Othón Salazar, una vida de congruencia en el normalismo y en la lucha social
■ Era un maestro, no como esa cosa llamada Elba Esther Gordillo, recuerda un colega
■ Ni Torres Bodet ni la cárcel pudieron con él, señala el profesor jubilado Lorenzo Ávila
Los ponentes hablaron sentados. Cuando llegó su turno, Othón Salazar Ramírez le hizo justicia a su fama. Se puso de pie, tomó el micrófono y lanzó un discurso con ese tono suyo entre épico y mitinero, ceremonioso siempre: “Quiero decirles a mis compañeros veteranos del Movimiento Revolucionario del Magisterio (MRM) que no tengamos miedo a la muerte. Como decía uno de mis maestros: ‘Para qué tenerle miedo, si cuando ella llega nosotros ya nos fuimos’”.
Eso fue hace 15 años, en 1993, en un homenaje organizado por la revista Hoja, editada por miembros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación. Había en el auditorio muchos profesores jóvenes, pero también varios de la vieja guardia del MRM.
Carlos Monsiváis –admirador de la tenacidad de Salazar desde que lo conoció, en los patios de la Secretaría de Educación Pública en abril de 1958– hacía las veces de entrevistador. Y Othón Salazar hablaba de la muerte, conminaba a sus compañeros de antaño: “No tengamos miedo a la muerte… Que las nuevas generaciones de maestros nos recuerden con todos nuestros defectos, pero también recuerden que hicimos que nuestras vidas estuvieran inscritas a ideales nobles, inspirados en el bien de nuestros semejantes”.
A los 84 años de edad, en la cama de su casa en una humilde colonia de Tlapa, Guerrero, murió el normalista Othón Salazar, dirigente estudiantil, líder sindical, primer alcalde comunista de México. Murió pobre y terco. Y es también muy probable que haya muerto como vivió: sin miedo.
“Se paraba en el Zócalo, muy duro, muy valiente. Varios compañeros lo teníamos que sostener en hombros para que se dirigiera a la multitud, pues ni siquiera nos dejaban meter un vehículo”, recuerda el profesor jubilado Lorenzo Ávila.
Cesado por othonista
Después de la represión, Salazar y otros maestros fueron cesados. El guerrerense nunca recuperó sus plazas de profesor de primaria y de civismo en secundaria.
“A mí me cesaron en 1960 por othonista, pero como ya tenía dos hijos que mantener encontré un puesto en la Universidad Nacional Autónoma de México y desde entonces estoy allí”, dice Guillermo Ramírez, hoy dueño de una vasta trayectoria en el servicio público y de una sólida carrera universitaria. Fue, por ejemplo, codirector del Fondo de Cultura Económica y director de la Facultad de Economía. “Puede preguntar, a todo mundo le digo que soy normalista de tres años, porque es el título que más me enorgullece.”
Ramírez pide, exige, que esa calidad, la de normalista, sea la que se recuerde de Othón Salazar: “Algunos dirán que fue comunista, otros que líder gremial. Y sí, no se le puede regatear su indudable mérito sindical, pero tampoco hay que hacer que pague los pecados del Partido Comunista en el magisterio. Él, por la congruencia en su vida, se cuece aparte. Othón era antes que nada normalista, un heredero de los maestros que, desorejados por los cristeros, seguían resistiendo, trabajando y sacrificándose por los que menos tienen”.
Ramírez, profesor emérito de la UNAM, ingresó a la Escuela Nacional de Maestros en 1950, cuando ya Othón Salazar había egresado. Lo encontró ya como líder y lo escuchó horas y horas, todos los sábados, en las asambleas del sindicato de El Ánfora.
No quita el dedo del renglón Ramírez: “Antes que otra cosa Othón era un normalista, y eso hay que subrayarlo, porque ahora se ignora qué es el normalismo: el deseo de un individuo de transmitir conocimiento sin preguntarse cuánto va a ganar. Othón era un normalista, no como esa cosa llamada Elba Esther Gordillo, a quien yo no llamo maestra”.
Una decena de diputados del Partido Revolucionario Institucional se burlaba de la oratoria solemne del diputado hecho en la oratoria de los 50. “Ora pro nobis”, “amén”, lo choteaban, a gritos. Hoy es difícil recordar el nombre de alguno de esos diputados del bronx tricolor. En cambio, el diputado de la burla, Othón Salazar Ramírez, es llorado por miles de profesores y luchadores sociales de todo el país.
“Aquí estoy, soltando unas lágrimas, levantado desde las cinco, pues ni pude dormir bien”, dice el maestro jubilado Lorenzo Ávila, compañero de banca y de lucha del guerrerense.
El movimiento magisterial de 1956-1960 tenía demandas más bien sencillas: revertir el deterioro salarial que en 1958 alcanzaba 35 por ciento, jubilación a los 30 años de servicio, servicio médico.
Ávila repasa algunos de los momentos extraordinarios y terribles de aquellos años. El Congreso de Masas, el campamento en la Nacional de Maestros, el linchamiento de la prensa, los granaderos apaleando a las maestras en 1958, y la represión con Policía Montada el 4 de agosto de 1960.
Othón Salazar, quien ganó las elecciones de la sección 9 estando en la cárcel, rememoraba en 1993: “El México de la barbarie que nos tocó, nos castigó cuanto pudo, nos cesó, se rieron de nosotros. Ése fue el trato que dieron a una lucha que aplaudía el pueblo por su justeza, su alegría cívica y su arrojo”.
El “México de la barbarie”. Aun el “humanista” Jaime Torres Bodet se refería así a los maestros del MRM: “Nunca me habían rodeado tantas chamarras sucias, tantas camisas huérfanas de corbata, tantas uñas luctuosas y tantas melenas que parecían, por despeinadas, simbolizar las ideas de quienes las agitaban garbosamente…” (La tierra prometida, cuarto tomo de sus memorias).
Ni Torres Bodet ni la cárcel pudieron con Othón: “Otros se vendieron o se fueron; él nunca se dobló, siempre se mantuvo firme”.
Ávila recuerda que Salazar le llamaba por teléfono con regularidad. Así lo hacía con todos quienes consideraba cuadros del MRM. “Hermanito, hermanita”, comenzaba siempre. Generalmente llamaba para invitar a reuniones: “tenemos este proyecto, la lucha sigue, vamos otra vez por la Montaña roja”, decía.
“Me daba pena que una persona de su talento, de su valía, se acordara de mí”, expresa Lorenzo Ávila, todavía con lágrimas en los ojos.
Cada mes o mes y medio pasaba por las oficinas del Seguro del Maestro, el único espacio que el oficialismo sindical le dejó al MRM. Los comisionados organizaban una colecta, y cada vez se llevaba mil 200 o mil 500 pesos. Con algunos otros no tenía esa suerte. “Le hemos ayudado mucho, es un vividor”, decían otros viejos cuadros del MRM.
El rojo y el rosa
Regresó a su pueblo Alcozauca, para ganar la alcaldía en 1979. El primer municipio comunista, se presumía. La Montaña roja. Salazar siguió la ruta del Partido Comunista y llegó hasta el Partido de la Revolución Democrática (PRD). Lo dejó en 1998: “Como el PRD no es un partido de izquierda”, dijo en su renuncia, “prefiero quedarme silbando en la loma a dejar de luchar por mis ideales”.
Apegado a sus antiguos camaradas comunistas, se embarcó en el proyecto del Partido Democracia Social (PDS).
En el acto fundacional del PDS, y en muchos otros, Salazar dijo una de sus frases más celebradas, que en estas páginas ha recordado Adolfo Sánchez Rebolledo: “Tengo los ojos ciegos de ver tanta injusticia y tanta miseria en la Montaña”.
Eloy Garza González cuenta que después de Salazar habló el también recientemente fallecido Gilberto Rincón Gallardo, con un discurso que hablaba de democracia y diálogo. En cuanto Rincón acabó, Salazar le dijo a Garza: “Ya vio usted: primero habló el rojo y luego el rosa. ¡Vaya evolución de país!”
Años más tarde, Salazar rompió con Rincón: “Se sintió defraudado cuando Rincón agarró el cargo en un gobierno panista. Me decía: ‘Ya está en otra órbita, lástima de amigo’”, cuenta Abel Barrera, director del Centro de Derechos Humanos de La Montaña, muy cercano a Othón en sus últimos años.
Barrera narra también que hace dos años él y otros colegas se dieron a la tarea de conseguir los correos electrónicos de personas con dos características: que fueran amigos de Othón y que ocuparan algún cargo público. La idea era abrir una cuenta bancaria para que Salazar dejara de padecer penurias. “Conseguimos 60 correos y mandamos mensajes dos veces. Sólo Rolando Cordera y Carlos Toledo nos contestaron”.
Othón Salazar: el predicador rojo
Cuando el pasado 4 de diciembre el corazón le dejó de latir, Othón Salazar tenía 84 años de edad, los riñones dañados y un derrame cerebral reciente, pero aún así estaba dedicado a tratar de reconstruir el partido comunista, levantar la conciencia del pueblo y luchar por el socialismo.
Othón vivió como quiso vivir: como revolucionario. Murió como quiso morir: entre su gente, en una sencilla cama hecha de varas de bambú y petates, enterrado en Alcozauca y con la bandera de la hoz y el martillo, la bandera comunista, en su ataúd. A su viuda, Ester Edita Bazán, le alcanzó a decir antes de irse: “me voy contento porque estuve a tu lado, con la gente, aunque no te dejo nada”.
Sobre advertencia no hay engaño. Ocho años atrás, el maestro declaró: “Si mañana fuera el último día de mi vida, las horas que me restan las entregaría a poner mi grano de arena en la tarea gigantesca de lograr que resurja la izquierda revolucionaria en el país”.
Así lo hizo. Moribundo, seguía con entusiasmo la lucha de los trabajadores de la educación contra la Alianza por la Calidad de la Educación. “Él decía –recuerda su hija– que le recordaban sus tiempos, sus momentos cuando estaba en la lucha y que ojalá los maestros lograran todas sus demandas, que ellos deberían defender sus derechos”.
Nacido el 17 de mayo de 1924 en Alcozauca, Guerrero, en el seno de una familia de campesinos y panaderos, Othón Salazar se enfrentó muy pronto al dilema de escoger entre su temprana vocación de sacerdocio, estimulada por el rector del seminario de Chilapa, o la de convertirse en normalista, apoyada por sus tíos Florencio y Celestino Salazar. Y aunque finalmente se formó como maestro, ateo y comunista, conservó muchos rasgos propios de un hombre religioso. Fue una especie de predicador rojo.
Sin haber hecho nunca un voto de pobreza explícito, a pesar de haber sido dos veces diputado federal y en una presidente municipal de su pueblo, vivió con sencillez y sin lujos. No hizo negocios ni acumuló riquezas. Despojado de sus dos plazas como maestro por su participación sindical, vivió sin empleo fijo, apoyado por sus compañeros de partido o del movimiento, sin seguro social y sin pensión. Fue congruente con sus ideas.
Creyó siempre en las bondades de la palabra y la educación. Orador fuera de serie, aunque de otra época, estaba convencido de que su misión central era la de hacer conciencia, iluminar con el farol de la dignidad la oscuridad del racismo y la abyección, llamar a los oprimidos a levantar la voz y no dejarse.
Normalista rural, primero en Oaxtepec y luego en Ayotzinapa, asistió luego a la Escuela Nacional de Maestros. La educación y la escuela pública debían tener para él una misión liberadora. En ellas se requería enseñar las causas que originan la pobreza y la desigualdad. De allí que, al final de su vida, expresara un profundo pesar con la transformación de los centros de formación para el magisterio en instituciones para preparar sólo enseñadores, y de la conversión de las escuelas en templos del individualismo. Según él, la escuela pública casi había sido ganada por los intereses del capital nacional y extranjero.
Dirigente del Club Estudiantil Normalista de la Juventud Comunista entre 1952 y 1953, presidente del Comité de Huelga de la Escuela Normal Superior de maestros en 1954, líder del magisterio democrático de la sección nueve del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, Othón desempeñó un papel clave en la formación de un sujeto magisterial de izquierda. En septiembre de 1958 fue secuestrado por la Policía Federal de Seguridad y torturado en cárceles clandestinas. Estuvo detenido 89 días.
Fue, durante años, uno de los villanos favoritos del régimen. La campaña en su contra fue implacable. En el artículo “El fascismo rojo en la huelga escolar”, aparecido en Excélsior del 2 de mayo de 1958, Rodrigo García Treviño escribió: “en el movimiento otonista anda la mano rusófila (...) si no se arroja de la educación pública a los sovietófilos, no habrá nada capaz de normalizar perdurablemente la situación en ella.” El periódico Tabloide le dedicó su titular del 22 de julio de 1960: “SE LE SUBIÓ LA CUBA LIBRE A OTHÓN SALAZAR. Bien pisto, en un mitin, ofreció su incondicional apoyo a Castro Ruz.”
Después de plantearse la posibilidad de pasar a la lucha armada junto con maestros del Movimiento Revolucionario del Magisterio (MRM) y campesinos jaramillistas, se integró finalmente al Partido Comunista Mexicano (PCM) en 1964, y pasó a formar parte de su Comité Central. Sin embargo, años después, a pesar de su rechazo a la opción político-militar, consideró “la insurgencia armada indígena en Chiapas como uno de los datos de más alta valía y peso histórico para la vida nacional”.
Candidato a gobernador de Guerrero por el PCM en 1980, ganó, siete años después, la presidencia municipal de Alcozauca con las siglas del Partido Socialista Unificado de México (PSUM). Fue el primer edil comunista en México del fin del siglo XX.
Convertido en hombre de partido buscó siempre tener un pie en el movimiento social. “Nunca –dijo refiriéndose a Elba Esther Gordillo– ni en los peores momentos, conocí a una dirigente magisterial sindical con un estado de conciencia tan vendido a los intereses económicos y del gobierno”.
En 1998, decepcionado, renunció al Partido de la Revolución Democrática (PRD). Argumentó que “mi formación es marxista leninista y ya no encajaba en el ambiente político del PRD. No conozco mayor crimen que el que uno le dé las espaldas a sus ideas, prefiero quedarme silbando en la loma a dejar de luchar por mis ideales”.
Para él, fue un error histórico haber disuelto el PCM. Decía que los métodos de hacer política del PRI y del sol azteca eran semejantes, pues el segundo “no se compromete con una política anticapitalista, como tampoco el PRI; el PRD lo ofrece todo a cambio de conseguir votos. Lo increíble, lo que es público además, es que también en el PRD se compran votos; se compran con dinero, y me pareció que esas formas de hacer política no tenía por qué compartirlas ni directa ni indirectamente”.
En 2003 Othón Salazar, el predicador rojo plebeyo, advirtió: “Quiero merecer de por vida el título de revolucionario”. Nadie podrá negar que con justicia y congruencia se ganó esa dignidad nobiliaria.
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