Trducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández |
Se la conoce como “Hinda” pero ese no es su nombre real. Así es como la llaman los muchos proxenetas y traficantes del sexo iraquíes que entran en contacto con ella varias veces a la semana por todo Iraq. Creen que es una de ellos, una traficante de esclavas sexuales. Desconocen que la fornida mujer de pelo caoba es una activista secreta de los derechos humanos que ha estado moviéndose calladamente por esos turbios bajos fondos desde 2006.
Ese infierno es un lugar donde campean viles proxenetas femeninas, donde empobrecidas madres venden a sus hijas adolescentes en un mercado del sexo para el que las mujeres que han llegado a la edad de veinte años son ya demasiado viejas para que se pueda ofrecer un buen precio por ellas. Las víctimas más jóvenes, algunas con tan sólo once y doce años, son vendidas hasta por 30.000 dólares, otras por tan sólo 2.000 dólares. “La compra-venta de niñas en Iraq, es como el comercio de ganado”, dice Hinda. “He visto a madres regateando con tipos sobre el precio de sus hijas”.
Las rutas del tráfico sexual son a la vez locales e internacionales, la mayoría se dirigen a menudo hacia Siria, Jordania y el Golfo (sobre todo los Emiratos Árabes Unidos). Se trafica ilegalmente con las víctimas bien falsificándoles los pasaportes, o bien enviándolas “legalmente”, mediante matrimonios forzados. Una mujer casada, incluso una tan joven como de catorce años, levanta pocas sospechas si va viajando con su “marido”. Tan pronto como llegan a su destino, se divorcian de las niñas y las ponen a trabajar.
Nadie sabe exactamente cuántas mujeres y niño/as iraquíes han sido vendidos como esclavos sexuales desde la caída del régimen de Saddam Hussein en 2003, y no hay cifras oficiales debido a la turbia naturaleza del negocio. Los activistas que viven en Bagdad, como Hinda, y algunos otros indican que la cifra podría llegar a varias decenas de miles. Sigue siendo un crimen que se esconde; uno del que el Informe del Departamento Estatal estadounidense sobre el Tráfico de Personas dice que el gobierno de Iraq no está molestándose en atajar. Bagdad, dice el informe, “no ofrece servicios de protección para las víctimas del tráfico sexual, no lleva a cabo esfuerzo alguno para impedir el tráfico de personas y no reconoce que ese delito constituye un problema en el país”.
Aunque la violencia sexual ha ido durante milenios la compañera de las guerras y la inseguridad siempre proporciona oportunidades para que los elementos criminales se beneficien, lo que está sucediendo en Iraq hoy revela cuanto ha retrocedido el que una vez fuera un país progresista (en relación con sus vecinos) en la cuestión de los derechos de la mujer y cuán ferozmente se han desintegrado los valores de una sociedad tradicional árabe que estima la virginidad femenina. En Bagdad, el pasado mes, la Ministra para Asuntos de la Mujer, la Dra. Nawal al-Samarraie, dimitió en protesta por la escasez de recursos que el gobierno asignaba a su ministerio. “El Ministerio es sólo un puesto vacío”, dijo a TIME. ¿Por qué voy a ir cada día a la oficina si no dispongo de ningún recurso?”, dice, añadiendo que ella pensaba que las niñas implicadas en el trágico tráfico elegían por sí mismas meterse en la prostitución.
Ese es un punto de vista que enfurece profundamente a activistas como Yanar Mohammad, que dirige la Organización para la Libertad de las Mujeres en Iraq. “Que me permita llevarla a los clubes nocturnos de Damasco y le mostraré mujeres con las se ha traficado por miles”, dice. Hasta la fecha, el gobierno no ha perseguido a ningún traficante. Durante el pasado año, impidió también que grupos como los de Mohammed visitaran las prisiones de mujeres, donde habían identificado previamente a algunas de las víctimas, muchas de las cuales son encarceladas por actos cometidos como consecuencia de haber sido objeto de tráfico, como prostitución o tenencia de documentos falsificados.
Allí fue donde el grupo de Mohammed vio a Atoor por primera vez hace varios años, en la prisión de Mujeres de Jadimiya, situada al norte de Bagdad. Atoor se casó con su novio de 19 años, un policía llamado Bilal, cuando tenía quince. Tres meses después, él murió como consecuencia de uno de los muchos episodios sangrientos de la brutal guerra en Iraq. Tras el obligatorio período de luto de cuatro meses que dicta la Sharia, la ley islámica, la madre de Atoor y dos hermanos le dejaron claro que iban a venderla a un burdel cercano a su hogar, en el oeste de Bagdad, al igual que habían vendido a sus dos hermanas mayores que eran gemelas. Aterrada, le dijo a un amigo de la policía que atacara su casa y el burdel cercano. Su unidad lo hizo y Atoor pasó los dos años siguientes en prisión. No había ninguna acusación pero ese fue el tiempo que tuvo que pasar antes de que llegara ante un juez y fuera liberada. “Yo quería ir a prisión, no quería que me vendieran”, dice. “Todavía no puedo creerme lo que me pasó. Mi madre solía mimarme. Sí, vendió a mis hermanas, pero lo lamentó mucho. Yo pensaba que me quería”.
Hinda, la investigadora-activista también sabe lo que es ser traicionada por la familia y considerada una mercancía humana. Violada a los dieciséis años, fue repudiada por su familia y expulsada de casa. En muchas partes del mundo árabe, el estigma de una castidad comprometida, aunque haya sido robada, es tal que las víctimas son en el mejor de los casos proscritas y en el peor asesinadas por “deshonrar” a su familia o a su comunidad. Desesperada y en la indigencia, Hinda volvió a la prostitución.
Ahora, a los treinta y tres años, está utilizando sus conocimientos en el sector para infiltrarse en los círculos de todo el país. Reúne información sobre las víctimas, de donde son, por cuánto las venden y quién las está comprando. Muy a menudo se hace pasar como una compradora para clientes extranjeros, una tapadera que le permite sacar fotos de las víctimas y afirmar que son para sus potenciales clientes. Prolonga las negociaciones durante varios días, sabiendo que las víctimas son normalmente vendidas durante ese período. Hacerse pasar por una proxeneta decepcionada le ayuda a mantener su cobertura intacta, dice. No puede rescatar a las muchachas, pero la esperanza es que cuando el gobierno decida tomarse en serio el tráfico sexual, su trabajo y el de otros ayudarán finalmente a procesar a los delincuentes e identificar a las víctimas. Cambia de círculo con tanta rapidez como puede. Persistir en alguno acabaría levantando sospechas.
Pero estos días dice que está siendo prácticamente imposible no levantar sospechas. Ha sido golpeada anteriormente por los guardaespaldas de los proxenetas que sospechan que ella anima a las jóvenes víctimas a escapar o les ofrece ayuda. Pero en la pasada semana ha recibido varias amenazas de muerte, algunos tan escalofriantes y persistentes que ha escrito una carta de despedida a su madre. “Estoy aterrada. Tengo miedo de que me maten”, dice, enjugándose las lágrimas. “Pero no me voy a rendir a ese temor. Si lo hago significa que me han vencido y no voy a permitirlo. Tengo que trabajar para que pare todo esto”.
Enlace con texto original en inglés:
Iraq's Unspeakable Crime: Mothers Pimping Daughters
She goes by Hinda, but that's not her real name. That's what she's called by the many Iraqi sex traffickers and pimps who contact her several times a week from across the country. They think she is one of them, a peddler of sexual slaves. Little do they know that the stocky auburn-haired woman is an undercover human-rights activist who has been quietly mapping out their murky underworld since 2006.
That underworld is a place where nefarious female pimps hold sway and where impoverished mothers sell their teenage daughters into a sex market that believes females who reach the age of 20 are too old to fetch a good price. The youngest victims, some ages 11 and 12, are sold for as much as $30,000, while others can go for as little as $2,000. "The buying and selling of girls in Iraq, it's like the trade in cattle," Hinda says. "I've seen mothers haggle with agents over the price of their daughters." (See pictures of Iraq since the fall of Saddam Hussein.)
The trafficking routes are both local and international, and most often connect to Syria, Jordan and the gulf (primarily the United Arab Emirates). The victims are trafficked either illegally on forged passports or "legally" through forced marriages. A married female, even one as young as 14, raises few suspicions if she's traveling with her "husband." The girls are then divorced upon arrival and put to work. (See Iraq's return to normality.)
Nobody knows exactly how many Iraqi women and children have been sold into sexual slavery since the fall of Saddam Hussein's regime in 2003. There is no official number because of the shadowy nature of the business. Baghdad-based activists like Hinda and others estimate it to be in the tens of thousands. Still, it remains a hidden crime, one that the 2008 U.S. State Department's Trafficking in Persons report says the Iraqi government is not combating. Baghdad, the report says, "offers no protection services to victims of trafficking, reported no efforts to prevent trafficking in persons and does not acknowledge trafficking to be a problem in the country."
While sexual violence has accompanied warfare for millenniums and insecurity always provides opportunities for criminal elements to profit, what is happening in Iraq today reveals how far a once progressive country (relative to its neighbors) has regressed on the issue of women's rights and how ferociously the seams of a traditional Arab society that values female virginity have been ripped apart. Baghdad's Minister of Women's Affairs, Nawal al-Samarraie, resigned last month in protest of the lack of resources provided to her by the government. "The ministry is just an empty post," she told TIME. "Why do I come to the office every day if I don't have any resources?" Yet even al-Samarraie doesn't think sex-trafficking is an issue. "It's limited," she said, adding that she believed the girls involved choose to engage in prostitution.
That's a view that infuriates activists like Yanar Mohammed, who heads the Organization of Women's Freedom in Iraq. "Let me take her to the nightclubs of Damascus and show her [trafficked] women by the thousands," she says. To date, the government has not prosecuted any traffickers. And for the past year it has prevented groups like Mohammed's from visiting women's prisons, where they have previously identified victims, many of whom are jailed for acts committed as a result of being trafficked, such as prostitution or possessing forged documents.
That's where Mohammed's group first saw Atoor several years ago, at the Khadimiya Women's Prison in northern Baghdad. Now 18, Atoor married her 19-year-old sweetheart, a policeman called Bilal, when she was 15. Three months later he was dead, killed during one of the many bloody episodes in Iraq's brutal war. After the obligatory four-month mourning period dictated by Islamic Shari'a law, Atoor's mother and two brothers made it clear that they intended to sell her to a brothel close to their home in western Baghdad, just as they had sold her older twin sisters. Frightened, she told a friend in the police force to raid her home and the nearby brothel. His unit did, and Atoor spent the next two years in prison. She was not charged with anything, but that's how long it took for her to come before a judge and be released. "I wanted to go to prison — I didn't want to be sold," she says. "I didn't think it would happen to me. My mother used to spoil me. Yes, she sold my sisters, but she regretted that. I thought that she loved me."
Hinda the activist-investigator also knows what it's like to be betrayed by family and considered human merchandise. Raped at 16, she was disowned by her family and left homeless. In many parts of the Arab world, the stigma of compromised chastity, even if it was stolen, is such that victims are at best outcasts and at worst killed for "dishonoring" their family or community. Desperate and destitute, Hinda turned to prostitution.
Now 33, she is using her knowledge of the industry to infiltrate trafficking rings across the country. She gathers information about the victims, where they are from, how much they're sold for and who is buying them. Most often she poses as a buyer for overseas clients, a cover that enables her to snap pictures of victims and claim that they are for her potential customers. She drags out the negotiations for several days, knowing that the victims are usually sold during that period. Playing a disappointed pimp helps keep her cover intact, she says. She can't rescue the girls, but the hope is that when the government decides to take trafficking seriously, her work and that of others will eventually help prosecute offenders and identify victims. She moves away from each trafficking ring as quickly as she can. To linger would be to invite suspicion.
These days, she says, suspicion is getting harder to avoid. She has been beaten before, by the security guards of pimps who suspect her of encouraging young victims to escape or offering them help. In the past week she has received several death threats, some so frightening and persistent that she penned a farewell letter to her mother. "I'm scared. I'm scared that I'll be killed," she says, wiping away her tears. "But I will not surrender to that fear. If I do, it means I've given up, and I won't do that. I have to work to stop this."
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