ARNALDO MUSA
Islandia
Hasta hace poco Islandia era considerada la niña mimada del neoliberalismo, porque para los medios de comunicación occidentales, los poco más de 310 000 habitantes disfrutaban de un régimen que combinaba lo mejor de los países nórdicos y de Estados Unidos.
Protestas tan violentas como cuando se anunció la entrada a la OTAN.
Sí, la llegaron a comparar con el Paraíso, y hasta el diario español El País la calificaba de maravilla y ayudaba a divulgar la imagen de la pequeña nación:
La sexta renta per cápita del mundo, donde la gente compra más libros, con la mayor expectativa de vida para el hombre, la única de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) que no tiene fuerzas armadas (se prohibieron hace 700 años), la de mayor proporción de teléfonos móviles por habitante, con el sistema bancario que más rápidamente estaba expandiéndose en el planeta, el increíble crecimiento de las exportaciones, el aire cristalino, el agua caliente que llega directamente a todos los hogares desde las cañerías naturales de las entrañas volcánicas, etc., ¿qué podía superar a tanta felicidad?
Lo anterior podría ser creíble para aquellos que miramos con simpatías a los islandeses por su música y bailes que atraviesan fronteras, el rigor de varios equipos aficionados de fútbol que defienden desinteresadamente la camiseta de su fábrica, sin pensar mucho en las ganancias.
Pero la sombra de la crisis financiera engendrada por Estados Unidos comenzó a machacar a la isla puesta de ejemplo por los neoliberales: los tipos de interés superaron el 15% para tratar de defender una divisa que cayó en un 25%, y la Bolsa se hundió en un 40%, todo agravado por la regulación deficiente de su banco central.
Pero, además, su pequeña dimensión, que era básica para su éxito, también la hizo caer ante los lobos de los mercados de divisas, los especuladores y todo aquello dañino que apostaron contra su moneda devaluada, una altísima tasa de endeudamiento y un fuerte déficit comercial.
Así, los islandeses vieron como la política del Gobierno de derecha llevó al país a la bancarrota, por lo cual las protestas, hasta hacerlo caer, no se demoraron. Hoy hay un régimen interino con tendencia centroizquierdista, que prepara elecciones anticipadas para el 25 de abril venidero.
DEL LUJO Y DERROCHE AL COLAPSO
Apoyados en una coyuntura económica propicia y en préstamos en el extranjero, los inversionistas islandeses pusieron en práctica una agresiva expansión en el Reino Unido y Escandinavia, particularmente en Dinamarca, de la que se había independizado en 1944.
Al mismo tiempo que el sector financiero crecía y crecía hasta representar nueve veces su Producto Interno Bruto, aparecieron los primeros síntomas de decadencia de la economía neoliberal, a la que los bancos centrales de Suecia, Noruega y Dinamarca concedieron un crédito extraordinario de 1 500 millones de euros para inyectar fondos. La coyuntura internacional agravó progresivamente la situación, hasta que en octubre último se hundieron los tres principales bancos y con ellos los préstamos concedidos.
Pero aún fue peor, cuando el Gobierno accedió a un préstamo de más de 6 000 millones de dólares del Fondo Monetario Internacional y otros países nórdicos, lo cual no impide que, para este 2009, se espere un decrecimiento del 10%, la inflación llegue al 13% y el desempleo suba hasta el 7,8%.
Por eso no es de extrañar que las mencionadas protestas populares alcanzaran una dimensión tan grande como cuando fue anunciada la entrada a la OTAN. La realidad neoliberal hacia llegar el fin del cuento de hadas.
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