Wednesday, January 13, 2010


La SICAR y la máquina del tiempo

2010-01-13

Escrutinio

Juan José Morales

No tiene nada de extraño que la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana (la SICAR para abreviar) se oponga con tal virulencia a las leyes que intentan ampliar los derechos de los ciudadanos, como la despenalización del aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo y la adopción de niños por tales matrimonios. Los jerarcas religiosos buscan imponer a todas las personas —sean o no creyentes— las mismas rígidas normas de conducta, prohibiciones, limitaciones y obligaciones que a sus fieles. Tal parece que quisieran fabricar una máquina del tiempo para devolvernos a mediados del siglo XIX, cuando aún no se decretaban las Leyes de Reforma y el clero tenía un control casi absoluto sobre la vida de los mexicanos.



Hoy, como hace más de 150 años, los argumentos de los prelados son los mismos: según ellos, como la mayoría de la población profesa —o dice profesar— el catolicismo, México debe considerarse un país católico y por tanto regirse por normas católicas, las cuales deben ser acatadas incluso por quienes tienen otras creencias religiosas o no tienen ninguna. Alegan también que las recientes modificaciones legales atentan contra la integridad de la familia y propiciarán el caos, el libertinaje y la inmoralidad.

Lo mismo decían cuando se oponían al divorcio, al registro civil y a la secularización de los cementerios. Y en su intento por impedir la separación entre la Iglesia y el Estado, no vacilaron en organizar asonadas, revueltas y rebeliones que culminaron con las sangrientas Guerras de Reforma. Vale la pena recordarlo, porque a menudo se pierde de vista el poder realmente dictatorial que el clero tenía sobre los mexicanos y ahora pretende recobrar.
Todos, por ejemplo, estaban obligados a pagar a los curas diezmos y primicias. El diezmo era la décima parte de la cosecha o del salario de la persona, y la primicia la tercera parte del valor monetario del diezmo. Esos eran los impuestos más pesados que pagaban los pobres, y permitieron a la Iglesia acumular enormes riquezas.
El clero controlaba también los cementerios —por ello se les conoce como camposantos— y todo mundo debía pagar las cantidades fijadas por los curas y acatar las condiciones que ellos impusieran, para poder enterrar a sus muertos. Esto se prestaba a toda clase de abusos, como el del cura de Maravatío, en Michoacán, Agustín Dueñas, de quien se dice que se negó a sepultar a un niño porque la familia carecía de dinero. Y cuando el desesperado padre preguntó que haría con el cadáver, el sacerdote le respondió: “Pues sálalo y cómetelo”. Por supuesto, cuando los liberales decretaron que los cementerios dejarían de ser manejados por la Iglesia y serían administrados por el gobierno civil, los curas pusieron el grito en el cielo. Se les había acabado un gran negocio, y proclamaron que quienes fueran sepultados en panteones civiles y no en tierra bendita, no entrarían al cielo.
Nacimientos, defunciones y matrimonios sólo podían ser registrados por los curas, que cobraban buen dinero por ello. De ahí su feroz oposición a la Ley del Registro Civil, que puso en manos de las autoridades gubernamentales la expedición de actas de nacimiento —en vez de la fe de bautizo— y defunción, y de la ley del matrimonio civil, que anuló el valor legal del casamiento religioso y dio a la unión de los cónyuges el carácter de contrato entre personas realizado ante la autoridad civil.
Más ferozmente todavía combatió el clero la ley de libertad de cultos, que garantizó a todos los mexicanos el derecho a practicar la religión que desearan —o no practicar ninguna— y los eximió de la obligación de pagar las obvenciones parroquiales.
Y así por el estilo. La falta de espacio impide que podamos seguir recordando la forma en que la SICAR combatió a sangre y fuego el establecimiento de libertades y derechos que hoy nos parecen enteramente naturales y sin los cuales no se percibe la vida moderna, pero que hace siglo y medio, en los tiempos a que los curas quisieran retrotraernos, fueron tachados de atentados a la moral, la familia, la decencia y las creencias de la mayoría de los mexicanos.

Comentarios: kixpachoch@yahoo.com.mx

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