Guillermo Almeyra
Rafael Correa fue elegido presidente con una mayoría absoluta y casi seguramente tendrá también la misma mayoría en la Asamblea Nacional. La oposición de derecha, fragmentada, llega apenas al 40 por ciento si se suman los votos del gran magnate bananero y ex presidente Gustavo Noboa, en su feudo clientelar de Guayaquil (un poco más de 11 por ciento), con los de Lucio Gutiérrez, el militar proimperialista expulsado por un motín popular en 2005, que odia a Noboa y lo ha remplazado como eje de la oposición. Es verdad que los partidos de la Alianza País que respaldó a Correa tienen diferencias entre sí en importantes cuestiones pero, como bloque, coinciden con el antimperialismo del presidente y con la orientación de su política económica en defensa de la soberanía nacional sobre los recursos naturales y a favor de los sectores más pobres de la población. Además, apoyan su política integracionalista a nivel sudamericano y su opción por la Alba (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América), que ha llevado a Ecuador al rango de observador de la organización a la espera de poder ser miembro pleno.
El abrumador triunfo de Correa refuerza a la Alba y a la política del presidente triunfante (que personalmente cuenta con un nivel de respaldo popular casi 15 por ciento superior al de los votos de su coalición), lo cual le dará mayores márgenes de maniobra ante los efectos de la crisis mundial en el país. Ecuador, en efecto, depende fundamentalmente de la venta de petróleo y de las remesas de sus emigrantes. El precio del crudo ha caído abruptamente y también disminuyeron drásticamente las remesas y muchos ecuatorianos que perdieron su trabajo en España o en Estados Unidos vuelven a un país que enfrenta desde siempre una desocupación endémica y tiene muy bajos ingresos. Hay que agregar a esto que los gobiernos reaccionarios impusieron el dólar como patrón monetario y será difícil –aunque es indispensable– salir de esa trampa en plena crisis mundial, aunque entre las perspectivas de la misma figure el derrumbe del dólar, mientras la constitución de una moneda común de la Alba o de Unasur será un proceso lento y complicado.
Esos factores, así como la disminución de la renta petrolera de Venezuela, que es el eje de la Alba, amenazarán a los gobiernos de Quito, Caracas y de los otros países miembros del bloque antimperialista. Hasta ahora, los gobiernos del mismo, en vez de ponerse a la defensiva, han decidido radicalizar y profundizar sus políticas y sus triunfos electorales los legitiman y refuerzan. Pero la derecha cuenta con la crisis mundial para tratar de desestabilizarlos. De modo que los triunfos gubernamentales en las elecciones (como se vio en Bolivia o en Venezuela) sólo empujan a las clases dominantes a buscar la desestabilización por todos los medios –sin excluir ninguno– de los gobiernos constitucionales de Hugo Chávez, Evo Morales o Rafael Correa.
Se marcha así hacia una agudización del enfrentamiento entre las clases, en medio del sabotaje económico de los factores de poder
a los gobiernos constitucionales. Los sectores populares ecuatorianos, como los ecologistas o el partido indígena Pachakutik (que sólo obtuvo un parlamentario), que tienen diferencias con Correa en torno a la protección de la selva ante la industria petrolera, quedaron aislados en la votación pues no supieron organizar claramente un apoyo crítico. Ahora, ante la nueva situación que se ha creado y ante la crisis, si no elevan su comprensión del proceso y del sentimiento popular para mantener su independencia crítica pero apoyar lo que merezca ser apoyado, podrían ser barridos por el mismo proceso que acabó con los partidos burgueses tradicionales y que no tolera las organizaciones que ponen sus intereses sectoriales por sobre los de la inmensa mayoría popular.
Una cosa es no ceder ante el caudillismo, que apoya ciegamente a un líder incluso en el error, y mantener el derecho a la crítica ante posiciones erróneas (como las de Correa sobre los derechos de las mujeres o sobre el mantenimiento de una concepción extractivista en cuanto a los recursos naturales, a pesar de que la Constitución por él promovida incluye a la naturaleza como sujeto de derechos) y otra es no comprender el sentimiento popular y aislarse de él (como las vacilaciones de Pachakutik frente al proceso constituyente). La izquierda que se orienta hacia el socialismo, o simplemente la izquierda social, tiene intereses comunes con el amplio movimiento nacionalista antimperialista dirigido por Correa. Para avanzar sin romper, para criticar sin caer en la oposición, sólo queda el camino de explicar y organizar cuáles deben ser las consecuencias anticapitalistas de los planteos y aspiraciones socialistas bienintencionados pero abstractos del líder carismático y luchar por la autorganización y la autogestión de los sectores populares para combatir la tendencia a la burocratización del aparato estatal y la centralización del poder.
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