Thursday, January 28, 2010


“Su maldita guerra me arrebató a mi hija”


TIJUANA, Baja California, 27 de enero (UNIVERSAL) De esquina a esquina, las rolas del puesto de Bertha, se imponen sobre los ruidos del tianguis de los jueves en Playa Rosarito. El sonido de las bocinas retumba en cada rincón al compás de la música del grupo Fuerza Norteña. Con la detención del narcotraficante Teodoro García Simental, alias “El Teo”, la venta de narcocorridos se fue para arriba en Tijuana y sus alrededores. Una y otra vez se repiten las estrofas dedicadas al capo a quien acusan de mil asesinatos: “Una mente criminal, además mucho talento…que no sabe perdonar, lleva ya bastantes muertos… quien lo ha querido agarrar ya se encuentra en el infierno…”
A unos metros Adela trata de concentrase en su negocio. La música le produce dolor, le arranca las lágrimas. Las horas de trabajo se le hacen eternas. No soporta escuchar que exalten a los “malandros”, a los culpables de tanta violencia y horror. “Su maldita guerra me arrebató a mi hija”.
Hace menos de cien días que está de luto. A Yazmín, su hija de 15 años, la alcanzó una bala perdida mientras instalaba, junto con su hermana, el puesto de birria de su mamá. “De pronto se agarró la boca del estómago y me dijo: mami tengo un dolor, la logré detener y al revisarla vi que tenía sangre en la espalda. Unos segundos después murió en mis brazos”. Ese 27 de octubre, a unas calles del tianguis, en la zona de la Cuesta Blanca, hubo un enfrentamiento entre policías y un grupo de hombres armados. El saldo: un agente herido, una niña muerta y una familia destrozada.
Desde entonces, dice Adela: “todos los días salimos a trabajar con miedo, pensamos que la desgracia nos puede tocar de nuevo”. Ese temor es colectivo. Los habitantes de esta ciudad fronteriza conviven con la violencia y sufren la angustia de que la probabilidad los alcance.
“Los que vivimos aquí no pensamos simplemente que los narcotraficantes se están matando entre ellos, cada balacera, cada cuerpo tirado en las calles, lo traducimos como una amenaza a nuestras propias vidas”, advierte José Manuel Valenzuela Arce, doctor en sociología e investigador del Colegio de la Frontera Norte (Colef).
La llamada guerra contra las drogas que se libra en las calles de las ciudades fronterizas, advierte Valenzuela, está limitando los ámbitos de libertad de la población por una guerra que no es suya. “Estamos expuestos a una inseguridad desmedida y, al mismo tiempo, nos someten a cateos domiciliarios, a retenes policiales y militares. Nuestro temor se justifica porque cada vez hay más armas circulando por las calles, más levantones, más secuestros, más violaciones a los derechos humanos, más impunidad, que el ciudadano reciente en su cotidianidad”.
Autoexcluidos por el miedo
“La angustia se lee en los rostros de los habitantes de Tijuana. Inerme ante la fragilidad de las instituciones, el ciudadano se refugia en el hogar. Hace de la casa una cárcel doméstica. Levanta protecciones. Se autoexcluye. Los ciudadanos se encierran tras murallas por el miedo, como huyendo de la peste. Aún así el crimen los alcanza”, describe el antropólogo colombiano Juan Cajas.
El caso de Carlos ejemplifica la tesis del investigador. Como un centinela pasó seis noches sin dormir. Vigiló de día y de noche el patio trasero de su casa. “Un malandro, que ni es de la colonia, trató de meterse a robar la herramienta que tengo en el jardín. Es un chavo como de 20 años. Aferrado el cabrón, se saltaba entre las azoteas para llegar hasta acá. Tuve que pagar para que enrejaran la parte de atrás porque mi familia estaba muy asustada. Temíamos que anduviera armado”.
Esto ya no es vida dice Cristina al salir del centro comercial, le da varias vueltas a su coche para ver que este completo y observar que nadie la este siguiendo. Admirada comenta que cada día pasan cosas peores en la ciudad de Tijuana, a la que el gobernador del estado, José Guadalupe Osuna Millán, llama la tierra de las oportunidades.
“Imagínese que tan mal andaremos que apenas secuestraron a un bebé de dos años. Unos sujetos alcanzaron a su mamá en el coche y se llevaron al niño. Qué podía hacer la pobre madre para defender a su hijo, si además la golpearon. Los ciudadanos no tenemos forma de defendernos”.
Adela relata que después de que sepultó a Yazmín, se encerró un mes en su casa con sus otros dos hijos. “Tenemos mucho miedo de que los malandros, por haber denunciado, nos empiecen a amenazar. Hace unos días circulaban coches extraños por la casa por eso dejamos de ir a trabajar unos días pero la necesidad es mucha y por eso andamos de nuevo en los tianguis”.
Tijuana era conocida como la ciudad del vicio, la prostitución y el licor pues eso se quedó pálido con lo que sucedió después del 90, recuerda Víctor Clark Alfaro, director del Centro Binacional de Derechos Humanos de Tijuana
“Ahora vivir en Tijuana es como ser protagonista de una novela policiaca. Te acostumbras a vivir con miedo pero no te resignas, al contrario, empiezas con problemas de ansiedad. Cambias tus hábitos cotidianos y te vuelves desconfiado”, dice Clark Alfaro
Datos de la Sexta Encuesta Nacional sobre Inseguridad de 2009 revelan que en Ciudad Juárez, Acapulco y Tijuana, entre el 94 y el 87% de los encuestados, aseguraron haber modificado sus actividades personales y familiares por temor a ser víctima de un asalto o secuestro.
La violencia pasa factura
Hugo Almada Mireles, académico de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez comenta que la angustia reduce la calidad de vida de los ciudadanos, la libertad y la posibilidad de estar tranquilo en un lugar. “Cuando se prolonga el estrés se presentan enfermedades físicas y sicológicas”.
"La violencia trae consigo múltiples consecuencias psicológicas sobre testigos y sobrevivientes de un enfrentamiento armado, tales como depresión, ansiedad, miedo, y apatía", señala Kathleen Staudt, doctora en Ciencia Política e investigadora de la Universidad de El Paso, Texas.
Basada en sus investigaciones para la realización de su último libro: La violencia y el activismo en la frontera: género, miedo y la vida cotidiana en Ciudad Juárez, Kathleen Staudt advierte que en los últimos tres años esta comunidad se ha convertido en una zona de guerra, aderezada de graves problemas de pobreza y marginación. “Estos factores juntos provocan efectos graves en la salud pública. Actualmente ya hay registros de abuso en el consumo de medicamentos, alcohol y otras drogas. Asimismo, se percibe que el estrés colectivo, incide directamente en el maltrato intrafamiliar”.
Almada Mireles agrega preocupado: “En Ciudad Juárez la gente no tiene certezas. El ciudadano está en la indefensión total. En realidad la única defensa del ciudadano es la probabilidad de que no le toque la mala suerte de estar en el lugar equivocado en el momento equivocado”.
A Yazmín y su familia sí las alcanzó la probabilidad. A la niña la mató una bala perdida y su madre no sabe cómo vivir sin ella. Fernando también tiene un saldo en contra. Desde hace dos años busca a su hijo Fernando Ocegueda Flores, unos hombres lo “levantaron” de afuera de su casa y no ha vuelto a saber nada de él. A Antonio lo confundieron con sicario, lo exhibieron como criminal y ahora lucha por recuperar su prestigio. Gloria fue testigo de una balacera de tres horas y desde entonces sale con miedo a la calle. Desconfía de la gente y le teme a las camionetas grandes y con vidrios oscuros. Carmen se quiere ir de Tijuana, estuvo una semana secuestrada y teme que la vuelvan a agarrar porque no pagó el rescate que le exigían.
En estas ciudades enfermas por la violencia cada ciudadano tiene su anécdota de dolor. Para Clark Alfaro la gente está dispuesta a ceder derechos con tal de que el Estado ponga un hasta aquí al problema de la violencia. Somos una sociedad decepcionada y avasallada por la inseguridad”.


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