Guillermo Almeyra
El derecho al voto ha costado demasiado como para no ejercerlo y confundirse en la gran masa grisácea de las abstenciones, junto con los ausentes, los enfermos y los despolitizados que aceptan ser esclavos. Pero la cuestión de cómo y por qué se vota depende exclusivamente de lo que haga avanzar más la conciencia y la organización de las víctimas de un sistema que las obliga cada tanto a elegir entre los diversos candidatos a gobernar contra ellas, a cocinarlas en diferentes salsas. O, en el mejor de los casos, a dar un voto, simbólico, casi un saludo a la bandera, a una pequeña organización para intentar reforzar un núcleo posible de un futuro partido anticapitalista de masas o para mantener el programa necesario para ello.
Por eso en Francia habría votado por el Nuevo Partido Anticapitalista, a pesar de su sectarismo, y en Italia, por la alianza entre Refundación Comunista y los Comunistas Italianos, a pesar de las innumerables críticas que les he hecho y les hago. Pero en Argentina, en las legislativas del 28 de junio, o en México, el 5 de julio, creo que un voto programático y, sobre todo, la campaña organizativa para que éste sea representativo y para difundir qué es lo que vota uno, sirve mucho más y mucho mejor que un voto crítico por el sector llamado progresista de las fuerzas burguesas, para preparar la independencia política de los oprimidos y explotados. Sé que una gran cantidad de votos nulos en los sectores que normalmente sufragan contra la derecha podría provocar en Argentina que el peronismo kirchnerista pierda su mayoría parlamentaria y que la derecha se refuerce en las cámaras o, en México, éxitos del PRI-PAN, pero lo importante, para mí y para el espacio argentino Otro Camino es Posible, con el cual concuerdo, no son estas elecciones legislativas sino la lucha antes y después de las mismas por cambiar la relación de fuerzas real. O sea, por organizar las luchas y por vencer al paternalismo del aparato estatal, con sus agentes burocráticos sindicales y sus agentes ideológicos partidarios o eclesiásticos, derrotando así las bases políticas de las distintas fracciones en pugna del capital.
Por consiguiente, sigo bregando por un frente único de las fuerzas y organizaciones sociales, obreras, campesinas y de la izquierda para imponer un programa alternativo al del capital y defender la propiedad pública de los recursos naturales y de las palancas de la economía. Sigo exigiendo un plan de empleos basado en el aumento inmediato de salarios y pensiones, y el desarrollo del mercado interno. Continúo planteando la defensa del ambiente y de la economía campesina, la libertad de todos los presos políticos y procesados por causas sociales. Esas son las consignas que figurarán en mi voto. Las autoridades electorales, naturalmente, lo contarán como nulo, pero no lo será para mí y no será tampoco nulo en la lucha cotidiana. Porque, si se pudiese saber posteriormente cuántos de estos votos bronca
o votos alternativos aparecieron en las urnas, mi papeleta también podrá servir para organizar esa fuerza por ahora dispersa pero integrada por mujeres y hombres que actúan en sus lugares de estudio o trabajo y luchan en todos los terrenos por la liberación nacional y social.
¿Cómo es posible votar en Argentina por un gobierno que mantiene presos políticos y sociales; que ha vetado la ley de protección a los glaciares para favorecer a una compañía minera extranjera; que con el dinero de los jubilados concede créditos a la General Motors y a grandes empresas trasnacionales o nacionales; que no ha estatizado el petróleo, sino que ha garantizado en cambio a las petroleras extranjeras el derecho a explotarlo por otros decenios; que ni siquiera ha creado una junta nacional de granos para controlar la evasión de impuestos y divisas por los monopolios cerealeros y soyeros? Es cierto que ha tomado también medidas progresistas, como la estatización de las AFJP y la restatización de Aerolíneas Argentinas, del agua, del correo, pero ¿es posible cerrar los ojos ante la protección a los capitalistas con fondos de los trabajadores; el pago de la deuda externa; la aprobación, a pedido de Bush, de una ley antiterrorista, y, hasta hace poco, la promoción del cultivo de soya a costa de todo y de todos? ¿Cómo votar, por otro lado, por progresistas
que, como Pino Solanas o Claudio Lozano, sufragaron junto a la derecha oligárquica (el llamado campo
y el capital financiero) cuando el rechazo parlamentario a las retenciones a las ganancias de los soyeros? ¿Cómo hacerlo por grupos seudotrotskistas, como el MST, que se unieron detrás del campo
, o el Partido Obrero, que creyó táctico
unirse a los fascistas y la extrema derecha, como el seudo ingeniero Blumberg, en el reclamo de seguridad –léase, policía del gatillo fácil?
Y en México, ¿debería olvidar el carácter, el pasado y el presente del PAN o del PRI? ¿O tragar sapos para votar por los sempiternos aliados del PRIAN en la dirección y en las bancadas parlamentarias del PRD, que incluso están estudiando la expulsión de ese partido de Andrés Manuel López Obrador porque éste no los acompaña en su papel de tapete?
Creo que, en cambio, como en Argentina, es necesario formar, sin sectarismos ni exclusiones, un amplio frente político social por la libertad de todos los presos políticos y sociales; por el castigo a los asesinos, violadores, represores y depredadores; por garantías de empleo y aumentos de los ingresos de los más pobres, pagados por impuestos de los bancos y de los más ricos, y por una rebaja de los altos sueldos y el control popular de la corrupción; por aumentos a los jubilados; precios sostén a los campesinos, y planes de desarrollo para los territorios afectados por la disminución de las remesas, y defensa intransigente de los recursos naturales y de la propiedad pública de los mismos.
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