Thursday, June 25, 2009


por Thierry Meyssan*

Numerosos lectores reaccionaron coléricamente ante el más reciente artículo de Thierry Meyssan, quien estima que su obligación es responder. Incorregible, el autor no se disculpa sino que reafirma su punto de vista.

Mi reciente artículo «[La CIA y el laboratorio iraní-

Y es que Irán no es un Estado cualquiera. Al igual que la Francia de 1789 y de la Rusia de 1917, el Irán de 1979 desencadenó un proceso revolucionario que contradice aspectos fundamentales del modelo «occidental» triunfante, y lo hizo a partir de una fe religiosa. Treinta años más tarde, nosotros, los «occidentales», seguimos viendo el pronunciamiento del Pueblo iraní como una condena moral hacia nuestro propio modo de vida, o sea hacia la sociedad de consumo y el imperialismo. En revancha, no logramos encontrar la calma más que persuadiéndonos a nosotros mismos de que la realidad es sólo un sueño y de que nuestros sueños son la realidad. Dicho de otra forma: los iraníes quisieran vivir como nosotros, pero no pueden hacerlo por culpa de una terrible banda de sacerdotes con turbantes.

Cuando se trata de explicar el Irán moderno a los que quisieran entenderlo, ni siquiera sé por dónde empezar. Treinta años de propaganda han creado una multitud de imágenes falsas, imágenes que habría que desmontar una por una. Luchar contra la mentira es una tarea muy difícil y la coyuntura no es la más favorable para hacerlo. Me gustaría hacer solamente algunas observaciones previas.

La revolución islámica fue fuente de grandes progresos: los castigos corporales se hicieron excepcionales, el derecho sustituyó a la arbitrariedad, las mujeres han alcanzado un nivel educacional que sigue en aumento, todas las minorías religiosas están protegidas –con la desgraciada excepción de los Baha’is–, etc. Cuando se abordan cada uno de esos temas, mientras que Occidente encuentra execrable al régimen iraní, los iraníes piensan por su parte que éste régimen es mucho más civilizado que la cruel dictadura del Shah, impuesta por Londres y Washington.

La revolución islámica tiene mucho aún muchos logros que alcanzar y tiene que lograr manejar ese sistema político, típicamente oriental, que, en aras de que cada cual encuentre en él su lugar, multiplica la cantidad de estructuras administrativas y lleva a la parálisis institucional.

Por supuesto, en la época del Shah existía también una burguesía occidentalizada que se daba la gran vida. Enviaba a sus hijos a estudiar en Europa y despilfarraba alegremente en las fiestas de Persépolis. Hasta que la revolución islámica abolió los privilegios de aquella burguesía. Son sus nietos los que hoy se lanzan a la calle, con el apoyo de Estados Unidos. Quieren reconquistar lo que perdieron sus familias, y ese algo no tiene nada que ver con la libertad.

En pocos años, Irán recuperó el prestigio que había perdido. Su Pueblo se enorgullece de haber aportado su ayuda a los palestinos y a los libaneses, ofreciéndoles medios para la reconstrucción de sus casas, destruidas por Israel, y armas para defenderse y recuperar su dignidad. Irán socorrió a los afganos y a los iraquíes, víctimas de regímenes prooccidentales y, posteriormente, víctimas de los propios occidentales. Esa solidaridad, los iraníes han tenido que pagarla a un precio extremadamente alto, han tenido que pagarla haciendo frente a la guerra, al terrorismo y a las sanciones económicas.

Por mi parte, yo me considero un demócrata. Yo doy la mayor importancia a la voluntad popular. No entendí por qué había que proclamar la victoria de George W. Bush sin terminar el conteo de los votos de los electores estadounidenses de La Florida. Tampoco entendí por qué, como lo hizo la burguesía de Caracas, había que felicitar a Pedro Carmona por encarcelar a Hugo Chávez, el presidente que el Pueblo venezolano había elegido. No entiendo por qué hay que llamar «Señor Presidente» a Mahmoud Abbas cuando impide la elección de sucesor secuestrando a los representantes del Pueblo palestino en los calabozos israelíes. No entiendo por qué se está preparando la aplicación del Tratado Constitucional Europeo, con un nombre diferente, cuando ese tratado fue rechazado por los electores europeos. Y en este momento, no veo en nombre de qué fantasmas tendría yo que alentar a la población de los barrios del norte de Teherán a pisotear el sufragio universal, y a imponer a Mousavi en el poder cuando el Pueblo se pronunció mayoritariamente por Ahmadinejad.

 Thierry Meyssan

Periodista y escritor, presidente de la Red Voltaire con sede en París, Francia. Es el autor de La gran impostura y del Pentagate


Why should I look down on the Iranian people’s choice?


by Thierry Meyssan*

Many readers have reacted angrily to Thierry Meyssan’s latest article. It is his duty to reply to them. Incorrigible and far from apologizing, he sticks to his guns.


My recent article, « The CIA and the Iranian experiment » caused me to receive numerous and mostly abusive emails. It had been a very long time since I last received so many outraged comments. Most of these readers accuse me of being so blinded by « rabid anti-Americanism » as to defend the « dictatorship of the mullahs » and to ignore the wave of young Iranians fighting without weapons « for freedom ». When read carefully, these emails turn out to be poorly argued, yet they flow with irrational passion; it is as if one could not talk about Iran without being overcome by emotion.

Indeed, Iran is a state unlike others. Following the example of France in 1789 and USSR in 1917, Iran in 1979 initiated a revolutionary movement that questioned fundamental aspects of the triumphant « Western » model; this was done on the basis of a religious faith. Thirty years later, we « the Westerners » continue to experience the expression of the Iranian people as a moral condemnation of our lifestyle, that is to say of a consumer society and of Imperialism. By contrast, we can only find peace of mind by persuading ourselves that reality is a dream and that our dreams are real. The Iranian people would love to live like us but they are held back by a horrendous turban wearing clergy.

I do not know where to start in order to try to explain modern Iran for those who want to understand. Thirty years of propaganda have forged many fake pictures which should be deconstructed one by one. It is a huge task to see through these lies, and now is not the easiest time to do so. I simply want to make a few preliminary remarks.

The Islamic revolution has accomplished huge progress: corporal punishments have become very rare, the rule of law has replaced arbitrary decisions, women increasingly have access to education, religious minorities are all protected – with the regrettable exception of the Baha’is –, etc. Regarding all of these issues for which we call the current regime despicable, the Iranian people believe on the contrary that it is far more civilized than the cruel dictatorship of the Shah imposed by London and Washington.

The Islamic revolution still has a long way to go. It must also come to terms with its Eastern political system which, in order to make room for everyone, multiplies administrative structures and results in institutional paralysis.

Of course, there is a Westernized upper-class who thinks that life was better in the days of the Shah. They would send their children to study in Europe and would spend lavishly at parties in Persepolis. The Islamic Revolution abolished their privileges, and it is their grandchildren who are now demonstrating in the streets. With the help of the United States. They want to get back what was taken from their families, which has nothing to do with freedom.

In a few years, Iran has regained her lost glory. Her people pride themselves in assisting the Palestinian and Lebanese people, offering to rebuild their homes destroyed by Israel as well as weapons to defend themselves and reclaim their dignity. They helped the Afghans and the Iraqis, victims of pro Western regimes and then of Western regimes themselves. The Iranians have had to pay dearly for their solidarity, with war, terrorism and economic sanctions being the price.

As for me, I am a democrat. I attach a lot of importance to popular will. I did not understand why the victory of George W. Bush was announced before the result of the vote of American citizens in Florida was known. I did not understand either why, with the upper-class in Caracas, Pedro Carmona should be congratulated for having sent Hugo Chavez to jail after he had been elected president by the Venezuelan people. I do not understand why Mahmoud Abbas should be called « Mister President » while preventing the election of his successor by having the representatives of the Palestinian people illegally detained in Israeli jails. I do not understand why the European Constitutional Treaty application is being orchestrated under a different name after voters rejected it. And today, I do not see which fantasies justify encouraging the population of the northern neighborhoods of Tehran to trample on universal voting and impose Mousavi after the majority of the people chose Ahmadinejad.

 Thierry Meyssan

Journalist and writer, president of the Voltaire Network.


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