Tuesday, December 23, 2008



Gabriela Rodríguez
gabriela_afluentes@prodigy.net.mx


La Federación Internacional de Asociaciones de Médicos Católicos (FIAMC, por sus siglas en francés) publicó en noviembre pasado, con motivo del 40 aniversario de la encíclica Humanae vitae del papa Paulo VI, un documento sobre las consecuencias y amenazas del uso de los anticonceptivos artificiales, sobre todo por haber provocado un estilo de vida que separa la sexualidad de la reproducción.

El mensaje de rechazo a la anticoncepción artificial de esa encíclica no tuvo éxito, toda vez que durante estas décadas las mujeres pasaron a ser usuarias de los métodos prohibidos por el Vaticano. En particular, en América Latina más de 70 por ciento de las mujeres del continente católico han accedido a estas tecnologías modernas para controlar su fecundidad.

El extenso artículo contiene 288 notas al pie de página donde se citan las fuentes consultadas, aunque consta de dos apartados muy distintos. El primero son estudios biomédicos que documentan ampliamente las amenazas de los anticonceptivos en la vida no nacida, así como los efectos secundarios y daños en la salud de las mujeres; en el segundo apartado hay un cambio total de estilo, pasa a fundamentar las consecuencias del NO a la fertilidad desde las bases judeocristianas, consideradas “como la mejor protección para la dignidad del hombre” (menos mal que no de la mujer), y hay un conjunto de afirmaciones sobre los efectos en la sexualidad y en la moral, donde ya no se precisa de evidencia científica.

Debo reconocer que la lectura de este documento me resultó interesante en momentos, y en otros, muy cómica.

Se arranca afirmando que el aborto es la causa de muerte más frecuente, pues al citar acertadamente que se registran 42 millones de abortos en el mundo, se concluye que mueren 42 millones de “seres no nacidos” y, desde luego, ninguna otra enfermedad presenta una mortalidad tan alta. Eso sin considerar las víctimas del aborto precoz, que es el causado por el uso de anticonceptivos artificiales. Se dedican vastas páginas a demostrar que todos los hormonales y el DIU, incluyendo píldoras anticonceptivas, inyectables, parches, implantes y postcoitales, al actuar no solamente inhibiendo la ovulación sino principalmente evitando la implantación, sobrepasan el límite éticamente aceptable y, en consecuencia, “la píldora no solamente es anticonceptiva, sino también abortiva (...) Hoy en día 100 millones de mujeres toman la píldora; si hacemos los cálculos correspondientes, hay una destrucción de embriones del orden de entre 3.2 y 11.4 millones al año”.

Después se documentan exhaustivamente los riesgos de cáncer cervical, endometrial, ovárico, de mama y de hígado, efectos en el aparato circulatorio y el metabolismo por el uso de hormonales, aunque también reconocen algunos beneficios de las píldoras en la salud de la mujer. Pero nunca se menciona la importancia de las indicaciones y contraindicaciones, ni cómo éstas permiten a médicos y mujeres manejar con relativo conocimiento de causa las decisiones sobre el uso de tales fármacos.

En seguida viene la fobia a la sexualidad femenina, esa que se separa de la procreación. “Según Grant, la tasa de suicidio entre las mujeres es el doble de las que no toman la pastilla… las mujeres intentan suicidarse cuatro veces más a menudo que las que se protegen con un diafragma”. Además “hay una disminución de la libido que va de la depresión hasta la pérdida total en mujeres usuarias de anticonceptivos, justificable por un lado por el efecto de las hormonas, por el otro por la separación prácticamente perfecta de sexualidad y procreación causada por la píldora. Es conocido que la posibilidad de quedar embarazada por sí misma ya estimula considerablemente la libido”. También “el sentido del olfato cambia, por lo cual el olor de la pareja podría pasar a ser molesto de repente. Podría ser esto un factor, entre otros, de las tasas de divorcio más elevadas de los últimos 30 años”.

No me cabe en este espacio el sinnúmero de estragos que se asocian con el uso de hormonales, pero “el efecto se asemeja al de un terremoto. La separación de la sexualidad y la procreación propicia la autodeterminación propia de la mujer, pero la daña profundamente en el centro de su feminidad, incluso de su maternidad, se crea una polarización, una tensión, que al final, a causa de una contradicción irresoluble, desgarra el corazón de las mujeres y madres (...) El NO a la fecundidad es el NO al Creador. Otras causas de la anticoncepción son: hedonismo, pérdida de la fe –desconocen que las usuarias de hormonales y aun quienes han abortado siguen creyendo en Dios y en la Virgen de Guadalupe–, libertinaje, sexualidad como producto del consumo y feminismo”. Este último efecto realmente me asustó muchísimo, pero no me quedó claro si en alguno de esos estudios consultaron a las mujeres que usan anticonceptivos.

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