Muy pocas naciones en el mundo poseen la experiencia de Cuba, y de su comunidad científica, para decidir cómo actuar exitosamente frente a contingencias epidemiológicas graves, sea que afecten a personas, animales o cosechas. La razón es que la isla, caso singular, ha sido desde hace décadas sometida a una guerra biológica por Estados Unidos, aunque nada hablen sobre ello medios o voceros como los que ahora se rasgan las vestiduras por la interrupción de los vuelos.
Al parecer olvidaron el bloqueo, mantenido por Obama, que impide a Cuba, no importa si sufre una tragedia humanitaria, recibir préstamos de las “instituciones internacionales de crédito” o comprar fármacos, que como los que se usan para el tratamiento de esta influenza, son monopolio de transnacionales estadunidenses. Guerra biológica y bloqueo, como veremos, han sido dos patas de una implacable tenaza en los planes de Washington contra la revolución Cubana.
Tan temprano como el 6 de abril de 1960 L.D. Mallory, funcionario del Departamento de Estado definió en un memorando a sus superiores la esencia de lo que ha sido la política de Washington hacia la isla: “… Debe utilizarse…cualquier medio concebible para debilitar la vida económica de Cuba… a fin de causar hambre, desesperación y el derrocamiento del gobierno.”(Las negritas son mías).
Además del masivo ataque contra la agricultura y el rebaño animal de la isla, ampliamente documentado como puede comprobarse poniendo en un buscador de internet “guerra biológica contra Cuba”, Estados Unidos introdujo en 1981 un tipo muy virulento de dengue –el dos-, desconocido hasta entonces en el Hemisferio Occidental. La epidemia contagió a 344 203 personas, de las cuales murieron 158, entre ellas 101 niños. Capacitar y movilizar a la población y todos los recursos del Estado impidió un número mucho mayor de fallecidos, según indica la experiencia internacional. Fue necesario convertir escuelas en hospitales de emergencia pues se internó a 116 143 enfermos, entre los cuales la tasa de mortalidad fue de sólo 0.13 por ciento.
Muchas evidencias sugerían que el virus no podía haberse propagado sino por medios de guerra biológica. Únicamente el Pentágono había obtenido una variedad de mosquito asociada a la trasmisión del virus dos y la confirmación de las sospechas cubanas vino de un tribunal estadunidense en el que el cabecilla terrorista de origen cubano Eduardo Arosena confesó que su grupo lo había introducido en Cuba. La otra pata de la tenaza no tardó en apretar cuando transnacionales yanquis se negaron a vender a la isla el Abate, químico insustituible en la eliminación de las larvas del mosquito aedes aegypty, vector del dengue. La Habana debió entonces despachar expresamente aviones a Europa y Japón, donde finalmente pudo adquirir el producto.
La política exterior de la revolución Cubana se ha inspirado siempre en el ejercicio de la solidaridad con los pueblos. Pero es su solidaridad en salud la que ha tenido una presencia más abarcadora en el mundo, muy superior en cantidad y calidad a la de las grandes potencias. Con la Operación Milagro Cuba ha devuelto la visión gratuitamente a un millón seiscientos mis personas, de ellas 7183 mexicanos. El sistema de salud de Haití, por sólo citar un ejemplo de muchos, descansa desde hace años en la labor gratuita de una brigada médica cubana. En Cuba, estudian medicina becados 1041 jóvenes mexicanos y una brigada médica cubana asistió en el estado de Tabasco durante las inundaciones de 2007 al 21 por ciento de quienes recibieron atención facultativa. Cuba, como invariablemente en circunstancias semejantes, ha ofrecido a México su colaboración ante esta epidemia. Los hechos son los hechos.
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