Immanuel Wallerstein
Guadeloupe es una minúscula isla en el Caribe, del tamaño del Gran Londres. Tiene una población de cerca de 400 mil personas. La prensa mundial casi nunca la menciona. Desde el 20 de enero, ha sido el sitio de una huelga general en curso, que ha conseguido que 10 por ciento de su población salga a marchar a las calles, lo que debe ser un récord mundial. La huelga fue convocada por Liyannaj Kont Profitasyon (LKP), cuyo nombre puede traducirse del creole como “Colectivo contra la Gananciación (o Ganancia Desmedida)”.
LKP es un colectivo de 31 sindicatos, partidos políticos y asociaciones culturales, que representa justo a la sociedad civil completa. El liderazgo proviene de la UGTG, un sindicato independiente local que ha recibido una mayor parte de los votos en las más recientes elecciones sindicales (en un sistema oficial francés conocido como élections prud’hommales).
La LKP emitió una lista de 126 demandas dirigidas a cuatro grupos, tres niveles del Estado francés (el gobierno nacional, la región, el departamento) más los empleadores. Casi todas estas demandas tienen que ver con asuntos económicos. Pero como dijo Yves Jego, el ministro francés encargado de lidiar con las zonas de Francia en ultramar, más allá de estas demandas económicas hay una crisis societal
. Ésta es una forma diplomática de decir que la huelga no se trata únicamente de pan y mantequilla. Es también un profundo movimiento anticolonial. Y es esta combinación la que torna lo que está ocurriendo en esta pequeña y oscura parte del mundo, en clave de la crisis mundial que todos padecemos.
Guadeloupe puede ser oscura hoy, pero ha sido un locus importante de la economía-mundo capitalista desde 1493, cuando Colón pisó su suelo por vez primera. En los siglos XVII y XVIII se tornó uno de los principales centros de la producción mundial de azúcar, una de las preciadas fuentes de la riqueza de Francia junto con Haití. Por supuesto, las plantaciones de azúcar utilizaban mano de obra esclava importada de África, pues habían arrasado a la población indígena.
En 1763, cuando Francia y Gran Bretaña negociaron el Tratado de París que puso fin a la Guerra de los Siete Años, una cuestión importante fue el destino del Canadá francés y Guadeloupe. Los británicos se habían apoderado de ambos durante la guerra, pero se acordó que podrían quedarse únicamente con uno de ellos, el que prefirieran. En ese tiempo, ambos países consideraban a la pequeña Guadeloupe un rico botín, una fuente importante de riqueza mundial. Por el contrario, Canadá sufría el desprecio de Voltaire, que dijera que no era sino unos cuantos acres de nieve (“quelques arpents de neige”).
Fue precisamente porque Guadeloupe era tan valiosa que Gran Bretaña decidió quedarse con Canadá. Los plantadores de caña de las Indias Occidentales británicas no querían competencia. Además, el gobierno británico quería economizar en lo relativo a tropas en Canadá, algo que sentían podrían hacer si los franceses ya no tenían un bastión ahí.
La Revolución Francesa trajo desasosiego a las posesiones francesas en el Caribe, notablemente en Haití y Guadeloupe. En ambos territorios hubo levantamientos de esclavos. En ambos territorios, los dueños franceses de las plantaciones sufrieron de pánico, sobre todo cuando los franceses pusieron fin a la esclavitud, en 1794. Los dueños de las plantaciones recurrieron a los británicos para que los salvaran. En ambos territorios, los franceses corrieron a los británicos, aplastaron las rebeliones, y en el proceso reinstauraron la esclavitud. A diferencia de Haití, Guadeloupe se mantuvo como colonia francesa. Negocios, como siempre.
Luego vino 1848 y hubo otra revolución en Francia. Y otro final de la esclavitud, cuyo gran protagonista fue Victor Schoelcher, un ministro del gobierno provisional. Al igual que Lincoln en 1863 en Estados Unidos, Schoelcher abolió la esclavitud por decreto, porque sabía que la propuesta no obtendría los votos necesarios en la legislatura. Esta vez, la abolición jurídica de la esclavitud no fue repelida, pese a que el gobierno provisional del cual Schoelcher era ministro fue remplazado por uno mucho más conservador.
La esclavitud quedó ilegalizada en Guadeloupe (y en todas partes) pero casi un siglo después casi nada cambió en la economía. Las plantaciones seguían produciendo azúcar, los blancos propietarios siguieron recogiendo ganancias y los que antes fueran esclavos siguieron estando muy mal pagados. Para empeorar la situación, su miserable paga se hizo muy cara para los dueños de las plantaciones que en parte los reemplazaron con nueva mano de obra importada de Asia. El desempleo se hizo rampante, y así permanece hasta hoy.
Después de 1945, en la ola de los movimientos anticoloniales por todas partes, el gobierno francés incorporó a Guadeloupe como un departamento de ultramar, presumiblemente igual a cualquier departamento metropolitano. Pero económicamente se volvió más dependiente que nunca de la generosidad de París. El azúcar había agotado la tierra y el comercio con el turismo se volvió la nueva base de la economía. La gente de Guadeloupe vivía en una economía donde su sueldo estaba muy por debajo de los estándares franceses metropolitanos pero el costo de la vida era mucho más alto debido al control de importaciones y exportaciones que imponían unos cuantos cuasi monopolios propiedad de los blancos.
Fue esto lo que ocasionó la doble explosión contra la gananciación
y contra lo que sigue percibiéndose como una esclavitud de facto. ¿Qué es lo que quiere la gente de Guadeloupe? Su principal demanda en la lista fue que los que recibían el salario mínimo y los viejos pensionados recibieran 200 euros mensuales adicionales. Debido a la fuerza de la huelga parece ser que podrían conseguir los 200 euros, pese a la feroz oposición de los empleadores a gran escala. Se les pide que contribuyan con 50 de los 200 euros y han ofrecido 10. El gobierno francés probablemente fuerce a los empleadores a que s
Pero ¿qué ocurre con la crisis societal
? Un modo histórico de emprender la cruzada anticolonial en pos de dignidad ha sido exigir la independencia formal. En Guadeloupe los movimientos populares han sido reticentes en cuanto a hacer esta demanda. Han visto el poder limitado real que tienen los estados independientes por todo el mundo, y sobre todo los que están alrededor. El destino de Haití no es atractivo. Pero sí quieren una profunda transformación social: ponerle fin al poder económico y social de la pequeña minoría blanca, un modo práctico de ecualización.
Si uno vincula las demandas económicas con las demandas societales
en medio de un desastre económico mundial, uno lanza un poderoso torbellino. Es de un tipo que unas cuantas nacionalizaciones de algunos cuantos bancos en algunos cuantos países ricos no van a hacer nada para frenar. Hasta ahora, en Guadeloupe (y en el resto del mundo) las protestas han sido relativamente pacíficas. Pero los torbellinos tienen la forma de volverse bastante más severos.
Traducción: Ramón Vera Herrera
© Immanuel Wallerstein
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