro. En el libro sobre David Strauss (por cierto: que había sido un joven hegeliano), la primera Consideración Intempestiva, Nietzsche afirma que “los hegelianos y su contrahecha descendencia son los más atroces corruptores de lo Alemán.” (DS, 12; I, p. 228) Las diferencias con Hegel no podrían ser más extremas e insalvables: Hegel valora a ¡Sócrates! como el que introdujo el principio que el intelecto o razón rige en el mundo y que inició en la historia del pensamiento la Moralidad (Moralität) “que es la vuelta del Espíritu sobre sí, la reflexión, la fuga del Espíritu dentro de sí, que no existía; esto solo comenzó con Sócrates.” (VPG, II, p. 72)
En los fragmentos inéditos Nietzsche realiza una discusión sobre algunas citas sueltas de Hegel tomadas del manual de historia del neohegeliano Karl Fortlage, Genetische Geschichte der Philosophie seit Kant (1852), donde hay un capítulo llamado sugestivamente “La relación entre la Filosofía y el Socialismo”. De allí toma textos de Hegel de la Enciclopedia de las Ciencias Filosóficas, los parágrafos 548 y 549, que aparecen en la tercera parte, y corresponden a la Filosofía del Espíritu, segunda sección “El Espíritu Objetivo”. Se trata de una extraordinaria condensación realizada por Hegel en pocas páginas de su obra más política y polémica, La Filosofía del Derecho. Es además la única exposición completa del sistema hegeliano que su autor publicó por escrito. Es casi una de las pocas veces que Nietzsche discute directamente y enfrenta a Hegel textualmente en las áreas más políticas de su pensamiento: en su concepto de historia universal, en su idea de estado, en su método dialéctico y no es casualidad.
Nietzsche se opone a la idea hegeliana de una historia del mundo (Weltgeschichte), una historia cosmopolita en la cual los espíritus particulares de los pueblos no son más que momentos, estaciones perecederas, una historia universal donde reina la Razón, que tiene un fin y que es la libertad.
Para Nietzsche Alemania tiene un rol clave en al regeneración y retorno de lo griego trágico ¡cómo podría ser un momento a superar en la historia! La historia universal hegeliana, en su dialéctica infinita de progreso hacia la libertad, le parece Absurd, absurda. Que el mundo de la Humanidad sea en su transcurso la exhibición del devenir de la Idea de Libertad le sugiere un truco de sofística. Además le escandaliza la idea del estado de Hegel como un fin en sí mismo, como mediador entre los egoísmos y pasiones individuales de la sociedad civil, como árbitro en el sistema de necesidades de la economía. La sola mención a que el Estado es lo racional en sí y para sí a través de una constitución interna que lo transforma en juez de la moralidad privada e individual es insoportable: “Pero el Estado es sólo medio para asegurar la conservación de muchos individuos: ¡cómo puede ser él el fin!” Retorna la idea de Nietzsche sobre la forma estado como contratendencia a la decadencia iniciada por el Sokratismus: “Entendemos por Estado, únicamente como ‘grilletes de hierro’, que aprietan el proceso social (wie gesagt, unter Staat nur die eiserne Klammer, die den Gesellschaftsprozeß erzwingt)”. Si el estado no se basa en el descubrimiento y generación de genios, la aristocracia espiritual designada por el orden jerárquico de la naturaleza, la construcción hegeliana es más y más decadencia: “La esperanza está en que al asegurar la conservación de muchos fracasados (vieler Nieven), también sean protegidos aquellos pocos hombres en los que culmina la Humanidad. De lo contrario no tiene ningún sentido mantener a tantos hombres miserables (elende Menschen). La historia de los Estados es la historia del egoísmo de las Masas (Egoismus der Massen) y del ciego deseo de querer vivir: sólo por los Genios (Genien) se justifica en alguna medida esta aspiración, en cuanto que les permite existir.” (Nachlass, 29, 73, p. 480)
El Hegelianismus como tal resume judaísmo: ya en la época de la resistencia contra Napoleón, el mismo Hegel en vida era llamado el “filisteo par excellence”, con el evidente acento judeófobo del tal insulto. Para reaccionarios y conservadores alemanes, las afinidades electivas de Hegel con el judaísmo estaban fuera de dudas. Nietzsche incluso llega a lanzar la hipótesis al reconstruir la figura moderna del intelectual subversivo, que el origen de esta tradición morbosa no sólo no es griega, ni cristiana, sino en última instancia hebrea: “El hebreo es dialéctico, y Sócrates lo era. Y tiene en sus manos un instrumento terrible: se refuta al adversario comprometiendo el intelecto –se lo somete a un interrogatorio, dejándolo inerme– se obliga a la víctima a la obligación de demostrar que no se es un idiota.” (NF, XIV, p.414)
Judaísmo es racionalismo, es Socratismo, y esto significa “democracia… que vence y lucha contra el Instinto” (Nachlass, 2, 1, p. 85) o bien “victoria del Pueblo Judío sobre la voluntad debilitada de la cultura griega.” (Ibídem, 3, 73, p. 108) o que la idea de extender una educación universal a todo el pueblo es “Influjo de Hegel.” (Ibídem, 8, 57, p. 212). El hegelianismo para Nietzsche es el último y más evolucionado fruto de la Aufklärung y el resultado cultural es una superestructura épica (de ninguna manera heleno-trágica, esencialmente no alemana): “La Ilustración desprecia al Instinto, cree sólo en razones… Nuestra cultura épica se manifiesta en nuestra ciencia de la naturaleza, en nuestro realismo y en nuestros novelistas. Su filósofo es Hegel.” (Ibídem, 5, 46, p. 125). Nietzsche también denomina muchas veces a esta cultura moderna, épica, sensual, antigermana como “cultura parlamentaria”.
La condena de la Dialektik como distorsión judaica, la acusación de denominar peyorativamente “dialécticos judíos” a la intelectualidad crítica y subversiva cumplirán un rol importante en el curso de la campaña desencadenada en el IIº Reich contra el judaísmo alemán. Y la dialéctica reconduce una y otra vez a Hegel sin mediaciones. Y Hegel reconduce a la ideología francesa, al saintsimonismo, a las ideas socialistas, al comunismo.
O sea: contra la peregrina idea del Nietzschéisme, sintetizada en el libro de Deleuze en el capítulo V, “El superhombre: contra la dialéctica”, donde llega a sostener que “tenemos plenos motivos para suponer en Nietzsche un conocimiento profundo del movimiento hegeliano, desde Hegel hasta el propio Stirner” aquí no hay discusión filosófica posible (no podría haberla dado el bajísmo conocimiento de Hegel). La afirmación de Deleuze que “la obra de Nietzsche va dirigida contra la dialectica” tiene sentido sólo si la entendemos como orientación eminentemente política, una Kritik global al hegelianismo como Tendenz político-filosófica plebeya y revolucionaria. Y no sabemos cómo podría uno oponerse a una filosofía, criticarla y superarla sin al menos haberla estudiado en profundidad y comprenderla. Además la propia presentación de Deleuze de la dialéctica de Hegel es una distorsión y simplificación que demuestra su propia ignorancia: reducir el núcleo de la dialéctica hegeliana a la “negación externa” es no haberla comprendido en absoluto.
Volviendo a Nietzsche, su ataque antihegeliano era y será medularmente una crítica política reaccionaria, como se repetirá en el futuro. Y Nietzsche era plenamente consciente de ello, ya que la Tendenz hegeliana en el caso específico de la educación y el rol del Estado tiene inmediata consecuencias revolucionarias imprevisibles. Como reflexiona en sus íntimos manuscritos: “Si las clases trabajadoras (Arbeiterstände) consiguen comprender que a través de la Formación educativa-cultural y de la Virtud (Tugend) pueden hoy fácilmente superarnos, entonces será nuestro final.” (Nachlass, 29, 216, p. 513)
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