Este 1 de marzo se cumple un año del día que tropas colombianas aérotransportadas supeditadas a la tecnología multinacional bombardearon territorio ecuatoriano dando muerte a Luis Edgar Devia Silva, alias Raúl Reyes, número dos de las FARC.
Junto con el jefe insurgente fueron asesinadas, mientras dormían, 24 personas más, incluidas 4 mexicanas y una más de nacionalidad del país agredido.
La violación de la soberanía ecuatoriana fue rechazada por la comunidad internacional, en particular por la OEA y el Grupo de Río. Por su parte, el presidente colombiano Álvaro Uribe pidió un disimulado perdón y a renglón seguido promovió una atrabiliaria perorata sindicando de colaboración, por parte de Ecuador y Venezuela, con la insurgencia de las FARC. Le exigió a la vecindad que fijara criterios sobre si en definitiva entraban en el credo de la seguridad democrática o si se cubrían con la colcha del terrorismo. No era la primera vez que el habilidoso jefe de Estado hacía caso omiso de las fronteras, de la diplomacia y del respeto a una democracia colindante para continuar con su cruzada. El Ministerio de la Defensa colombiano reconoció, en su momento, haber desembolsado dinero para pagar sobornos y logística con los cuales se inmovilizó en Caracas y luego trasladó ha territorio fronterizo, sin el concurso oficial de las autoridades locales, al rebelde Rodrigo Granda, para quedar finalmente, éste, a disposición del gobierno de Bogotá.
Es el traslado a las relaciones internacionales de la receta uribista que le ha permitido al mandatario colombiano mantenerse dos periodos consecutivos en el poder. Para el consumo criollo, quién no está con sus designios es un colaborador del terrorismo. De esa misma jaculatoria echó mano para avasallar ante el mundo a los presidentes Correa y Chávez.
Si hay que chapucear la ley, reducirla o ampliarla, sobornar, timar, negociar con delincuentes, se hace; no se para en mientes, el fin justifica cualquier medio, incluida la presentación de un miembro mutilado para cobrar la recompensa. En el campo de la ética, el salvaje medio oeste tuvo mayor consideración por los códigos y el don de gentes. Todo es válido, en aras de calcar al carbón la conducta del capataz que masacró a Irak sobre la base de una mentira y avergonzó a la humanidad justificando la tortura y violando todos los avances sobre derechos humanos librados por la civilización. No obstante, -la potencia del norte- se reclama juez cada año con sendos informes firmados por el departamento de Estado, chantajeando gobiernos con sus listas y calificaciones. El colmo del cinismo.
Pero la operación Fénix (así se llamó en lenguaje castrense el ataque en suelo ecuatoriano) oculta otra realidad que se agita impúdica bajo las enaguas de las agencias de noticias. Es la larga garra de la Agencia Central de Inteligencia, CIA.
Nos referimos, no solo a la presencia de la “colaboración” israelí y norteamericana en el mencionado operativo, sino al activismo que desarrolla la agencia preocupada por los rumbos que toman plurales naciones latinoamericanas lejos de la coyunda centenaria a la que las sometió el tío Sam.
Bolivia, Ecuador y Venezuela utilizan todas sus energías en aras de desentrañar el abuso y ensañamiento de la ingerencia estadounidense, a través de sus sombríos “agregados” diplomáticos, que en esencia son aventajados sherifes del espionaje gringo. En el caso de Quito, no sólo es la manifiesta incomodidad del norte por la sorpresa ante los nuevos rumbos, sino la decisión de dar por terminada la operación de la base militar de Manta, la revisión de los contratos de exploración energética y la consolidación del proceso liderado por Rafael Correa. Igual ocurre con la abierta y descarada intervención en los asuntos de Bolivia y también de Venezuela. La CIA nunca consintió que sus repúblicas bananas se relajaran, y está dispuesta a superar sus propias arbitrariedades a objeto de poner en cintura las lozas de su patio trasero. Con una pequeña sorpresa, como dicen que afirmó Galileo Galilei, ante el tormento de la Inquisición: “de todas maneras el mundo se mueve”.
La América del siglo XXI no es la de Somoza, Trujillo, Pérez Jiménez, Stroessner, Videla y Pinochet. No es la época ya en que los mandatarios ungidos por los principales del municipio acudían piadosos a las embajadas gringas a pedir bendiciones o a renovar obediencias. La CIA sabe que los nuevos gobiernos levantan la voz y reclaman respeto. Sus misiones diplomáticas, con escasas excepciones, van a tener que acostumbrarse a comportarse como tales sino quieren terminar amontonadas en Washington ante las expulsiones que sobrevendrán como ocurrió, recientemente, en La Paz.
Sin embargo la agencia tiene intacta aún su “Meca” latinoamericana. Es Bogotá, la que funge con el hábito del esquirol. Allí la CIA se mueve a sus anchas, resolviendo entuertos e improvisando remiendos de otras latitudes. Por eso continuará la fallida lucha contra las drogas, como entramado de autopistas que le permite acceder a donde antes se le veneraba y ahora se le declara non grata. Tanto como que ya el gobierno de Uribe, por boca de su inefable ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, pasó de negar a aceptar que en Colombia, Estados Unidos, encontrará abrigo para su base militar desterrada del vecindario. No estamos exagerando, por esta y muchas razones más, si sostenemos que las fronteras de Colombia con Ecuador y Venezuela e incluso Brasil, han sido tomadas por la CIA como nuevo coto de caza.
No comments:
Post a Comment