Tuesday, July 14, 2009


La doctrina Obama

Michael Schwartz

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens


Introducción del editor de Tom Dispatch

Una de las primeras metáforas que el presidente George W. Bush y algunos de sus máximos funcionarios utilizaron en los primeros días inexpertos después de la invasión en Iraq, tuvo que ver con bicicletas. La pregunta era: ¿Le sacamos las “rueditas de aprendizaje” a la bicicleta iraquí (de la democracia)? El entonces secretario de defensa Donald Rumsfeld, por ejemplo comentó con aire de suficiencia que la manera de “enderezar” a Iraq era como enseñar a tu niño a andar en bicicleta:

“Están aprendiendo, y vas corriendo por la calle tocando la parte trasera del asiento. Sabes que se podría caer si sacas la mano, así que sacas un dedo y luego dos dedos, y pronto apenas lo tocas. No puedes saber al ir corriendo por la calle cuántos pasos tendrás que dar. No podemos saberlo, pero empezamos bien.”

Esa imagen (condescendiente como la que más) del pequeño niño iraquí que va pedaleando con un padre estadounidense corriendo detrás, fue abandonada cuando resultó que al dar vuelta a la primera esquina lo esperaba un insurgente con una granada propulsada por cohete. Muchos años y muchos desastres después, sin embargo, los estadounidenses, sea en el gobierno de Obama, en la expertocracia de Washington, o en los medios todavía tienen problemas para no ser condescendientes cuando se trata de Iraq. Tomemos un ejemplo reciente de “análisis de noticias” en el New York Times de una periodista perfectamente perspicaz, Alissa J. Rubin. Llevaba el título impreso “El nuevo papel de EE.UU. en Iraq lleva a una búsqueda de medios de influencia” y se concentraba, en parte, en el reciente viaje del vicepresidente Joe Biden a ese país, supuestamente para “apaciguar” sentimientos iraquíes de que son “colocados en el último lugar.”

Rubin escribe (y algo semejante ha sido escrito innumerables veces) que los estadounidenses buscan ahora un “nuevo tono” en sus tratos en ese país. (En los años de Bush, lo llamaban a menudo – en otra extraña metáfora imperial – “poner una cara iraquí” a las cosas.) “Tienen,” comenta, “la reputación de ser torpes, de decir a los iraquíes lo que deben hacer en lugar de preguntarles lo que quieren.” Pero, por supuesto, como deja en claro el artículo, sea cual sea su tono, Biden llegó a Iraq a decir a los iraquíes lo que deben hacer – o cómo ella lo dice, para tratar de “resolver” los “problemas… que frustraron a tres previos embajadores y al presidente

George W. Bush": las continuas animosidades sectarias, la aprobación de una ley petrolera iraquí, y el problema kurdo.

Estos problemas, parecen seguir siendo nuestro lastre y realmente no puedo imaginarlo de algún modo diferente. Como dejan en claro los iraquíes citados en el artículo de Rubin, los ocupados – especialmente la elite – resienten el papel dominante jugado por EE.UU., sienten desprecio por los ocupantes, incluso si les cuesta imaginar la vida sin ellos.

Lo menciono sólo porque el tono de la escritura y del pensamiento estadounidense sobre Iraq siempre ha sido matizado con lo que según Michael Schwartz, colaborador regular de TomDispatch y autor de un excelente estudio: “War Without End: The Iraq War in Context,” [Guerra sin fin: la guerra de Iraq en contexto] es un profundo deseo colonial, que por desgracia podría no estarse desvaneciendo, incluso cuando aumenta la discusión sobre una retirada militar de EE.UU. de Iraq. Tom

Colonizando Iraq

La doctrina Obama

Michael Schwartz

Los periodistas Steven Lee Myers y Marc Santora del New York Times describieron la tan pregonada retirada estadounidense de ciudades de Iraq de la semana pasada:

“Gran parte del complicado trabajo de desmantelar y remover millones de dólares de equipamiento de los puestos avanzados de combate en la ciudad fue hecho en medio de la noche. El general Ray Odierno, el comandante estadounidense de todo Iraq, ordenó que una cantidad creciente de operaciones básicas – convoyes de transporte y de reabastecimiento, por ejemplo – se realicen de noche, cuando menos iraquíes vean que la retirada estadounidense no es total.”

Actuar en medio de la noche, en los hechos, parece captar de un modo particularmente impactante la naturaleza de los planes estadounidenses para Iraq. La semana pasada, a pesar de la muerte de Michael Jackson, Iraq volvió a las noticias de la televisión mientras los iraquíes celebraban una altamente publicitada retirada militar estadounidense de sus ciudades. Hubo fuegos artificiales, algunos iraquíes se reunieron para bailar y vitorear; la primera parada militar desde los días de Sadam Hussein (en la fortificada Zona Verde, ya que las calles ordinarias son demasiado peligrosas para cosas semejantes); EE.UU. entregó numerosas pequeñas bases y puestos avanzados; y el primer ministro Nouri al-Maliki proclamó un día festivo nacional – “día de la soberanía,” lo llamó.

Todo esto se ajusta a un guión presentado de modo promisor por el presidente Barack Obama en su campaña presidencial de 2008. Más recientemente, en su muy elogiado discurso a los estudiantes de la Universidad de el Cairo en Egipto, prometió que EE.UU. no mantendría bases en Iraq, y ciertamente retiraría sus fuerzas militares del país para fines de 2011.

Por desgracia, no sólo para los iraquíes, sino para el público estadounidense, lo que cuenta es lo que está sucediendo “a oscuras” – más allá del brillo de las luces y de las cámaras de televisión. Aunque muchos críticos de la Guerra de Iraq han estado dispuestos a darle algo de cuerda al gobierno de Obama mientras su equipo de política exterior y los militares de EE.UU. se preparan para esa retirada definitiva, parece estar ocurriendo algo distinto – algo más inquietante.

Y no fue sólo que el presidente se haya andado con rodeos sobre la retirada de tropas estadounidenses “de combate” de Iraq, ampliada ahora de 16 a 19 meses, – que, en todo caso, representan sólo un tercio de los 130.000 soldados de EE.UU. que permanecen en el país. Tampoco fue el re-etiquetamiento de algunos de ellos como “asesores” para que pudieran, en los hechos, quedarse en las ciudades evacuadas, o el rediseño de las líneas fronterizas de la capital iraquí, Bagdad, para excluir a un par de bases esenciales que los estadounidenses no estaban dispuestos a abandonar.

Después de todo, no puede caber duda de que la política del gobierno de Obama es ciertamente reducir lo que el Pentágono podría llamar la “huella” militar de EE.UU. en Iraq. Para decirlo de otro modo, los principales funcionarios de Obama parecen optar, no por el torpe militarismo al estilo de Bush, sino por lo que podría ser considerado como un empuje administrativo en Iraq, que el vicepresidente Joe Biden ha llamado “un programa mucho más agresivo frente al gobierno iraquí para impulsarlo a la reconciliación política.”

Un alto funcionario anónimo del Departamento de Estado describió como sigue esta nueva política de “la oscuridad de la noche” a la reportera del Christian Science Monitor Jane Arraf: “Uno de los desafíos de esa nueva relación es cómo EE.UU. podrá seguir teniendo influencia en decisiones cruciales sin que se note que lo hace.”

Sin que se note que lo hace. En esto el general Odierno y el funcionario anónimo están de acuerdo. Y también, parece, Washington. Como resultado, lo esencial que se puede decir sobre la planificación militar y civil del gobierno de Obama hasta ahora es lo siguiente: olvida los titulares, los fuegos artificiales, y las multitudes alborozadas de iraquíes en tu pantalla de televisión. Deja de lado por el momento toda esa habla de retirada y – si echas una mirada de cerca, dejando que tus ojos se ajusten a la oscuridad – lo que ves vagamente es la silueta de una nueva postura estadounidense en Iraq. Piensa en ella como Doctrina Obama. Y lo que no ves es algo que se parezca a la postura de una potencia ocupante que se prepara para cerrar el negocio y partir a casa.

A medida que tus ojos se acostumbren a la oscuridad, comenzarás a identificar un esfuerzo creciente para asegurar que Iraq siga siendo un Estado cliente de EE.UU., o, como lo describió el general Odierno a la prensa el 30 de junio: “un socio a largo plazo de EE.UU. en Oriente Próximo.” Queda por ver si el equipo nacional de seguridad de Obama tendrá éxito en lograrlo, pero, a primera vista, lo que aparece en el centro de atención parece ser algo que no deja de ser familiar para estudiantes de historia. En otro tiempo, solía tener un nombre: colonialismo.

Colonialismo en Iraq

El colonialismo tradicional se caracterizaba por tres rasgos: la toma de decisiones en última instancia estaba en manos del poder ocupante en lugar del gobierno cliente indígena; el personal de la administración colonial estaba gobernado por leyes e instituciones diferentes que la población colonial; y la economía política local estaba conformada para servir los intereses de la potencia ocupante. Todos los rasgos del colonialismo colonial se conformaron en los años de Bush en Iraq y ahora, por lo visto, sigue siendo lo mismo, en algunos casos incluso con más fuerza, en los primeros meses de la era de Obama.

La embajada de EE.UU. en Iraq, construida por el gobierno de Bush con unos 740 millones de dólares, es de lejos la mayor del mundo. Está poblada ahora por más de 1.000 administradores, técnicos y profesionales – diplomáticos, militares, de inteligencia, y otros – por más que se refieran a todos, aunque sea con un eufemismo, como “diplomáticos” en declaraciones oficiales y en los medios. Ese nivel de personal – 1.000 administradores para un país de unos 30 millones – es mucho más que la norma clásica de control imperial. A comienzos del Siglo XX, por ejemplo, Gran Bretaña utilizó menos funcionarios para gobernar a una población de 300 millones en el Raj Indio.

Una semejante concentración de burocracia extranjera en un centro de comando regional tan gigante – y por el momento no se ve ninguna reducción o retirada en su caso – ciertamente muestra un propósito imperial más amplio de Washington: tener a mano suficiente poder laboral administrativo para asegurar que los asesores estadounidenses permanezcan significativamente arraigados en el proceso de toma de decisiones políticas iraquí, en sus fuerzas armadas, y en los ministerios clave de su economía (dominada por el petróleo).

Desde los primeros momentos de la ocupación de Iraq, ha habido funcionarios estadounidenses sentados en las oficinas de políticos y burócratas iraquíes, dando líneas directivas, entrenando a los responsables de decisiones, y mediando en disputas internas. Como consecuencia, los estadounidenses han estado virtualmente involucrados, directa o indirectamente, en toda toma de decisiones significativas del gobierno.

En un reciente artículo, por ejemplo, el New York Times dice que funcionarios de EE.UU. “cabildean silenciosamente” para eliminar un referéndum nacional obligatorio sobre el Acuerdo del Estatus de las Fuerzas (SOFA) negociado entre EE.UU. e Iraq – un referéndum que, si es derrotado, obligaría por lo menos en teoría a la retirada inmediata del país de todas las tropas de EE.UU. En otro artículo, el Times informó que funcionarios de la embajada “han intervenido a menudo para mediar entre bloques enfrentados” en el parlamento iraquí. En otro, el periódico militar Stars and Stripes mencionó de pasada que un funcionario de la embajada “asesora a los iraquíes en el manejo del aeropuerto de un valor de 100 millones de dólares” que acaba de ser terminado en Najaf. Y así van las cosas.

Vida segregada

La mayoría de los regímenes coloniales establecen sistemas en los cuales los extranjeros involucrados en tareas de ocupación son servidos (y disciplinados) por una estructura institucional separada de la que gobierna a la población indígena. En Iraq, EE.UU. ha estado estableciendo una tal estructura desde 2003, y el gobierno de Obama muestra todos los signos de estarla ampliando.

Como en todas las embajadas del mundo, los funcionarios de la embajada de EE.UU. no están sujetos a las leyes del país anfitrión. La diferencia es que, en Iraq, no se dedican simplemente a sellar visas y cosas semejantes, sino están ocupados en proyectos cruciales que los involucran en la miríada de aspectos de la vida diaria y del gobierno, aunque como una casta esencialmente separada de la sociedad iraquí. El personal militar forma parte de esa estructura segregada: el recientemente firmado SOFA asegura que los soldados estadounidenses seguirán siendo virtualmente intocables por la ley iraquí, incluso si matan a civiles inocentes.

Versiones de esta inmunidad se extienden a todos los que están asociados con la ocupación. Contratistas privados de seguridad, de la construcción y comerciales empleados por las fuerzas de ocupación no están protegidos por el acuerdo SOFA, pero a pesar de ello están protegidos contra las leyes y regulaciones que aplicadas a residentes iraquíes normales. Como dijo un funcionario del FBI basado en Iraq al New York Times, las obligaciones de los contratistas son definidos por “nuevos acuerdos entre Iraq y EE.UU. que regulan el estatus legal de contratistas.” En un caso reciente en el cual cinco empleados de un contratista de EE.UU. fueron acusados del asesinato de otro contratista, el caso fue investigado conjuntamente por la policía iraquí y “representantes locales del FBI,” y la jurisdicción final fue negociada por funcionarios iraquíes y de la embajada de EE.UU. El FBI ha establecido una presencia importante en Iraq para implementar esos “nuevos arreglos.”

El trato especial se extiende a empresas que se ocupan de los miles de millones de dólares gastados mensualmente en Iraq en contratos de EE.UU. La responsabilidad primordial de un contratista es seguir “líneas directivas que los militares de EE.UU. entregaron en 2006.” En todo esto, la ley iraquí tiene un papel claramente secundario. En un caso que aparentemente es típico, un contratista kuwaití contratado para alimentar a soldados estadounidenses fue acusado de encarcelar a sus trabajadores extranjeros y luego, cuando protestaron, los envió a casa sin paga. El caso fue tratado por funcionarios estadounidenses, no por el gobierno iraquí.

Más allá de esta segregación legal, EE.UU. también ha estado erigiendo una infraestructura segregada dentro de Iraq. La mayoría de las embajadas y bases militares del mundo se basan en el país anfitrión para alimentación, electricidad, agua, comunicaciones y suministros diarios. No así la embajada de EE.UU. o las cinco principales bases que están en el centro de la presencia militar estadounidense en ese país. Todas tienen sus propios sistemas de generación de electricidad y de purificación de agua, sus propias comunicaciones dedicadas, y alimentos importados del exterior del país. Ninguna, naturalmente, sirve cocina iraquí autóctona; la embajada importa ingredientes para restaurantes estadounidenses relativamente sofisticados, y las bases militares ofrecen comida rápida estadounidense y comida de restaurantes en cadena.

EE.UU. incluso ha creado los rudimentos de su propio sistema de transporte. Los iraquíes son demorados a menudo cuando viajan dentro de, o entre ciudades, por un laberinto de puntos de control creados por la ocupación (y que ahora a menudo tienen personal iraquí), barreras de hormigón y calles y carreteras destruidas por las bombas; por otra parte, los soldados y oficiales de EE.UU. en ciertas áreas pueden movilizarse rápidamente, gracias a privilegios especiales e instalaciones segregadas.

En los primeros años de la ocupación, grandes convoyes militares que transportaban suministros o soldados simplemente tomaban posesión temporal de las carreteras y calles iraquíes. Los iraquíes que no se apartaban rápidamente eran amenazados por un poder de fuego letal. Para pasar por las filas que a veces duraban horas en los puntos de control, los estadounidenses recibían tarjetas de identidad especiales que “garantizaban paso rápido… en pistas separadas, pasando a los iraquíes a la espera.” Aunque el “paso rápido” supuestamente debía terminar con la firma del SOFA, el sistema sigue operando en muchos puntos de control, y los convoyes siguen transitando por las comunidades iraquíes y los “conductores iraquíes se siguen apartando en masa.”

Recientemente, la ocupación también se ha estado apropiando de diversas calles y carreteras para su uso exclusivo (una idea que pueden haber copiado de los 40 años de ocupación israelí de Cisjordania). Esta innovación ha hecho que el transporte sin convoy sea más seguro para funcionarios de la embajada, contratistas y personal militar, mientras degrada aún más el sistema de carreteras de Iraq, que ya está en mal estado, al clausurar vías públicas utilizables. Paradójicamente, también ha permitido que los insurgentes coloquen bombas al borde de la ruta con la seguridad de que éstas sólo afecten a extranjeros. Un incidente semejante en las afueras de Faluya ilustra lo que ahora se ha convertido en políticas de la era de Obama en Iraq:

“Los estadounidenses iban conduciendo por una carretera utilizada exclusivamente por los militares estadounidenses y los equipos de reconstrucción cuando estalló una bomba, que los funcionarios locales de seguridad iraquíes describieron como un artefacto explosivo improvisado. No se permite que ningún vehículo iraquí, ni siquiera los del ejército o de la policía, utilice la carretera en la que ocurrió el ataque, según los residentes. Hay un punto de control a sólo 200 metros del sitio del ataque, para impedir el paso de vehículos no autorizados, dijeron los residentes.”

No es claro si esa carretera será devuelta a los iraquíes, incluso si la base que sirve es clausurada. De todos modos, la política en general parece estar bien establecida – la designación de carreteras segregadas para dar cabida a los 1.000 diplomáticos y a las decenas de miles de soldados y contratistas que implementan sus políticas. Y es sólo un aspecto de una infraestructura dedicada diseñada para facilitar la continua participación de EE.UU. en el desarrollo, implementación, y administración de políticas político-económicas en Iraq.

¿A quién obedecen los militares?

Una manera de “liberar” a los militares estadounidenses para la retirada sería, claro está, si los militares iraquíes pudieran manejar solos la misión de pacificación. Pero no hay que esperarlo para dentro de poco. Según los informes en los medios no es probable que, si todo va bien, eso ocurra por lo menos en una década. Una señal reveladora es la presencia omnipresente de asesores militares estadounidenses que todavía están empotrados en las unidades de combate iraquíes. Por ejemplo, el teniente Matthew Liebal, “está todos los días” junto al teniente coronel Mohammed Hadi, “comandante de la 43ª Brigada del Ejército iraquí que patrulla el este de Bagdad.”

Cuando se trata de los militares iraquíes, este tipo de supervisión no será temporario. Después de todo, las fuerzas armadas que EE.UU. ayudó a crear en Iraq todavía carecen, entre otras cosas, de suficiente capacidad logística, artillería pesada, y una fuerza aérea. En consecuencia, las fuerzas de EE.UU. transportan y reabastecen a los soldados iraquíes, posicionan y disparan la munición de alto calibre, y suministran apoyo aéreo cuando es necesario. Ya que los militares de EE.UU. no están dispuestos a permitir que oficiales iraquíes comanden a soldados estadounidenses, es obvio que estos no pueden tomar decisiones sobre el disparo de artillería, el uso y dirección de aviones de la Fuerza Aérea de EE.UU., o el envío de personal logístico de EE.UU. a zonas de guerra. Por lo tanto, todas las misiones iraquíes están condenadas a ser acompañadas por asesores y personal de apoyo estadounidenses por un período futuro desconocido.

No se espera que las fuerzas armadas iraquíes obtengan modernos aviones caza (o que tengan los pilotos entrenados para pilotarlos) hasta por lo menos 2015. Esto significa que, dondequiera esté estacionado el poder aéreo de EE.UU., incluida la masiva base aérea en Balad al norte de Bagdad, constituirá, de hecho, la fuerza aérea iraquí en el futuro previsible.

Incluso las funciones más elementales de mantenimiento del orden público de los militares pueden ser problemáticas sin la presencia estadounidense. Típicamente, cuando el periodista del New York Times, Steven Lee Myers, preguntó a un comandante de batallón iraquí “si necesitaba respaldo estadounidense para un arresto criminal, respondió simplemente: ‘evidentemente.’” John Snell, asesor australiano de los militares de EE.UU., fue igual de directo, cuando dijo a un periodista de Agence France Presse que, si EE.UU. retira sus tropas, las fuerzas armadas iraquíes “se desintegrarían rápidamente.”

En un artículo en World Policy Journal del invierno pasado, John A. Nagl, experto militar y ex asesor del general David Petraeus, expresó una opinión comúnmente compartida de que tardará por lo menos una década antes de que haya fuerzas armadas iraquíes independientes.

¿A quién pertenece la economía?

Terry Barnich, víctima de la bomba mencionada al borde de la ruta en Faluya, personificaba el arraigo económico de la ocupación. Como director adjunto del Departamento de Estado de EE.UU. para la Oficina de Ayuda a la Transición para Iraq y máximo asesor del Ministerio de Electricidad de Iraq, cuando murió iba “volviendo de una inspección de una planta de tratamiento de aguas servidas que se está construyendo en Faluya.”

Su doble papel como alto responsable en el proceso de formulación de políticas y “máximo asesor” de uno de los principales ministerios de infraestructura de Iraq refleja la postura continua de EE.UU. respecto a Iraq en los primeros meses de la era de Obama. Iraq sigue siendo, aunque a disgusto, un gobierno cliente; aspectos significativos del poder de decisión en última instancia siguen en manos de las fuerzas de ocupación. Nótese, a propósito, que es evidente que Barnich ni siquiera viajaba con funcionarios iraquíes.

La presencia intrusiva de la embajada en Bagdad se extiende a la crucial industria petrolera, que actualmente suministra un 95% de los fondos del gobierno. Cuando tiene que ver con la energía, la ocupación ha tratado hace tiempo de conformar la política y de transferir la responsabilidad operaciones de empresas estatales iraquíes de los años de Sadam Hussein a importantes compañías petroleras internacionales. En 2004, en uno de sus esfuerzos más exitosos, EE.UU. entregó un exclusivo contrato por 1.200 millones de dólares para reconstruir las decrépitas instalaciones de transporte de petróleo del sur de Iraq (que manejan un 80% de su flujo de petróleo) a KBR, la tristemente célebre antigua subsidiaria de Halliburton. La supervisión de ese contrato fenomenalmente mal administrado, que todavía no ha sido terminado después de cinco años, fue entregada al Inspector General de EE.UU. para la Reconstrucción de Iraq.

El gobierno iraquí, en los hechos, todavía ejerce un control notablemente pequeño sobre los ingresos petroleros “iraquíes”. El Fondo de Desarrollo para Iraq (cuyos ingresos son depositados en el Banco de la Reserva Federal de Nueva York) fue establecido bajo auspicios de Naciones Unidas después de la invasión y recibe un 95% de los ingresos de las ventas de petróleo iraquí. Todos los retiros de dinero del gobierno son luego supervisados por el Consejo Asesor y Controlador Internacional aprobado por la ONU, un panel de expertos nombrados por EE.UU., procedentes en su mayoría de las industrias petroleras y financieras globales. La transferencia de esa función supervisora a un organismo nombrado por iraquíes, que supuestamente debería tener lugar en enero, ha sido retardada por el gobierno de Obama, que afirma que el gobierno iraquí todavía no está listo para asumir una responsabilidad semejante.

Mientras tanto, continúa la campaña para transferir la administración de operaciones esenciales del petróleo a las grandes compañías petroleras. A pesar de la resistencia de los trabajadores iraquíes del petróleo, los administradores de las dos compañías petroleras nacionales, un bloque de mayoría en el parlamento iraquí, y la opinión pública de ese país, EE.UU. ha mantenido la presión sobre el gobierno al-Maliki para que promulgue una ley petrolera que haría obligatorios instrumentos de licencia llamados acuerdos de coparticipación en la producción (PSA).

Si fueran promulgados esos PSA asegurarían, sin transferir la propiedad permanente a las compañías petroleras, el control efectivo sobre los campos petrolíferos de Iraq, dándoles arbitrio total para explotar las reservas de petróleo del país, desde la exploración hasta las ventas. La presión de EE.UU. ha ido del continuo “consejo” entregado por funcionarios estadounidenses estacionados en los ministerios iraquíes correspondientes a amenazas de confiscar parte o todo el dinero del petróleo depositado en el Fondo de Desarrollo.

Por el momento, el gobierno iraquí intenta un paso más limitado; subastar contratos de administración a compañías petroleras internacionales en un esfuerzo por aumentar la producción en ocho campos existentes de petróleo y gas natural. Aunque las compañías ganadoras no obtendrían un derecho total para explorar, producir y vender el petróleo de algunos de los campos petrolíferos potencialmente más ricos del mundo, por lo menos obtendrían un cierto control administrativo en la modernización del equipamiento y en la extracción de petróleo, posiblemente hasta durante 20 años.

Si la subasta termina por tener éxito (lo que no es en nada seguro, ya que la primera vuelta produjo sólo un acuerdo que aún no ha sido firmado), la industria petrolera iraquí se arraigaría aún más profundamente en el aparato de ocupación, no importa lo que suceda oficialmente con las fuerzas estadounidenses en ese país. Entre otras cosas, es casi seguro que la embajada estadounidense sería responsable de la inspección y la orientación del trabajo de los que obtengan los contratos, mientras los militares y contratistas privados serían los garantes de su seguridad en el terreno. Fayed al-Nema, director ejecutivo de South Oil Company, habló por la mayoría de los oponentes a tales acuerdos cuando dijo al periodista de Reuters, Ahmed Rasheed, que si fueran aprobados los contratos, “encadenaría a la economía iraquí y aherrojaría a su independencia durante los próximos 20 años.

¿Quién es el dueño?

En 2007, Alan Greenspan, ex jefe de la Reserva Federal, dijo al periodista del Washington Post, Bob Woodward que “eliminar a Sadam fue esencial” – algo que señaló en su libro “The Age of Turbulence “– porque EE.UU. no podía “depender de fuentes potencialmente inamistosas de petróleo y gas” en Iraq. Es exactamente la forma de pensar que sigue existiendo en los círculos políticos de EE.UU.: la Estrategia Nacional de Defensa de 2008, por ejemplo, especifica el uso del poder militar estadounidense para mantener “el acceso y el flujo de recursos energéticos vitales para la economía mundial.”

Después de sólo cinco meses en el poder, el gobierno de Obama ya ha suministrado una evidencia significativa de que, como su predecesor, sigue comprometido con el mantenimiento de ese “acceso y flujo de recursos energéticos” en Iraq, incluso mientras coloca su principal apuesta militar en la victoria en la guerra en expansión en Afganistán y Pakistán. No puede caber duda de que Washington está empeñado ahora en un esfuerzo por reducir significativamente su huella militar en Iraq, pero sin, si todo va bien para Washington, reducir su influencia.

Esto parece ser un intento de una versión de la dominación colonial en el Siglo XXI, posiblemente a bajo precio, mientras los recursos son transferidos al ala oriental del Gran Oriente Próximo. No existe, claro está, ninguna garantía de que esta nueva estrategia – tal vez mejor considerada como colonialismo light o Doctrina Obama – tenga más éxito que el de las numerosas ofensivas militares en primera línea emprendidas por el gobierno de Bush. Después de todo, en la atmósfera incierta, todavía violenta, de Iraq, incluso las grandes compañías petroleras han dudado antes de apresurarse a participar, y la subasta de contratos petroleros comienza a parecer incierta, incluso cuando otras iniciativas “civiles” siguen, en el mejor de los casos, incompletas.

Mientras el gobierno de Obama sigue enfrentado a la realidad de tratar de satisfacer la ambición del general Odierno de convertir a Iraq en “un socio a largo plazo de EE.UU. en Oriente Próximo” mientras trata de librar una gran guerra de contrainsurgencia en Afganistán, podría encontrar también un dilema familiar enfrentado por las potencias coloniales del Siglo XIX: que sin la aplicación de una fuerza militar abrumadora, la colonia deseada puede orientarse hacia la independencia soberana. Si es así, el lúgubre pronóstico del corresponsal militar Thomas Ricks, ganador del premio Pulitzer, de que EE.UU. recién va “a mitad de camino por esta guerra” – podría resultar demasiado exacta.

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Profesor de sociología en la Universidad del Estado Stony Brook, Michael Schwartz es autor de “War Without End: The Iraq War in Context” (Haymarket Books), que explica como la geopolítica militarizada del petróleo condujo a EE.UU. a desmantelar el Estado y la economía de Iraq mientras alimentaba una guerra civil sectaria. El trabajo de Schwartz apareció en numerosos medios académicos y populares. Es colaborador regular de TomDispatch.com. Su dirección de correo electrónico es: ms42@optonline.net.

Copyright 2009 Michael Schwartz

http://www.tomdispatch.com/post/175093/michael_schwartz_twenty_first_century_colonialism_in_iraq

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