Sunday, December 20, 2009


La cultura del espectáculo

Sara Sefchovich

El Universal

Domingo 20 de diciembre de 2009



En un artículo reciente, Luis Medina Peña se muestra sorprendido de que para los festejos del bicentenario de la Independencia y centenario de la Revolución, el presidente Felipe Calderón “haya optado por refugiarse en la estratagema mediática”, presentando como producto importante una teleserie, y se lamenta de “la celebración reducida a telenovela”.

Según el autor, la razón de este proceder es el desgano del mandatario por los festejos, mismo que atribuye a que a él, como a millones de mexicanos que no son liberales, la historia oficial no les dice nada, no se reconocen en ella: “Debe ser sumamente difícil para la élite gobernante actual afrontar las celebraciones. Debe resultarles incómodo gobernar a una nación con cuya inmensa mayoría se encuentran en estado de constante disonancia cognoscitiva y tener que respetar los ritos y símbolos heredados”.

Dejando de lado la discutible afirmación de la existencia de una “inmensa mayoría” que sí se reconoce en la versión liberal y laica de la historia (ojalá fuera así), me parecer sin embargo, que la razón que explica la decisión presidencial es mucho más simple: Felipe Calderón está siguiendo la cultura del día en la que todo es espectáculo. Va a cumplir con lo que hay que cumplir al modo de los tiempos que corren y lo va a hacer a través del medio más privilegiado que existe para acceder al mayor número de personas, que es la televisión.

Que por allí va la explicación resulta evidente cuando vemos lo que hacen los demás: el gobernante de la capital, que se ostenta como de izquierda, manda colocar un árbol de navidad gigante, que no es un símbolo tradicional mexicano y sí es un símbolo religioso en un país constitucionalmente laico, pero de lo que se trata es del espectáculo. Y en todo el territorio sucede algo parecido: desde gobernadores hasta presidentes municipales de todos los partidos han anunciado, según el Catálogo nacional de proyectos para las conmemoraciones. México 2010, editado por la Secretaría de Gobernación, casi 2 mil propuestas de espectáculos como desfiles militares y deportivos, siembra de árboles y bautizos de parques, generaciones escolares, transportes públicos y escuelas con nombres de héroes (y de otros personajes, algunos de ellos por cierto, contrarios a lo que se celebra). Paco Ignacio Taibo II cita algunos ejemplos: la iluminación del Cristo de las Noas en Torreón, la creación de una banda de guerra monumental en Nayarit y la construcción de una terminal de cruceros en Manzanillo, pura “pompa y oropel” igual que con Porfirio Díaz en 1910.

Pero es que eso es lo que gusta. En este modo de hacer las cosas confluyen la tradición católica e imperial española que, como escribió Néstor García Canclini, “habría promovido en México la recreación, la grandiosidad” y la cultura del mundo de hoy en la que, como afirma Chris Hedges, todo es espectáculo, el “imperio de la ilusión.”

Por eso cuando Denise Maerker escribió en EL UNIVERSAL que no se debían gastar los 2 mil millones de pesos programados para la noche del 15 de septiembre del 2010 en el Zócalo capitalino (se contrató a los mismos que organizaron la inauguración de los Juegos Olímpicos en Beijing, que cobrarán 60 millones de dólares y se van a gastar mil millones de pesos en la publicidad), la respuesta de sus lectores fue que la periodista estaba equivocada, porque cuando hay algo que celebrar hay que echar la casa por la ventana.

Nuestros gobernantes y empresarios ya lo entendieron (a diferencia de los intelectuales) y por eso nos dan puro espectáculo, aunque lo envuelvan en la retórica de que eso es cultura o celebración de la historia y de la identidad o defensa de lo propio.



En conclusión: que se trata de algo mucho más simple y superficial que lo que quisiéramos. No tiene que ver con si la historia oficial le dice algo a unos y no a otros, ni con si ciertos grupos se reconocen o no en los movimientos sociales y los héroes del pasado y el presente, ni con si la versión que nos cuentan como la misma para todo el país (que no nación como me señala un lector) efectivamente lo es. Se trata única y exclusivamente de la cultura de hoy en la que todo es y quiere ser espectáculo.

sarasef@prodigy.net.mx

Escritora e investigadora de la Universidad Nacional Autónoma de México

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