Traducido para Rebelión por S. Seguí |
Yakob Rabkin es profesor titular de una cátedra del departamento de Historia de la Universidad de Montreal y miembro del Centro canadiense de estudios germánicos y europeos. En su libro En nombre de la Torah, Rabkin aborda la historia de la oposición judía al sionismo. Tema espinoso, del que se habla poco pero que resulta crucial para comprender la diferencia entre dos conceptos que a menudo se confunden y se solapan erróneamente: ser sionista y ser judío. En su libro, Rabkin explica cuáles son las razones teológicas y religiosas en que basan su rechazo del Estado de Israel muchos judíos.
En nombre de la Torah es un libro que ha levantado polémica y que tiene por objeto aclarar las diferencias entre la ideología sionista y el judaísmo. ¿Cuáles son estas diferencias? ¿Por qué según usted la existencia de Israel no sería compatible con los preceptos de la Torah?
El sionismo representa un movimiento nacionalista que tiene cuatro objetivos esenciales: transformar la identidad transnacional judía, basada en la Torah, en una identidad nacional según el modelo de las europeas; desarrollar una lengua nacional fundada en el hebreo bíblico y rabínico; trasladar a los judíos de sus países de origen a Tierra Santa; y establecer un control político y económico sobre Palestina. Tanto los sionistas como sus adversarios concuerdan en un punto: el sionismo y el Estado de Israel constituyen un momento de ruptura en la historia judía. Esta ruptura es el resultado de la emancipación y la secularización de los judíos en Europa durante los siglos XIX y XX. En el mundo judío europeo de finales del XIX, el sionismo aparece como una amenazadora e incongruente paradoja. Por una parte se trata de un movimiento modernizador que actúa contra la tradición, por otra parte idealiza el pasado bíblico, utiliza símbolos tradicionales y aspira a realizar concretamente el sueño milenario del pueblo judío. Sobre todo, el sionismo ofrece una nueva definición del ser judío: la identidad judía pierde su sentido normativo y el nuevo judío se asimila a una raza, a un pueblo o a una etnia. Esta concepción sitúa en un mismo plano a sionistas y antisemitas. El historiador israelí Yosef Salmon, a la vez que reconoce las múltiples posiciones que caracterizan la oposición religiosa judía al sionismo, da una definición: “En pocas palabras, el sionismo es visto como una fuerza de secularización de la sociedad judía (…) Dado que sus programas más importantes están asociados a la Tierra de Israel , objeto de las esperanzas mesiánicas tradicionales, es infinitamente más peligroso que cualquier otra fuerzas secularizadora, y por consiguiente es preciso criticarlo.” Ello explica la persistencia de la oposición al sionismo en los ambientes judíos tradicionales. Se trata de una oposición poco conocida y es por esta razón que la menciono. Este libro ha sido traducido inicialmente al italiano y luego a nueve lenguas. Lo que prueba la actualidad permanente de este asunto.
En el capítulo VI habla usted del Holocausto y de cómo éste ha servido para legitimar la ideología sionista. ¿En su opinión, ha habido una instrumentalización de este trágico acontecimiento?
Mi libro sólo trata superficialmente la instrumentalización del Holocausto, destinada a legitimar el Estado de Israel y la ideología sionista. Diversos estudiosos, entre otros Norman Finkelstein, han consagrado a este tema obras enteras. Mi libro añade a éste un análisis del discurso tradicional judío en relación con el Holocausto, incluyendo también las graves acusaciones dirigidas a los sionistas por diversas corrientes judías.
¿Por qué no se define usted como sionista?
Cuando Ben Gurión, en 1948, proclamó el nacimiento del Estado de Israel, en contra de la voluntad de los países limítrofes, e incluso de grupos judíos tradicionales, condenó la región a un conflicto crónico. Es una fuente de inestabilidad en el mundo y es el origen de la confusión creada entre el judaísmo rabínico, que aborrece el recurso a la fuerza, y el sionismo, ampliamente basado en la fuerza desde sus orígenes. Esta falta de claridad es peligrosa y deliberadamente mantenida y acentuada a fin de que el Estado de Israel pueda ser el único representante de los judíos en el mundo. Entre los sionistas y los judíos, laicos y religiosos, que se oponen a Israel hay una profunda fractura. Cada vez más a menudo los judíos se preguntan públicamente si el Estado-nación étnico establecido en Oriente Próximo es un buen garante de la seguridad de los judíos. Hay en muchos la preocupación por el hecho de que el sionismo militante destruye los valores morales judíos y pone en peligro a los judíos, israelíes y no israelíes. Comparto estas preocupaciones y, por mi parte, intento poner en evidencia aquello de lo que los padres fundadores estaban orgullosos: el antagonismo radical entre sionismo y tradición judía. Soy, por principio, opuesto a todo tipo de nacionalismo étnico exclusivo.
¿Qué responde usted a quienes sostienen que su tesis puede fomentar el antisemitismo y cuáles son los puntos en común entre antisemitismo y sionismo?
No recuerdo haber recibido críticas de este tipo. En cambio, quienes han leído mi libro consideran que puede aplacar la violencia anti judía en Europa, y que proporciona argumentos contra el antisemitismo: después de haberlo leído resulta imposible confundir el judaísmo con el comportamiento de un Estado que pretende hablar en nombre de todos los judíos. Hay algunos puntos de convergencia entre antisemitismo y sionismo que explican el rechazo del sionismo por parte del pueblo judío. Por ejemplo, la visión nacionalista del judío es propia tanto del sionismo como del antisemitismo que han sufrido los judíos en el curso del siglo XX. Ambos afirman que la verdadera patria del judío es Israel y no su país natal, en el que, según las dos ideologías, nunca podrá integrarse.
¿Estamos asistiendo al nacimiento de una opinión pública judía e internacional crítica con la capacidad de Israel de garantizar la seguridad a los judíos? ¿Qué papel puede tener esta corriente en la determinación de determinadas políticas israelíes?
Desde sus comienzos, el proyecto sionista ha recibido críticas. Hannah Arendt, Albert Einstein, Martin Buber y diversos rabinos han mostrado reservas en relación con el nacimiento de Israel. Y sin embargo, los sionistas han creado su estado sin prestarles atención. Hoy sería sin duda más eficaz convencer a los líderes políticos occidentales de que traten a Israel como a cualquier otro estado, sin tener en cuenta ni el mito del estado judío, ni el Holocausto. Por mediación de las capitales de sus países, los judíos pueden tener un impacto concreto y hallar la oposición que falta en Israel.
¿Cómo han acogido su libro en el mundo árabe y en el mundo judío?
He recibido muchos correos electrónicos de apreciación por parte de lectores judíos, cristianos y musulmanes. Grandes periódicos israelíes, libaneses, argentinos, canadienses, italianos y muchos otros han hablado del libro ofreciéndome la oportunidad de presentarlo. A la vez, diversos medios sionistas fuera de Israel han hecho el silencio sobre la obra.
Su libro termina con una frase del historiador israelí Boas Efron: “El Estado de Israel y todos los estados del mundo nacen y desaparecen. También Israel desaparecerá (…) Pero supongo que el pueblo judío seguirá existiendo mientras siga la religión judía, quizás algunos miles de años más. La existencia de Israel no presenta ninguna importancia para la del pueblo judío. Los judíos del mundo pueden vivir muy bien sin él.” ¿Cuál será el futuro de Israel, en su opinión?
La mayor parte de los israelíes no son judíos practicantes. Además, en un número significativo de casos, la ciudadanía israelí es equívoca, como ha demostrado recientemente el historiador israelí Shlomo Sand. Éste considera el pueblo hebreo como un concepto europeo, inventado para satisfacer las necesidades del sionismo. Es innegable que la formación de la identidad israelí nace en oposición a la judía tradicional. Israel niega esta evidencia, por cuanto pretende ser el Estado de todos los judíos del mundo antes que serlo de sus propios ciudadanos, judíos o no. Es en este punto donde noto tensiones internas, sin tener sin embargo la aspiración de predecir el futuro de este Estado.
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