Silvia Ribeiro*
Ante la crisis alimentaria creciente y los desastres provocados por el cambio climático, las grandes corporaciones de los transgénicos y los agronegocios vuelven a la carga con nuevos bríos, como si no estuvieran entre sus principales causantes. Su propuesta más reciente es enfrentar el cambio climático y el hambre con cultivos “resistentes al clima”.
Hace una década, las mismas empresas prometían que la agricultura industrial de exportación, reforzada por el uso de semillas transgénicas, iba a acabar con el hambre en el mundo. Sucedió exactamente lo contrario: aumentó. Luego se montaron en la ola de los agrocombustibles, recibieron millones de dólares en subsidios públicos y cosecharon ganancias récord en cualquiera de los escenarios: por la escasez y especulación con los alimentos, vendieron más caro, por los subsidios a los agrocombustibles y la demanda artificial creada por los porcentajes obligatorios en Estados Unidos y Europa, ganaron más y vendieron más caro, por el aumento de los precios del petróleo, también vendieron más caro –no sólo por las semillas y los granos, sino también porque las mismas empresas son las mayores empresas de venta de agrotóxicos, todos derivados de petróleo. Ahora vuelven a ganar, vendiendo granos al Programa Mundial de Alimentos, para que lleguen a los que sufren la hambruna que ellos colaboraron activamente para provocar.
Estos comerciantes del hambre de otros, se presentan ahora como salvadores del clima, y aparentando preocupación porque los agrocombustibles compiten con la producción de alimentos, proponen una segunda generación de éstos, basada en cultivos y árboles transgénicos, más peligrosos que cualquiera de los transgénicos anteriores y con un potencial de contaminación más riesgoso y mucho más vasto. Como cereza en el pastel, aducen que es imprescindible aplicar la tecnología Terminator (que crea semillas suicidas en segunda generación) para controlar la contaminación que crean. Lo único seguro es que así obligarían a todos los agricultores a comprarles semillas nuevas en cada estación.
Como estrategia complementaria, los gigantes genéticos, Monsanto, Syngenta, DuPont-Pioneer, Basf, Dow, Bayer, que controlan la totalidad del mercado mundial de semillas transgénicas y la mayoría del mercado mundial de semillas comerciales de cualquier tipo, afirman ahora que habrá que usar semillas que resistan los debacles del cambio climático, que según ellos solamente se podrá hacer con modificaciones genéticas.
Un nuevo informe del Grupo ETC (“La apropiación de la agenda climática”, www.etcgroup.org) , muestra que estas transnacionales no están realmente preocupadas del cambio climático y sus consecuencias, sino en como lucran con el desastre. Existen 532 solicitudes de patentes monopólicas aprobadas o en trámite (En Estados Unidos, Europa, Argentina, México, Brasil, China, Sudáfrica, entre otros) relacionadas a caracteres genéticos de plantas que podrían resistir presiones ambientales relacionadas con el clima, como sequía, calor, frío, inundaciones, suelos salinos y otras. En algunos casos, la cobertura de las patentes solicitadas es tan vasta, que cualquier cultivo que tenga la misma secuencia genética quedaría bajo el control de la empresa. El barón de las patentes de “genes climáticos” es Monsanto, que en asociación con BASF y con algunas empresas biotecnológicas más pequeñas, controlan las dos terceras partes del germoplasma “resistente al clima”.
Un aspecto trágico, es que las formas de agricultura altamente tecnificadas, como la llamada “agricultura de precisión”, en realidad ha empeorado los problemas que decían solucionar. Por ejemplo, el riego controlado para “ahorrar” agua, que sólo llega a la superficie de las raíces de las plantas, ha provocado mayor salinización del suelo, destruyendo o disminuyendo drásticamente las posibilidades de sembrar cualquier cultivo. Los cultivos “resistentes al clima”, prometen aplicar la misma lógica, por lo que además de los nuevos problemas que provocarán por ser transgénicos, afectarían muy negativamente los suelos y la posibilidad de ir hacia soluciones reales.
La crisis climática y alimentaria es crudamente real, pero la respuesta no vendrá con más de lo mismo que la creó. Son los campesinos y agricultores familiares quienes tienen la experiencia, el conocimiento y la diversidad de semillas que se necesitan para afrontar los cambios del clima y la crisis alimentaria. Mientras que la industria semillera afirma que desde la década de los sesenta ha creado 70,000 nuevas variedades vegetales (la mayoría flores), se estima que los campesinos del mundo crean por lo menos un millón de nuevas variedades cada año, adaptadas a miles de condiciones diferentes en todo el mundo. Y lo que menos se necesita en esta situación, son nuevos monopolios para impedir que lo sigan haciendo.
*Investigadora del Grupo ETC
Hace una década, las mismas empresas prometían que la agricultura industrial de exportación, reforzada por el uso de semillas transgénicas, iba a acabar con el hambre en el mundo. Sucedió exactamente lo contrario: aumentó. Luego se montaron en la ola de los agrocombustibles, recibieron millones de dólares en subsidios públicos y cosecharon ganancias récord en cualquiera de los escenarios: por la escasez y especulación con los alimentos, vendieron más caro, por los subsidios a los agrocombustibles y la demanda artificial creada por los porcentajes obligatorios en Estados Unidos y Europa, ganaron más y vendieron más caro, por el aumento de los precios del petróleo, también vendieron más caro –no sólo por las semillas y los granos, sino también porque las mismas empresas son las mayores empresas de venta de agrotóxicos, todos derivados de petróleo. Ahora vuelven a ganar, vendiendo granos al Programa Mundial de Alimentos, para que lleguen a los que sufren la hambruna que ellos colaboraron activamente para provocar.
Estos comerciantes del hambre de otros, se presentan ahora como salvadores del clima, y aparentando preocupación porque los agrocombustibles compiten con la producción de alimentos, proponen una segunda generación de éstos, basada en cultivos y árboles transgénicos, más peligrosos que cualquiera de los transgénicos anteriores y con un potencial de contaminación más riesgoso y mucho más vasto. Como cereza en el pastel, aducen que es imprescindible aplicar la tecnología Terminator (que crea semillas suicidas en segunda generación) para controlar la contaminación que crean. Lo único seguro es que así obligarían a todos los agricultores a comprarles semillas nuevas en cada estación.
Como estrategia complementaria, los gigantes genéticos, Monsanto, Syngenta, DuPont-Pioneer, Basf, Dow, Bayer, que controlan la totalidad del mercado mundial de semillas transgénicas y la mayoría del mercado mundial de semillas comerciales de cualquier tipo, afirman ahora que habrá que usar semillas que resistan los debacles del cambio climático, que según ellos solamente se podrá hacer con modificaciones genéticas.
Un nuevo informe del Grupo ETC (“La apropiación de la agenda climática”, www.etcgroup.org) , muestra que estas transnacionales no están realmente preocupadas del cambio climático y sus consecuencias, sino en como lucran con el desastre. Existen 532 solicitudes de patentes monopólicas aprobadas o en trámite (En Estados Unidos, Europa, Argentina, México, Brasil, China, Sudáfrica, entre otros) relacionadas a caracteres genéticos de plantas que podrían resistir presiones ambientales relacionadas con el clima, como sequía, calor, frío, inundaciones, suelos salinos y otras. En algunos casos, la cobertura de las patentes solicitadas es tan vasta, que cualquier cultivo que tenga la misma secuencia genética quedaría bajo el control de la empresa. El barón de las patentes de “genes climáticos” es Monsanto, que en asociación con BASF y con algunas empresas biotecnológicas más pequeñas, controlan las dos terceras partes del germoplasma “resistente al clima”.
Un aspecto trágico, es que las formas de agricultura altamente tecnificadas, como la llamada “agricultura de precisión”, en realidad ha empeorado los problemas que decían solucionar. Por ejemplo, el riego controlado para “ahorrar” agua, que sólo llega a la superficie de las raíces de las plantas, ha provocado mayor salinización del suelo, destruyendo o disminuyendo drásticamente las posibilidades de sembrar cualquier cultivo. Los cultivos “resistentes al clima”, prometen aplicar la misma lógica, por lo que además de los nuevos problemas que provocarán por ser transgénicos, afectarían muy negativamente los suelos y la posibilidad de ir hacia soluciones reales.
La crisis climática y alimentaria es crudamente real, pero la respuesta no vendrá con más de lo mismo que la creó. Son los campesinos y agricultores familiares quienes tienen la experiencia, el conocimiento y la diversidad de semillas que se necesitan para afrontar los cambios del clima y la crisis alimentaria. Mientras que la industria semillera afirma que desde la década de los sesenta ha creado 70,000 nuevas variedades vegetales (la mayoría flores), se estima que los campesinos del mundo crean por lo menos un millón de nuevas variedades cada año, adaptadas a miles de condiciones diferentes en todo el mundo. Y lo que menos se necesita en esta situación, son nuevos monopolios para impedir que lo sigan haciendo.
*Investigadora del Grupo ETC
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