Monday, September 21, 2009


Los estadounidenses, prisioneros de sus propias mentiras

11 de septiembre: ¿Creen que George Bush les haya dicho la verdad?

por Thierry Meyssan*

Ocho años después de los atentados del 11 de septiembre, Thierry Meyssan –el periodista que dio inicio a las interrogantes que recorren el mundo sobre la veracidad de la versión de los hechos de la administración Bush– pasa en revista el debate sobre el tema en un artículo destinado a la revista rusa Odnako.
El disidente francés denuncia la hermética «cortina de hierro» que separa del resto del mundo a los pueblos de los países miembros de la OTAN. Sometidos a un verdadero bombardeo mediático, estos últimos ignoran por completo el contenido del debate que se desarrolla en Occidente y siguen creyendo que las dudas sobre el 11 de septiembre se limitan únicamente a unos pocos grupos de activistas.
Thierry Meyssan se interroga además sobre la ingenuidad de los occidentales que siguen creyendo en una historieta infantil, digna de un “comic” estadounidense, en la que una veintena de fanáticos logran golpear el corazón del mayor imperio militar del mundo.

¿Crónica roja o hecho histórico?

El 7 de octubre de 2001, los embajadores de los Estados Unidos y del Reino Unido anuncian por correo al Consejo de Seguridad de la ONU que sus tropas han penetrado en Afganistán en virtud de su legítimo derecho a defenderse después de los atentados que habían enlutado Estados Unidos el mes anterior. El embajador estadounidense John Negroponte precisa en su carta: «Mi gobierno ha obtenido información clara e indiscutible de que la organización Al-Qaeda, que cuenta con el apoyo del régimen talibán en Afganistán, ha desempeñado un papel protagónico en los ataques».

El 29 de junio de 2002, el presidente Bush revela, durante su «discurso anual sobre el estado de la Unión», que Irak, Irán y Corea del Norte –«el Eje del Mal»– apoyan en secreto a los terroristas ya que han establecido un pacto secreto para destruir los Estados Unidos. Esos tres «Estados renegados» están siendo más prudentes desde que Washington aplastó a los talibanes, pero no han renunciado a sus intenciones.

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El 11 de febrero de 2003, el secretario de Estado Colin Powell engaña a la «comunidad internacional» para justificar la invasión contra Irak. Powell afirma personalmente ante el Consejo de Seguridad de la ONU que Sadam Husein da albergue a un jefe de Al-Qaeda, Abu al-Zarkaoui, y Irak posee una fábrica de armas químicas.

Las acusaciones se precisan el 11 de febrero de 2003. Ese día, el secretario de Estado estadounidense Colin Powell expone personalmente, ante el Consejo de Seguridad de la ONU, el apoyo que aporta Irak a los responsables de los atentados. Después de mostrar un pequeño frasco que supuestamente contiene un concentrado de ántrax en polvo capaz de acabar con todo un continente, Powell muestra una foto satelital de la base que Al-Qaeda ha instalado en el norte de Irak, y que incluye una fábrica de venenos. Después, basándose en un organigrama, explica detalladamente el dispositivo de los terroristas en Bagdad, bajo el mando de Abu Al-Zarkaui. Basándose en esas informaciones «claras e indiscutibles», las tropas de los Estados Unidos y del Reino Unido, con la asistencia de las de Canadá, Australia y Nueva Zelanda, penetran en Irak, también en virtud de su legítimo derecho a la defensa después de los atentados del 11 de septiembre.

El argumento del 11 de septiembre es tan cómodo que el 15 de octubre de 2003, mientras que los habitantes de Bagdad se encuentran bajo una lluvia de bombas, el Congreso de los Estados Unidos acusa a Siria por su apoyo al «terrorismo internacional» y autoriza al presidente Bush a entrar en guerra contra ese país cuando lo crea necesario. Pero Siria está destinada a no ser más que el «entremés» del festín que se anuncia y en el que Irán será el plato fuerte. En julio de 2004, la Comisión Presidencial sobre los atentados presenta su informe final. En el último momento agrega al documento dos páginas de revelaciones sobre los vínculos entre Irán y Al-Qaeda. El régimen chiíta mantiene vínculos desde hace tiempo con los terroristas sunnitas, los deja circular libremente por su territorio y les ha ofrecido infraestructuras en Sudán. Sobre la base de esas afirmaciones, una nueva guerra parece inevitable. Este escenario mantendrá a la prensa internacional en vilo durante dos años.

Ahora resulta que, 8 años después de los atentados del 11 de septiembre, Estados Unidos sigue sin entregar las «pruebas claras y indiscutibles» de la culpabilidad de Al-Qaeda al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que por demás ha olvidado exigírselas. Peor aún, ya nadie considera a Al-Qaeda como una organización estructurada sino que se habla de ella sobre todo como de una vaga e impalpable «tendencia»; el ejército más grande del mundo sigue sin encontrar a Osama Ben Laden y la CIA ha disuelto el grupo encargado de su búsqueda; el pacto secreto entre Irak, Irán y Corea del Norte parece ahora un cuento irracional y ya nadie se atreve a hablar del Eje del Mal; el ex secretario de Estado Colin Powell ha reconocido públicamente que las informaciones que presentó al Consejo de Seguridad de la ONU eran un montón de estupideces; y para terminar, el Estado Mayor estadounidense está implorando constantemente el apoyo bilateral de Siria e Irán para que lo ayuden a manejar el atolladero iraquí. Y a pesar de todo esto, lo «diplomáticamente correcto» exige que todo el mundo siga actuando como si todo estuviera claro, como si un loco barbudo desde en el fondo de una cueva en Afganistán hubiera logrado herir en pleno corazón al Imperio más poderoso de la historia y escapar después a su venganza.

¿Todo el mundo? No todo el mundo. En primer lugar, los dirigentes de los Estados interesados, en Afganistán, Irak, Siria, Irán y Corea del Norte, no se han conformado con desmentir toda responsabilidad en los atentados sino que han acusado explícitamente al complejo militaro-industrial estadounidense de haber organizado los atentados y de haber asesinado deliberadamente a 3 000 de sus conciudadanos. En segundo lugar, los dirigentes de otros Estados que no tienen buenas relaciones con Washington –como Venezuela y Cuba– han ridiculizado la versión bushista de esos sucesos. Y, finalmente, los dirigentes de los Estados que pretenden conservar buenas relaciones con Washington sin tragarse por ello estoicamente todas las mentiras estadounidenses han afirmado que las invasiones de Afganistán y de Irak carecen de bases jurídicas, absteniéndose sin embargo de pronunciarse sobre los atentados. En ese caso se encuentran países tan diversos como los Emiratos Árabes Unidos, Malasia, la Federación Rusa y, ahora, Japón. Como puede verse, la lista de Estados escépticos no tiene nada que ver con una tendencia pro o antiestadounidense, sino con la idea que tiene cada uno de ellos de su propia soberanía y de los medios con los que cuentan para reafirmarla.

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El 11 de enero de 2008, la Comisión de Relaciones Exteriores y de Defensa de la Cámara Alta de Japón se niega a enviar nuevas tropas japonesas a Afganistán después de haber escuchado al consejero Yukihisa Fujita denunciar las mentiras estadounidenses sobre el 11 de septiembre.

Entonces, ¿qué pasó el 11 de septiembre? Como los periodistas no estamos obligados a observar la discreción obligatoria para los diplomáticos, nosotros vamos a decirlo aquí.

Presupuesto astronómico, digno de Hollywood, para un guión chapucero

Según la versión oficial, un islamista diabólico –Osama Ben Laden– que reprocha a los «infieles» estadounidenses el haber mancillado el sagrado suelo de Arabia Saudita al instalar allí sus bases militares, organiza una operación terrorista de enorme envergadura, con medios materiales insignificantes, pero recurriendo para ello a un comando de 19 fanáticos.

Este hombre vive en una cueva equipada al estilo de las películas de James Bond. Infiltra a sus kamikazes en Estados Unidos, como en la película de Chuck Norris cuya intriga y título parecen premonitorios: «Ground Zero». Cuatro estos kamikazes siguen un curso de pilotaje aéreo en un club de aviación. No prestan atención a las lecciones sobre el despegue y el aterrizaje para concentrarse exclusivamente en el pilotaje de los aviones en pleno vuelo. Un día determinado, divididos en cuatro grupos, los fanáticos secuestran cuatro aviones de pasajeros amenazando con degollar a las aeromozas con cuchillas de cortar alfombras.

A las 8h29, American Airlines recibe una comunicación radiofónica, supuestamente proveniente de la tripulación del vuelo 11 (Boston-Los Angeles), en la que se informa que el avión ha sido desviado por un grupo de secuestradores. El procedimiento oficial estipula la notificación inmediata de la aviación civil al Departamento de Defensa y el despegue de los cazas interceptores en un plazo máximo de 8 minutos. En el momento del primer impacto contra el WTC –17 minutos más tarde–, los cazas siguen en tierra.

A las 8h47, se corta la transmisión del transpondedor [Dispositivo que transmite una señal única para cada avión. Nota del Traductor.] del vuelo 175 de United Airlines (también Boston-Los Angeles). La señal [de este dispositivo] que identifica el avión [con su número de vuelo] desaparece de las pantallas de los radares civiles, que a partir de ese momento lo ven solamente como un punto [no identificado]. Esto desencadena la alerta, sin que la aviación civil pueda saber en ese momento si se trata de una avería o de un secuestro. Sin embargo, al producirse el segundo impacto –a las 9h03– ningún interceptor ha sido enviado aún para establecer contacto visual con el Boeing.

A las 8h46, un Boeing 757 se estrella contra la torre norte del WTC. El avión impacta con precisión milimétrica el centro mismo de la fachada. Sabiendo que la fachada tiene 63 metros de ancho y que la velocidad del avión es superior a los 700 km/h resulta que la precisión de la maniobra se determina en 3 décimas de segundo, hazaña que muy pocos pilotos de combate son capaces de lograr pero que se atribuye en este caso a un aprendiz de piloto. La misma hazaña se repite por segunda vez a las 9h03 cuando otro Boeing 757 se estrella contra la torre sur, haciéndolo además –para más dificultad– con el viento en contra.

En el preciso momento del segundo impacto, un misil atraviesa el campo visual de la cámara de la cadena New York One. Proviene de una aeronave situada detrás del humo del impacto y se dirige en diagonal hacia el suelo. Nunca se hablará de esas extrañas imágenes.

Los primeros testigos declaran que los aviones que impactaron las torres son aviones de carga desprovistos de ventanas, pero más tarde se afirma que se trata de los vuelos regulares AA11 y UA175. Existe un solo video del primer impacto, pero hay 6 del segundo impacto. Ninguna ampliación de esas imágenes permite observar ventanas en ese aparato.

Lo que sí se ve en las ampliaciones es un objeto situado debajo de ambas cabinas. En el análisis imagen por imagen de los videos se ven dos relámpagos luminosos provenientes de los puntos de impacto justo antes del impacto de las aeronaves contra los rascacielos. Los aviones no se estrellan contra las fachadas sino que se meten dentro de los edificios donde desaparecen totalmente, como si las fachadas y las columnas internas no ejercieran resistencia alguna.

A las 8h54, el vuelo 77 de American Airlines (Washington DC-Los Angeles) modifica su trayecto sin autorización mientras que su transpondedor deja de transmitir. Los radares civiles pierden su rastro.

A las 9h25, conciente de que algo importante está pasando, el centro de mando de Herndon prohíbe el despegue de cualquier avión civil en todo el territorio de los Estados Unidos y ordena el aterrizaje de todos los aviones civiles en vuelo. Los vuelos transtlánticos son desviados hacia Canadá. Por su lado, el puerto de Nueva York cierra todos los puentes y túneles que comunican con Manhattan.
En ese mismo momento comienza una videoconferencia de crisis presidida por el consejero antiterrorista de la Casa Blanca, Richard Clarke. Participan en ella la Casa Blanca, los departamentos de Estado, de Justicia y de Defensa, a los que se unen después la aviación civil y la CIA.

La periodista estrella de Fox News, Barbara Olson, se encuentra a bordo del vuelo AA77. A través de su teléfono celular logra hablar con su esposo, Theodore Olson, quien fue abogado de George W. Bush ante la Corte Suprema y se ha convertido en fiscal general de los Estados Unidos. Barbara Olson dice a su esposo que un grupo de secuestradores aéreos acaba de apoderarse del avión, le explica cómo lo hicieron e intercambia con él sus últimas palabras de amor.
A las 9h30, la aviación declara desaparecido el vuelo AA77. Este se habría estrellado en una reserva natural de Virginia occidental, sin haberse encontrado nunca con los cazas de la US Air Force.
Pero en ese mismo momento, los radares civiles del aeropuerto Dulles, en Washington, observan un aparato no identificado que presenta las mismas características de velocidad y maniobrabilidad que un avión militar. Este aparato penetra en el espacio aéreo protegido del Pentágono. Las baterías automáticas antimisiles no reaccionan. Luego de realizar un viraje en ángulo recto para evitar una sección elevada de autopista, el aparato penetra en el Pentágono, perfora el blindaje de seis paredes del recinto y explota matando a 125 personas. Los testigos describen un misil. Los relojes del edificio se paran indicando las 9h31.
Un cuarto de hora más tarde, la parte afectada del edificio se derrumba. Presente en el lugar de los hechos, el corresponsal de la CNN atestigua que no se ve allí ningún rastro de avión. Posteriormente, la CNN muestra al secretario de Defensa Donald Rumsfeld cuando ayuda personalmente a los socorristas a evacuar un herido llevando una camilla. Poco después, Rumsfeld dirá a sus colaboradores que él mismo penetró en el edificio en llamas y vio los restos de un Boeing. El misil será por lo tanto identificado como el vuelo AA77 que había sido reportado como desaparecido.

La Casa Blanca recibe una llamada anónima en la que se utilizan los códigos de transmisión ultrasecretos de la presidencia de los Estados Unidos. La persona que realiza la llamada dice hablar en nombre de los atacantes. Indica que el próximo blanco será la Casa Blanca.
A las 9h35, Richard Clarke pone en marcha el programa de continuidad del gobierno. El presidente Bush, que estaba realizando una visita política en una escuela elemental de la Florida, interrumpe su agenda y es llevado al avión presidencial Air Force One. Por su lado, el vicepresidente Cheney es llevado al bunker antiatómico de la Casa Blanca. Todos los parlamentarios y ministros son contactados para ser puestos a salvo en búnkeres previstos a tal efecto.

A las 9h42, la cadena ABC transmite en vivo imágenes del incendio que devora dos pisos del anexo de la Casa Blanca que alberga las oficinas de los colaboradores del presidente Bush y del vicepresidente Cheney. Las autoridades no ofrecerán nunca la menor explicación sobre este incendio, que ha desaparecido desde entonces de la memoria colectiva. Equipos armados de lanzacohetes se despliegan alrededor de los edificios de la presidencia en previsión de un posible desembarco de tropas aerotransportadas. Las medidas adoptadas parecen indicar que se teme un golpe de Estado militar.

A las 9h24, la aviación civil recibe un mensaje de la tripulación del vuelo 93 de United Airlines (Newark-San Francisco) en el que se informa que intrusos han penetrado en la cabina de pilotaje. La comunicación se interrumpe rápidamente y el transpondedor del aparato deja de transmitir, por lo cual el vuelo es considerado como secuestrado. A las 10h03, el Boeing desaparece de las pantallas de los radares civiles. Se considera que explotó en vuelo o que se estrelló en Pensilvania. En el lugar se encuentra un gran cráter vacío y restos esparcidos sobre varios kilómetros.

En una conferencia de prensa ofrecida mientras camina por las calles de Manhattan, el alcalde de Nueva York Rudy Giuliani menciona un posible derrumbe de las torres gemelas y pide que éstas sean evacuadas.

A las 9h58 se produce una explosión en la base de la torre sur del WTC, lo cual levanta una inmensa nube de polvo. Después, explosiones más pequeñas sacuden el edificio de arriba a abajo, proyectando lateralmente pequeñas nubes de polvo. El edificio se derrumba sobre sí mismo en 10 segundos ahogando todo Manhattan bajo el polvo.

Los edificios de las Naciones Unidas en Nueva York y las sedes de los ministerios en Washington son evacuados. Se teme que sean los próximos blancos.

A las 10h28, la torre norte del WTC se derrumba de la misma manera que la anterior.

El Estado de Israel ordena el cierre de sus misiones diplomáticas en todo el mundo (10h54).

Hacia las 11h00, se ordena la evacuación de otro edificio del WTC, el Edificio 7. Este rascacielos no ha sido impactado por los aviones y pasará mucho tiempo sin que las autoridades vinculen su derrumbe a los atentados, al extremo que ni siquiera será mencionado en el informe final de la Comisión Presidencial.

A las 13h04, las cadenas de televisión transmiten un corto mensaje grabado del presidente Bush. Este asegura a sus conciudadanos que la continuidad del gobierno está garantizada y que el país será defendido.

A las 13h30, se proclama el estado de urgencia en Washington DC mientras que el Pentágono pone dos portaviones y sus flotas en estado de alerta máxima en previsión de un desembarco naval enemigo ante Washington. Estados Unidos se ve a sí mismo en situación de guerra.

A las 16h00, la CNN confirma que las autoridades estadounidenses han identificado al saudita Osama Ben Laden como la persona que ordenó los atentados. No se trata, por lo tanto, de un golpe de Estado ni de la Tercera Guerra Mundial.

A las 17h21, el Edificio n° 7 del WTC se derrumba de la misma manera que las torres gemelas, pero en sólo 6 segundos y medio, por ser menos alto.

A las 18h42, Donald Rumsfeld da una conferencia de prensa en el Pentágono, rodeado de los líderes republicanos y demócratas de la Comisión senatorial de Defensa. Todos los presentes reafirman la unidad nacional en este trágico momento. De pronto, Rumsfeld se dirige de forma hostil al senador Carl Levin y le pregunta si los hechos del día bastan para convencerlo de la necesidad de aumentar los gastos militares.

En la noche del 11 de septiembre se hace muy difícil evaluar los daños. Se habla de 40 000 muertos. A las 20h30, el presidente Bush se dirige a la nación desde la Casa Blanca. Asegura que la amenaza ha sido neutralizada y que «América» enfrentará a sus enemigos. Comienzan a sonar los tambores de guerra.

La destrucción controlada del World Trade Center

Todos estos hechos suscitan una fuerte angustia y se suceden tan rápidamente que se hace difícil analizar su coherencia a medida que van teniendo lugar. Volvamos entonces a los principales aspectos turbios. Para empezar, ¿por qué se derrumbaron las torres gemelas y el Edificio 7 del WTC?

Más que el impacto de los aviones contra las torres gemelas, son los incendios provocados por el combustible que éstos contenían lo que fragilizó las columnas metálicas de las torres gemelas y provocó su derrumbe, afirman los expertos del NIST (Instituto Nacional de Normas y Técnicas). Y fue la transmisión del incendio al Edificio 7 lo que provocó este tercer derrumbe, según agregan.
Pero los profesionales se ríen de esa teoría. Las torres gemelas se diseñaron para resistir el impacto de un avión de pasajeros; el fuego del combustible sólo alcanzó una temperatura entre los 700 y los 900° Celsius, mientras que el acero se funde a 1538° Celsius; los incendios han devastado muchos rascacielos a través del mundo, pero ninguno se ha derrumbado; los tres edificios no se cayeron lateralmente, sino exactamente en sentido vertical; y finalmente, lo más importante es que se derrumbaron a la velocidad de una caída libre, o sea el piso superior no encontró resistencia alguna al caer ya que cada piso inferior se derrumbó antes de que el piso superior llegara a ejercer presión sobre él.

Los bomberos de Nueva York aseguran que oyeron y vieron una serie de explosiones que destruían los edificios de arriba abajo. Los videos y las bandas sonoras corroboran esos testimonios.

Además, Niels Harrit, profesor de química y física en la universidad de Copenhague, publicó en el Open Chemical Physics Journal, publicación de reconocida seriedad, un estudio que muestra la presencia en Ground Zero de partículas de nanotermita, un explosivo militar.
Equipos de profesionales pusieron los explosivos de forma tal que estos cercenaron primeramente la base de las columnas metálicas, ya que las destruyeron piso por piso, de arriba a abajo. En las fotos que se hicieron durante los días posteriores se puede ver que las columnas metálicas fueron cercenadas limpiamente y que el calor no las deformó en lo más mínimo.

Contrariamente a lo que estipula el procedimiento de investigación judicial, los pedazos de columnas metálicas no fueron conservados para su análisis. Fueron rápidamente sacados del lugar de los hechos por la empresa de Carmino Agnello, el padrino del clan mafioso de los Gambino, y vendidos posteriormente en el mercado chino.

En cuanto al Edificio 7, el promotor inmobiliario que tenía el contrato de arrendamiento del WTC, Larry Silverstein, declaró en una entrevista de televisión que le habían avisado que aquel edificio podía caerse y que él mismo había autorizado su demolición. Silverstein se retractó posteriormente, pero ahí está el video de su declaración.

El edificio 7 albergaba varios servicios administrativos, entre ellos el puesto de mando de crisis de la alcaldía de Nueva York y la principal base de la CIA fuera de su sede de Langley. Esa base, creada inicialmente para espiar a las misiones extranjeras en la ONU, se especializo –durante la presidencia de Clinton– en el espionaje económico dirigido hacia las grandes empresas de Manhattan. Si se supone que la operación del 11 de septiembre fue dirigida desde ese lugar, su destrucción eliminó definitivamente toda prueba material de la conspiración.

Un mes y medio antes de los atentados, Larry Silverstein, tesorero de las campañas electorales de Benjamín Netanyahu, había hecho un mal negocio al alquilar el WTC en momentos en que los edificios con aislamiento de amianto habían quedado fuera de las normas legales. Silverstein tuvo sin embargo un excelente presentimiento al sacar una original póliza de seguro que incluía una prima en caso de atentado terrorista, prima calculada no en función de los daños sino en base a la cantidad de ataques. Así que, al considerar que [el 11 de septembre] hubo dos ataques con dos aviones diferentes, Silverstein reclamó y finalmente obtuvo una compensación doble, o sea 4 500 millones de dólares.

En todo caso, poner la nanotermita en las torres gemelas y en el Edificio 7 supone la realización de complejos cálculos y varios días de trabajo para su instalación, por supuesto, antes del 11 de septiembre, algo que resulta imposible de hacer a espaldas del personal de protección del WTC. El promotor Larry Silverstein había puesto la seguridad del WTC en manos de Securacom, firma que dirige Marvin Bush, hermano del presidente.

3 000 víctimas

En la noche del 11 de septiembre, la alcaldía de Nueva York mencionaba un posible balance de 40 000 muertos y, en función de ese cálculo, pedía los medios necesarios para sus morgues. Al cabo de numerosas revisiones el balance felizmente se redujo a menos de 2 200 víctimas civiles y 400 víctimas entre el personal de auxilio. No había entre los muertos ni uno solo de los grandes empresarios que tenían sus oficinas en las prestigiosas torres. Pero sí había mucho más personal de mantenimiento que empleados de oficinas. ¿Cómo se explica este milagro?

Hacia las 7 de la mañana del 11 de septiembre, los empleados de la firma Odigo recibieron un SMS previniéndoles que un atentado iba a tener lugar ese mismo día en el WTC y que, por lo tanto, no debían presentarse en su oficina, situada frente al WTC. Odigo es una pequeña firma israelí, líder en el sector de la mensajería electrónica, estrechamente vinculada a la familia Netanyahu y al Aman, el servicio israelí de inteligencia militar.

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El secretario de Defensa de los Estados Unidos, Donald Runsfeld, abandona su oficina para prestar ayuda a las víctimas (En esta imagen de la CNN, Rumsfeld aparece en traje, al centro de la imagen, mientras ayuda a cargar una camilla).

Hacia las 8h, el financiero Warren Buffett ofrecía su desayuno anual de caridad en su feudo de Nebraska. Y, por vez primera, invitó sistemáticamente a todos los grandes empresarios que tenían oficinas en las torres gemelas. También fue la primera vez que no recibió a sus invitados en un gran hotel sino en la base aérea de Offutt, sede del puesto de mando de la fuerza de disuasión nuclear. Los filántropos habían llegado por avión el día anterior y habían dormido dentro de la base. Durante el desayuno se les informó que un avión había chocado por accidente contra la torre norte del WTC y, más tarde, que un segundo aparato había impactado la torre sur. Comprendieron entonces que no se trataba de simples accidentes sino de atentados, sobre todo porque el comandante de la base, el general Gregory Power, los abandonó de inmediato para presentarse en su puesto de mando de crisis. Al decretarse rápidamente el cierre del espacio aéreo estadounidense, los invitados no pudieron regresar a Nueva York y se quedaron en la base. Después del 11 de septiembre, el financiero Warren Buffett se convirtió en el hombre de negocios más rico del mundo, categoría que comparte con su amigo Bill Gates. Recientemente, hizo campaña a favor de Barack Obama pero se negó a convertirse en su secretario del Tesoro.

Poco después del mediodía, el Air Force One aterrizó en la base aérea de Offutt. El presidente Bush fue conducido al puesto de mando de crisis, donde participó en la videoconferencia con la Casa Blanca y con las diferentes agencias implicadas. También grabó allí su primera intervención televisiva.

En los minutos siguientes después del primer impacto, los servicios de urgencia de la FEMA (Agencia para el Manejo de Situaciones de Catástrofe, siglas en inglés) se desplegaron en el lugar de los hechos. Por una feliz casualidad habían llegado a Nueva York el día anterior y se disponían a realizar al día siguiente un simulacro de ataque biológico o químico en el WTC. Todos los servicios de urgencia se activaron por lo tanto inmediatamente, salvando numerosas vidas. La FEMA estaba bajo la dirección de Joe Allbaugh, tesorero de la campaña electoral de George W. Bush y futuro responsable de los pedidos públicos de ofertas en el Irak ocupado.

El misil del Pentágono

Las baterías automáticas antimisiles del Pentágono no reaccionaron ante la irrupción de una aeronave en el espacio aéreo prohibido. Esto puede tener dos explicaciones: estaban desconectadas dejando así el edificio sin defensa o se les administró un código amigo. Existe, en efecto, un código de reconocimiento que permite que los helicópteros del secretario de Defensa y del Estado Mayor puedan ingresar sin peligro en el perímetro prohibido.

Al evitar un tramo de autopista elevado [próximo al Pentágono], la aeronave tuvo que realizar un viraje casi en ángulo recto y después impactó el Pentágono por el ala más alejada de las oficinas del secretario de Defensa. La zona impactada tenía dos usos. Había en ella oficinas que se estaban remodelando para acoger el Estado Mayor de la Marina y oficinas que estaban siendo utilizadas por el personal del auditor financiero general. Un equipo que se componía principalmente de personal civil estaba trabajando allí en una investigación sobre el más importante desvío de fondos del siglo en el presupuesto de defensa. Esto explica al mismo tiempo la ausencia de oficiales de alto rango entre las víctimas y por qué la investigación sobre los desvíos de fondos tuvo que ser anulada, por falta de archivos que permitieran continuarla.

El misil perforó las paredes blindadas de los anillos sucesivos y explotó con extraordinaria violencia dentro del edificio. El calor era tan intenso que los bomberos tuvieron que utilizar trajes de amianto. Combatieron las llamas con agua, el fluido que absorbe la mayor cantidad de calor. No recurrieron a las sustancias retardadoras que se utilizan para apagar los incendios de combustible aéreo y afirmaron no haber visto absolutamente nada que hiciera pensar en un avión o en combustible de avión. En todo caso, y en contradicción con lo que él mismo dijera en su testimonio, era imposible que una persona vestida con un traje de cuello y corbata, como el secretario de Defensa Rumsfeld, pudiera acercarse al incendio.

Posteriormente, las propias autoridades destruyeron toda el ala afectada y la reconstruyeron. Los escombros fueron evacuados por una empresa especializada que los vitrificó. Esa costosa técnica se usa cuando se trata de estabilizar desechos que contienen partículas radioactivas. Todo parece indicar que el misil estaba forrado de uranio empobrecido, para perforar el hormigón y el kevlar, y que contenía una carga hueca para que provocara una breve explosión a muy alta temperatura.

Como puede verse perfectamente en las fotos tomadas inmediatamente después del impacto, el misil penetró en el edificio sin dañar la fachada. Volaba a ras del suelo y pasó por una puerta habitualmente utilizada por los vehículos de entregas. Ni siquiera estropeó el marco [de esa puerta].

Los alrededores del Pentágono están bajo una constante vigilancia en la que se usan cámaras. La aeronave tuvo que pasar por el campo de visión de más de 80 de ellas. Las autoridades se negaron a hacer públicos esos videos y se limitaron a entregar algunas fotos en las que se ve la explosión, pero no la aeronave.

El césped del Pentágono tampoco fue dañado. La explosión pulverizó los automóviles estacionados en el parqueo y dos helicópteros que se encontraban en el helipuerto. Se encontró gran cantidad de fragmentos metálicos, pero ninguno que correspondiera a un Boeing, ni siquiera los reactores. Las autoridades utilizaron mucho una foto oficial en la que se ve un fragmento de unos 90 cm. de largo que presentaba por un lado huellas de una pintura especial utilizada en aeronáutica mientras que el otro lado estaba pintado de rojo, blanco y azul. Ante estas características, los aficionados a los rompecabezas comprueban que no corresponde a ninguna pieza de un Boeing pintado con los colores que identifican a la compañía aérea American Airlines. Lo que sí es seguro es que se trata de una pieza proveniente de un aparato aéreo, probablemente de uno de los dos helicópteros destruidos.

Para acreditar la teoría del vuelo 77, el médico general del Departamento de Defensa autentificó los restos humanos de los pasajeros del Boeing entre los escombros del Pentágono. Las familias de las víctimas recibieron urnas funerarias en las que se precisaba si aquellos restos humanos habían sido identificados mediante las huellas digitales o por análisis del ADN. Sin embargo, el Pentágono justificó más tarde la ausencia de restos del Boeing, incluyendo la ausencia de los reactores, diciendo que el extremo calor había gasificado el metal. Es imposible imaginar que algún resto humano pudiera sobrevivir a esas condiciones.

¿Aviones secuestrado o pilotos automáticos?

La teoría de los aviones secuestrados se basa en la asimilación de las aeronaves implicadas con aviones de pasajeros y en la divulgación de las comunicaciones telefónicas entre los pasajeros y [otras personas que se hallaban en] tierra.

Muchas personas dijeron haber recibido esas llamadas de sus familiares que se encontraban a bordo de los aviones. Fue así como se reconstituyó la toma de las aeromozas como rehenes con la utilización de cuchillas y el motín de pasajeros a bordo del vuelo UA93. Esto último incluso dio lugar a dos películas de Hollywood.
Sin embargo, en 2006, durante el juicio contra Zacarias Moussaoui, sospechoso de haber tratado de unirse a los secuestradores aéreos, el FBI precisó que los contactos telefónicos entre aviones en vuelo a gran altitud y personas en tierra no eran posibles con la tecnología existente en 2001. Las verificaciones realizadas demostraron que todos aquellos testimonios son falsos, ya sea porque fueron inventados o porque las personas [que recibieron las llamadas] fueron engañadas.
El FBI no hizo ningún comentario sobre el caso de Theodore Olson, abogado de George W. Bush durante la elección presidencial y posteriormente fiscal general de los Estados Unidos, quien declaró en su testimonio haber recibido dos llamadas telefónicas de su esposa, la periodista de Fox TV Barbara Olson, desaparecida con el vuelo 77.

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El fiscal general de los Estados Unidos, Theodore B. Olson, mintió al asegurar haber recibido dos llamadas telefónicas de su esposa, la periodista de Fox Barbara Olson, desde el vuelo 77. También afirmó que su esposa Fox le había dado detalles sobre la supuesta «toma de rehenes». El FBI reveló que no existía ninguna comunicación proveniente del teléfono celular de Barbara Olson.

Una hipótesis explicativa surge de la consulta de los archivos desclasificados de Robert McNamara. En 1962, el Estado Mayor conjunto de los Estados Unidos propuso al presidente Kennedy el montaje de una operación tendiente a justificar un ataque contra Cuba, la llamada operación Northwoods. Se trataba de una serie de provocaciones, entre las que se encontraba la destrucción en vuelo de un avión de pasajeros estadounidense por falsos Mig cubanos.
Para ello, el ejército [estadounidense] había obtenido dos Mig soviéticos en un país del Tercer Mundo y los había pintado con las insignias cubanas. Varios actores habían sido contratados. Estos tenían que tomar un avión en Miami, donde filmarían escenas de familia que se utilizarían posteriormente en los noticieros de televisión. Ya en vuelo, el avión de pasajeros tenía que apagar su transpondedor para que los radares civiles no pudieran identificarlo. Este avión podía ser reemplazado entonces con un avión vacío cuya tripulación saltaría en paracaídas. El aparato debía proseguir su vuelo gracias al piloto automático antes de ser derribado por los falsos Mig sobre la bahía de Miami, ante miles de testigos. Para dar más credibilidad al asunto, el Estado Mayor había preparado una serie de conversaciones telefónicas entre falsos espías cubanos, conversaciones que debían ser interceptadas por el FBI.

Aplicado al 11 de septiembre, este escenario permite explicar el cese de las transmisiones de los transpondedores, las falsas llamadas telefónicas y la ausencia de ventanas en los aviones que impactaron el WTC. La novedad es que, en el año 2001, el Pentágono no ya necesita una tripulación que garantice el despegue de un Boeing 757. Este avión de pasajeros ofrece la posibilidad técnica de poder despegar como un avión sin piloto. Esto simplifica la operación.

En las líneas internas estadounidenses, con vuelos muy frecuentes, las compañías aéreas acostumbran a vender más asientos de los que cuentan los aviones. Los pasajeros esperan durante horas a que aparezca un asiento libre en un avión. Sin embargo, los cuatro aviones supuestamente secuestrados [el 11 de septiembre de 2001] solamente tenían ocupados un tercio de sus asientos.
El estudio detallado de las listas de pasajeros que realizó el diario iraní Kheyan muestra que todos los desaparecidos eran familiares de empleados del Departamento de Defensa, de firmas que tienen contratos con el Pentágono o personas cercanas a la Casa Blanca, como Barbara Olson.

La posibilidad de que un avión de pasajeros pudiera estrellarse por accidente contra el techo del Pentágono (no de que impactara la fachada) fue objeto de estudio en los años 90. El Departamento de Defensa incluso organizó varios simulacros bajo la dirección del comandante Charles Burlingam. Este oficial abandonó posteriormente el servicio activo y se convirtió en piloto de American Airlines. Era él quien se encontraba en la cabina de pilotaje del vuelo 77 que supuestamente impactó el Pentágono.

Sin aviones secuestrados, no hay secuestradores aéreos

Durante los tres días posteriores a los atentados, el Departamento de Justicia, basándose en las indicaciones que los pasajeros habían proporcionado por teléfono, determinó el modus operandi de los secuestradores, los identificó y reconstruyó enteramente sus vidas. De esa manera, fue la llamada telefónica de un sobrecargo del vuelo AA11 lo que permitió saber que había cinco secuestradores en el avión y que el jefe era el pasajero del asiento 8D, Mohammed Atta.
Pero hoy sabemos que aquellas llamadas telefónicas eran falsas y que los aviones no fueron secuestrados sino reemplazados. Más desagradable aún, las listas de pasajeros que las compañías aéreas entregaron en las siguientes horas de los atentados muestran que ninguno de los 19 presuntos secuestradores abordó un avión.

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El secretario de Justicia John Ashcroft mintió al dar a conocer los nombres de los 19 secuestradores aéreos. Ninguno de los sospechosos mencionados figura en las listas de embarque de las compañías aéreas.

Existe sin embargo una «prueba» de que Mohammed Atta estaba en el avión que impactó la torre norte. Varios días después, cuando el WTC no era más que un montón de ruinas humeantes, un policía encontró allí el pasaporte intacto del secuestrador. Todo había sido destruido, menos la prueba material providencial.
Como aquello parecía poco creíble, la administración Bush difundió las imágenes de una cámara de seguridad del aeropuerto en las que se podía ver a Atta y a su compañero al-Omari en el momento del embarque. El problema es que esas imágenes, aunque son realmente del 11 de septiembre, fueron captadas en el aeropuerto de Portland, por donde Atta y al-Omari debieron pasar en tránsito, no en el aeropuerto de Boston, de donde despegó el vuelo AA11.
Siempre a la vanguardia cuando se trata de inventiva, el Sunday Times de Rupert Murdoch publicó en 2006 un video amablemente proporcionado por el Departamento de Defensa estadounidense y con fecha del año 2000 en el que se ve a Atta en Afganistán, en un campamento de Osama Ben Laden.

El análisis de la lista oficial de secuestradores kamikazes está lleno de sorpresas. Algunos de estos individuos aparecieron después de los atentados. Por ejemplo, Walid al-Asheri, que supuestamente era uno de los hombres del equipo de Atta en el vuelo AA11, es piloto en la compañía aérea Royal Air Maroc, vive en Casablanca y dio allí varias conferencias de prensa hasta que el palacio real le pidió que fuera más discreto.
También resulta interesante el hecho que 13 de los 19 supuestos secuestradores son mercenarios que anteriormente participaron en operaciones terroristas organizadas por el príncipe Bandar bin-Sultan por cuenta de la CIA en Afganistán, en Bosnia Herzegovina y/o en Rusia. Se trata de Khalid Almihdhar, de los hermanos Salem y Nawaf Alhazmi, de Ahmed Alhaznawi, de Ahmed y Hamza Alghamdi, Wail, Waleed y Mohand Alshehri, Ahmed Alnami, Fayez Ahmed Banihammad y Majed Moqed. Todos combatieron tanto por el Emirato islámico de los talibanes como por el de Ichkeria.
Al llegar al trono, en 1982, luego del asesinato de su predecesor por un príncipe toxicómano armado por la CIA, el rey Fadh nombró al príncipe Bandar embajador de Arabia Saudita en Washington. El príncipe conservó esa función hasta la agonía del monarca, en 2005. Rápidamente considerado por George Bush padre como un hijo adoptivo, el príncipe Bandar es conocido en el mundo árabe por el sobrenombre de «Bandar Bush». Al disponer de múltiples facilidades, el príncipe Bandar administró durante unos veinte años una especie de fondo secreto de la CIA alimentado a través de sobornos pagados al margen de contratos armamentistas, como el célebre contrato al-Yamamah, en el que están implicadas las más altas personalidades británicas. También reclutó mercenarios en los medios islamistas para la realización de todo tipo de operaciones secretas en el mundo musulmán, desde Marruecos hasta la región china de Xinkiang.

Evitando las preguntas sobre los presuntos secuestradores aéreos, la administración Bush prefirió focalizar los debates sobre la personalidad de Osama Ben Laden. Este célebre golden boy saudita era el hermano de Salem ben Laden, socio en Houston de George W. Bush en el seno de la empresa petrolera Harken Energy. Fue reclutado en Beirut por el consejero estadounidense de seguridad nacional Zbigniew Brzezinski a fines de los años 70. Se incorporó entonces a la Liga Anticomunista Mundial y organizó el financiamiento de los muyahidines contra los soviéticos en Afganistán. Su «Legión Árabe» fue posteriormente utilizada en otros teatros de operaciones, como Bosnia Herzegovina. Después de haber sido una personalidad de la alta sociedad, la CIA le forjó una imagen de fanático religioso para que sirviera de pantalla a las acciones del príncipe «Bandar Bush». Efectivamente, si bien ningún islamista podía aceptar ponerse al servicio de la monarquía corrupta y odiada del rey Fadh, muchos podían sentirse orgullosos de seguir al personaje Osama Ben Laden, debido a su retórica integrista y antioccidental. El «jeque Osama» no era sin embargo otra cosa que una pieza importante de la CIA en el tablero del Medio Oriente. Un jefe de Estado árabe contó en detalle al autor de estas líneas que lo había visitado, durante el verano de 2001, en el hospital americano de Dubai, donde Osama Ben Laden seguía un intensivo tratamiento renal. Según este testigo excepcional, Ben Laden recibía allí a los visitantes en su habitación y en presencia de sus colaboradores de la CIA.

En 2001, Osama Ben Laden era un desconocido para el público estadounidense, exceptuando a los fans de Chuck Norris que habían visto en el cine su película «Ground Zero». Durante 8 años, la administración Bush destiló hacia la prensa una serie de casetes de audio y de video del «jeque» Osama para reactivar la novela de la guerra contra el terrorismo. En uno de los casetes más célebres, Osama Ben Laden afirma haber calculado que dos Boeing podían provocar el derrumbe de las torres gemelas y haber ordenado también la acción del avión contra el Pentágono. Dos hazañas que hoy sabemos imaginarias.
En 2007, el Instituto suizo Dalle Molle de Inteligencia Artificial, considerado la institución más capacitada a nivel mundial en materia de reconocimiento de imagen y de reconocimiento vocal, estudió todas las grabaciones disponibles de Osama Ben Laden. Y concluyó, con la mayor certeza, que todas las grabaciones posteriores al final de septiembre de 2001 son falsas, entre ellas el casete de sus confesiones.

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El director general de la CIA, George Tenet, mintió al autentificar las grabaciones de audio y video de Osama Ben Laden posteriores a finales de septiembre de 2001. El instituto suizo de inteligencia artificial Dalle Molle –reconocido por los tribunales internacionales como la mayor autoridad mundial en la materia– concluyó que todas esas grabaciones son falsas.

¿Hay un ejército en Estados Unidos?

Toda esta acumulación de elementos que invalidan la teoría oficial de la administración Bush no debe hacernos pasar por alto el más increíble de todos: durante todo aquel terrible día, «el ejército más poderoso del mundo» pareció impotente, incluso ausente.

El procedimiento de intercepción aérea estipula que los cazas deben establecer contacto visual con los aviones secuestrados en unos pocos minutos. Ni uno solo de ellos logró acercarse a ninguno de los aviones secuestrados. Obligado a ofrecer alguna explicación sobre tamaña negligencia y a rendir cuentas, el general Richard Myers, jefe adjunto de Estado Mayor al mando durante un viaje de su superior a Europa, no hizo otra cosa que tartamudear ante los parlamentarios. Ni siquiera fue capaz de recordar lo que había hecho aquel día y pasó todo el tiempo contradiciéndose.

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En un evidente ataque de amnesia, el general Richard Meyers, jefe interino del Estado Mayor conjunto estadounidense, declaró ante el Congreso de los Estados Unidos que no se acordaba de lo que había hecho el 11 de septiembre de 2001.

Lo más interesante es que aquel día las fuerzas armadas estadounidense estaban en estado de alerta. Aquel día estaba planificada la realización del ejercicio militar más importante del año en Estados Unidos: Global Vigilance. Se trataba de un simulacro de agresión por parte de bombarderos nucleares rusos que supuestamente sobrevolarían Canadá. Toda la fuerza aérea estadounidense estaba movilizada para participar en aquel ejercicio, así como todos los medios de vigilancia satelital de los Estados Unidos. Y el puesto de mando de aquel ejercicio estaba en la base de Offutt, la misma en la que se encontraban Warren Buffet y sus amigos empresarios del WTC y a la que fue llevado el presidente Bush después del mediodía. Precisamente aquel día más que cualquier otro, los aviones de guerra estadounidenses estaban en el aire, los satélites estadounidenses estaban en posición y el Estado Mayor estaba observando los aviones civiles, para evitar accidentes.

Las fuerzas armadas de los Estados Unidos no eran las únicas que se hallaban en pie de guerra. Los estados mayores de las grandes potencias también estaban en alerta, observando y evaluando la demostración del poderío estadounidense. En el instante en que se abatió el cataclismo sobre Estados Unidos, cada uno de ellos trató de entender su origen y de seguir de cerca todo lo que iba sucediendo.

En Rusia, el presidente Vladimir Putin trató de ponerse urgentemente en contacto con su homólogo estadounidense para hacerle saber que Moscú no tenía absolutamente nada que ver con aquellos crímenes y prevenir así una represalia injustificada. Pero el presidente Bush se negó a aceptar la comunicación, como si aquella confirmación le pareciera inútil. El jefe del Estado Mayor interarmas ruso de aquella época, el general Leonid Ivashov, ordenó la realización de estudios sobre cada uno de los aspectos nebulosos a medida que se identificaba cada uno de ellos. Y fue el rápido derrumbe de las torres gemelas en sentido vertical lo que convenció a sus expertos de que la versión oficial era un engaño destinado a enmascarar un montaje de gran envergadura. Tres días después de los atentados, el general Ivashov había reconstruido los aspectos esenciales del drama y podía afirmar que se trataba de un enfrentamiento interno entre dirigentes estadounidenses. Según él, la operación se realizó por encargo del complejo militaro-industrial estadounidense y la concretó una empresa militar privada.

La rebelión de la inteligencia

Sometida a un aplastante volumen de propaganda que incluyó la proclamación de un duelo nacional en algunos países y varios minutos de silencio obligatorio en la Unión Europea, la opinión pública occidental quedaba aturdida, incapaz de reflexionar sobre los hechos. Ya comenzaba a resonar el ruido de botas con rumbo a Afganistán.

Pero el autor de estas líneas comenzó a publicar en Internet una serie de artículos en los que cuestionaba la versión oficial. Publicados primeramente en francés, aquellos artículos fueron rápidamente traducidos a diferentes idiomas y fueron objeto de polémica. Un libro recapitulativo, L’Effroyable impostura [En español, La gran impostura.], publicado 6 meses después y traducido a 28 idiomas, dio inicio a un movimiento de cuestionamiento de la versión oficial. En Alemania, el ex ministro Andreas von Bulow; en Portugal, el ex director regional de la CIA Oswald Le Winter; en el Reino Unido, el politólogo Nafeez Mosaddeq Ahmed; en Estados Unidos, el historiador Webster Tarpley, publicaron todos ellos nuevos textos que aclaraban los atentados. A partir de entonces, el cuestionamiento de la versión oficial evolucionó simultáneamente en dos direcciones.

El autor de estas líneas hizo campaña a través del mundo, reuniéndose con los más altos responsables políticos, diplomáticos y militares y movilizando instituciones internacionales. Esta acción permitió explicar el plan neoconservador relativo al «choque de civilizaciones» y limitar su letal efecto.

Por otro lado, en Estados Unidos, las familias de las víctimas, que al principio condenaron el cuestionamiento, empezaron a interrogarse y a exigir una investigación. La administración Bush amenazó a los revoltosos como el multimillonario Jimmy Walter –quien se vio empujado al exilio–, bloqueó toda intervención del Congreso y creó una Comisión Presidencial. Esta última presentó un informe que, por supuesto, proclamó la inocencia de la administración y la culpabilidad de Al-Qaeda, pero no divulgó las tan esperadas «informaciones claras e indiscutibles». Aficionados realizaron materiales audiovisuales ilustrativos sobre las incoherencias de la versión oficial y los divulgaron a través de Internet, como sucedió con el célebre Loose Change. Se constituyeron asociaciones de profesionales por la verdad sobre el 11 de septiembre, a las que se integraron arquitectos e ingenieros, bomberos, juristas, médicos, religiosos, universitarios, artistas y políticos. Estas asociaciones cuentan hoy con miles de miembros y han convencido a la mayoría de sus conciudadanos de que Washington está mintiendo. Y encontraron a su líder en el profesor de lógica y teología David Ray Griffin.

La propaganda oficial anglosajona ha logrado limitar hasta ahora los efectos de este cuestionamiento. Primeramente, se las arregló para que el público occidental ignorara todo el debate que está teniendo lugar a escala mundial. Ninguna de las declaraciones de los jefes de Estado o de gobierno extranjeros que han expresado sus dudas se ha visto reflejada en la prensa occidental, aislada del resto del mundo por una nueva cortina de hierro. Y los contestatarios occidentales han sido presentados como lunáticos o asimilados a lo que más miedo infunde, la extrema derecha antisemita.

La elección del presidente Obama no ha hecho avanzar el debate. El sitio de la Casa Blanca en Internet, que invitaba a los ciudadanos estadounidenses a dar a conocer sus preocupaciones, se vio inundado de correos electrónicos que pedían la apertura de una investigación judicial sobre el 11 de septiembre. La respuesta fue lacónica: la nueva administración desea mirar hacia el futuro en vez de remover los dolores del pasado. Durante su campaña electoral, Barack Obama hizo que todos sus discursos fuesen revisados de antemano por Benjamín Rhodes, un joven escritor que había sido el redactor del informe de la Comisión Presidencial Kean-Hamilton [sobre el 11 de septiembre]. Rhodes garantizó que no apareciera en ellos ninguna alusión al 11 de septiembre o a sus protagonistas que pudiera abrir la caja de Pandora. Actualmente trabaja en la Casa Blanca y ocupa un puesto en el Consejo de Seguridad Nacional. A todos los miembros de la administración Obama se les pidió que se retractaran de toda declaración anterior en la que hubiesen podido expresar dudas sobre la versión oficial. Un consejero principal, Van Jones, tuvo que dimitir luego de haberse negado a retractarse.

A pesar de todo, hechos de la mayor importancia hacen posible actualmente una clarificación sobre los atentados. El rey Fahd murió en agosto de 2005. El rey Abdallah le sucedió en el trono y ha tratado de ir deshaciendo poco a poco los asfixiantes vínculos del reino saudita con Estados Unidos. Al principio, el príncipe Bandar se convirtió en consejero nacional de seguridad, pero sus relaciones con el rey fueron deteriorándose. En definitiva, a principios del verano de 2009, Bandar cometió al parecer la imprudencia de tratar de liquidar al monarca y de poner en el trono a Sultan, su propio padre. Desde entonces, no se han tenido más noticias de «Bandar Bush» ni de cerca de 200 miembros de su clan. Parece que algunos están exilados con él en Marruecos y que otros se encuentran en prisión. En lo adelante, es posible que algunas lenguas empiecen a desatarse.

 Thierry Meyssan

Analista político francés. Fundador y presidente de la Red Voltaire y de la conferencia Axis for Peace. Última obra publicada en español: La gran impostura II. Manipulación y desinformación en los medios de comunicación (Monte Ávila Editores, 2008).

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