No hay dirigente de Estado que no se sienta en la obligación de generar expectativas positivas para el presente y el porvenir de su economía nacional. Es normal. Pero puede resultar contraproducente cuando las declaraciones optimistas no resultan verosímiles.
Es lo que acaba de ocurrir el pasado jueves 5, cuando el presidente Calderón decretó el fin de la recesión que vive la economía mexicana: la más virulenta en los pasados 70 años. Tenemos claros signos de recuperación, dijo. El dato en el que se apoyó fue el crecimiento de 2.7 por ciento del último trimestre. Uno puede suponer que el Presidente está repitiendo a Carstens que ya está claro que no es que tenga determinada visión de la economía, sino que ve visiones.
México tiene una de las econo-mías con más estrechos márgenes de operación interna del mundo y una dependencia del exterior (de Estados Unidos) de las más profundas. Las instituciones para la operación de la economía están inservibles (órganos, leyes, presupuestos, sistema fiscal, regulaciones absurdas, o inexistencia de regulaciones necesarias); agregue usted empresas públicas ineficientes y quebradas, infraestructura raquítica; unos cuantos oligopolios privados que producen o acaparan cuatro quintas partes de la riqueza producida anualmente, sindicatos-mafia, Estado dividido sin instituciones para ser operado…
A todo lo anterior añada usted que dependemos en proporciones superiores a 70/80 por ciento de Estados Unidos en el comercio exterior, en el turismo, en el empleo (más de 10 millones de ciudadanos mexicanos trabajan en el país vecino), en el abastecimiento de alimentos básicos de consumo masivo, en la inversión extranjera…
Si uno se asoma al contexto mundial, sumido en una crisis que no tiene para cuándo, y que el gobierno no sólo ve visiones, sino que tiene las manos atadas, convertir ese 2.7 por ciento en el fin de la crisis nos pone en una muy difícil situación para intentar caracterizar qué tiene en la cabeza Carstens. Decir exageración no es decir nada; teatralidad locuaz, histrionismo insensato; requerimos de un poeta que nos provea de adjetivos adecuados y suficientes.
El principal motor de la economía mundial es el consumo de la población estadunidense. Un modelo de consumo de desperdicio inconmensurable, principal agente de la depredación del planeta (del calentamiento global), y principal norte de la ambición de casi todas las sociedades del mundo. Estemos seguros que a plazo largo el capitalismo no podrá terminar de inmolar la naturaleza que conocemos, porque antes ésta habrá aplastado al capitalismo y a la humanidad.
Por ahora, el gran motor del consumo gringo anda, para sus estándares históricos, en la lona. Y ello ocurre así porque en la lona está la generación de empleo. Algunos creen que el fin de la crisis consiste en la reactivación financiera; otros creen que eso no es suficiente, que es necesaria la reactivación económico-productiva; los más sensatos sostienen que ese fin consiste en la recuperación de la capacidad de generar empleo. Pero existe también un consenso importante en que lo último que se recuperará es precisamente el empleo.
El economista Michael Mandel, de la Universidad Harvard, acaba de publicar en Business Week un gráfico en el que observamos la evolución del empleo en Estados Unidos; el crecimiento porcentual de éste en mayo, respecto al volumen de empleo existente en mayo de cuatro años atrás, en una serie histórica que se inicia en 1949.
Uno puede ver que de mayo de 1957 a mayo de 1965, cada cuatro años el empleo era en promedio 12 por ciento más alto. De mayo de 1969 a mayo de 1981, esa cifra superó el crecimiento de 25 por ciento cada cuatro años; en mayo de 1973 la cifra llegó a casi 35 por ciento de crecimiento respecto de mayo de 1969. Si se toma el lapso mayo de 1985 a mayo de 2001, cada cuatro años el empleo fue en promedio 22 por ciento superior. Pero a partir de 2001, la curva cae aceleradamente hasta 2009, cuando el crecimiento es cero.
Una crisis estructural profunda se estaba gestando y se combinó con las infinitas irresponsabilidades del sector financiero, haciendo explosionar la absolutamente falsa burbuja de la prosperidad enloquecida que mostraba el sector financiero y que encubría la gestación de la crisis estructural de la economía estadunidense.
La caída vertical del crecimiento del empleo desde hace casi una década estuvo acompañada del consumo enloquecido de ese país gracias a la incalificable irresponsabilidad crediticia de los bancos. Mandel informa que entre mayo de 1999 y mayo de 2009, el sector privado generó en promedio 110 mil empleos anuales. Es decir, nada para la economía estadunidense.
Ahora la variable que ha crecido con celeridad es el desempleo. Hace unos días el propio presidente Obama anunció que la cifra nacional había sobrepasado 10 por ciento (en algunos estados, como Michigan, la cifra llega hasta 15.3 por ciento). La economía del país vecino continúa en la ruta de destrucción del empleo.
El consumo de Estados Unidos tardará mucho tiempo en recuperarse y nadie sabe aún si puede sostenerse sobre las endebles bases crediticias bancarias del pasado. Sería suicida si así ocurriera. Dada la dependencia de México respecto del consumo gringo, ¡cómo puede pasársele a alguien por las mientes que aquí ha terminado la crisis!
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