Y alguna razón deben tener, no porque vaya a disminuir el paro, no porque los trabajadores vayan a tener mejoras sociales, no porque la educación pública, laica y humanística vaya a ser el principal foco de inversión de los gobiernos, no porque se atisbe la desaparición de las desigualdades, del hambre, de la explotación, sino porque el capitalismo, gracias a todos nosotros, puede haber encontrado otro filón con el que llevarnos definitivamente a la ruina económica, ecológica y moral. Nadie le pida jamás a un capitalista que piense a largo plazo, el beneficio y la acumulación de capitales no saben de plazos largos. A esa especie le va más el regate en corto, el hoy, el mañana y, como mucho, el pasado mañana. No hemos salido todavía, y tengo serias dudas de que lo hagamos, de la mayor estafa de la historia y esos tahúres ya nos tienen preparada otra que puede tener consecuencias absolutamente funestas.
Desde hace unos meses leo en muchos medios de comunicación reclamos para invertir en petróleo, un bien escaso y por tanto con unas posibilidades inmensas de proporcionar beneficio a corto plazo al no haberse producido cambios estructurales respecto a su consumo. En julio de 2008, el petróleo, debido a la política económica depredadora promovida por los organismos económicos internacionales y al consumismo compulsivo de la parte pudiente de la sociedad, llegó a su máximo histórico: 147 dólares. Pese a los augures que anunciaban la llegada del lobo, los especuladores siguieron comprando petróleo a ese precio y almacenándolo en enormes depósitos marinos –petroleros- y terrestres, con la esperanza de que en pocas semanas alcanzase los doscientos dólares. Pero llegó el batacazo, la quiebra del sistema financiero internacional, la gran estafa al descubierto, el ciclo bajista que necesita el capitalismo para limpiarse de impurezas, de costes, que no son otra cosa que derechos laborales, sociales, políticos y económicos, es decir para zafarse de todo aquello que impide que el beneficio sea aún mayor, total. Ante la caída brutal de la demanda de crudo, la OPEP decidió en octubre del pasado año extraer un millón y medio menos de barriles, esperando que con esa medida los precios, que habían descendido a los 32 dólares en febrero, se animaran y pudiese retomarse la corriente alcista. Los especuladores petrolíferos no sabían que hacer con tanto oro negro devaluado guardado en sus letrinas y las medidas de la OPEP no parecían dar resultado. Fue entonces cuando los líderes y los organismos mundiales comenzaron a hablar de esperanza, del posible final de la crisis para un jueves de estos. El gigante chino comenzó a moverse de nuevo, no al ritmo de antaño, pero sí con el poderío que da tener a un ejército de cientos de millones de esclavos obligados a trabajar de sol a sol, los estraperlistas dieron salida al crudo almacenado y comenzaron a comprar nuevas remesas, volviendo a guardarlas en sus silos. Al comprobar que los precios comenzaban a subir, los medianos inversores siguieron la misma pauta, entregando sus dineros a los trileros del sistema, consiguiendo en unos meses, los que van de febrero a mayo de este año que el petróleo llegase a los 67,50 dólares, un precio que duplicaba con creces el de febrero de este mismo año. Por si fuera poco, hay una absoluta confianza en medios financieros y bursátiles de que el aceite de piedra pueda alcanzar a finales de año los 75 dólares. Estamos, pues, ante otra estafa de nivel sideral promovida y auspiciada por la mano invisible que mueve el mercado y se ríe de nosotros, del pueblo que paga quiebras y sufre despidos, a mandíbula batiente.
¿Qué ocurre, se está saliendo de la crisis, estamos al final del túnel, ha llegado de nuevo la eterna primavera que siempre es efímera para la mayoría de los mortales? No creo. Evidentemente, si los estraperlistas, los estafadores, los especuladores que mandan en el sistema han decidido invertir en petróleo, es porque algo se mueve, porque están seguros de que van a ganar muchísimo dinero en un horizonte no muy lejano. Pero no se está saliendo de la crisis porque a los capitalistas que manejan la mano invisible, las crisis les vienen como anillo al dedo. Volverá a subir el PIB, volverán, después de haber expulsado del mercado a miles de pequeñas empresas, a crecer los beneficios de las grandes corporaciones, volverán a tener beneficios los bancos, incluso las automovilísticas con la ayuda económica de los Estados, pero continuará el paro, con la nada desdeñable probabilidad, de que se haga endémico en algunas regiones del planeta y en algunos segmentos de edad, se alargará, por increíble que parezca, la jornada laboral, se invertirá en policía, se bajarán los impuestos a las transnacionales y los ricos y se organizará otro genocidio en algún país de los marcados en rojo en la lista negra del Pentágono.
El poder de las grandes corporaciones ha llegado a ser tal, con todos los grandes medios bajo nómina, que después de haber estafado a la Humanidad y de ponerla en la peor situación en décadas, después de haber obligado a los gobiernos a entregarles una cantidad de dinero tal que habría bastado para eliminar definitivamente el hambre en el mundo, para dar estudios universitarios a todo el que lo desease, para construir hospitales hasta en el más remoto lugar del planeta, para desarrollar, y acabar así con los flujos migratorios forzosos, las áreas más pobres de la Tierra, tienen la cara dura, la inmensa cara dura, de estar planeando, delante de nuestras narices, otra estafa de calibre similar o superior, pues ésta puede no tener remedio. Cuando el petróleo se acercaba peligrosísimamente a los doscientos dólares el barril y la crisis era inminente, había gobiernos que planteaban ya como ineludible el cambio de modelo energético, el progresivo abandono del petróleo y su sustitución por energías renovables. Se hablaba de ayudar a la industria automovilística siempre que mantuviese los puestos de trabajo en el mismo lugar y acometiese una renovación en toda regla que incluyese la sustitución de los motores convencionales por otros –ya inventados- que utilizasen hidrógeno o electricidad. Todo se ha parado, como si nada hubiese pasado. Los gobiernos entregan de nuevo millones a las automovilísticas y éstas siguen con los motores de petróleo sabiendo que eso no tiene futuro, que eso es el suicidio, que, como dice José Luis Sampedro, de retomar las pautas de consumo de energías fósiles anteriores a la crisis, en diez años el petróleo costará por encima de los trescientos dólares el barril, lo que hará inviable cualquier actividad económica y humana, iniciándose un periodo de inestabilidad política, de proporciones difícilmente mensurables, por el control de lo que quede de esa fuente de energía. Llegado ese momento, la energía nuclear será presentada como última tabla de salvación, trasladando la guerra del mundo islámico, que es el del petróleo, al mundo negro, que es el del uranio.
El control político y económico de África ha costado millones de muertos y la pobreza de un continente que tiene la desgracia de tener todo aquello que el opulento primer mundo necesita y se lleva sin su permiso mediante la corrupción, la conquista o la guerra. Europa, siempre Europa, está perdiendo una de sus últimas oportunidades. Ha renunciado a cambiar de modelo económico y apuesta porque todo siga igual, pero otorgando más derechos para quienes más tienen y menos para los trabajadores. Pagará el petróleo, mientras haya, a precios que la sumirán en una crisis crónica, después será esclava del uranio que tiene África pero que está en manos de las grandes transnacionales y sus ejércitos imperiales. Habría sido todo tan sencillo, como aprovechar la actual crisis para cambiar el combustible fósil de los automóviles, por otro renovable. Se habría dado un paso de gigante. De este modo, han elegido por nosotros, el camino a Perdición
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