No le creí a Calderón
Yo debo ser el peor de los mexicanos, pero no le creí al mensaje que Felipe Calderón se aventó la mañana del 2 de septiembre.
¿Por qué? Porque me sonó a puro rollo para quedar bien con la gente, porque me pareció una mala declamación, porque no me dijo nada que yo no supiera antes.
Porque fue como el inicio de una campaña electoral de medio tiempo, porque fue una buena salida para cancelar las críticas, porque fue una idea genial para desviar la mirada del tema del Informe presidencial.
¡Porque ya para qué! Eso lo hubiera dicho antes. Eso lo hubiera hecho antes.
A estas alturas del sexenio, aventarse semejantes declaraciones lució más a estrategia para que la opinión pública lo deje en paz de aquí a 2012, que al planteamiento de soluciones para un montón de problemas.
Qué listo Felipe Calderón porque, claro, ¿qué maldito mexicano va a decir que está en contra de ayudar a los pobres, que no quiere una mejor educación para sus hijos o que no sueña con acabar con el crimen organizado?
Su decálogo es una trampa. Sólo un traidor al género humano, ya no se diga a la patria, se atrevería a cuestionar cualquiera de sus propuestas.
El problema es que todas ellas son abstractas y ni hablemos de las frases célebres.
“Los retos que enfrentamos nos obligan a redefinir las prioridades y el ritmo de los cambios”.
¡No, pues sí! ¡Qué apantallador! Dicho con esas palabras y en tono de “Mamá, soy Paquito, no haré travesuras”, por supuesto que este discurso pega en el alma.
¿Pero de qué ritmo de qué cambios estamos hablando porque, al menos yo, jamás había visto una medición de ese ritmo, no sé a qué cambios se está refiriendo, no me queda claro si redefinir sea sinónimo de acelerar, ni sabía que hubiera otra prioridad para el gobierno del señor Calderón que no fuera la guerra contra el narco como para hablar de prioridades así, en plural?
“Enfrentamos un momento definitorio. En nuestras manos está el decidir si seguimos en la inercia o si impulsamos cambios de fondo para transformar el país”.
Perdón, pero yo jamás he conocido un momento que no sea definitorio, no entiendo de qué inercia estamos hablando y en “sus manos”, no en las nuestras, siempre ha estado la posibilidad de impulsar los cambios de este país.
¿Cuál era la intención de estas palabras? ¿Culpar a otros poderes de los fracasos de sus administración? ¿Atacar a sus enemigos? ¿Jugar a la autocrítica?
Me da mucha pena tener que decir esto, pero a cualquier trabajador que se deje llevar por la inercia o que no dé resultados, aquí y en China, se le penaliza, y se le penaliza duro antes de cumplir el tercer año en su puesto.
Yo lo único que he escuchado alrededor de esta declaración han sido elogios como si el sólo hecho de reconocer la existencia de una “inercia” corrigiera mágicamente nuestros grandes conflictos nacionales.
No sé a don Felipe, pero a mí sí me daría vergüenza llegar con mis jefes, decirles que no he hecho todas las cosas para las que me contrataron, aventarle la bolita a otras personas, justificar mi ineficiencia en el dato de que trabajo en un contexto adverso y, encima,
hacerme fiesta.
No, no le voy a arruinar el día cuestionando frase por frase el discurso del señor Calderón, pero es que antes, cuando el Presidente le ofrecía un mensaje de esta naturaleza a la nación, iba acompañado de puntos concretos.
Si México se iba a levantar a través de un pacto de solidaridad económica, por ejemplo, nos decían dónde estábamos parados, adónde íbamos a llegar, qué iba a pasar mes a mes y todos íbamos a tener la posibilidad de medir los resultados.
¿Qué nos quiso decir el Presidente cuando nos habló de una “reforma política de fondo”? ¿Quiso echar a volar nuestra imaginación, darle material a los periodistas para que tuvieran qué preguntarle o ni siquiera él lo tenía claro?
¿A qué se refería con lo de la cobertura universal de salud? ¿A que ya va a haber equipo y medicamento en todos los hospitales que existen o que se van a abrir más, pero en las mismas condiciones?
Por favor discúlpeme si no me pongo de pie ante estas palabras, pero a mí me suena a una combinación de las promesas electorales de todos los partidos recitadas casi con la misma vehemencia de José López Portillo cuando nos dijo que iba a defender el peso como un perro. Y acuérdese cómo nos fue.
¡Atrévase a opinar!
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