Voces del Director. Washington: La cabra siempre tira al monte
EL PROMISORIO DEBUT -al menos para los empedernidos optimistas- del gobierno del presidente Barack Obama, y su proclama de una “nueva era” en las relaciones internacionales de los Estados Unidos, están siendo sometidos a duras vencidas por la manga de nuevos conservadores -los neocons-, que de facto ejercieron el poder durante ocho años en suplenciadel renacido y sicológicamente maleable George W. Bush.
La continuidad bushiana de la política exterior de la Casa Blanca, está siendo forzada por la facción militarista en diversos puntos de la agenda del nuevo mandatario, pero sin duda la ocasión para imponer sus designios se ha hecho más evidente en la oportunidad electoral en aquellos enclaves en que se pretende mantener el orden estadunidense, que usa como boca de ganso al secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, uno de esos seres cuya extracción y fatalidad los exhibe como simples lacayos del poder imperial, y algunos gobiernos subordinados.
Casos para documentar esa percepción abundan. A manera de ejemplo, se puede citar como referencia el de Palestina, donde el triunfo de Hamas fue desnaturalizado y rechazado por occidente, no obstante el palmario reconocimiento de los observadores de la Fundación Carter para la Democracia, que calificaron el proceso de libre, limpio y democrático, criterio que avaló en su momento la ONU que, sin embargo, se pertrechó en el disimulo cuando Israel, fiel a su espejo diario, en un acto política y moralmente escandaloso, secuestro a 33 parlamentarios palestinos, encabezados por su líder, Aziz Ahdwek, que aún permanecen presos.
En Líbano, se realizaron elecciones para formar Parlamento el pasado 7 de junio. En el proceso se adjudicó el triunfo por diferencia relativamente mínima a la coalición Fuerzas del 14 de Marzo, de tendencia pro occidental y antisiria, que le permitió a su líder, Saad Harini, reafirmarse como Primer Ministro. La oposición, encabezada por Fuerzas del 8 de Marzo (Hezbolá) mereció el elogio de los medios occidentales por reconocer su derrota y facilitar la gestión de un gobierno de unidad nacional.
Ese suceso se cita porque contrasta diametralmente con los sucesos electorales de una semana después en Irán (12 de junio), donde desde las primeras horas se proclamó el triunfo, con el 66 por ciento de los votos a su favor (en términos absolutos serían más de 11 millones de sufragios), del presidente Mahmoud Ahmadinejad; resultado ratificado primero por autoridad electoral y luego por el Consejo de Guardianes de la Revolución Islámica. En este caso, el candidato perdedor Mirhorosein Musavi, se ha negado a admitir su derrota, y alentado -se cita primero por su jerarquía nominal- por el secretario general de la ONU, Ki Moon -quien exigió respetar “la voluntad genuina del pueblo”-, y por la ambigüedad del presidente Obama, levantó un movimiento de resistencia, a todas luces teledirigido, que incluso pretende poner en la picota la autoridad suprema de Irán, el ayatola Alí Jamenei.
Los medios occidentales, que previamente y por consigna crearon un clima de sospecha sobre el gobierno de Adhmadinejad, acosado sistemáticamente casi desde el inicio de su primer mandato, con el pretexto de la censura impuesta por Teherán han hecho un indiscriminado y desproporcionado uso de materiales gráficos y escritos presuntamente grabados y enviados por disidentes iraníes (una técnica de desinformación de vieja factura estadunidense repetidamente denunciada) que hablan de muertos, heridos, desaparecidos y encarcelados, para preparar el terreno a una eventual intervención armada extranjera, en agenda de los aliados desde los gobiernos de Bush y Tony Blair.
En esa deleznable estrategia -a la que no es ajena la abierta presión de Israel-, Obama se mueve en arenas movedizas. Por un lado, declara su voluntad de respetar la soberanía de la República islámica y declara no tener intención de interferir en sus asuntos internos, pero, al mismo tiempo, movido al parecer por aquellos “testimonios”, asegura haber “visto a mujeres valientes hacer frente a la brutalidad y las amenazas” del gobierno, para insistir en que los Estados Unidos está comprometido a impedir que Irán se convierta en una potencia nuclear.
Todo indica, pues, que si en materia de política interior, centrada fundamentalmente en los esfuerzos para remontar la devastadora crisis económica, Obama aprovecha relativamente amplios márgenes de autonomía de acción, en materia de política exterior parece rehén de los halcones de dentro y fuera de El Pentágono que pretenden empujarlo a emprender la primera guerra de “la nueva era”. En ese contexto, para efectos continentales la evolución del ensayo golpista en Honduras tiene variadas lecturas y una sola advertencia: Más de uno debe poner sus barbas a remojar. Y ese más de uno tienen nombre y apellido predeterminados.
Lo que queda claro, en ultima instancia, es que, independientemente del color de quien ocupe la Casa Blanca, la cabra siempre tira al monte.
La continuidad bushiana de la política exterior de la Casa Blanca, está siendo forzada por la facción militarista en diversos puntos de la agenda del nuevo mandatario, pero sin duda la ocasión para imponer sus designios se ha hecho más evidente en la oportunidad electoral en aquellos enclaves en que se pretende mantener el orden estadunidense, que usa como boca de ganso al secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, uno de esos seres cuya extracción y fatalidad los exhibe como simples lacayos del poder imperial, y algunos gobiernos subordinados.
Casos para documentar esa percepción abundan. A manera de ejemplo, se puede citar como referencia el de Palestina, donde el triunfo de Hamas fue desnaturalizado y rechazado por occidente, no obstante el palmario reconocimiento de los observadores de la Fundación Carter para la Democracia, que calificaron el proceso de libre, limpio y democrático, criterio que avaló en su momento la ONU que, sin embargo, se pertrechó en el disimulo cuando Israel, fiel a su espejo diario, en un acto política y moralmente escandaloso, secuestro a 33 parlamentarios palestinos, encabezados por su líder, Aziz Ahdwek, que aún permanecen presos.
En Líbano, se realizaron elecciones para formar Parlamento el pasado 7 de junio. En el proceso se adjudicó el triunfo por diferencia relativamente mínima a la coalición Fuerzas del 14 de Marzo, de tendencia pro occidental y antisiria, que le permitió a su líder, Saad Harini, reafirmarse como Primer Ministro. La oposición, encabezada por Fuerzas del 8 de Marzo (Hezbolá) mereció el elogio de los medios occidentales por reconocer su derrota y facilitar la gestión de un gobierno de unidad nacional.
Ese suceso se cita porque contrasta diametralmente con los sucesos electorales de una semana después en Irán (12 de junio), donde desde las primeras horas se proclamó el triunfo, con el 66 por ciento de los votos a su favor (en términos absolutos serían más de 11 millones de sufragios), del presidente Mahmoud Ahmadinejad; resultado ratificado primero por autoridad electoral y luego por el Consejo de Guardianes de la Revolución Islámica. En este caso, el candidato perdedor Mirhorosein Musavi, se ha negado a admitir su derrota, y alentado -se cita primero por su jerarquía nominal- por el secretario general de la ONU, Ki Moon -quien exigió respetar “la voluntad genuina del pueblo”-, y por la ambigüedad del presidente Obama, levantó un movimiento de resistencia, a todas luces teledirigido, que incluso pretende poner en la picota la autoridad suprema de Irán, el ayatola Alí Jamenei.
Los medios occidentales, que previamente y por consigna crearon un clima de sospecha sobre el gobierno de Adhmadinejad, acosado sistemáticamente casi desde el inicio de su primer mandato, con el pretexto de la censura impuesta por Teherán han hecho un indiscriminado y desproporcionado uso de materiales gráficos y escritos presuntamente grabados y enviados por disidentes iraníes (una técnica de desinformación de vieja factura estadunidense repetidamente denunciada) que hablan de muertos, heridos, desaparecidos y encarcelados, para preparar el terreno a una eventual intervención armada extranjera, en agenda de los aliados desde los gobiernos de Bush y Tony Blair.
En esa deleznable estrategia -a la que no es ajena la abierta presión de Israel-, Obama se mueve en arenas movedizas. Por un lado, declara su voluntad de respetar la soberanía de la República islámica y declara no tener intención de interferir en sus asuntos internos, pero, al mismo tiempo, movido al parecer por aquellos “testimonios”, asegura haber “visto a mujeres valientes hacer frente a la brutalidad y las amenazas” del gobierno, para insistir en que los Estados Unidos está comprometido a impedir que Irán se convierta en una potencia nuclear.
Todo indica, pues, que si en materia de política interior, centrada fundamentalmente en los esfuerzos para remontar la devastadora crisis económica, Obama aprovecha relativamente amplios márgenes de autonomía de acción, en materia de política exterior parece rehén de los halcones de dentro y fuera de El Pentágono que pretenden empujarlo a emprender la primera guerra de “la nueva era”. En ese contexto, para efectos continentales la evolución del ensayo golpista en Honduras tiene variadas lecturas y una sola advertencia: Más de uno debe poner sus barbas a remojar. Y ese más de uno tienen nombre y apellido predeterminados.
Lo que queda claro, en ultima instancia, es que, independientemente del color de quien ocupe la Casa Blanca, la cabra siempre tira al monte.
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