Los centros comerciales se unieron al mosaico de contradicciones
Sigue viva, en estado latente, bajo la cortina de cientos de locales
Avenidas, calles, parques y centros comerciales, huérfanos
de clientes y paseantes, quienes fueron obligados a practicar la introspección
, rendir honor al ocio o remendar desperfectos en el hogar. Ese fue el sino de un sábado de quincena en medio del largo asueto impuesto en gran parte de la ciudad de México.
Los centros comerciales cerraron sus puertas con la pena de no atraer a sus clientes con sobradas ofertas. Fondas, marisquerías, antojerías, verdulerías, carnicerías y pescaderías de los mercados populares padecieron la misma enfermedad: ausencia de sus habituales clientes. Familias enteras optaron por no salir de sus casas ante el temor y la angustia, que suben de tono cuando en la calle ven a los vecinos con cubrebocas y ni el saludo dan a sus conocidos para evitar el contagio, usted sabe, güero, ¿no?
, aclara Jorge Méndez, acomodador de carros en la cercanía del Mercado de San Pedro de los Pinos.
La ciudad, mosaico de sutilezas y contradicciones, a pesar de sus locales cerrados y calles semivacías, sigue viva.
El recorrido se extiende al sur. Sobre la avenida Miguel Ángel de Quevedo: tres Starbucks cerrados. La zona de librerías, poco concurrida. El Sótano y Gandhi con mínima clientela. La Librería del Fondo de Cultura Económica, cerrada. En medio, el Parque Tagle, con tres parejas en pleno romance. Y en la esquina con Insurgentes, el local más visitado del área del parque de la Bombilla, la vinatería La Europea.
Hacia el norte, sobre la avenida más larga de la ciudad, el Metrobús con dos o tres usuarios por unidad, mientras en sus orillas fantasmales restaurantes derrochan amabilidad ante la urgencia de trabajo: ¡Señores comensales, estamos para servirles! ¡Sólo servicio a domicilio!
Adelante, Liverpool Insurgentes y su plaza contigua, que abre todos los días, ayer cerró. A cinco cuadras, en el Mercado Tlacoquemécatl de Miguel Laurent, mientras espera que en la antojería Emily le sirvan unos bisteces en salsa pasilla, la señora Miriam Castelo saca conclusiones.
El encierro es una metáfora, internarse en uno mismo, es algo que ya se había olvidado en esta ciudad: lo simple y lo sencillo de la vida familiar, la posibilidad de preparar y servir la comida uno mismo, y no la que sin calidez se sirve en los restaurantes. El disfrute de la lectura, una buena película, una buena compañía. Podemos ver en esta situación una oportunidad para la introspección
.
En la colonia Nápoles el único sitio concurrido, y sólo para llevar, fue el local de helados Chiandoni. Por esas arterias, como en la mayoría de calles, cruzaban sobre sus frágiles motocicletas, cual saetas sin dirección, los repartidores de comida rápida.
Y la sorpresa de los transeúntes que se animaron a salir a las calles fue que ninguna plaza comercial, ni los almacenes El Palacio de Hierro de Coyoacán y Durango abrieron sus puertas. En Perisur, unos cartelitos colocados a la entrada del estacionamiento advertían: sólo abiertos bancos y Sanborns en farmacia y comida para llevar
.
El sábado, las obras viales no fueron obstáculo para trasladarse sin dificultad y rapidez por las anchas avenidas y calles de la ciudad. En el Mercado de San Pedro de Los Pinos, donde el pueblo come mariscos
, según dicen quienes ahí trabajan, la desolación sentó sus reales.
Ni porque Mariscos Altamar, el negocio más grande, aplicó 10 por ciento de descuento a sus productos, se sintió alguna mejoría. Ricardo Torres, propietario del negocio, refiere que “esto es una medida drástica, pero como ciudadanos debemos ajustarnos. Al principio uno se ofuscó, pero cuando vimos que entraba la OMS, pues sí creímos, y hay que entrarle a pesar de las pérdidas. ¡Imagínese si uno no fuera cuidadoso con la economía…!”
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