De Comonfort, Echeverría y Calderón
Antes de llegar las calaveras de azúcar y el pan de muerto, los fantasmas del caos anarquizante montaron la enésima puesta en escena de la rebelión de legisladores en el parlamento de la transición en presente continuo; mantas enarboladas por diputados que olvidaron lo que son, o nunca han aceptado abandonar la oposición callejera, los gritos y reclamos, sin más barricadas que las muy frágiles y aparatosas montadas por antiguos granaderos para, ellos también, aparentar que participan en la confrontación entre el poder establecido y los disidentes que han resuelto rebelarse contra el antiguo régimen... y asegurar su persistencia por toda la eternidad.
al Señor Presidente, cuya figura de tlatoani tanto les disgustaba y creyeron sacar de Los Pinos con la ayuda del voto útil en favor del locuaz Vicente Fox.
Trece a la mesa. Pero el paquete fiscal discutido y aprobado en San Lázaro llegaría, como siempre, al Senado de la República, cámara revisora en esta caso. Los payasos dejaron la escena apresuradamente para dar paso a la tragicomedia del dirigente nacional del PAN. Aprobado el paquete, César Nava desató los nudos de la negociación y abrió una cajita de Pandora: la iniciativa de mí jefe era muy superior a lo aprobado, pero el PRI impuso su voluntad. Ardió Troya, con Beatriz Paredes en el papel de Palas Atenea y Enrique Peña Nieto en el de inesperado Aquiles que enfocó su ira contra Felipe Calderón. El gravamen de 2 por ciento a todo consumo y todo servicio, que juraban era para los pobres, se esfumó en la pira funeraria del César michoacano.
Pero llegaría a Xicoténcatl, en caballo de Hacienda, el doctor Carstens; masiva figura de la nueva ortodoxia económica que murió antes de llegar a vieja; Pantagruel con rostro de niño anciano. Y motivo de inexplicable respeto de sus adversarios. Quizá mayor que el que le manifiestan los del gobierno, panistas, adherentes o mercenarios de la tecnocracia encumbrada por el culto al orden fiscal, al cero déficit; a la sonrisa mefistofélica de Francisco Gil, experto en el uso eficaz de la puerta revolvente que da paso libre al poder gubernamental y al privado. El aumento de 15 a 16 por ciento en el IVA fue propuesto por la Secretaría de Hacienda, dijo; el paquete de ingresos es, efectivamente, recaudatorio
, respondió a quienes lo calificaron de oprobioso: casi le aplaudieron.
Inamovible, desdeñoso de algunos premios Nobel que osaron criticar la política del orden paralizante impuesto cuando el mundo entero camina: les aconsejaría, aunque algunos han sido mis maestros –dijo Carstens–, que al opinar de un país que no conocen, estudien los datos, las cifras. Aquello de la macroeconomía que sigue muy bien, muy sólida, aunque no crezcan sino el desempleo y el hambre. Los senadores, incluidos no pocos del PRD, le expresaron admiración y respeto, aunque alejados de la estólida presencia fueron capaces de criticar y oponerse a una política fiscal que nos ata al mástil de una nave a la deriva. Hipnotizados, de rodillas ante el fetiche del becerro de oro, los representantes de las entidades federales olvidaron el poder recuperado al extinguirse el cesarismo sexenal. Aunque más de uno habrá percibido en el ambiente el eco burlón de los versos de Guillermo Prieto: Cangrejos al compás, marchemos para atrás
.
La minuta ya volvió a San Lázaro. Pero la cajita de Pandora que abrió César Nava liberó fantasmas del pasado, el ánimo de Comonfort y el ánima de los encapuchados de Chipinque. Peor que el tan temido retorno del priato tardío y las fantasías tejidas en torno al autoritarismo presidencial y la hegemonía que inspiró a Mario Vargas Llosa a calificar el régimen mexicano de dictadura perfecta
, cabalgaron los jinetes del Apocalipsis: guerra contra el narco, el hambre de millones de mexicanos, la peste de la influenza porcina y la satánica figura del gran solitario de Palacio
. Era Díaz Ordaz. Hoy Felipillo santo se quedó solo. Santiago Creel finge ser Catilina en el Senado; Espino sale de la oscuridad para gritar ofensas, y Vicente Fox se disfraza de estadista para decir que es pésima la política económica de Calderón.
Le quedan, desde luego, los guardias pretorianos. Pero el presidente valiente que en estos días recibió en Miami el premio Líder del Año
, parece decidido a combatir a cuanto individuo, partido político, grupo de poder o de presión hay en esta tierra al borde del abismo. Combatió las sombras del viejo sistema corporativo
y lanzó a sus falanges contra el sindicalismo; los mineros de Coahuila, de Cananea, de Lázaro Cárdenas: páramo donde hubo empleos y esperanza de prosperidad. Para los dueños, impunidad y el secretario del Trabajo como mozo de estribo a su servicio. Siguieron los electricistas del SME. Y ahí están, en las calles y en las galerías de San Lázaro, donde sus destemplados gritos asustaron a Javier Lozano. Pero despertaron a los trabajadores del país entero.
No hay reposo para el guerrero. Se quedó sin el escudo de los pobres que le servirían para recaudar dinero y decidió que era el momento de exhibir a los ricos que se habían manifestado contra su propuesta hacendaria; a los grandes consorcios y grandes capitales que no pagan, o casi nada pagan de impuestos. Ustedes piden, exigen que cobremos IVA a medicinas y alimentos, les dijo, pero gozan de regímenes especiales, de privilegios que les permiten eludir al fisco: pagan sólo una tasa de 1.7 por ciento en los impuestos por sus ingresos multimillonarios. Y se apareció Luis Echeverría Álvarez como el convidado de piedra. Combativo, Felipe Calderón dijo a los dueños del dinero: Está bien que tengan actividades filantrópicas, que patrocinen eventos culturales y deportivos, y que nos regalen equipos médicos, pero ¡que también paguen!
Palo retórico a la Coparmex. Y al Consejo Coordinador Empresarial. Era, diría un amante de las letras, la versión criolla y contemporánea del Doctor Jekyll y Míster Hyde. Tres días duró la ira del solitario enfrentado a propios y extraños. El doctor Carstens abandonó el aire de superioridad, ensayó una sonrisa conciliadora y dijo que la mayoría de las empresas mexicanas, de todos tamaños, incluidas las grandes, pagan sus impuestos, y los pagan bien.
Sabe y no lo olvidó, al servicio de quién está el gobierno de México que de ninguna manera quiere vulnerar la solvencia financiera de las empresas
.
Y en la apertura del Congreso del Comercio Exterior Mexicano, el presidente Felipe Calderón hizo público reconocimiento a la abrumadora mayoría
que paga; quienes evaden impuestos cometen una injusticia con los que cumplen, dijo. Nos gustó mucho el cambio de tono y contenido. Fue constructivo y nos deja complacidos
, diría Valentín Diez Morodo, dirigente cupular en la oligarquía mexicana. Sobre todo el tonito. Declaran difunta la lucha de clases, pero todavía hay clases.
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